Juan Gabriel Vásquez cruza el charco para recibir premios. Tras su paso por Portugal para recoger el Prémio Literário Casino da Póvoa, se detuvo en Madrid para promocionar su nueva colección de ensayos Viajes con un mapa en blanco (Alfaguara, 2018). El libro rinde culto a la novela y a cómo ciertas narraciones han marcado a su autor, desde el autodescubrimiento hasta la reconciliación, pasando por las dudas de la paternidad.
Viajes con un mapa en blanco elogia al género desde una visión particular, pero no por eso menos válida; circunda los inicios de la novela con Cervantes, pasando por Tolstoi, Vargas Llosa y todo el boom latinoamericano. Vásquez nos incita a pensar cómo ha cambiado el mundo desde la escritura y, particularmente, desde la novela. La prosa como pastilla que nos ayuda a la autocomprensión y el conocimiento de nosotros mismos como seres humanos, como parte de países y territorios culturales; exploración necesaria para revisar y vivir los cambios.
¿Este libro es para ti un mapa referencial de la literatura?
Es una parte importante del mapa, muchos de los autores que han sido más importantes para mí, pero desde luego no todos. Todos los libros que exploro en esta colección son obras cuya lectura está asociada a un momento de mi vida y esa es una de las medidas que tenemos para reconocer la importancia de un libro en nuestra vida. Esto me lo dijo una vez Ricardo Piglia y se me ha quedado clavada la idea. Todos los libros que comento en el ensayo están asociados a un momento de mi vida, lo cual es la prueba de la importancia que han tenido para mí.
Sabemos que esta colección de ensayos es producto de tus conferencias en Berna, ¿esto provocó la estructura del libro?
El libro nace de una cátedra a la que fui invitado por la Universidad de Berna, de allí salieron dos o tres ensayos y el resto salió de lo que he ido escribiendo a lo largo de los últimos ocho años. Tienen en común que son reflexiones sobre el arte de la novela, de la relación con los lectores, el ejercicio del novelista, cómo las novelas nos cambian, pero lo he organizado en tres polos: el de Cervantes, que explica los orígenes de la novela, del género mismo; por otro lado, mis maestros del boom latinoamericano, es decir, los orígenes de mi tradición; y luego una tercera parte que trata de explicar sus aspectos más misteriosos. La extrañeza que me produce que una novela sea al mismo tiempo un depositario de la memoria y del pasado y, a su vez, una especie de profeta, capaz de anticiparse a los hechos del futuro y que además tenga la capacidad de ser mejor que sus autores. Esto último lo explora el ensayo sobre Tolstoi: cómo sus novelas fueron más generosas que el mismo autor.
Hablas de la palabra inventio, de que el escritor lo que hace es descubrir. ¿Cuánto has descubierto de ti mismo al escribir novelas?
Una novela, si uno entiende el género como lo entiendo yo, como una manera de investigar en territorios desconocidos, siempre es un descubrimiento, desde luego un descubrimiento sobre los otros. Mis novelas siempre tienen que ver con un pasado público de mi país, pero en el proceso de escribirlo, hay un descubrimiento sobre uno mismo. Los casos más claros para mí han sido El ruido de las cosas al caer (Alfaguara, 2011) y La forma de las ruinas (Alfaguara, 2015), que es mi novela más reciente. En El ruido de las cosas al caer descubrí mi relación con la época de las bombas en Bogotá, que yo había olvidado tal vez en defensa personal, porque eran memorias incómodas que de una u otra forma me habían expulsado de mi país en esos años. Yo había dejado de pensar en eso hasta que comencé a escribir la novela y entré en relación con esa época, descubriendo muchas cosas. La forma de las ruinas nació como proyecto en la época en que llegaron al mundo mis hijas. En esos días en que mis pequeñas estaban en la clínica recuperándose de un nacimiento difícil, conocí a un hombre que me invitó a su casa para ver los restos humanos de los políticos más celebres de la historia de los crímenes colombianos: Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán. Este hombre tenía en su casa huesos de la cabeza de Rafael Uribe Uribe y una vértebra de Jorge Eliécer Gaitán. La idea de tener en mis manos restos de la violencia colombiana y luego llegar a la clínica y sostener los cuerpos de mis hijas me generó una interrogante: ¿cómo van a heredar estas niñas la violencia del pasado colombiano? En la escritura de la novela descubrí mis preocupaciones como padre y cómo he heredado esos hechos violentos que sucedieron antes de que yo mismo naciera. Siempre la escritura de una novela es un descubrimiento sobre nuestra propia vida, de otra manera no valdría la pena seguir escribiendo.
