Stefan Zweig y la resistencia tibia contra el nazismo
Zweig fue como un gitano curioso que viaja sin fronteras, como él mismo se describió, y sintió como propio el espíritu de Europa, que comprendió como una manera de explicarse el mundo.
La vida de Stefan Zweig (Viena, 1881- Persépolis, 1942) estuvo marcada por las guerras. No era fácil ser judío en los tiempos en que serlo suponía morir sin dignidad y gaseado en los campos de concentración de los nazis. Zweig fue como «un gitano curioso» que viaja sin fronteras, como él mismo se describió, y sintió como propio el espíritu de Europa, que comprendió como una manera de explicarse el mundo.
El joven Zweig siempre estuvo bien relacionado, y esto fue posible gracias a que creció en una familia de comerciantes y banqueros. Poseía una inteligencia que desbordaba y un hambre de conocimiento que lo llevó a conocer, siendo un adolescente, todos los versos de Rilke, la elocuencia de los clásicos griegos y latinos, la poesía de Verhaeren. Fue Theodor Herzl quien le dio la oportunidad de escribir con apenas 19 años en el Neue Freie Presse, uno de los grandes periódicos de Viena. Este hecho resulta especialmente elogioso si atendemos a que Herzl, además de uno de los periodistas más bravos de su tiempo, ha sido recordado por la Historia como el padre del sionismo.
Todas las esperanzas depositadas en el joven Zweig fueron confirmándose. En la década de los veinte, Zweig se convirtió en el autor más conocido en lengua alemana, aunque no el más hábil, y su carrera en apariencia imparable únicamente se vio frenada por el auge del fascismo en Europa.
Cuando huyó definitivamente de Austria, con el inicio de la II Guerra Mundial, Zweig era toda una eminencia y no tuvo problemas para iniciar una vida alejada, en términos físicos, de la Solución Final, que amenazaba con acabar con judíos y gitanos. Zweig siempre sintió cierto grado de culpabilidad, de responsabilidad con el prójimo y, por supuesto, de nostalgia por servir como espectador del hundimiento de Europa. En Brasil, donde llegó tras breves estancias en París y Londres, mantuvo la convicción de que el éxito del nazismo se iba a extender a todo el planeta.
Zweig fue señalado como tibio en la crítica, un elemento pobre de la resistencia; algunos de sus contemporáneos lo acusaron de cobarde. Si bien su postura contraria a Hitler era evidente, no solo por su origen sino también por sus ensayos, sus compatriotas ansiaban de él actos mayores.
En El mundo de ayer, su autobiografía y última obra, que vio la luz de manera póstuma, Zweig parece justificarse por momentos. El autor vienés reconoce que fue ingenuo y que nunca imaginó que la barbarie fuera a llegar tan lejos:
Puesto que trato de ser lo más sincero posible, debo confesar que en el año 1933, y aún en 1934, creíamos imposible en Alemania y en Austria incluso la milésima parte de lo que sucedería semanas después. Cierto que contábamos de antemano con que los autores libres e independientes sufriríamos entorpecimientos, inconvenientes y animosidades. Inmediatamente después del incendio del Reichtag en 1933, advertí a mi editor que pronto se acabarían mis libros en Alemania. Nunca olvidaré su estupor.
–¿Por qué se han de prohibir sus libros? –inquirió, perplejo–. Usted nunca ha escrito una palabra contraria a Alemania, ni intervenido en política.
Sin embargo, como cabía esperar, Zweig fue acosado por el III Reich, que no permitió la lectura de otros libros que no fueran los doctrinarios y la defensa de otras ideas que no fueran las impuestas. Resulta muy interesante su biografía para tomar el pulso de una época que ahora parece remota, pero que no lo es tanto. Con el ascenso constante de los populismos y la ultraderecha en nuestros días, este fragmento parece revelador:
El nacionalsocialismo […] desarrollaba su método con precaución: una dosis pequeña, y, después de una dosis, una pausa. Cada vez, sólo una píldora, y luego, un momento de espera para comprobar si la conciencia universal había asimilado la dosis. Y en vista de que la conciencia europea –para mal y vergüenza de nuestra civilización– demostraba un absoluto desinterés, ya que aquellas brutalidades se realizaban fuera de sus fronteras, las dosis fueron cada vez mayores, y, al fin, Europa entera sucumbió a ellas.
La cineasta Maria Schrader presenta en Stefan Zweig. Adiós a Europa un retrato elogioso del autor de Novela de ajedrez, centrando sus 106 minutos de película en los años que vivió a un océano de distancia de su patria. En una entrevista para El Español, Schrader defiende a Zweig como un hombre comprometido políticamente que, a su modo, supo enfrentarse a la injusticia que gobernaba el continente: “Era una persona que seguía sus propias reglas, y en esas reglas estaba que nunca atacaba a nadie, nunca atacaba con sus palabras. Lo que los periodistas le pedían era un veredicto sobre Alemania, y creo que Stefan Zweig lo que quería era pintar un cuadro del conflicto más complejo y se encontró con un mundo en el que las únicas posibilidades eran sí o no, blanco o negro, y eso era demasiado simplista […] No creo que exista solo una forma de actuar para los artistas”.
La película, que se estrena el próximo viernes, ayuda a dibujar un perfil del afamado escritor judío, que decidió quitarse la vida en la cama junto a su mujer tras reconocerse incapaz de soportar la imagen de una Europa que se destruía a sí misma. En su carta de suicidio, Zweig parece abandonar este mundo con cierta humildad, derrotado. No encuentra otra salida ante la caída del sueño que causándose la muerte. “Dejo saludos para todos mis amigos”, dejó escrito en su despedida. “Quizá ellos vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, más impaciente, me voy antes que ellos”.