“Ni muy listo ni tonto de remate / Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y de aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!» escribió en “Epitafio” ese hijo ilustre de Chillán que vivió en un perpetuo orillar. Sí, como un hombre cualquiera, como la humanidad entera.
Esos versos escritos en 1969, año en el que Nicanor Parra obtuvo el Premio Nacional de Literatura en Chile, son fiel espejo de esa contradicción tan propia de la condición humana desde la que creó este poeta fallecido el pasado martes. Su premisa: “Vivir la contradicción sin conflicto”.
Su obra Poemas y antipoemas, de 1954, cuya primera edición se agotó rápidamente, marcó un antes y un después en la poesía hispanoamericana.
Ya su primer libro, Cancionero sin nombre, de influencia lorquiana, le abrió las puertas al Premio Municipal de Poesía de Santiago en 1938. No en vano Gabriela Mistral predeciría que “estamos ante una poeta cuya fama se extenderá internacionalmente”.
Años después, en 1945, ella recibiría el Premio Nobel de Literatura, un galardón que a él le sería esquivo y eso que viviría 103 años.
Ahí viene el lobo, ahí viene el lobo, ya casi que creía escuchar Parra tras ser postulado una y otra vez, pero el Nobel nunca llegó. No así grandes distinciones como la condecoración Gabriela Mistral que en 1997 le entregó el entonces presidente chileno Eduardo Frei.
La notoriedad de este “hijo mayor de un profesor primario y de una modista de trastienda” nacido el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico no se circunscribió a unas fronteras. En Ciudad de México le concedieron el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1991 y en España, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2001 y el Cervantes en 2011.
A decir verdad, nada más lejos de él que querer ser una “vaca sagrada”, pero su nombre terminó incluido dentro de los cuatro grandes de la poesía chilena: Huidobro, Mistral, Neruda y Parra.
Se burlaba de sí, de todo. Anteponía siempre su irreverencia. No extraña, como contara ese gran admirador de su obra y narrador que fue Roberto Bolaño, que Parra dijera: “Los cuatro grandes poetas de Chile/ Son tres/ Alonso de Ercilla y Rubén Darío”, pervirtiendo cualquier conteo, nacionalidad.
Broma aparte, el crítico literario por antonomasia Harold Bloom le señalaría, dando un paso mucho más allá, como uno de los mejores poetas de Occidente.
Del Olimpo a tierra
Como resaltara Rafael Toriz en Letras Libres, “si algo ha demostrado Nicanor es que no ser poeta es la mejor manera de serlo”. Así de fácil, o difícil.
Ni ninfas ni tritones, ni mucho menos castillos en el aire. Nicanor Parra no aspiraba a los suspiros; en su lugar, cualquier cosa: un bostezo, un estornudo.
Este “tierrafirmista decidido” no se engolosinaba con la belleza que está allá por las nubes, sino más bien representaba el aquí de la propia realidad, esa tan compleja de la contemporaneidad. “Contra la poesía de salón / La poesía de la plaza pública / La poesía de protesta social”, deslizó en “Manifiesto”.
Estaba claro. “Ha llegado la hora de modernizar esta ceremonia”, y se dio a la tarea de lograr que el quehacer poético descendiera del Olimpo y se apartara de la academia y del orden establecido para ser parte de la cotidianidad.
“El que se pone a inventar está perdido. No hay que escribir lo que uno se imagina, sino lo que oye. No hay que tener imaginación, sino oído, porque en cualquier momento las frases y las historias están en la calle, en las ocurrencias de los niños, y uno las tiene que captar. Hay que ‘cachar la güeá”, Parra le explicaría en una ocasión al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien leyó a sus 17 años los antipoemas.
¿Pero qué son? En la ponencia “Poetas de la claridad”, en 1958, Parra los describió: “El antipoema no es otra cosa que el poema tradicional enriquecido con la savia surrealista -surrealismo criollo o como queráis llamarlo-”.
Un joven muy mayor
Propondría llamar al sol Micifuz y a los zapatos, ataúd. “El poeta no cumple su palabra / Si no cambia los nombres de las cosas”, apuntó en “Cambios de nombre”.
Rompió moldes. Fue un irreverente, un confrontador, un rebelde. Sí, por eso quizá “Don Nico” fue el joven más longevo o el longevo más joven, da igual. De nuevo, sí, la contradicción.
La antipoesía, como ha afirmado el crítico literario Ignacio Echevarría, se ha desplegado “señalando las derivas por las que habrán de transitar el arte y la poesía del siglo XXI”.
Las nuevas generaciones se han sentido atraídas. No se quedó en el pasado, ¿para qué? “A la rosa que ya se deshojó / No se le puede sacar otro pétalo”. Lo sabía. “Sólo nos va quedando el mañana”.
De allí su vigencia. En El último apaga la luz, amplia selección de su obra-legado editada el año pasado fueron incluidos poemas dispersos como “El rap de la Sagrada Familia”: “En una aldea maldita/ Con ínfulas de ciudat/ Un viejo se enamoró/ De una menor de edat/ La va a esperar al liceo/ Con gran regularidat/ La mira x el espejo/ Le ofrece una cantidat/ La toma de la cintura/ Con mucha perversidat/ Le dice m’hijita linda/ Hágalo x caridat/ Hasta que la colegiala/ Perdió su vir-gi-ni-dat…”.