¿Son las novelas y los libros, como afirma la crítica, la terapia de los escritores?
Yo nunca desprecio esta idea, de que escribir ficción es una suerte de terapia. Es una idea que no tiene mucho prestigio porque se la confunde con los libros de autoayuda pero sí, comprometerte en un tiempo sostenido con los destinos, las personalidades de una gente que no existe, es profundamente revelador sobre lo que uno es y sobre los propios problemas, complejos y ansiedades.
¿Y para los lectores?
Para el lector siempre es un fenómeno complejo en el que te comprometes psicológicamente y emocionalmente más que cualquier otra actividad de la vida que yo conozca. Ni ver una película o una obra de teatro, ninguna de esas maneras maravillosas que hemos inventado para explorar las rarezas del ser humano, tiene la intensidad que produce la lectura de una novela. Esto sucede porque las novelas están hechas de palabras y se vuelven una especie de recipiente en el que los lectores volcamos nuestra experiencia. Leer una frase de Anna Karenina a los 20 años y tener una idea de lo que es una familia, lo que es la infelicidad, es muy distinta de la idea que tienes a los 50 años. Las novelas nos dan información valiosa sobre quiénes somos.
Citas a Muñoz Molina analizando la dictadura franquista en uno de los ensayos. ¿Si la malversación política nos roba la tradición y los territorios intelectuales, no deberíamos darle más importancia al archivo? ¿Son los archivos una hoja de ruta para preservar la tradición intelectual y la democrática?
Es una de las preguntas que estructuran el libro de ensayos. Yo también me lo pregunto y tiendo a creer que hay una relación directa entre la salud de nuestros archivos y la salud de nuestras democracias, en el sentido de que mientras más contacto y más compresión tengamos de los relatos del pasado, mejor estamos para avanzar como sociedades. Para mí el caso colombiano está clarísimo, porque las negociaciones de paz son, en buena parte, una negociación sobre los archivos: ver qué hay en ellos, cuáles son las verdades de nuestra guerra, cuál es el relato que podemos contar de estos 50 años de guerra y tratar de encontrar uno en el que todos los colombianos nos sintamos identificados; ha sido de las cosas más difíciles y de los grandes retos que tenemos, y no veo que haya reconciliación como país sino hacemos un pacto en el que todos los relatos de la guerra sean igualmente válidos: la víctima de la guerrilla, del paramilitarismo, de los crímenes de Estado, campesinos o habitantes de las ciudades. Todos esos relatos tienen derecho a existir en nuestra gran narrativa nacional, de otra manera no creo que podamos avanzar en la construcción de la paz.
Quizás porque no existe una narrativa de la reconciliación…
Sí, es la construcción de eso. De esa narrativa generosa capaz de incluirnos a todos, esa es la reconciliación. No es decir aquí hay una sola verdad histórica y la vamos a imponer desde el poder, que es lo que quiere la derecha colombiana, que ya está editando el pasado, haciendo esfuerzos fascinantes y terribles por cambiar el pasado. Tenemos que resistir a esos esfuerzos a través de un relato verídico en el que quepamos todos.
Claro, la pregunta es ¿cómo llevar esas historias a los archivos y que sean leídos?
