Me llamo Jesús Silverio Cavia, nací en Bilbao y vivo en Covarrubias, un pequeño pueblo burgalés rodeado de montañas y fauna salvaje donde me dedico a ser el cantor de las músicas que me vienen inspiradas por la naturaleza, sus musas y sus deidades femeninas. A veces me gusta decir que me pagan por correr desnudo por el bosque pintado como un Neanderthal, así me llega la inspiración. Y otras, conduciendo… De cualquier forma, no soy el autor de mi música, más bien su custodio. Me veo como un caballero andante del siglo XXI tratando de ser lo más honesto posible: el Hidalgo Silverius de Ura, el personaje que me habita y me enseñó que es mucho mejor vivir sin miedo a expresarse. Y, por supuesto, también soy Neonymus.
De niño era un chico tan tímido que cuando me escogieron para el coro me limitaba a mover los labios sin emitir ningún sonido. Aunque la música siempre ha vivido conmigo, desde aquel lejano día en que teniendo unos tres años mi padre trajo un teclado a casa y aquello me fascinó; luego descubrí los órganos de tubos, los que se tocan en la iglesia, y decidí que quería ser organista. Estudié en el conservatorio, tomé clases particulares de órgano y a los 15 años tocaba las fugas y preludios de Bach. Con el tiempo abandoné la formación y me lancé a hacer música electrónica y folk siempre como un pasatiempo, porque a mis padres les asustaba que quisiera dedicarme a la música. Así que acabé dirigiendo mis pasos hacia el diseño gráfico… Pero un buen día me cansé de tener que renovarme continuamente y pensé que si la música había sido tan importante en mi vida, debía darme la oportunidad de dedicarme a ella. Me hice una pregunta esencial: ¿De qué quiero que hable la gente cuando salga de un concierto mío? Quería que dijesen: “Lo que he sentido hoy no lo había sentido nunca”. ¡Tenía que construir una música nueva, algo que no hubieran escuchado antes! La voz es mi recurso más valioso, empecé a estudiar canto lírico y, de repente, las canciones me revelaron algo muy profundo, casi del Paleolítico diría, que nacía de mi interior unido a mis propias emociones.
Siempre me ha fascinado la Prehistoria. En el año 2000, o tal vez un poco antes, creé una plataforma de gestión del conocimiento colectivo sobre Prehistoria y protohistoria que se convirtió en un monstruo: Celtiberia.net. Quizás de forma inconsciente todo se mezcló y surgieron esos sonidos atávicos que muchas personas que asisten a mis conciertos aseguran que les produce una nostalgia de algo que no recuerdan haber vivido. Creo que la música es el mayor patrimonio del ser humano y el mejor transmisor de emociones que tenemos. Nuestro cerebro da más valor a la música que al lenguaje; fíjate en las personas que padecen alzheimer, se olvidan de hablar pero no de la música de su infancia. Y lo veo cuando estoy cantando en una iglesia románica o en una cueva y la gente vibra al unísono, y la música les transporta; es una esencia común a todos nosotros más allá de cualquier frontera geográfica. Algo tan misterioso… Tan misterioso como los espacios: He tocado en dólmenes prehistóricos y en ruinas, en lugares de una sacralidad increíble, pero mis mejores conciertos fueron en un conservatorio y un teatrillo, cosa que me fastidia y me sorprende. Paco de Lucía decía que es por la sonoridad de los espacios, hay espacios que inspiran música.
“La deidad que me inspira es la Señora del mundo húmedo, que me dictó un relato mitad escrito y mitad soñado. Ella es el aliento para seguir cabalgando por el mundo” –Neonymus.
Y aún hay más misterios. No solo la naturaleza me regala inspiración, sino instrumentos… Cada vez que salgo al campo encuentro huesos con los que hago flautas y otros útiles que empleo en mis conciertos y voy experimentando con ellos. De ahí saco música, y eso que nunca se me dieron bien las manualidades. Llevo conmigo un árbol que encontré hace cinco años en lo profundo de un valle, un tronco muerto que debía llevar trescientos años secándose, y al darle un golpe con un hueso resonó como una txalaparta con un sonido precioso. Así decidimos que teníamos que vivir juntos y me reveló su nombre: Ginebra. Todas las semanas riego el musgo para que siga vivo y pueda acompañarme a todos mis conciertos.
