Instrucciones de Cortázar para recordar, llorar y cantar sin perder la compostura
Además de escribir y evocar celestialmente el Pont des Arts de París, a Cortázar se le daba muy bien aquello de dar instrucciones
Un 26 de agosto de 1914 durante la ocupación alemana de Bélgica –en Bruselas- nacía un tal Julio Florencio, hijo de diplomáticos argentinos, quien crecería enfermizo y propenso a las pesadillas por leer demasiados cuentos de Edgar Allan Poe.
Aunque las fotografías a color llegaron a tiempo para retratarlo, Cortázar lucía mejor su perfil aguileño en blanco y negro, preferiblemente en alguna ciudad europea y sin mucha gente a su alrededor, ingrediente que a su vez le ayudaba a disimular su prolongado esqueleto oculto entre la afluencia intermitente y la máquina de escribir; un gigante de 1.93 metros de altura con corazón de poeta.
En el “nuevo” continente le debemos una apertura necesaria hacia las letras de América del Sur, sin Cronopios ni Rayuelas el boom latinoamericano se habría quedado a medias en su impacto colectivo. Su literatura surrealista y sus misceláneas a contra-novela dejaron material para entender a una generación entera en el pensamiento de un solo hombre. Cortázar también descubrió por lo menos cuatro maneras distintas de leer y escribir una misma novela.
Además de escribir y evocar celestialmente el Pont des Arts de París, a Cortázar se le daba muy bien aquello de dar instrucciones, no militares ni políticas, mucho menos éticas o morales, sino instrucciones prácticas para no perder la compostura en la vida. En el aniversario de su nacimiento recordamos seis fórmulas básicas de Julio Cortázar para sobrevivir al absurdo y confeccionar con clase hasta el embalsamamiento de los recuerdos.
Instrucciones para dar cuerda a un reloj
Comenzamos con lo cardinal y más frágil, ese pedazo de ti mismo que se convierte en una especie de responsabilidad atemporal. Para Cortázar el tiempo no era objeto sino sujeto, tú no dispones de él, él dispone de ti y si en algún cumpleaños te regalan un reloj el verdadero regalo eres tú, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj. Por ende, su famosa y acertada frase “todo dura siempre un poco más de lo que debería” se une a sus meditaciones del infinito y la inmortalidad para agarrar al tiempo, procurarle forma de reloj, e intentar darle cuerda, siempre manualmente.
Instrucciones según Cortázar:
«Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.»
Conservación de los recuerdos
En 1962 con la recopilación de 64 relatos cortos en un libro llamado Historias de Cronopios y de Famas Cortázar le dio vida a dos nuevos conceptos de la literatura. Los Cronopios: seres sin formas específicas, sensibles, amantes de la naturaleza y su belleza, apasionadas por la música, espontáneas, ingenuas, soñadoras, despreocupadas, positivas pero melancólicas. En resumen, seres parecidos a Cortázar en su nostalgia inocente. Y los Famas: seres organizados y estrictos. En las siguientes instrucciones Cortázar infiere cómo guardar los recuerdos según el tipo de personalidad. Si eres silencioso y ordenado debes usar sábanas negras, pero al contrario si como los Cronopios eres desordenado y distraído el proceso descrito abajo se sale un poco del guión.
Instrucciones según Cortázar:
«Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala con un cartelito que dice: Excursión a Quilmes, o: Frank Sinatra. Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y dicen: No vayas a lastimarte, y también: Cuidado con los escalones. Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.»
Instrucciones para cantar
Para cantar no hace falta desafinar, pero ese es tal vez uno de los placeres de los que no se dedican a entonar profesionalmente. Se hacen desastres antes de llegar a la parte de las partituras. Cortázar tiene una pequeña guía para cantar en casa.
Instrucciones según Cortázar:
«Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo.
Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.»
Instrucciones para llorar
El llanto viene en medidas, como los jugos de cartón o los vasos de agua, pero Cortázar no lo mide en mililitros sino en minutos. Desde el principio está claro, no se trata de los motivos, se trata del procedimiento. La magnitud de su llanto es relativa porque cada tristeza es diferente, acá lo que importa son las contracciones y el decoro. Por último, el tiempo.
Instrucciones según Cortázar:
«Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.»
Conducta en los velorios
Más que un instructivo una rutina de contingencia para sobrevivir al hastío de la muerte. Los silencios, las palabras y las lágrimas en los velorios están de facto supeditados a la cantidad de canapés que mantengan distraídos a los dolientes. En los velorios no solamente existe el negocio de la empresa que organiza la recepción, sino también el de la familia que patrocina al fallecido y sus parientes en un intento de apropiarse del funeral del desconocido y ejercer el cargo de los dueños indiscutibles del velorio.
Instrucciones de Cortázar:
«En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condesciende a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas.
Antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios.»
Instrucciones para subir una escalera
Por último, las escaleras. Se suben de frente y más adelante se explica el porqué de este ineludible. Es un hábito basado en repeticiones y combinaciones, en excepciones que pueden confundir al que las ejecuta. Por suerte Cortázar dejó aclarado este asunto paso por paso incluyendo algunas precauciones y recomendaciones para, como siempre, no perder la compostura en el intento.
Instrucciones según Cortázar:
«Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.»