En eso está una de las responsabilidades bonitas que tenemos los escritores o que tiene la literatura en su sentido más amplio, desde el periodismo, la ficción, la crónica, la historia. Esa responsabilidad de servir de medio entre la gente y las historias vividas. Somos el vehículo, los libros, los artículos, los relatos por donde el pasado va a llegar a la gente y esas historias forman una idea de lo que somos y dónde nos hemos metido por cuenta de una guerra de 50 años. Ahí está la responsabilidad que tenemos.
También tiene que ver con cómo te acercas a la lectura y a la imaginación moral. ¿Por qué si la novela es intento de comprensión y abandono de prejuicios no podemos comprender el mundo actual? ¿Cómo debe ser la imaginación moral en la actualidad?
La novela sigue siendo una manera excepcional y quizás la única que realmente tengamos de conocer a los demás, de vivir la experiencia ajena que es dramáticamente distinta de la nuestra. La manera que tiene la ficción en prosa de funcionar, ese momento de soledad y de concentración de uno con el libro, facilita un tipo de conocimiento de las vidas ajenas que es muy intenso y muy rico, y que pasa por eso que mencionas de la imaginación moral que es básicamente ver la vida y sentir la vida desde un punto de vista ajeno. Eso es fundamental para la construcción de la tolerancia y para la construcción de cierta estabilidad social y de salud democrática, que están siempre ligadas a la idea de simpatizar con el otro, de ponerse en el zapato del otro. Esa capacidad de imaginar al otro se puede entrenar a través de la lectura de ficción.
¿A pesar de los sesgos cognitivos que podamos tener?
Los sesgos cognitivos están siempre ahí y nadie se escapa de ellos, pero también la novela los tiene en cuenta porque las buenas novelas nunca toman partido, nunca tratan de convencerte de nada, sino que es un espacio en el que ideas contradictorias pueden ser igualmente validas, que resulta más abarcador y generoso.
Hablas del caso humano como objeto de investigación, cuando esa investigación no sucede quién es el mediocre, ¿la novela o el escritor?
Yo creo que es el escritor. La novela tiene una manera misteriosa de funcionar y yo creo que muchas veces los relatos saben cosas que el escritor ignora. Las novelas son más sabias, más generosas moralmente, pero muchas veces el escritor no logra darle a lo que está escribiendo esa libertad, darle esa oportunidad de enseñarle cosas, por una necesidad de control demasiado intensa o de un cierto egoísmo. El escritor puede, queriéndolo o no, limitar las posibilidades de su propia novela y así se escriben libros que saben menos que los autores.
Volviendo a la imaginación moral, pienso en cómo García Márquez reinventó Aracataca y ahora se ha convertido en una especie de herramienta de marketing para la ciudad. ¿Cuál crees que es el deber ser con respecto a eso? ¿Cuál es el relato posterior que debe signar la historia del libro?
Ahí lo que sucede es que la literatura se escapa de las manos del autor y deja de ser responsable de lo que se haga con ella. En el momento que se publica el libro, la novela pertenece a los lectores y pueden usarla y abusar de ella, enriquecerla o banalizarla, o convertirla en una estrategia de marketing. Tú dime si García Márquez en algún momento pensó que las mariposas amarillas, que para él fueron un pensamiento de último minuto en el manuscrito, se hayan convertido ahora en el símbolo comercial y turístico de un país; yo creo que podría morirse de la risa. Así que hay un grado de manipulación de la literatura que ya no depende del libro ni del escritor. Uno se sitúa un poco al margen a disfrutar del espectáculo.
Pienso en la anécdota que comentas en uno de los ensayos, cuando Cortázar se queja del cambio de título del libro de Vargas Llosa, de Los impostores por La ciudad y los perros. Allí me pregunté por el mercado, ¿es deber del escritor en la actualidad reinventarse para sorprender al público? ¿El mercado prela a la creación?