Mi vida es una suerte de realismo mágico, veo señales por todas partes y me dejo llevar por ellas. También siento que el espíritu de Don Quijote me tiene poseído y es mil veces más divertido ver la vida con estos ojos que con los de Alonso Quijano. E incluso tengo una Dulcinea, una deidad femenina que me impulsa a ser mejor cada día. ¡Sí, estoy completamente chiflado! Hace dos o tres años, cerca de una cascada donde hay una roca tallada como si fuera un trono, me puse a escribir una historia que hablaba de una Señora del mundo húmedo que habitaba en aquel lugar; esa noche, cuando me fui a la cama, soñé la continuación de la historia: me vi en el Monasterio de Santo Domingo de Silos mirando un alfarje del claustro decorado con ilustraciones que los monjes creen que son cuentos olvidados de la Edad Media. En mi sueño la mañana era oscura y pasaba horas y horas buscando hasta encontrar un unicornio y una sirena que aparecían en el relato que había escrito, de forma que al día siguiente, nada más despertar, llamé a un amigo monje para que me dejase visitar el claustro. Era la mañana más fría y triste del año y allí estaba yo, buscando durante horas un unicornio y una sirena, como ocurría en el sueño, hasta que de repente los encontré. No hay duda, el lugar me dictó aquella historieta y, desde entonces, me declaré súbdito absoluto de esa dómina, de la mujer del mundo húmedo.
De hecho, compuse una canción que he cantado muy pocas veces y es como una melodía templaria donde la deidad femenina que hace que el caballero luche por las causas más nobles le habla y le dice al hidalgo: “Tú eres mi esforzado paladín; tú eres mi precioso amante… Te amo desde siempre”. Imagina lo que sería despertarte por las mañanas acunado por esta voz, ¿no querrías ser el mejor caballero del mundo? Y en el fondo, estas diosas son como Dulcinea para El Quijote o la Virgen para los caballeros templarios. La devoción que se siente por ellas es muy diferente a un amor de carne y hueso que quizás te inspire los primeros seis meses o el primer año de relación, pero luego se vuelve rutinario. Las Musas jamás te defraudan ni tú esperas nada de ellas, simplemente son el aliento que te ayuda a seguir cabalgando por el mundo.
“En la Antigua Grecia si la obra de un artista no eran tan buena como las anteriores no era culpa suya, sencillamente no había sido asistido por las Musas como antes. Yo no soy el autor, sino el custodio de mi música” –Neonymus
Es curioso que las nuevas composiciones que he creado sean polifonías femeninas, una especie de búsqueda de esa madre original y de los espíritus femeninos que creo que están en el origen de todos los cultos. Por eso voy a titular mi nuevo disco ‘Venus’; todavía no se lo había dicho a nadie… Sí, eso es lo que pienso hacer el próximo año. Y también grabar un EP con las canciones de ‘Ultrahumano’, otra búsqueda, pero en este caso del umbral donde la humanidad se desvanece para dar paso a los mitos y a las diosas que necesitamos que aparezcan para que nos impulsen a ir más allá. Aunque, por supuesto, no sé si la inspiración me acompañará siempre… Eso ya se lo dije al equipo de Movistar Plus cuando me encargaron la banda sonora de la serie ‘Conquistadores Adventum’. Les dije: “No sé si seré capaz de hacer esto. No puedo generar una música preciosa cuando me dé la gana”. Y es que en realidad me siento así, trato siempre de ser muy humilde.
Una vez leí un artículo sobre la tendencia al suicidio, el alcoholismo y las adicciones de los artistas y las personas creativas. Cuando produces un disco o escribes una novela todo el mundo te pregunta qué será lo próximo y esperan que sea mucho mejor que todos tus trabajos anteriores, con lo que acabas imponiéndote una presión horrible. Mientras que en la Antigua Grecia y Roma se pensaba que los artistas eran visitados por las Musas, así que si una obra no era tan buena no era culpa del creador, tan solo la inspiración no le había asistido como antaño. Me aferro a ello, me resulta una idea liberadora. Soy simplemente el cantor de estas música y hasta que las Musas quieran.