Bacalao con ‘c’: Así fue la movida valenciana antes de ‘el Chiquetere’
La ruta del bacalao con ‘c’ no empezó con Chimo Bayo, sino a finales de los años setenta, entre arrozales y pueblos de costa, cuando un grupo de jóvenes disc-jockeys revolucionó el concepto de discoteca, lo mezcló con arte, mescalina y pinchó la música más radical del momento.
Hubo un tiempo en que Valencia fue considerada la California española y el Manchester mediterráneo. Fue antes del éxtasis y los ‘pituferos’, antes de las mandíbulas desencajadas y liarla en los párquines poniéndose ciegos y comiendo paella. No, la ruta del bacalao con ‘c’ no empezó con Chimo Bayo, sino a finales de los años setenta, entre arrozales y pueblos de costa, cuando un grupo de jóvenes disc-jockeys revolucionó el concepto de discoteca, lo mezcló con arte, mescalina y pinchó la música más radical del momento. Hubo un tiempo en que las pistas de baile se democratizaron antes que España y pijos, siniestros y punks coreaban a Sister of Mercy, The Cure o Led Zeppelin bajo un mismo techo. ¿Qué ocurrió para que Valencia, la soñada capital del clubbing, se convirtiera en algo más de quince años en la Sodoma levantina?
“Bacalao significaba música de la buena. Es una palabra muy nuestra que en los ochenta empezaron a utilizar algunos dj’s de Valencia que frecuentaban la tienda de discos Zic-Zac, fundada en 1983 por Juan Santamaría, en pleno apogeo de esta revolución”, explica Luis Costa, autor de ¡Bacalao! Historial Oral de la Música de Baile en Valencia (Editorial Contra, 2016), quien pasó un año y medio entrevistando a los verdaderos protagonistas de la Ruta. Disc-jockeys como Carlos Simó, Fran Lenaers, Kike Jaén, Toni ‘El Gitano’, José Conca, o el propio Juan Santamaría, quienes tuvieron que ganarse a pulso la categoría de reyes del vinilo en una época en la que en las discotecas se bailaba ‘agarrao’ y a ritmo de rumba. “Era un momento muy especial porque España estaba pasando del postfranquismo a una democracia todavía muy incipiente y había mucha sed de libertad y ganas de divertirse. Las salas eran todavía bastante casposas, con moquetas, espejos y camareros con pajarita, pero el nuevo turismo extranjero llegó a discotecas de costa en lugares como Benidorm con su música y empezaron a prestársela a los dj’s”, cuenta.
Fue el joven Santamaría, que ya había pinchado en ciudades como Ámsterdam, Londres o Madrid, el primero en hacer sonar los nuevos ritmos abruptos del rock gótico y el punk en las salas de fiesta descolocando totalmente al personal. “Juan explica en el libro que la primera vez que pinchó esta música la sala de baile se vació y la gente se fue a las barras porque no sabía cómo bailarla, pero vio que estaban disfrutando, que habían descubierto algo nuevo. Era el punk, la new wave, el techno pop… Todo eso en plena Albufera valenciana”.
Buen rollo y mescalina
Con ganas de fiesta y un vacío legal –la ley de hostelería de 1933 sólo les obligaba a cerrar dos horas para limpiar-, discotecas como Barraca, Chocolate y Espiral se convirtieron en mecas de la locura y los nuevos ritmos y surgieron los primeros afters en casas y torres como La Hiedra o Looping, donde la fiesta podía durar días enteros o hasta que llegase la Policía. “Barraca fue de las primeras salas en abrir a las seis de la mañana, se organizaban performances artísticas por la noche y Carlos Simó, su DJ residente, rompía todas las reglas. La gente más moderna de Valencia, como el diseñador Francis Montesinos o grupos del momento como Glamour, se congregaba allí. También en Chocolate, que tenía una decoración más siniestra, con ataúdes y telarañas, y el dj Toni ‘El Gitano’ llevaba a un crucifijo invertido y una túnica y a veces se desnudaba en la cabina; una vez un periodista francés escribió que había visto al mismo Satán conduciendo a las masas. Cada discoteca buscaba su propia identidad, estaban creando una escena”.
“Durante los tres o cuatro años en que la mescalina estuvo en circulación había tan buen rollo en la pista que podían pinchar la cosa más marciana y la gente la bailaba”.