Yo tengo mucho respeto por todas las estrategias que usan los escritores para darle a sus libros una vida más larga y mas visible, pero personalmente creo que mi papel está en la soledad del estudio y luego en ayudar en lo posible a que mis editores vendan mis libros haciendo promoción; sin embargo, nunca he hecho cosas que me parezcan molestas o incomodas o que no entienda. Todo el asunto está en dar a conocer tu libro y que no violenten tu idea de cómo deben ser las cosas.
Hablando de promoción, al final del libro hablas de redes sociales y posverdad. Tienes una visión conservadora con respecto a las redes sociales y piensas en la novela como un territorio para refugiarse del ruido. Sin embargo, ¿no se podría expandir el territorio de la novela a través de las herramientas de la era digital?
Yo hablo de mi experiencia directa de este nuevo mundo digital y lo que veo, por ejemplo, a nivel de la discusión política, es que las redes sociales son un lugar de crispación, de insultos, de calumnias, de desinformación, que se están convirtiendo poco a poco en un problema para nuestro ejercicio de la ciudadanía. Las redes sociales son como todo los inventos humanos, dependen del uso que se les dé. Durante muchos años estuvimos todos convencidos, incluido yo, de que a pesar de tener problemas como todos, las redes sociales podían ser una herramienta de democracia y vimos cómo habían conducido a la Primavera Árabe y cómo pueden ser un vehículo de la cultura extraordinaria. Lo que sucede es que yo no veo que ese sea el uso mayoritario, más bien los buenos usos tienen un efecto menos notorio que las manipulaciones, especialmente políticas. Yo hablo de un texto de Paul Valery en el libro, en el que describe las nuevas tecnologías de su época como una invención para la difusión de los populismos. Yo creo que algo análogo está pasando con las redes sociales que no hemos terminado de controlar y que se han convertido en ese lugar donde florecen los populismos, la desinformación, la posverdad, la diseminación de relatos que falsean nuestra noción de la realidad y nos llevan a tomar decisiones políticas basadas en ficciones o en mentiras, y todo eso es algo que tenemos que discutir y pensar. Yo solo quiero contribuir con esa conversación.
Volviendo a la pregunta, ¿te parece interesante abrir nuevos territorios para la novela en el mundo digital o crees que el formato es el papel?
En todo caso para mí lo es. Yo estoy seguro de que en unos años las grandes escritores van a trabajar en formatos digitales, pero yo no he llegado ahí y no soy parte de eso. Escribir una novela me parece tan difícil que prefiero que el medio sea algo que más o menos conozco y no ponerme a complicarme más la vida.
¿Escribimos para evitar el fracaso o para enaltecer nuestros naufragios?
Nuestras razones para escribir son tan diversas y tan personales y tan idiosincráticas, tienen que ver con nuestro temperamento y nuestras vidas ocultas que es imposible saber eso. Para algunos escribir es una defensa, para otros es una manera de salir o d esconderse del mundo. No sé, nunca he sabido dar una respuesta a esa pregunta, pero creo que escribir libros como este de ensayo, es una forma de explorar las diferentes perspectivas. Leo a Kundera o a Henry James, que escribió el arte de la ficción hace cien años; es una manera de indagar y conocer lo que dicen otros, porque también me hago esa pregunta, pero no tengo respuesta.
Hablas del libro como testigo del desastre, ¿crees que los libros se pueden reír de nosotros?
Yo creo que sí. Los libros tienen esa capacidad para interpretarnos y para leernos, entonces sí. Los libros nos miran, nos observan, nos dicen cosas de nosotros mismos y esas cosas también pueden ser un señalamiento y una burla. Los libros nos están denunciando todo el tiempo y nos dicen “aquí te falta generosidad, aquí te falta empatía, aquí estás mintiendo”. Los libros son capaces de señalarnos con mucha frecuencia cuándo estamos engañándonos o engañando a los demás. Leer una novela también es darse cuenta de cuántas veces has mentido o te has traicionado a ti mismo; así que sí.
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Viajes con un mapa en blanco espera a los lectores, es un archivo para conocer el pasado y resistir la estupidez de nuestros tiempos.