Los monstruos que finalmente somos
La última semana de octubre se nutre de monstruos y casas embrujadas para sobrevivir. En Halloween disfraces góticos hacen fila para conmemorar una historia que ya nadie recuerda con demasiado detalle. Ese fetiche por las criaturas perfiladas como una mezcla de humanos y animales se extiende por todas las ciudades para pretender por una noche que entendemos eso de celebrarnos entre deformidades y naturalezas ocultas.
La última semana de octubre se nutre de monstruos y casas embrujadas para sobrevivir. En Halloween disfraces góticos hacen fila para conmemorar una historia que ya nadie recuerda con demasiado detalle. Ese fetiche por las criaturas perfiladas como una mezcla de humanos y animales se extiende por todas las ciudades para pretender por una noche que entendemos eso de celebrarnos entre deformidades y naturalezas ocultas.
En el siglo XIX sin ir muy lejos –aunque la práctica data desde tiempos medievales- todavía eran comunes los “freak shows” o espectáculos de monstruos en donde espectadores demasiado crédulos e individuos con discapacidades o meras diferencias físicas eran explotados por el mercado del espectáculo –especialmente el circense- exponiendo uno de los niveles morales más bajos de la civilización, aunque ni de lejos el fondo de sus “capacidades”.
La combinación de ese morbo, misterio y miedo siempre ha sido la receta perfecta para que la obsesión con criaturas a veces demasiado parecida a los humanos sea el apogeo de estas fechas.
Pero hay una diferencia entre ese monstruo de la mitología clásica, especialmente de la literatura greco-romana en donde odiseas y viajes infinitos se nutrían de híbridos con cuerpo de mujer y cola de pez, o torsos de hombre y garras de león, y ese monstruo intermedio que no hubiera sido posible sin Mary Shelley y su creación literaria, perfectamente deforme y alegórica, Frankenstein. Con ella nace el monstruo como criatura moderna, en un experimento fallido, mezclando la ciencia con las carestías humanas.
Más adelante, en 1920, continuaría la tradición con Dr Jekyll y Mr Hyde de Robert Louis Stevenson, o Drácula de Bram Stoker. Los hombres lobos, las momias, los vampiros, alguno que otro extraterrestre y criaturas creadas a propósito o no entre ensayo y error colmaron la literatura y la realidad para incorporarse al folklor de Halloween, entre otras rutinas colectivas.
Y aunque Mary Shelley le dio forma al monstruo moderno, el contenido común del perfil se desarrolló con la industrialización y los hallazgos progresivos en la ciencia, aquellos que cambiaron básicamente la forma de subsistir.
La ciencia, la dualidad, la soledad, el aislamiento y el encuentro entre la naturaleza humana y las convenciones sociales son algunas de las estampas que crearon el lado oscuro de esos monstruos tan familiares del presente.
El escritor y profesor universitario Stephen Asma se refiere al concepto en su libro, Sobre Monstruos: Una historia antinatural de nuestros peores temores. Al monstruo lo describe como un presagio: «una muestra de la ira de Dios, un presagio del futuro, un símbolo de virtud moral o vicio». “Durante el reinado de Pericles, un carnero con un solo cuerno nació en una de sus granjas. Un vidente determinó que el monstruoso carnero era un presagio: Pericles triunfaría sobre su rival político, Tucídides. El filósofo Anaxágoras partió la cabeza del carnero por la mitad y observó que su cerebro se había desarrollado anormalmente, lo que resultaba en un solo cuerno. Ofreció una explicación científica para el monstruo. Pero Pericles en verdad triunfó sobre Tucídides, y se celebró el poder profético del vidente.”
