“Estamos bajo discursos hegemónicos que naturalizan roles sociales hasta tal punto que no somos conscientes de esta imposición y los aceptamos sin tener ni el tiempo ni la manera de rechazarlos” comenta Lina Meruane en relación a Contra los hijos (Literatura Random House), un texto incómodo en el que la autora chilena se cuestiona el lugar central que ocupa la figura del hijo y, consecuentemente, la maternidad en los discursos en torno a lo que debe ser y lo que debe hacer la mujer. “Hay demasiados frentes discursivos que están incidiendo en cómo debe ser y cómo debe actuar una mujer y, por tanto, es muy difícil no sólo darse cuenta de ello, sino de hacerles frente”, comenta la autora, que con esta diatriba busca contestar a los distintos discursos que, situando la maternidad en el centro vital de toda mujer, no sólo buscan devolver la mujer al espacio íntimo y excluirla del espacio público, sino controlar el cuerpo de la mujer, a la que se le impone la procreación como norma “natural” de la que no debe sustraerse.
En las primeras páginas del libro, aclaras que no se trata de un texto en contra de los hijos, sino en contra del lugar que ocupan los hijos y, por tanto, la maternidad.
El título de este libro contiene una provocación debido a que originariamente se publicó en una colección contrariante: todos los títulos eran “contra algo”. Por esto, al inicio aclaro que no se trata de un libro contra los niños, sino que es una reflexión sobre el dispositivo hijo, sobre cómo el hijo se convierte en un instrumento para devolver a las mujeres a la casa. Históricamente, ha habido momento en los que se ha requerido a las mujeres en el espacio público -por ejemplo, durante los periodos de guerra, cuando los hombres estaban en el frente y se necesitaba que las mujeres ocuparan sus puestos de trabajo- y, por tanto, el discurso de la maternidad baja su presión y ha habido momentos en los que este discurso ha vuelto a subir porque a las mujeres se la ha requerido en casa y no en el espacio público. En los momentos de más necesidad de que las mujeres vuelvan a la casa, el lugar que se le otorga al hijo comienza a ser cada vez más grande y éste se apropia los espacios de libertad adquiridos por las mujeres.
Esto refleja que el cuerpo de la mujer ha sido siempre tutelado en función de exigencias del sistema.
El cuerpo femenino ha sido tutelado siempre y no solamente en el tema de la maternidad. La presión social que existe sobre las mujeres no sólo se ve en la exigencia de que tengan hijos, sino también en otro tipo de políticas: la política antiaborto tiene que ver con la tutela de las libertades que puede tener una mujer sobre su cuerpo y la política de educación sexual en los colegios con sus modos moralizantes tiene que ver también con una tutela sobre el cuerpo de las más jóvenes. Estos son solo dos ejemplos, pero hay una gran serie de lugares donde se puede ver como se quiere tutelar el cuerpo femenino, que siempre ha provocado una gran preocupación al patriarcado y al poder, porque es un cuerpo que tiene el poder de la reproducción.
Esa tutela lleva a que las mujeres que no han querido ser madres y, por tanto, no han seguido las normas del tutelaje, hayan sido tachadas muchas veces de “desviadas” o de “anormales”.
Totalmente. No seguir la norma convierte a una mujer sin hijos en una anormal y ahí está la rareza, el desvío, la sospecha de una enfermedad y, más contemporáneamente, la posibilidad de un fallo genético por el cual te falta el gen del deseo materno. El no seguir la norma siempre te pone en el lugar de lo anormal y de lo carente. Es un modo de censura. En algunas ocasiones, puede ser solamente una forma de presión, pero, en otras muchas, puede convertirse en una violencia contra el cuerpo y la psique de una mujer. Y, ojo, también los hombres están recibiendo presiones para que sean padres. En cierta medida, los hombres contemporáneos están recibiendo esta presión porque presionar al hombre es una forma de presionar a la mujer.
Sin embargo, la exigencia es muy distinta.
