El ser humano está formado por sus experiencias y batallas, aunque todos respondemos a ciertos estímulos, y en teoría somos “iguales” o muy parecidos, el peso de la historia se esmera en marcarnos con luchas particulares e individuales.
La escritora rusa Svetlana Alexiévich utiliza el término Homo Sovieticus en su retórica para describir una especie diferente de hombre que solo sus consanguíneos pueden entender a cabalidad. Más de setenta años en el laboratorio marxista-leninista abrieron espacio para su desarrollo. “Algunos lo ven como una figura trágica, otros los llaman Sovoks –término peyorativo- … las personas que hemos salido del socialismo somos iguales pero diferentes al resto de la humanidad, tenemos nuestro propio léxico, nuestras propias concepciones del mal y el bien, nuestros héroes y mártires, tenemos una relación especial con la muerte”, escribe Alexiévich en El fin del Homo Sovieticus.
Esa relación de los rusos con la muerte, que los hace compartir una especie de “memoria colectiva comunista”, es responsable de una tradición literaria que pocos países han logrado exponer. Cuando se trata de reflexiones trascendentales sobre la vida y la muerte, sobre Dios, la religión y sobre el estado moral del hombre, los rusos han producido una bibliografía de obras universales que se amoldan a los paisajes más ajenos al comunismo y sus sobrevivientes.
Marzo es un mes particularmente atareado con aniversarios de natalicios y fallecimientos de valiosas plumas rusas. Durante este mes nacen poetas y escritores que definieron la Edad de Plata y Oro de su literatura, particularmente del siglo XIX, como Alexander Pushkin, Nikolai Gógol, Nikolai Leskov, Anna Ajmatova, Yevgeni Ivánovich Zamiatin, Mihail Bulgakov y Maximo Gorki. Son cientos de cuentos y novelas que siguen siendo íntimamente cercanos en su lejanía.
Para celebrar a los novelistas y pensadores del país eslavo que nacieron este mes, así como a los que les precedieron y siguieron, compilamos una lista de esenciales que se adentran en el vasto mundo de la producción literaria rusa.
Eugene Onegin de Alexander Pushkin
Pushkin es uno de los primeros grandes poetas de Rusia, su obra ha influenciado a Tolstoi y a Dostoievski y entre los literatos rusos es imprescindible entender su prosa enciclopédica y satírica. Lo particular de la obra de Pushkin es que está escrita en verso y sus rimas crean el escenario para la gran cantidad de arquetipos escritos posteriormente en la literatura rusa. Su técnica y estilo fueron a menudo rediseñados a la medida de sus admiradores. Eugene Onegin es uno de sus trabajos más representativos, en este se relata una sátira social contra la clase pudiente y la aristocracia de la época.
Onegin es un joven heredero que entabla amistades y amoríos con señoritas rusas que escriben en francés y se rodean de alusiones literarias clásicas.
Padres e hijos de Ivan Turguéniev
La novela de Turguéniev se centra en la amistad de dos jóvenes nihilistas y sus relaciones con la familia. Turguéniev expone y contrapone a dos generaciones rusas y retrata esa rutina tan familiar y significativa para su cultura en donde el campo y sus hacendados son invariables protagonistas.
Turguéniev ha escrito otros clásicos como Nido de nobles o En Vísperas, pero Padres e hijos es una novela directa y elocuente que sirve como abrebocas para entender los estereotipos de su literatura, y por ende de la cultura rusa.
Almas Muertas de Nikolái Gógol
Con Gógol se estrena una tradición satírica y rebelde que se estableció como sobremesa para los posteriores argumentos de la literatura rusa. Thomas Mann decía que desde Gógol la literatura rusa es cómicamente realista, y en Almas Muertas esta comicidad despliega todas sus letras en una historia que lleva a un caballero de clase media a recorrer la ciudad en busca de siervos fallecidos que va recolectando de sus propietarios. El principal escenario es el previo a la emancipación de los siervos en 1861, cuando en Rusia se podía comprar, vender e hipotecar a estos como mercancía. Esas son las almas muertas de Gógol que se prolongan en la pluma de escritores posteriores como Chéjov y Tolstói.
La muerte de Iván Ilich de Leo Tolstói
Es cierto que La guerra y la paz es una de las obras monumentales de la literatura no solo rusa sino universal, al igual que Anna Karenina, ambas de Leo Tolstói, pero un comienzo más básico y no por ello menos trascendental para entender su obra se halla en el relato de La muerte de Iván Ilich. Esta historia corta resume el estilo unilateral y reflexivo de Tolstói en donde los dilemas morales y espirituales del ser humano se presentan en grandes monólogos e introspecciones personales.
