Mary Shelley: Hija de una gran feminista, pero “esposa de”
Se estrena Mary Shelley, el biopic sobre la autora de Frankenstein, pero la única referencia a su madre, la feminista Mary Wollstonecraft, es una tumba.
Hay hijas que siendo el vivo retrato de sus madres dedican toda su vida a cortar el cordón umbilical que las ligan a ellas; a otras, en cambio, ese vínculo les ayudó a convertirse en las mujeres que querían ser, pese a que al seguir sus pasos y mantener vivo su legado conllevase padecer sus mismos sufrimientos y ostracismo, y pese que al final de sus días consiguiesen muchas menos victorias de las que esperaban.
Si es imposible entender a Mary Shelley sin el fantasma de la muerte que siempre orbitó a su alrededor –perdió a varios de sus hijos, a una hermana y nunca llegó a conocer a su madre-, lo es menos sin nombrar a Mary Wollstonecraft, la histórica escritora feminista que la alumbró y a la que siempre estuvo unida por un cordón ideológico.
Una de las últimas películas sobre su vida, ‘Mary Shelley’ estrenada en España el 13 de julio, da comienzo con una joven e inocente Mary visitando, como solía hacer a diario, la tumba de su madre, pasa de puntillas sobre la influencia que tuvo para ella el ser la heredera de una pionera del feminismo, que se enfrentó a las críticas y denuncias de la sociedad del siglo XVIII por defender sus derechos y que nos dejó grandes obras como ‘Vindicación de los derechos de la mujer’. Por eso, decía la autora de ‘Frankenstein’: “El recuerdo de mi madre ha sido siempre el orgullo y la dicha de mi vida”. Y también una maldición que tuvo que arrostrar, la de ser mujer, tener genio y querer adueñarse de su destino. Una biografía dual sobre dos Mary que rompieron los esquemas de toda una época en la que, aun salpicada de revoluciones, las mujeres seguían siendo ‘sparring’ del patriarcado, nos ayuda a comprender mejor que no solo se hereda la nariz o el color de ojos, sino las ideas.
La escritora Mary Wollstoncraft, al igual que su hija, fue partidaria del amor libre y defendió la igualdad de las mujeres a pesar de las numerosas críticas y denuncias que tuvo que afrontar.
Cuenta Charlotte Gordon, la autora de ‘Mary Wollstonecraft, Mary Shelley” (Ed. Circe), que no haber conocido a su madre, que murió diez días después de dar a luz aquejada de fiebre puerperal –los médicos de la época no creían necesario lavarse las manos- influyó tan decisivamente en la vida y obra de Shelley que intentó revivirla en la literatura como hiciera el doctor Frankenstein con su criatura. La obsesión por devolver la vida a los muertos, más allá de los peligros de la tecnología, subyace en la historia. alimentada también por la pérdida de su hija nada más nacer y el interés de su esposo, el poeta Pierce Shelley, por el galvanismo.
Un legado y muchos obstáculos
No únicamente tuvieron en común haber sido escritoras, ambas Mary fueron también madres solteras y escaparon pronto de sus asfixiantes hogares familiares. Ninguna de ellas creía en el matrimonio, al menos en las uniones que arrebatan a las mujeres su dignidad; Wollstonecraft fue partidaria del amor libre y creía que no podía haber libertad política si no había también libertad sexual. El padre de Shelley, el escritor y político William Godwin, precursor del pensamiento anarquista, jamás superó la muerte de su esposa y le hablaba con frecuencia a Mary sobre su lucha y sus ideales, hasta el punto de que la escritora conocía al dedillo fragmentos enteros de las obras de su madre y su fundamento filosófico –la histórica feminista fue una gran admiradora de John Locke, que sostenía que los seres de misma especie y rango deberían ser iguales-. Y, sin embargo, cómo son las cosas, la hija escoge libremente al amor de su vida, el poeta Pierce Shelley, que entonces estaba casado, y Godwin arremete duramente contra ella; algo no tan sorprendente por otro lado, si tenemos en cuenta que seguimos juzgando de la misma forma a las mujeres que obran como lo hizo Mary, mientras que los Pierce del mundo son perdonados e incluso justificados por sus mismas esposas; la de Shelley acabó suicidándose en 1816.
Las ventas del exitoso ‘Frankenstein’ cayeron en picado en cuanto se supo que su autor era una mujer.
Antes de que la recién formada pareja huyese del escándalo a Londres, cuenta la leyenda que consumaron su amor sobre la tumba de Mary Wollstonecraft. La realidad era que se habían conocido en las tertulias que organizaba Godwin en su casa y que el poeta acompañaba a menudo a su joven enamorada a visitar la tumba de su madre. Tanto que diez años después de la muerte de Pierce, Mary escribiría en su diario: “El cementerio, con la tumba sagrada, fue el primer sitio donde el amor brilló en tus ojos. Nos encontraremos de nuevo (…). Un día vamos a unirnos”.
“Señora de” Pierce Shelley
Y se unieron. O más bien, se superpusieron. Y ya os podéis imaginar quién sobresalió. Tras ese histórico verano de 1816 en Villa Diodati en que jugando a escribir historias de fantasmas Mary creó su macabro y exitoso ‘Frankenstein’, la única de sus novelas que llegó a ser conocida, la novela se publicó de forma anónima y con prólogo de su esposo, pero ventas cayeron en cuanto se supo que su autor era una mujer -durante un tiempo se pensó que la escribió Pierce Shelley-. Y no ayudó nada que la novelista, que al igual que su madre había defendido la igualdad entre los géneros y la independencia de la mujer, se dedicase a promocionar más las obras de su esposo y su padre que las suyas. O tal vez no tuvo opción, quizás el amor, sobre todo romántico, eclipsa y desborda, por mucho que creamos en la libertad del genio. Y eso que el poeta escribió: “Juro ser cuerdo, justo y libre mientras pueda. Juro no hacerme cómplice, ni siquiera con mi silencio, de los egoístas y los poderosos”.
De esa forma y hasta los años 80, al nombre de Mary Shelley, autora de ‘Frankenstein’, le seguía un “esposa de”. Hoy ya no necesita aclaratoria. Y su historia va pareja a la de otra mujer que nunca fue “de”, Mary Wollstonecraft, quien dejó escrito: “No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”. Fue justa. Hagamos justicia.