Cierto. Se espera que los hombres provean económicamente para la familia, mientras que de las mujeres se espera que provean emocional y físicamente. Estos roles están muy cristalizados en nuestra sociedad y cuesta pensar en modelos diferentes. Sin embargo, cada vez más, encuentro situaciones en las que se revierten estos roles: hay hombres que trabajan en casa y están con los hijos, mientras las mujeres salen a trabajar fuera. Por supuesto, esto es excepcional, pero existen estos modelos y existen hombres que son felices con esta condición, porque el rol que se ha pensado para el padre es también un rol impuesto, no es el rol que muchos hombres elegirían. Esto resulta muy evidente en las parejas igualitarias, donde ya no se produce la oposición entre madre y padre y se redefinen los roles entre dos personas del mismo sexo. Los roles de madre y padre no tienen que ver con la biología, son decisiones personales que tienen que ver con la cesión de ciertos privilegios y compartir ciertos roles.
El cambio de roles o la ruptura con ciertos esquemas en torno al orden familiar sigue incomodando. Basta pensar en las manifestaciones presididas por el poder eclesiástico en contra del matrimonio homosexual.
Como chilena, no me extraña nada, porque la Iglesia católica en Chile no solamente estuvo en contra de la educación sexual en los colegios, sino también de las campañas televisivas para la lucha contra el SIDA. Y, ahora mismo, Chile es uno de los países con los niveles más altos de nuevos contagios de SIDA. De todas formas, la posición de la Iglesia no sorprende, sorprendería si su posición fuera la contraria. Además, precisamente porque están apareciendo nuevos espacios y nuevas formas de organización, desde espacios conservadores se está ejerciendo una gran presión para que no se desordene la familia. Estamos en un momento de vuelta conservadora y, por esto, la presión sobre las mujeres es cada vez mayor.
Junto a este giro conservador, tú señalas el feminismo esencialista que, a partir de preceptos ecologistas y biologistas, propone un concepto de maternidad muy sacrificado y muy tradicional.
Sí y es curioso que un discurso que parece progresista como el ecologista vuelve a poner a la mujer en el centro de la naturaleza y circunscribiéndola en la procreación y en el servicio físico al hijo. Hay mujeres que libremente quieren tener hijos porque quieren construir una familia, el problema no es este, el problema, y esto lo vemos en los movimientos feministas esencialistas, es cuando se fuerza a ejercer un modelo muy concreto de maternidad. El modelo esencialista es un modelo muy exigente de maternidad que lanza a la basura todas las conquistas emancipatorias conseguidas por nuestras abuelas y madres.
¿Ejemplo de ello es la defensa a ultranza de la lactancia?
Sí, la prolongación de la lactancia hasta los dos años obliga a la madre a permanecer mucho más tiempo en casa o a quitarse continuamente la leche para poder tener algo de independencia. La prolongación de la lactancia es muy sacrificada y el esencialismo lo justifica sosteniendo que la leche materna es la gran vacuna para el hijo; esta creencia viene acompañada por el rechazo de las vacunas y por una concepción ecologista por lo cual todo debe ser natural, empezando por la alimentación del niño. Se rechaza la comida no orgánica, así como los pañales desechables, es decir, todo aquello que sea artificial. Lo que provoca esta concepción de la maternidad es que la gestión de lo doméstico sea mucho más trabajosa y reduzca el tiempo disponible para el trabajo y el descanso. Todas estas ideas bajo el halo ecologista son muy peligrosas, porque ¿quién no va a estar a favor de cuidar el planeta? Pensando en Estados Unidos, ¿dónde está el Estado cuidando el planeta? No son los pañales desechables el problema, sino las grandes industrias.
¿Podemos hablar de una cesión de responsabilidad por parte del estado?
Absolutamente. Ahora que el Estado neoliberal se retira, la familia comienza a cargar con un montón de cuestiones y todo lo referente al cuidado de niños y ancianos cae encima de las mujeres. Por un lado, el Estado neoliberal cuenta con el trabajo no pagado de la madre dentro del trabajo, una situación que está directamente relacionada con la diferencia salarial en el mundo del trabajo y con la falta de ayuda a las mujeres trabajadoras con hijo. Por otro lado, el Estado neoliberal insiste en los valores de la competitividad que se imponen así a los valores de la solidaridad. Los padres terminan asumiendo que la única manera para que sus hijos vayan a tener un buen futuro es hacerlos competir con los otros niños; para ello hay que educarlos en colegios privados -el Estado reduce así la financiación de los colegios públicos-, hay que ocuparlos con muchas actividades extra-escolares, de las que se preocupan principalmente las madres, y hay que llenarlos de todas las tecnologías y juguetes posibles para que esos hijos realmente tengan éxito, palabra favorecida por el sistema, contra los otros hijos.
