“No penséis que volver es tan fácil. Si marcharnos ya fue una locura, un viaje imposible que no sabíamos a dónde nos llevaría, hacer el camino inverso también tiene sus inconvenientes. Ahora, vallas, cámaras, perros y policías por todas partes. ¿Sabéis cuál era una de mis preocupaciones? Llegar hasta aquí y que después no pudiera volver a entrar en el extranjero”. Así les cuenta Fatima, la protagonista de Madre de leche y miel, la nueva novela de Najat El Hachmi, su regreso al Rif, de donde escapó años atrás para emigrar a Cataluña.
“En el Rif, todos piensan en cómo salir de ahí”, comenta El Hachmi, que con esta nueva novela regresa a esa zona de Marruecos, de la que ella misma proviene, para reconstruir la historia de Fatima, una mujer que en los años ochenta emigró a Vic junto a su hija pequeña. “Las condiciones de Rif son particularmente difíciles. Se trata de un entorno rural que, desde hace años sufre agravios y déficits importantes”, comenta El Hachmi, haciendo hincapié en cómo el Rif fue particularmente castigado durante el reinado de Hasan II, castigo cuyas consecuencias son todavía visibles en el enorme déficit de infraestructuras. “Hace años que se está pidiendo un hospital oncológico y todavía no se ha construido, a pesar de que es una zona con un elevada porcentual de personas que sufren cáncer, principalmente a causa de las armas químicas que se usaron durante el dominio colonial español” del que, habría que añadir, nunca se habla. “En España a diferencia de otros países como Inglaterra, no ha habido una toma de conciencia postcolonial, no ha habido ninguna reflexión postcolonial acerca de lo que supuso el colonialismo”, comenta la autora, para quien el problema es que “en España no hay una conciencia de haber ejercido como potencia colonial. De hecho, no se dice que se usaron armas químicas en el Rif. Hay mucho silencio al respecto”.
Es precisamente el silencio uno de los temas de la novela, un silencio que rodea la historia de esta parte de Marruecos, pero también la experiencia de la inmigración: “A principios de los años ochenta, en el Rif se produjeron las llamadas ‘Revueltas del hambre’, unas duras protestas que duraron casi tres años contra la subida de más del 300% de los alimentos básicos. Las protestas por la carestía que se vivía fueron sofocadas con mucha violencia por parte del Gobierno. Hubo muchos muertos y en las fosas comunes todavía hoy no se sabe quién ha sido enterrado”, comenta la escritora, para quien el silencio relacionado con estos acontecimientos es sintomático de una sociedad, la rifeña, que prefiere callar ante ciertos episodios de su historia. “También hay mucho silencio relacionado con la inmigración, casi nadie habla de su experiencia, de cómo fue”, apunta El Hachmi, que con su novela intenta llenar ese silencio de palabras para narrar aquello que permanece “no dicho” o susurrado en la intimidad de las casas, en las conversaciones de las mujeres, que, como explica la propia autora, eran unas grandes narradoras. Su experiencia, pero también su imaginario -los cuentos que explicaban a los niños, las leyendas del lugar, sus sueños y proyecciones de futuro-, quedaba, sin embargo, recluido en el secretismo de unas conversaciones que permanecían el la intimidad del día a día. “Cuando cocinaban, cuando lavaban la ropa, cuando cuidaban a sus hijos… aquellas mujeres siempre estaban hablando, contando historias. Ahora, gran parte de estos relatos, se han perdido. Ha aparecido la televisión y todo ha cambiado”, rememora la escritora, que, con esta novela, ha querido rescatar del olvido las vidas compartidas de todas aquellas mujeres del Rif y, a través de estas vidas, sus historias y sus narraciones.
Reflejo de todo ello, es la imagen de Fatima, la protagonista, narrando su experiencia, pero pidiendo a sus hermanas discreción, pues lo que ella vaya a contar no puede saberse: “Hablaré para vosotras, hermanas, hablaré para deciros cuanto queréis escuchar. Esta voz os narrará los hechos que desconocéis de aquella que salió del mismo vientre que vosotras. Dadme té para calentar mi lengua y cerrad la puerta, porque estas palabras mías no pueden salir de aquí. Son solo para vosotras, vosotras que podéis entenderlas y guardarlas. Sin revelarlas al mundo, que todo lo juzga”.
