“Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto”
Jorge Luis Borges
Entre una biblioteca y una librería existe un abismo velado por libros. En la primera Borges intenta hallarse en medio de anaqueles y espirales infinitos de galerías hexagonales. En la segunda hay un intercambio comercial que aunque pierde la arquitectura de las bibliotecas conserva la magia de los libros y sus guardianes.
Hoy se celebra el Día Internacional de la Biblioteca, un universo paralelo que echa raíces desde hace miles de años antes de Cristo con la finalidad de organizar documentos y colecciones en su forma más arcaica y antigua de expresión: escritura cuneiforme en tabletas de arcilla que datan por lo menos del año 2600 A.C.
Entre las bibliotecas más antiguas se encuentran la Biblioteca de Alejandría en Egipto y la Biblioteca de Asurbanipal en la ciudad asiria de Nineveh, que llegó a coleccionar hasta 22 mil tablillas de arcilla con escrituras religiosas y épicas de la creación en lenguas pretéritas, reuniendo un legado cultural difícil de igualar inclusive por los esfuerzos de la retentiva tecnológica actual. La Biblioteca de Celso en Éfeso, al presente parte de Turquía, fue otra de las grandes bibliotecas históricas cuyos restos permanecen a pesar de los años y la miseria; esta fue construida para utilizarse como tumba del romano Tiberio Julio Celso y para almacenar 12 mil rollos de pergamino, entre otras ambiciones.
La Biblioteca de Pérgamo con una colección de entre 200 mil y 300 mil volúmenes fundada por el rey de Pérgamo Átalo I Sóter, o La Villa de los Papiros en la antigua ciudad romana de Herculano -propiedad del suegro de Julio César– en donde se descubrió una biblioteca con 1.785 rollos de papiro carbonizados, son solo algunas de los tantos espacios “retenedores” de libros que se construyeron en la antigüedad y de los cuales hoy solo quedan cenizas, o en pocas ocasiones la sombra de sus opulentas estructuras.
En aquellos tiempos de monarcas y exuberancia los reinos tenían sus bibliotecas personales, arquitecturas hechas a medidas con colecciones de filosofía, literatura, historia, matemática, religión, magia, etc… Entonces no se trataba solo de archivos y constancias, sino de cantidad e importe. Testimonios de una cultura y de sus “administradores”.
Con la desaparición de tantas bibliotecas, y no obstante la reconstrucción de muchas otras bajo estándares de archivadores modernos, la obsolescencia de esta institución se pudo haber previsto sin demasiado apuro. La tecnología y los motores de búsqueda digitales se pararon por un instante al lado de los bibliotecarios y sus ficheros sin entender hacia dónde iba la mano de obra propia, y sin embargo, la biblioteca como símbolo concreto de respuestas aventaja a la fantasía de Google de institucionalizar su utopía digital.
El exceso de información que existe en el navegador, de hecho, beneficia al bibliotecario o al librero capaz de separar – con herramientas mucho más individuales- factores y algoritmos que la computadora en su afán por dar cien respuestas correctas, pasa por alto. El escritor británico Neil Gaiman lo expresó mejor que nadie cuando al hablar del valor de las bibliotecas afirma “Google puede darte cientos de miles de respuestas. Un bibliotecario puede darte la respuesta correcta”.
La ciencia de la información de las bibliotecas como educación superior es un hecho, de hecho es un máster que se puede estudiar, un programa en donde literalmente te enseñan a encontrar la respuesta correcta, el resultado adecuado, a construir catálogos y explicar algoritmos detrás de ciertos patrones, a superar a la máquina permaneciendo humano.
Volviendo a Borges
Borges habla de un vortex que es difícil localizar en esta dimensión, una biblioteca que lo abarca todo porque todos los libros provienen de ella. No obstante, el canje de universos no es necesario para seguir apostando por estas instituciones que nacieron de la necesidad de organizar y resguardar las palabras de una civilización.
Desde el archivo personal del colegio hasta la gran biblioteca de una universidad o ciudad el mito de la digitalización, que también valió para los libros de papel, sigue siendo solo eso, un mito. A la hora de experiencias personales, de olores y tactos individuales, al momento de la respuesta correcta y no de las “cientos de miles” que procesa Google, la biblioteca se prolonga ante los jeroglíficos y cenizas con los que un día experimentó y mantiene esa aseveración “interminable” de Borges en donde todos los universos pueden descifrarse e instruirse entre sus repisas.
“Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. (…) Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal (…) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.” J.L.B