Iván Ilich es un burócrata que lleva una vida profesional y familiar ideal, pero el cambio de sus relaciones conyugales y la escasa recompensa que consigue en estas lo llevan a un declive que se acelera gracias a un repentino golpe en las costillas. A raíz de este somos testigos de los cuestionamientos de un hombre sobre el significado de la vida y la felicidad, planteamientos con los que el mismo Tolstói luchó en el punto álgido de su carrera y que relata sin censuras en ensayos como Confesión o El origen del mal.
Los hermanos Karamazov de Fiodor Dostoevski
Así como Tolstói, Dostoevski escribió múltiples obras universales imprescindibles, Crimen y castigo podría ser la más conocida pero también figuran Pobres gentes, El idiota, El jugador y El adolescente entre otras. Los hermanos Karamazov es una de sus novelas más abultadas y complejas, pero resume a la perfección la cultura rusa con intensos monólogos que cuestionan tanto a Dios como al amor y los impulsos humanos.
Además de ser su última novela, es una especie de Biblia rusa que filosofa sobre los cambios y modernizaciones de la época. La novela gira en torno al parricidio y las relaciones entre dos hermanos y su padre, pero en el intermedio realiza una síntesis de todas las inquietudes existenciales del autor, haciendo del hombre una alegoría al campo espiritual de batalla entre el bien y el mal.
Un día en la vida de Iván Denísovich de Alexander Solzhenitsyn
Un día ordinario en la vida de un trabajador de los campos soviéticos se convierte en una experiencia autobiográfica y confesional, que reconstruye los horrores de los Gulags y las condiciones de los prisioneros en los campos de trabajo estalinistas. El escritor, Alexander Solzhenitsyn, cumplió ocho años de trabajo forzado en Siberia y convirtió su experiencia en uno de los primeros testimonios literarios que denuncian las torturas y condiciones de los miles de trabajadores que marcharon y murieron en aquellos campos.
El doctor Zhivago de Borís Pasternak
Pasternak es uno de los autores rusos más afectados por la censura. Esta novela le valió en 1958 un Premio Nobel de Literatura que estuvo obligado a rechazar por presiones gubernamentales. En ella celebra la vida en medio de una de las épocas más crudas de la Revolución Rusa.
Pasternak fue reconocido como uno de los primeros disidentes públicos del régimen y en esta novela escribe una historia en donde el protagonista, el Doctor Zhivago, recrea a un intelectual revolucionario que se enfrenta a las imposibilidades del destino y a una historia de amor trágica y monumental.
El maestro y Margarita de Mikhail Bulgákov
Bulgákov crea una parábola del Estado en esta historia en donde el diablo llega a Moscú, bajo la apariencia del profesor alemán Voland, para rebatir la naturaleza humana y cuestionar una vez más la condición del bien y el mal en el mundo. El humor y la parodia hacen de teloneros para que un maestro y su amante se enfrenten a las tentaciones de el diablo en una Unión Soviética rodeada de grandes alegorías filosóficas. Su narrativa es refrescantemente creativa y dinámica para los estándares de la época.
Todo fluye de Vasili Grossman
Todo fluye es un retrato sobre la condición y la miseria humana. Grossman recrea en la Moscú de 1954, un año después de la muerte de Stalin, los remordimientos y confesiones de Nikolai, un hombre que espera a su primo luego de que este pasara treinta años viviendo en prisiones y campos de trabajo.
El testamento político de Grossman desnuda al estalinismo y sus extensiones totalitarias, así como sus consecuencias psicológicas y sociales.
La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexiévich
La literatura de Alexiévich recrea voces testimoniales que se alejan de la novela para adentrarse en el pensamiento de ese espécimen que ella llama Homo Sovietucus. Su trabajo es una monumental biografía testimonial del pueblo ruso y cada una de sus turbaciones y júbilos. En La guerra no tiene rostro de mujer la escritora da cuenta de cientos de testimonios de mujeres que pelearon en el frente ruso del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, y que se sacrificaron por una doctrina política sin entender como comenzar a vivir fuera de esta.
Los escritores rusos, al igual que el resto de su población, tienen una tradición instintiva de supervivencia y se aferran a una gran idea superior que abarca sus reflexiones. Es un precedente milenario de su literatura, el de morir por la libertad sin entender exactamente qué es ser libre, pero buscando serlo a toda costa. Esa búsqueda es un elemento constante en sus novelas.
“Hoy en día la gente solo quiere vivir sus vidas, no necesitan de una gran idea. Esto es algo completamente nuevo para Rusia, no tienen precedentes en su literatura” Svetlana Alexiévich