Fatima comienza así su historia, una historia que, sin embargo, el narrador debe completar, pues ni tan siquiera ella lo cuenta todo. “Me di cuenta que la novela no podía ser solo en primera persona, porque había cosas que Fatima no contaría y que debían ser narradas por el narrador”, cuya voz lleva al lector a la infancia y primera juventud de Fatima, a su vida en el Rif antes de emprender junto a su hija el viaje hasta Vic. Allí llegará, convirtiéndose en una de las primeras mujeres marroquíes inmigrantes en Cataluña. “Ella representa esa primera generación de emigrantes, una generación cuya memoria quería recuperar”: eran los años ochenta, cuando comenzó a formarse una comunidad marroquí en Cataluña y la realidad para aquellos y aquellas que abrieron paso a las generaciones siguientes era muy distinta a la actual. “En los años ochenta, no había todavía una gran comunidad de inmigrantes, no había carnicerías halal y era muy complicado encontrar determinados productos. Ahora es completamente distinto, hay tiendas donde encuentras productos marroquíes y la comunidad es mucho más numerosa”.
“Ay, hermanas mías, no queráis nunca la suerte de los emigrantes; por muchos milagros y maravillas que os cuenten, yo os lo digo de primera mano, no es ni por asomo una vida para envidiar”, cuenta la protagonista a sus hermanas. Volver no es fácil, tampoco irse, pero ¿era acaso mejor quedarse? Fatima llega sin nada a Vic, su primera “casa” era un “pisito en el que apenas había una sola ventana. Por muy limpios que hubieran quedado la cocina y el salón, seguía siendo un cuchitril con las paredes ennegrecidas de tanto utilizar la estufa y con todo el yeso agrietado o reventado”. Esa primera casa, sin embargo, era su primer “cuarto propio”: “Las mujeres del Rif antes que ser extranjeras en el país al que emigran, son extranjeras en su propia casa: no tienen un cuarto propio; su cuarto es el cuarto del marido y su casa es la casa de la suegra, donde también pueden vivir las cuñadas”, comenta El Hachmi.
Inmigrar es una liberación, pero a la vez te condena a un silencio aún más profundo. Fatima, como tantas de aquellas mujeres que emigraron en los ochenta, llegaron solas, no había ninguna comunidad de inmigrantes que las recibiera. “Me sentía expulsada de todo, de mi tierra, de las dos casas que no eran mías y, sobre todo, es que me invadió la añoranza imposible de soportar”, les explica Fatima a sus hermanas. La experiencia de Fatima poco o nada tiene que ver con la de su hija, a través de la cual El Hachmi narra la ruptura generacional que se produce entre la primera generación de inmigrante y la segunda, entre los padres que luchan por mantener sus tradiciones y unos hijos que las renuevan, que involuntariamente obligan a sus padres a readaptarse.
Najat El Hachmi recuerda cuando, hace algunos años, se intentaba hacer casas a las hijas de los inmigrantes con jóvenes que todavía vivían en Marruecos para mantener la comunidad y las tradiciones, pero sobre todo para facilitar a aquellos jóvenes el poder emigrar. “Esto provocaba graves conflictos en los hombres, que de repente veían como dependían de la mujer, que era aquella que podía hacerles emigrar. Para ellos, un gesto así ponía en discusión su masculinidad”. Muchas hijas de inmigrantes, sin embargo, tenían su mirada puesta lejos de Marruecos y de ciertas tradiciones, algo que obligaba a las madres a replantearse unas creencias muy arraigadas. “El sistema patriarcal estructura la vida cotidiana”, por ello es muy difícil romper con él, romper un machismo que no está solo en los hombres, sino también en las mujeres, un machismo del que, advierte la autora, nuestra sociedad no está exento. “El machismo es universal y se manifiesta de manera distinta en cada lugar”, comenta El Hachmi, para quien es necesario entender cómo “la inmigración a conllevado un cambio de la estructura social basada en el patriarcado”, cambio que no todos aceptan y cuya más peligrosa reacción es el fundamentalismo: “Los fundamentalistas cuestionan la pertenencia al islam de todo aquel que ha decidido adaptarse a una nueva sociedad y dejar atrás determinadas tradiciones”.
Madre de leche y miel es un homenaje a las mujeres que inmigraron para dar un futuro a sus hijas, un homenaje a las mujeres del Rif, pero no sólo: a lo largo de la historia, fueron muchas las que tuvieron que marchar para poder sobrevivir. Najat El Hachmi nos habla de Fatima, pero a lo largo de la historia hay muchas como ella, con orígenes e historias distintas. El Hachmi recurre a la escritura como herramienta contra el olvido: su novela rescata las anónimas historias de las mujeres del Rif, reivindicando la oralidad como origen de toda narración literaria. Con su escritura, la autora no solo se enfrenta al olvido, sino al silencio, muchas veces impuesto, por una Historia con mayúsculas que no lo cuenta todo o por un sistema patriarcal que no da voz a las mujeres. Najat El Hachmi apela a la comprensión, que solo puede alcanzarse a través del conocimiento y reconocimiento del otro, de ese otro que, a veces, somos nosotros mismos.