Jorge Carrión nos invita a mirar más allá de la maraña urbana a través de “Barcelona: Libro de los pasajes”
Barcelona: Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg, 2017) es un libro gordo no exactamente por sus 340 páginas, sino por toda la información sobre la historia de la ciudad que se encuentra en él. Jorge Carrión (Tarragona, 1976) es el cerebro, tipo cochecito de Google Earth, que recorrió la ciudad y recopiló datos de los 300 pasajes que se encuentran compilados en este libro. En él encontramos esos lugares que nunca vemos, que están ocultos detrás de las ramblas, el Camp Nou, la Sagrada Familia o el bus turístico que recorre los tópicos conocidos de la ciudad condal.
Jorge Carrión se explaya luego de ocho años de investigación por hemerotecas, bibliotecas y paseos estilo Walser, para ir desnudando y haciendo visibles los pasajes de la ciudad que habita. No es de extrañar que el escritor me cite en plena superilla del Poble Nou para relatarme cómo comenzó la construcción de este libro, que al igual que la superilla, era un proyecto y ahora una realidad, y en el caso de la obra de no ficción, una realidad de guía de Barcelona en papel para aquellos que no amamos los espacios turísticos sino que queremos conocer sus profundidades a través de su historia menos conocida.
Desde que comienzo a leer el libro veo que la escritura del mismo ha sido para revisitarte: desde la primera cita de Walter Benjamin con la que abres el libro hasta explicar que te criaste en un callejón sin salida. ¿Son los pasajes un laberinto y el libro el hilo para salir de él?
Es un doble laberinto: el laberinto físico que conforman los pasajes de Barcelona, que es un laberinto incompleto porque como la trama -muchas veces rural- que está detrás de los pasajes, o la trama de muchos pasajes desaparecidos, ya no está, es muy difícil reconstruir los vínculos entre ellos. De modo que me debo perder en un laberinto siguiendo una especie de hilo de Ariadna que sería la historia de Barcelona y la historia de los habitantes de los pasajes que es muy difícil de reconstruir. Por otro lado, en paralelo, hay una especie de laberinto psíquico, un laberinto mental, una psico geografía, a menudo vinculada con el sueño –por eso la cita inicial de Benjamin apunta hacia el sueño- y luego Italo Calvino habló mucho de las ciudades y del sueño que es toda esta dimensión más espiritual, mágica, sentimental, emocional de la ciudad a la cual acabo yendo a parar como sujeto que camina. De modo que al igual que los lectores del libro reflejan su Barcelona como su ciudad, como sus pasajes, porque todo el mundo tiene algún recuerdo vinculado con un pasaje aunque no sea consciente de ello, del mismo modo yo acabo proyectando mi infancia, o mis viajes, mi origen o mi familia, acabo hablando de mis hijos, que al contrario de mí mismo, ellos sí que son barceloneses.
Nombrar a la familia en el libro ¿no va en contra de lo que proyectas en redes sociales?
En las redes sociales decidí hablar solo de mi dimensión profesional e intelectual por varios motivos, especialmente por preservar mi intimidad, pero quizás el principal es que cuando publicas una foto en Facebook o Instagram automáticamente es de esas redes sociales y yo no quiero que las fotos de mis hijos sean parte de un archivo que no puedo controlar. En cambio, las menciones que hago de mi familia en mis libros las controlo absolutamente, es una constante en mi obra. En mi primer libro serio La Brújula ya hay crónica íntima, en Australia un viaje hablo de mi familia australiana y en Librerías hablo de cuando mi padre repartía libros en el Círculo de Lectores, de modo que no puedo evitar, en mis ensayos y en mis crónicas, hablar de mí. No sé por qué lo hago, quizás buscando una cierta coherencia o quizás por comunicar honestidad al lector o simplemente por recordar que las crónicas y los ensayos son subjetivos y, como un sujeto que al igual que opina, estudia, o lee, también siente.
¿Es este libro un experimento de big data para contar a Barcelona desde el papel? ¿Cuánta investigación de la ciudad hiciste observando ceros y unos?
El concepto de big data se ha instalado ya en nuestra realidad como un modo definitivo y que ahora cualquier investigación seria sobre un tema ambicioso pasa por gestión de big data, por lo tanto hay miles de búsquedas en el libro tanto en bibliotecas como en hemerotecas digitales. El archivo de La Vanguardia, que está escaneado desde su origen, es una fuente de información inagotable sobre la ciudad. Además, usé mucho Google Maps, Google Books, Google News, Google Street View, de modo que de toda esa cantidad de información lo que hay que extraer son líneas narrativas, por eso el big data tiene sentido cuando encuentras el modo de narrarlo. Entre el big data y el storytelling siempre hay una historia de odio y de amor.
¿Cómo consigues que toda esa información sea legible?
A partir de una construcción solo voy hablar de pasajes; si encuentro una historia muy buena o un personaje muy interesante pero que no está vinculado de un modo directo o indirecto con el pasaje, no lo puedo contar y por tanto voy a crear unos hilos narrativos que me permitan abordar el máximo número de caras del poliedro urbano. Voy a buscar una arquitecta –Benedetta Tagliabue-, un escultor, dos pintores –Miró y Sert-, un escritor –Eduardo Mendoza-, unas lavanderas, unos funcionarios, unos impresores, unos comerciales de textil. Voy a encontrar unas biografías súper interesantes que me permitan articular de un modo narrativo toda esa cantidad de información.
