Oficios de la Muerte: “No puedes elegir cómo nacer, pero sí cómo morir”
No podemos elegir cómo nacemos, pero sí cómo morimos y para no dejar 240 Kg de CO2 en el ambiente y que la despedida tenga un sentido de comunidad y no solo de trámite administrativo se han creado los ecofunerales.
Me llamo Marta Pahissa, nací hace 40 años en Cornellà de Llobregat (Barcelona), soy ambientóloga y experta en ecofunerales. Me gusta pensar en la muerte como parte de un ciclo natural: cuando nuestro cuerpo se descompone nuestras células acaban formando parte de la tierra. Pensar que toda la material se transforma nos ayudaría a superar el tabú y el miedo que nos provoca morir.
Cuando empecé a trabajar en este sector me impresionaba bastante; lo mío son los bosques, la energía solar… Habíamos elaborado unas monografías desde la Fundación Terra sobre el impacto ambiental de la muerte y un día, de cañas con la directora de negocio de una aseguradora, le propuse que ofrecieran seguros de deceso ecológicos y empezamos a trabajar como consultores ambientales e inventamos el concepto de ‘ecofuneral’. Luego continué mi labor dentro de la empresa. Ayudamos a la gente a planificar su funeral ecológico cuando todavía están vivos. Eso es lo bueno. Nadie puede elegir cómo nacer, pero sí cómo morir y qué legado vamos a dejar a nuestra familia.
No tenemos la percepción de que contaminamos al morir. Y lo hacemos. La mayoría de las flores se importan de otros países como Colombia, hay ataúdes que vienen de China, los barnices también contaminan y la espuma donde clavamos las flores es tóxica. Cuando se incinera se queman combustibles fósiles que emiten CO2 a la atmósfera y aunque pensemos que enterrar es devolver a la tierra, casi morimos como vivimos: en el cuarto piso, pasillo D de un cementerio, aislados en un entorno de hormigón. Una empresa funeraria calculó la huella de carbono de sus servicios y emitían 240 kg equivalentes CO2, lo que equivale a la cantidad de CO2 que absorben diez plantas coníferas durante 10 años. ¿Así nos queremos ir? No solo eso, sino la forma tan fría en que nos despedimos. Todo pautado: recoger el cuerpo, llevarlo al tanatorio, hacer una misa o no, enterrarlo o incinerarlo. Como si no existieran otras alternativas.
“Muchos psicólogos cuentan que un mal recuerdo de un funeral puede provocar un proceso de duelo no saludable” –Marta Pahissa
He dedicado mucho tiempo a viajar a Inglaterra e investigar cómo son los ‘green burials’ o ‘natural burials’. Allí hay muchos bosques que son cementerios naturales y la gente puede decidir si quiere ser enterrada en un ataúd de madera, cartón o incluso con un sudario de algodón en la tierra.
En una ocasión, paseando por uno de estos bosques, vi a un hombre muy mayor con su cesta de picnic junto a un árbol, me dijeron que iba cada día a almorzar porque su esposa estaba enterrada en ese lugar. También conocí a los propietarios de un terreno donde criaban ovejas y dejaban que quien quisiera pudiera enterrar a sus difuntos; plantaban un árbol sobre el cuerpo y así las ovejas no se acercaban. Recuerdo que había una chica fumándose un cigarro bajo un árbol y la propietaria la saludó por su nombre, iba a menudo a pasar un rato con su madre; el árbol no era el memorial, no había placa. Todo el paisaje era el memorial. Y en Irlanda, por ejemplo, ocurre algo curioso: puedes decidir enterrar a tu abuela bajo el jardín siempre que figure en el registro de propiedad de la casa, porque si pones la casa en venta alguien tiene que saber que bajo ese jardín hay un difunto, vamos.
En España seguimos teniendo la misma legislación desde la época franquista, aunque se han presentado varias propuestas legislativas para modernizar este tránsito. Continúa siendo un escenario complejo, existen diferentes normativas de emisiones de cremación y la ley es muy restrictiva. Parece que todo debe hacerse rápido, que no se vea, que no se sienta. Tienes 48 horas para decidir cómo quieres despedirte de tu ser querido, si es que no ha dejado dicho cómo celebrar su muerte, y a menudo es traumático y va acompañado de culpa porque siempre tienes la duda de si era lo que quería. Muchos psicólogos cuentan que un mal recuerdo de un funeral puede provocar un proceso de duelo no saludable. No deberíamos dejar esta carga a los que se quedan. Si consiguiéramos celebrar ceremonias emotivas, a pesar de que es un momento triste, no faltarían fotos del funeral en los álbumes de familia.
“Un maestro decidió que al morir quería que los asistentes a su funeral fuesen con mochilas de material escolar para donarlo” – Marta Pahissa.
Para mí este es el sentido de un funeral ecológico: recuperar el control sobre nuestra propia muerte, hacerlo simple. Tal y como funciona el sistema y hasta que no cambien las cosas, así lo veo incluso para mí. Quiero un ataúd ecológico, una urna sencilla. ¿Por qué gastar más cuando va a durar unas pocas horas? Y escoger un lugar en la naturaleza donde mi gente pueda recordarme, contar anécdotas, llorar y reír, y sobre todo acompañarse. No entiendo por qué tienen que viajar de dos en dos en coches de cortejo cuando pueden ir todos juntos en un microbús. O llevar la urna a un bar y hacer unos gintonics con los amigos, porque aun estando tristes, estamos despidiéndonos. Hacerlo a mi manera.
Una de las anécdotas más bonitas que recuerdo es la de un maestro en Inglaterra que al morir dejó dicho que no quería flores, que quería que todos los invitados llevasen una mochila nueva llena de material escolar y después del funeral fuesen a donarlo. O una familia que llevaban al difunto en una carretilla con flores por el bosque memorial y ellos mismos echaron las paladas de tierra. Ese es el sentido de comunidad que haría que perdiéramos el miedo a la muerte, en lugar de ceremonias exprés. El Cementerio de Roques Blanques, en el Papiol, es uno de los lugares más bonitos para hacerlo; hay columbarios con lavandas y otras flores y muchos espacios con árboles memoriales. Y también se celebran ceremonias muy pequeñas en alta mar; hay una empresa, Gala Azul, que te lleva en barca para que lances cenizas o puñados de sal.
No creo que llegue a entender nunca la muerte, pero trabajar en el sector me ha hecho más consciente de que tengo fecha de caducidad y, paradójicamente, me hace sentir más viva. No soy religiosa. No creo en la reencarnación, pero sí en el reciclaje, en el ciclo natural de los ecosistemas. Imagino que volvemos siendo brisa, árbol, pájaro. Pero esta es la respuesta de una ambientóloga, cada uno debe buscar la suya.