El Mago Pop: "La magia necesita una ilusionista que lo pete para que las niñas quieran ser magas"
Hablamos con Antonio Díaz, conocido como el Mago Pop, el único ilusionista de Europa que ha sido capaz de congregar a más de un millón de espectadores.
¿Quién alguna vez no ha deseado volar, agitar lo brazos de tal forma que le permitan levantar el vuelo y sentirse libre? Los humanos siempre hemos envidiado las alas de los pájaros, las capas de los superhéroes o el paraguas de Mary Poppins que le hacía levitar de esa forma tan elegante y estilosa. Porque para muchos, volar ha representado la frontera de nuestros sueños inspirados en películas, cómics o novelas.
Pero, ¿realmente es tan imposible convertir en realidad nuestras fantasías, borrar fronteras, eliminar límites? Antonio Díaz, el Mago Pop, no ha tenido que pensar para responder: «Nada es imposible».
Y es que para quien es capaz de teletransportarse, desaparecer o volar, esta pregunta carece de sentido.
Es una calurosa tarde de junio y Antonio Díaz nos recibe en el Teatro Rialto de Madrid, en plena Gran Vía, donde cada día cientos de personas acuden para dejarse engañar por este erudito de la magia. Subimos a la planta superior del local pasando frente a la habitación donde parte de su equipo se encuentra ensayando para la actuación de la noche. Suspicaz cierra la puerta. Inevitablemente miro de reojo y sonrío. «Soy muy celoso de mis secretos«, se apresura a decir entre risas.
–¿Cuántas personas conocen tus trucos?
–Muy pocas, los secretos son muy importantes –explica mientras nos dirigimos a la sala donde charlaremos sobre el espectáculo que ha hecho que su nombre, Antonio, no hay nada más español que llamarse Antonio, suene con tanta fuerza como el de ilusionistas de la talla de David Copperfield o David Blaine–. Cuido mis secretos con mucho mimo, tengo un equipo donde trabaja mucha gente, pero no todos saben los trucos. Para el equipo esto es sano y eso hace que nuestro trabajo sea más misterioso–.
–¿Venderías alguno de tus trucos?
–Nunca, por nada.
Mi gozo en un pozo. No porque tuviese la intención de comprarle alguno de ellos, seguro que mi acaudalada economía no me lo permitiría, sino porque acudía a la entrevista con la ingenua ilusión de salir con algún truco bajo la manga.
Días antes había asistido al espectáculo, Nada es Imposible, con bastante escepticismo. La magia nunca me ha atraído y siempre he pensado que es un engañabobos. Sin embargo, tras casi dos horas de función, salí con la boca más seca que nunca –no la pude cerrar en toda la función– y, eso sí, sintiéndome un poco más boba. Imagino que como las decenas de espectadores que cada noche llenan el Teatro Rialto y que han convertido a Antonio Díaz en el mago más taquillero de Europa al haber sido capaz de congregar a un millón de espectadores.
–¡Eso sí que es magia!–afirmo.
–Magia y ser muy pesado. Se han unido muchas piezas porque que un espectáculo de magia esté ahí con los grandes festivales es ciencia ficción. Te hablaría de tenacidad, ilusión y suerte de que al público le haya gustado y haya hecho del boca oreja algo imparable.
Y es que para alguien que no cree en la brujería, sino en la ciencia y en la tecnología, el trabajo ha sido su mejor aliado desde que con cuatro años decidiese, con la capacidad de decisión de un niño de esa edad, que quería ser mago. «Fue a raíz de que un amigo de mi padre me hiciera el truco de la moneda detrás de la oreja. En ese momento quedé fascinado y a partir de ahí me convertí en un friki de la magia y empecé a estudiar de manera autodidacta».
Y de ese primer truco, 12 años después, con 16, consiguió actuar en el Teatreneu de su Barcelona natal. Sueños, La Noche Abbozzi y La Asombrosa Historia de Mr. Snow fueron los espectáculos predecesores a La Gran Ilusión, el show que le catapultó a la fama. Pero antes se licenció en Arte Dramático: «Hay mucha filosofía en torno a la magia, pero yo estudié teatro para ser mago y tener las herramientas necesarias para construir un personaje». Desde entonces, su ascenso ha sido imparable, atreviéndose incluso con la pequeña pantalla que ha llevado sus shows a 150 países. En ellos ha conseguido asombrar a artistas de la talla de Eduard Punset, Antonio Banderas, Neymar o al mismísimo Stephen Hawking. «Me dijo que le da más rabia no entender la magia que el universo. Fue uno de los momentos más fascinantes de mi vida por la admiración que le tengo».
Ahora, con su principal obsesión cumplida, volar, pretende cruzar el charco y llevar sus actuaciones por todo el mundo. «Me gustaría ser un gran ilusionista en todo el mundo y dejar nuestra marca lo mas alto posible», reflexiona Díaz. Aunque para tranquilidad de los que todavía no han ido a ver Nada es Imposible asegura que esto será dentro de un par de años: «Tenemos muchas propuestas internacionales, pero aún me quedan dos años muy interesantes en España. En Gran Vía, al menos, una temporada más, luego me apetece ir a Barcelona para terminar haciendo una gira nacional, que sería una especie de despedida». Estados Unidos, posiblemente, será el primer país al que embelese. Y con el ‘run run’ de aquellos compañeros que le acusan de plagio, el Mago Pop responde con firmeza: «En cualquier arte el versionar a los clásicos en una obligación. Lo importante es la aportación que hace cada artista», y sigue explicándose: «El mundo del ilusionismo es finito, no infinito, es muy fácil que todo se parezca. El estar expuesto tiene cosas muy buenas pero otras menos agradables, y hay que llevarlo con normalidad y tranquilidad».
Mujer y magia
El mundo de la magia y el ilusionismo tampoco se escapa de la lista de profesiones machistas. La mujer es esa azafata del Telecupón o del Un, dos, tres… que sonriente y con mucho ‘brilli brilli’ va acatando las instrucciones del mago para que éste brille aún más. Muy pocos nombres de magas se conocen. Pocos reconocerán a la española Inés la Maga, y mucho menos a la china Juliana Chen o a las estadounidenses Krystyn Lambert y Angela Funovits.
En este sentido Antonio Díaz lo tiene claro: «La magia tiene que renovarse en todos los sentidos. Esto es evidente. Este arte es milenario y durante muchos años ha estado estancado. Nosotros seguíamos con traje de frac sacando conejos de una chistera y con ayudantes vestidas de lentejuelas haciendo de la chica del Telecupón». Y continúa: «El mundo de la magia necesita de una ilusionista que lo pete muy fuerte para que las niñas quieran ser magas. La gente me pregunta por qué hay tan pocas magas. Yo creo que es porque hay muy pocos referentes para ellas. Yo no hubiera hecho magia si no hubiera existido David Copperfield, estoy convencido».
–Pero, ¿realmente sólo es una falta de referentes?
–Bueno, de referentes y de la necesidad de que los artistas nos adecuemos a los tiempos que corren y a la justicia. La magia es un arte escénico con un futuro arrollador porque conecta con todas las generaciones y culturas, pero está claro que la responsabilidad está en nosotros.
De esta forma, este joven ilusionista, que haría desaparecer «pero sólo un ratito» a Trump y Kim Jong-un «para hacerlos pensar», ahora sueña con jubilarse a los 40 –esto es, dentro de ocho años–, y tener su propio teatro. «Es como me imagino si pienso en mí con canas. Pero antes voy a dejar mi semilla en la magia», promete.