“Las madres no escribimos, estamos escritas”. ¿Y las mujeres? ¿También estamos escritas, estamos construidas por relatos que no nos pertenecen?
Porque nos escriben, nos cuesta tanto darnos cuenta de que estamos siendo construidas. De todas formas, esto no es exclusivo de las mujeres, de alguna forma todos somos construidos por el sistema. El punto es que la construcción se ha vuelto muy rígida.
De ahí el papel de la literatura y, en concreto, de las escritoras para escribirse a sí mismas.
Claro, de ahí que me interesara en el papel de las escritoras y decidí preguntar a mis pares que me ayudaran a pensar en la vida de muchas escritoras en relación a la maternidad o a la no maternidad.
Haces hincapié en cómo la maternidad interfiere a la escritura: esa habitación propia desaparece, no hay apenas espacio ni tiempo para la escritura.
Para Virginia Woolf es relativamente fácil pensar una habitación propia, porque en su hogar no hay niños. Es muy difícil cerrar la puerta de la habitación propia cuando al otro lado hay un niño que te llama y llora, puesto que no hay nadie a ese otro lado preocupándose de que el niño no llame y no llore. Además, hay que tener en cuenta que la escritura no paga facturas, son muy pocos aquellos que pueden vivir de la escritura; la mayor parte de las escritoras o vienen de una familia con dinero o tienen otro trabajo; si son madres, no tienen dos trabajos, sino tres: el trabajo de la escritura, el trabajo asalariado y el trabajo doméstico.
Más allá del espacio y del tiempo para la escritura, otro de los temas es cómo la experiencia de la maternidad o de la no maternidad interfiere en la obra literaria de las autoras.
Yo creo que en la narrativa de mujeres siempre ha estado la figura del hijo, porque es una figura central incluso para las mujeres que no los tuvieron o que decidieron abortar. El hijo ha sido una constante en la literatura, pero una constante muy criticada, puesto que la maternidad y el hijo eran considerados temas menores y se consideraba que las escritoras no hacían otra cosa que hablar sobre ello o sobre su cuerpo en un gesto de un ombliguismo exagerado. Sin embargo, me parece que son muchas las escritoras jóvenes que abordan estos temas y los llevan a una literatura muy literaria, abandonando la cuestión autobiográfica y proponiendo tensiones. Yo en el libro cito a Valeriea Luiselli, en cuya novela Los ingrávidos aparece la figura de la hija, y a Nona Fernández, porque ambas en sus obras están pensando y cuestionando el lugar que ocupa el hijo. Esta reflexión, además, empieza a aparecer también en la narrativa de algunos escritores; pienso, por ejemplo, en Alejandro Zambra, donde la pregunta sobre la paternidad es muy fuerte.
¿La literatura puede funcionar como un relato contra-hegemónico proponiendo nuevos modelos y nuevas maneras de pensar tanto la maternidad como la no maternidad?
La literatura puede confirmar el discurso hegemónico o lo puede cuestionar. A mí me interesa la literatura que cuestiona; la literatura que confirma es la literatura del best-seller. Todo proyecto literario busca ahondar en las fisuras y en las contradicciones, no articulando un discurso sociológico, pero sí pensando en las contradicciones de las vidas de sus personajes. Es ahí donde se abre un espacio para el lector y la lectora para pensarse a través del relato.
Por tanto, podemos decir que Contra los hijos busca incomodar.
El texto está escrito de manera provocadora en línea con esa primera colección en la que salió y a mí me parecía productivo no trabajar desde la teoría más solemne, sino desde un lenguaje abierto y más incómoda. Como escritora y como lectora me interesa la incomodidad; en estos momentos en los que los esquemas están tan cristalizados y no nos damos cuenta de cómo nos construyen, es importante provocar fracturas en el discurso hegemónico y para provocarlas hay que buscar un lenguaje martilloso. No se trata solo de cuestionar y de romper con lo establecido, sino de provocar una reflexión. La escritura tiene que ser propositiva, tiene que proponer que puede haber otros modelos y otras maneras de pensarse y así establecer un diálogo con el lector o lectora, al que incomodar y, al mismo tiempo, hacer pensar.