Como Shakira, Parra participó en una campaña en 2005 en favor del consumo de leche. “Cero problema, yo también tomo leche”, diría ante las cámaras, pero, eso sí, pediría cobrar igual que la afamada cantante. ¿Y por qué no?
Cómica seriedad
Sobrevivió al siglo XX, ese mismo en el que su hermana, la cantautora Violeta Parra, decidió suicidarse justo después de grabar en 1967 ese hermoso “Gracias a la vida” que tanto ha trascendido.
Para Bolaño, quien le consideraba el mayor poeta chileno, “Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado”.
«Es cuando se pierde el sentido del humor cuando se empiezan a sacar las pistolas”, le comentaría Parra en una ocasión a ese otro autor chileno, Antonio Skármeta, allá por 1968.
Y es que “la verdadera seriedad es cómica”. Él apelaba recurrentemente al sarcasmo. En “Chistes para desorientar a la policía” subrayaría: “De aparecer apareció / pero en la lista de los desaparecidos”.
Cuba sí, yanquis también
No se limitaba al papel, como cuando intervenía objetos tal cual aquella Coca-Cola en la que se leía “Mensaje en una botella”. O con las postales que en una caja de cartón engrosaban sus Artefactos, en los que entre dibujos destacaban frases-aforismos: “Cuba sí, yanquis también” o “La derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas”, por ejemplo. El aderezo: una ironía casi compulsiva. “USA / donde la libertad/ es una estatua”, escribiría.
En Hojas de Parra, compilación de textos que creó durante la dictadura chilena, aseguraba: “No se extrañen / si me ven simultáneamente / en dos ciudades distintas / oyendo misa en una capilla del Kremlin / o comiéndome un hot-dog / en un aeropuerto de Nueva York / en ambos casos soy exactamente el mismo / aunque no lo parezca soy el mismo”. Uno sólo, eso sí, contradictorio.
“Apruebo la revolución cubana, pero como escritor reclamo libertad”, lanzaría después de que fuera removido del jurado de Casa de las Américas tras visitar la Casa Blanca, donde la primera dama estadounidense Pat Nixon ofreció una recepción a un grupo de escritores.
Sus instalaciones dieron mucho que hablar, como “El pago de Chile” en el que expuso en reproducciones de cartón a los presidentes del país colgados.
Siempre a la vanguardia, tal cual “El quebrantahuesos”, poesía mural a la que se aventuró junto a Enrique Lihn y Alejandro Jodoroswki con collages de recortes de prensa.
De números y letras
Fue un científico de formación volcado en las letras. Graduado en Matemáticas y Física, dedicó 51 años de su vida a la docencia en Física y Mecánica Racional en la Universidad de Chile. Incluso llegaría a ser en 1948 director interino de la Escuela de Ingeniería, él, que luego también impartiría clases de literatura por más de dos décadas.
“La matemática aburre / Pero nos da de comer. /En cambio la poesía / Se escribe para vivir./ A nadie le gusta hacerse /Cargo de los vidrios rotos./ Se escribe contra uno mismo / Por culpa de los demás./ ¡Qué inmundo es escribir versos! / El día menos pensado / Me voy a pegar un tiro”, apuntó en “Composiciones”.
Becado por partida doble, en 1943 inició un postgrado en Mecánica Avanzada en la Universidad Brown, gracias al International Institute of Education, y después de seis años estudió Cosmología, con ayuda del Consejo Británico, en la Universidad de Oxford. Allí, sería recibido como Honorary Fellow luego, en el 2000. Ese mismo año, la Universidad de Harvard le dedicaría un seminario a quien fuera desde 1976 Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.
Entre fiesta y duelo
A los 70 años leyó sus poemas en el Madison Square Garden y una década más tarde estaba convencido: “Para decirlo todo de una vez; una hazaña llegar a los 80. ¡Hay que tener el cuero bien duro, compadre!”, exclamó en medio de homenajes y actos oficiales.
Tres años después de celebrar su centenario con una fiesta nacional, la bandera chilena ondea a media asta y sobre su ataúd ese “Voy & vuelvo” suyo descansa.
El libro de condolencias dispuesto en el Museo Violeta Parra se llena de palabras, de duelo… “Falleció a causa de los años. Nada más, eso es todo”, indicó su sobrino Nano Parra. “Lo vamos a despedir bailando y cantando”.
Una montaña rusa
Tanto desplegó su libertad creadora para confesar que “la sensación que tengo es que yo nací para traducir El Rey Lear”, tragedia shakespeareana que llevó al castellano o, más bien, de algún modo, reescribió.
También dado a silencios editoriales, en cuadernos de tapa negra permanecen textos inéditos que nunca quiso publicar.
Quizá todo se resuma a una montaña rusa, como la vida misma, con su ráfaga de altos y bajos, sus contrastes, contradicciones, tal cual Nicanor Parra recogió en un poema de igual nombre en Versos de salón: “Durante medio siglo / La poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa. / Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices”.