¿Podéis imaginar a grupos como Happy Mondays, Simple Minds o unos jovencísimos Stone Roses siendo coreados por dos mil personas en la zona más rural del Levante español a las dos o las tres de la madrugada? Ellos tampoco. Bandas llamadas a convertirse en leyenda con los años, que no congregaban a más de medio centenar de personas en Inglaterra o Alemania, se daban de tortas por tocar en directo en las discotecas de Valencia. Venían a la llamada de la fiesta, el calor de un público entregado y la felicidad alucinógena de la mescalina.
“Desde el inicio de los tiempos, la cultura ha tenido momentos de ritual con baile y sustancias para llegar a experiencias espirituales y la mescalina cumplió esta función. Durante los tres o cuatro años que estuvo en circulación había tan buen rollo en la pista que podían pinchar la cosa más marciana y la gente la bailaba. Pero eso cambia en los noventa, muchos disc-jockeys de la época vieron cómo el consumo de éxtasis en las discotecas llegaba en paralelo a una música más acelerada, de ritmos más duros y un hardcore de bajísima calidad”, explica el también dj y autor de esta guía definitiva para entender aquellos tiempos.
La alegría y la bonanza que marcó la década de los ochenta dejó paso a unos noventa vencidos por la crisis económica y social, la patada en la puerta de La Ley Corcuera, los controles policiales abusivos en las carreteras y una joven generación que buscaba, dice Costa, la evasión como única forma de divertirse.
Telebasura, crimen y bakalao
En noviembre de 1992 tres jóvenes de Alcàsser (Valencia) fueron secuestradas, violadas y asesinadas cuando hacían autoestop camino de una discoteca en una localidad vecina. La investigación policial se convirtió en un larguísimo circo mediático del que programas como Esta noche cruzamos el Mississippi, presentado por Pepe Navarro, supieron sacar tajada. Un año después del famoso crimen de Alcàsser, Canal Plus emitió el documental ‘Hasta que el cuerpo aguante’, cincuenta minutos de drogas, desfase y ‘parquineo’ que llamarían la atención de numerosas televisiones incluso fuera de España.
Quién sí apareció en el polémico documental fue el disc-jockey Kike Jaén, cuyo testimonio recoge Luis Costa en su libro: “Los medios encuentran un filón con el tema de la Ruta, que es un tema morboso como el de las niñas de Alcàsser. Empiezan a hablar de los accidentes de tráfico y todas las muertes, aunque se hubiesen producido en una urbanización, se las asignaban a la Ruta”. Y algo parecido le ocurrió Bernardino Solís, propietario de la mítica discoteca Spook Factory, quien recuerda: “Ellos querían grabar cómo aguantaba la gente de fiesta tantas horas, qué drogas tomaban, dónde se producía una pelea y demás”.
La música de Chimo Bayo no era bacalao, “sino una versión industrial del hip hop con letras que hablan de las drogas” y fue el “principio del fin” de la ruta, según sus impulsores.
¿Fue la telebasura, una conspiración urdida por el Partido Popular de Zaplana o, como asegura Luis Costa, la cultura del pelotazo la causante de que la también llamada ‘ruta destroy’ acabase haciendo honor a su nombre? “Los pioneros de esta movida no eran conscientes del momento que vivieron, querían protegerlo y mantenerlo en la clandestinidad, pero luego empezó a masificarse y la modernidad se diluyó. Los empresarios prefirieron ganar dinero rápido con costes mínimos y no cuidaban ni la música ni a sus dj’s. Y a todo ello hay que sumarle los más que probables intereses comunes entre discográficas de dance y discotecas… Si bien es cierto que los gustos habían cambiado, que la música era más dura y más estable, menos bailable, pero se pudo haber hecho buena música hardcore como en Holanda y no se hizo”, explica Costa.
Para entonces Chimo Bayo, la cara más popular de la Ruta, hacía tiempo que traía el ‘exta-sí’ a las pistas de baile, aunque no sonase en Valencia, no al menos en discotecas como Barraca, Puzzle o Spook. “Simplemente, no lo consideraban bacalao, sino una versión industrial del hip hop con letras que hablan de las drogas y que no casaban con el ambiente vanguardista y cultural que sus compañeros habían estado creando durante toda una década”, añade el autor. Para José Conca, que fue durante años dj residente en Chocolate, Bayo fue “el principio del fin”.
Querían ser la minoría de la minoría, transformar las salas de baile en anti-discos donde se bailasen los ritmos más radicales del momento, pero el sueño de una Valencia capital del clubbing acabó ‘pinchando’. En pie sigue Barraca, aunque ya no abre hasta que la pista eche humo, sino en fallas y momentos puntuales. No obstante, sus impulsores siguen reuniéndose para recordar aquellos tiempos en los que eran ellos, y no El Chiquetere de Rafa Villalba, quienes partían el bacalao.