«Los pasajes están escondidos en la maraña urbana, no son tan fáciles de ver desde Google Earth como la cuadrícula de Cerdà»
En un extracto del libro criticas cómo la misma Fundación Miró le da más importancia al pasaje parisino donde el artista tenía su taller que al pasaje barcelonés donde nació y se crió. Criticas la mitificación de lo extranjero antes que lo propio ¿Por qué sucede?
En este caso concreto, cuyo pasaje del Crédito que estuvo abandonado la mayor parte del siglo XX y ahora ha sido rescatado por agentes turísticos, es muy paradigmático. Siempre Barcelona ha mirado a París con admiración pero eso ha eclipsado el patrimonio propio, se ha idealizado la etapa de Miró en París, es muy conocida la etapa de miró en Mallorca, es muy conocido el proyecto de museo de la Fundación Miró que es una maravilla, pero en cambio no es tan conocida su vinculación con Barcelona. Por otro lado, desde Montjüic veo las chimeneas, Colón, la Torre Agbar, la Sagrada Familia, veo un horizonte muy vertical, los pasajes están escondidos en la maraña urbana, no son tan fáciles de ver desde Google Earth como la cuadrícula de Cerdà y eso es lo que me interesa, colocar un punto de vista tangencial, casi de bisturí pero que cuestiona el discurso oficial.
Revisito tu anterior libro Librerías y me pregunto: si las librerías son lugares de resistencia ¿qué son los pasajes para Barcelona?
Se puede leer como lo mismo, como trinchera, como lugares que permiten conectarte con elementos del pasado que han sido borrados del resto de la ciudad, que solo están en los pasajes, al igual que ocurre con algunas librerías. Por ejemplo, librería Altair de Barcelona te permite conocer mejor un edificio de hierro, esos edificios representativos del cambio del siglo XIX al XX.
¿Cómo convencer a un turista de cambiar La Rambla por los pasajes?
Yo no quiero que eso ocurra, no me gustaría que como ciudadano todos los pasajes fuesen turísticos pero en cambio sí que es cierto, que si no se crea un discurso serio sobre los pasajes, pasa lo que me ocurrió el otro día en el pasaje Bacardi que escuché en un idioma –ruso o húngaro- que ese pasaje tenía que ver con La Habana, que ese pasaje tenía que ver con la familia del ron Bacardi, lo cual no es cierto. Por eso es importante que haya algún tipo de discurso oficial que permita que no se lleven a cabo falsificaciones sobre lo que son o fueron los pasajes. Al igual que en París, que hay unas rutas, unas guías por los pasajes del centro, creo que en Barcelona también debería ocurrir lo mismo.
En Barcelona: Libro de los pasajes percibo una especie de manifiesto anti gentrificación, que está explícito en el libro para que la misma gente de Barcelona conozca su propia ciudad y además para dejar por sentado que los pasajes son espacios más allá de lo turístico. ¿Es así?
Estoy totalmente de acuerdo. ¿Qué ha pasado con Venecia? no ha sido traicionada por las multinacionales o los dueños de cruceros, ha sido traicionada por los venecianos que han empezado a vender, a alquilar, a especular, a ganar dinero con sus propiedades y han dejado su propia ciudad en manos del turista. Para que no pase eso, es muy importante que la gente de la ciudad tenga conciencia de su patrimonio y tenga conciencia de la idea de legado.
«Muchas librerías que cerraron durante la crisis fue porque se habían endeudado con ampliaciones y transformaciones que eran totalmente innecesarias»
¿Qué crees que debe hacer el barcelonés para cuidar el crecimiento de su ciudad más allá de tener conciencia sobre ello?
La suerte de Barcelona es su gran desventaja, es que no puede crecer. Está limitada por los ríos y las montañas, por lo tanto, está en relativo peligro en términos de gentrificación, por eso, con el espacio que hay, se tiene que trabajar y especular. El Eixample es un valor seguro, es la única zona junto con la Vila Olímpica y una parte de Pedralbes, cuyo valor creo que no ha bajado durante la crisis sino que al revés, ha crecido durante la crisis. No me interesa el hecho de si alguien ha crecido o no aquí, me interesa el hecho de si alguien se quiere quedar o no, y si sus hijos pueden tener el derecho a decidir de querer quedarse o no. Yo creo que es un poco de sentido común, de responsabilidad y controlando la tentación humana de la avaricia es suficiente. Muchas librerías que cerraron durante la crisis fue porque se habían endeudado con ampliaciones y transformaciones que eran totalmente innecesarias, de modo que con un poco de sentido común y recordando cuál es la escala de lo razonable y lo humano es suficiente. Yo creo que en eso los pasajes nos lo recuerdan, porque en ellos solo podemos estar como peatones, allí no tiene sentido la bicicleta o el autobús y creo que lo importante es eso, recordar nuestra escala dentro del contexto urbano.
Jorge Carrión aprovecha este libro para abrirse a una nueva faceta de guía turístico de pasajes mientras promociona su obra, al mismo tiempo que la devuelve a su estado más primigenio: el pasaje, otra forma de mantener el libro vivo más allá del formato papel. También nos comenta que podría pensar en este libro para una posible exposición a futuro, mientras transita en los apuntes que determinarán hacia dónde se va a dirigir ahora en este nuevo recorrido de su vida. El escritor concluye comentando que se encuentra en un momento feliz y divertido, porque cuando un proyecto atrapa “comienzas en una especie de obsesión que si no te dedicas a él es difícil de llevar”. Este explorador de pasajes intentará alargar esta fase de tránsito, tanteo y divagación divertida mientras decide entre los proyectos que tiene bajo la manga.