El génesis
En Mayo de 1816 la escritora británica Mary Shelley y su familia hicieron un viaje al lago Lemán, al norte de Los Alpes, en donde pasarían el verano con el poeta Lord Byron. Entre tardes oscuras y tormentas de estío los Shelley y Lord Byron relataban viejas historias de fantasmas. La propuesta de Byron durante una noche de escribir sus propias historias de fantasmas encendió la chispa para que Mary Shelley tuviera un «sueño de vigilia», o terror nocturno, durante el cual un cadáver era reanimado. En su edición de Frankenstein de 1831 esta escribe: «Vi al pálido estudiante de artes impías arrodillarse junto a la cosa que había juntado. Vi el espantoso fantasma de un hombre tendido, y luego, en el funcionamiento de un poderoso motor, mostrar signos de vida, y se mueven con un movimiento incómodo, medio vital. Debe ser espantoso, porque supremamente espantoso sería el efecto de cualquier esfuerzo humano para burlarse del estupendo mecanismo del Creador del mundo».
Frankenstein fue publicado anónimamente en Londres en 1818 pero el nombre de Shelley apareció por primera vez en la novela cuando se reimprimió en 1831. Antes del siglo XX, solo en el Frankenstein de la escritora se le da al monstruo su propia narrativa. La novela difiere de la caracterización del monstruo violento y rústico que se hace en gran cantidad de las versiones posteriores. En la historia original esta criatura es un ser sensible e inteligente que se torna amargado y vengativo –convirtiéndose finalmente en un asesino- luego de ser rechazado por la sociedad y por su creador, el Dr. Frankenstein (del cuál hereda el nombre).
Los de ahora
En el Royal College of Surgeons de Londres todavía existe una colección médica reunida entre el siglo XIII y el XIX conformada específicamente por anomalías congénitas; supuestamente estas eran utilizadas para propósitos educativos. Su categorización rumea donde siempre lo han hecho los lugares diferentes, en un limbo difícil de describir y cuyo éxito entre el público yace principalmente gracias a esa mezcla familiar e incómoda de naturalezas humanas. Este es un prototipo interesante que describe cómo hemos ido creando nuestra propia caracterización “monstruosa” a través de todo aquello que rechazamos y definimos como humano.
En el presente todavía están de moda los disfraces de vampiros y de extraterrestres, pero cada día la utopías culturales se parecen más a los barómetros en los cuales las amenazas políticas, sociales e inclusive climáticas refuerzan al monstruo del siglo XXI.
La autora Theodora Grass lo explica afinadamente cuando recuerda que “cada época crea los monstruos más relevantes en términos de sus preocupaciones prácticas y filosóficas centrales. El monstruo de Frankenstein responde a Locke y la Revolución Francesa. Drácula invade Inglaterra durante un momento en que el Imperio Británico parecía ser el más fuerte, pero ya comenzaba a desmoronarse. Los Hombres Bestia del Dr. Moreau reflejan, de un modo casi demasiado obvio, preocupaciones contemporáneas con las teorías del cambio evolutivo. (…) Nos identificamos con el monstruo y lo domesticamos, mientras simultáneamente creamos una nueva narrativa de monstruosos asesinos en serie y terroristas que actúan como nuestros villanos. No son monstruos, aunque a veces utilizamos ese término para ellos: son humanos, no híbridos. Tal vez indican que lo que ahora tememos, más que a cualquier otra cosa, somos a nosotros mismos y a nuestra propia capacidad para el mal”.
“Porque los monstruos siempre, finalmente, son sobre nosotros”. -Theodora Grass
De esas preocupaciones filosóficas centrales de las que habla Grass se infiere que nuestra percepción de los monstruos continuará transformándose al ritmo de nuestra cultura, de nuestras decisiones políticas y sociales. Ese es el barómetro de exhibición, el que indica que este Halloween habrán demasiadas máscaras de cabello platinado y mejillas rosadas con los rasgos de Trump en las calles. El mismo que dice que el corte de Kim Jong-un será revolucionario por una noche más. Pero especialmente, ese es el barómetro que dice que es probable que se adviertan más caras humanas que hibridas esta noche de Halloween.