Cate Blanchett es la última en unirse a las filas de los villanos del cine fantástico. ¿Por qué quieren los actores estos roles?
El villano más conocido del cine no tiene rostro. Darth Vader -disculpas a David Prowse pero casi nadie recuerda que es él tras esa máscara y de hecho la conocida voz pertenece a otro actor, James Earl Jones- puede ser esa figura que hace sombra sobre todo malo cinematográfico que intente ganar la carrera por los peores actos en el cine, pero ciertamente no produjo un gran avance para la carrera del actor tras la máscara. Esto no tiende a ser así en general con los villanos, los actores y actrices disfrutan interpretarlos y, en ocasiones, se convierten en papeles que marcan sus carreras (en otras son papeles que preferirían que nadie viese). En fin, hacer de malo parece ser muy divertido.
La última en optar a convertirse en villana – y en la categoría que todo actor, al parecer, desea: la de malo de una película de superhéroes- es Cate Blanchett, que hace su debut como Hela, la diosa de la muerte, en el trailer de Thor: Ragnarok. Blanchett es la primera villana del universo de Thor y, sobre el tema y cómo es aún un “tema” del que se habla le dijo lo siguiente a Entertainment Weekly: “Afrontémoslo: como mujer estas oportunidades no han estado disponibles en el pasado y creo que hay una revolución sucediendo en Marvel. He visto muchas de las franquicias de Marvel, soy madre de cuatro. Tienden a ser el único tipo de película que vemos, porque son cuatro niños. Para mí como actriz esto está separado de mi deseo de trabajar con Taika Waititi (el director). ¿Pueden creer que aún tengamos esta conversación? ¿Que sea 2017 y hablemos de primera villana? Es ridículo. Hay tanto potencial por explorar en la villanía femenina. Es emocionante. Creo que por fin se está reconociendo que hombres y mujeres quieren ver personajes diversos y eso implica raza y géneros en todo el espectro sexual”.
Lo cierto es que ser un malote en el cine ofrece oportunidades que hacer de bueno no. Se pueden explorar los extremos, se puede jugar mucho más. Porque no se trata de hacer de villano en una película realista, hablamos de ser el peor en un universo con magia, poderes o elfos. Y en el caso de las películas fantásticas o de acción la teatralidad (bien encauzada y siempre divertida) puede generar clásicos. Uno de los actores que mejor sabe esto es Ralph Fiennes. Cuando el actor, que ya había interpretado villanos terribles -nadie olvida La lista de Schindler-, aceptó ser la encarnación de Voldemort, un villano de cine que puede competir con Darth Vader sin problema. El que no debe ser nombrado tomó su forma corpórea al final de la cuarta película de la saga de Harry Potter y su encarnación en manos de un exagerado pero terrorífico Fiennes es lo que podría señalarse como ejemplo perfecto de: divertirse trabajando.
En el universo Potter –que reclutó a casi todos los mejores actores británicos del momento– está lleno de malos histriónicos y temibles como Dolores Umbridge, Bellatrix Lestrange o Lucius Malfoy, personajes en los límites de la parodia del estereotipo – la profesora tiránica, la bruja loca y el mago millonario y despreciable – pero llevados al terreno real por los tres actores a cargo de su interpretación: Imelda Staunton, que consigue convertir a Umbridge en una terrorífica y posible versión del burócrata fanático; Helena Bonham Carter, especialista en explorar los límites de la malvada psicópata, y Jason Isaacs, capaz de proyectar una superioridad y desprecio que se mezclan con características mucho menos villanas y más humanas como la cobardía o el miedo.
Otro ejemplo de malvado histriónico memorable proviene de la nueva saga de Batman. En The Dark Knight, Heath Ledger se ganó alabanzas múltiples y se robó el show como el Joker. Su interpretación del mítico villano de Gotham es extrema, intensa, explosiva. La discreción no forma parte de la personalidad del Joker y su amor por el caos lo hace especialmente temible. En otras versiones de Batman, las dirigidas por Tim Burton en los noventa, una villana que conquista a la cámara (y al héroe) es la Catwoman de Michelle Pfeiffer. Primero una tímida secretaria, luego una gata sarcástica y traviesa, Catwoman llega a maullar antes de una explosión y arreglárselas para que no se vea cliché.
Un mal ejemplo de la teatralidad es Eddie Redmayne en Jupiter Ascending (esa anodina película que estrenaron las Wachoswki en 2015). Sus decisiones para interpretar al villano de la historia son tan erradas (la crítica lo destruyó, y las burlas no se hicieron esperar) que se pensó que este papel podía hacerle perder el Oscar que tenía casi garantizado por La teoría del todo. Antes que él ya hubo villanos deplorables (y no por sus acciones) como el Dr. Frío de Arnold Schwarzenegger en Batman y Robin o el doble cara de Tommy Lee Jones en Batman Forever.
Y es que el equilibrio es clave, también lo es ser buen actor (y contar con un buen director). Javier Bardem, tal vez uno de los malos más temibles y excesivos existe fuera del cine fantástico, es un ejemplo. Su Anton Chigurh, corte de pelo ridículo y extraña elección de arma incluidos, es uno de los personajes más terroríficos del cine contemporáneo en No es país para viejos de los hermanos Coen. Mujeres que aún generan pesadillas con sus papeles que tocan la frontera de lo excesivo, pero que siguen con el pie en lo realista son, por ejemplo, la enfermera Ratchet en Alguien voló sobre el nido del cuco o Kathy Bates en Misery.
Malvados memorables hay muchísimos, no es casual. El cine al final es entretenimiento y espacio en el que vivir aventuras y emociones que no se quieren vivir en la vida real. Y para los actores hacer de villano implica tocar partes y pensamientos humanos con los que normalmente no tienen contacto, y a la vez tomar decisiones interpretativas arriesgadas y divertidas.