El héroe moderno nació con John McClane
John McClane era todos nosotros y eso lo convirtió en el primer héroe moderno. La jungla de cristal cumple 30 y revisamos su legado.
La jungla de cristal cumple 30 años, pero sigue siendo completamente vigente. La película de 1988 dio paso al nuevo cine de acción y creó al héroe moderno… ¡ah! Y es excelente.
Sí, claro que has visto La jungla de cristal –uf, la cara que se le tiene que haber quedado a quien puso ese título en español a una saga que nunca más involucró cristal- cientos de veces, sí claro que te sabes el nombre de John McClane y el de Hans Gruber. Claro que alguna vez viste a alguno -o fuiste tu- disfrazado con una camiseta manchada de sangre y pies descalzos. Pues ahora te contamos que La jungla de cristal tiene 30 años, sí 30, es ya una adulta contemporánea. Y aunque esa sea tu edad de vida (o tengas unos pocos más o unos menos) y parezca esto una locura, La jungla de cristal es de esas películas que se mantienen sin importar el tiempo que pase. ¿La razón? Digamos que, además de su maravilloso villano (RIP Alan Rickman) y su guión lleno de líneas ocurrentes y buen humor, mucho se debe a John McClane.
Cuando Bruce Willis fue elegido para interpretarlo era conocido por su papel en la serie de televisión Moonlighting y su contrato significó muchos titulares horrorizados sobre el traslado de este actor de comedia y televisivo al cine de acción (en esos tiempos la TV era aún un medio “menor”). El cine de acción hasta 1988 había estado poblado de Chuck Norrises, Sylvester Stallones, Arnold Schwarzeneggerses… tíos duros, de pocas palabras, fuertes y cuya existencia en pantalla consistía en matar (y enamorarse de algún personaje femenino definido exclusivamente por su belleza convencional, su amplio pecho y sus pocas líneas de diálogo). El McClane de Willis es un hombre bastante normal (lo normal que puede ser alguien tan atractivo y encantador como Bruce Willis), de hecho es hasta relativamente desastroso. En resumen: es humano. Y eso lo convierte, de hecho, en el primer “antihéroe” del cine de acción y el precursor de los tantos hombres medio desastre y con encanto que poblaron películas y televisión durante las tres décadas siguientes.
¿Qué hace a McClane un héroe moderno? Sus predecesores inmediatos –Arnold (que luego descubrió su sentido del humor) o Sylvester, por ejemplo- eran moles de músculos ajenos al mundo real, especies de máquinas de matar del lado de los “buenos” que no estaban interesados en interactuar con su ambiente más que para ejercer su fuerza. John, por su parte, es como todos nosotros. De hecho la primera toma de la película es de sus manos, aferradas al asiento de un avión, durante el aterrizaje. Tiene miedo (ese miedo y la solución que ofrece un pasajero sirven como excusa perfecta para un giro necesario posterior: el guion es redondo, atento y básicamente genial). Y se trata de ese miedo, de ese mirar a la chica bonita en el aeropuerto, de ese hablar con el conductor de la limosina con malas ganas, de ese traje barato y esa actitud de estar fuera de lugar en la fiesta de la compañía de su esposa en el Nakatomi Plaza.
McClane es todos nosotros, un ser humano que tiene problemas con su esposa, extraña a sus hijos y se lava las axilas en el baño de la oficina después de un largo vuelo. Es todos nosotros siendo incapaz de decirle a su esposa lo que realmente quiere decir y comenzando una pelea por no saber cómo hacerlo, es todos nosotros hablándose indignado a sí mismo en el espejo del baño.
John es, incluso cuando Hans y compañía toman el edificio, un ser humano bastante normal. Sí, es policía y por ello está armado y sabe más que un mortal cualquiera de cómo reaccionar ante un atraco y unos secuestradores altamente armados, pero sigue siendo alguien a quien cogen desprevenido, sin camisa y zapatos, en medio de una situación complicada.
John asume las riendas rápidamente, sabemos que su trabajo es algo que disfruta –tanto que su esposa está harta porque es a lo que dedica su tiempo- y que sabe hacer. Y durante el transcurso de la película sigue improvisando cosas cada vez más imposibles, pero hechas creíbles gracias a su cercanía y a su humor (en muchos casos se burla de sí mismo). Porque es ese humor, esas conversaciones con Powell a través de la radio, ese gesto de dolor al sacar un cristal de su pie, ese estar lleno de sangre, suciedad y sudor… lo que lo hace humano.
John McClane mató al héroe de acción robotizado, con músculos enormes y poco que decir. Lo convirtió en alguien con quien el público podía identificarse, no era un ser casi divino con un poder extraordinario, sino un humano capaz pero falible. Y en ese momento, en 1988, con sus pies descalzos, su camiseta, su humor y su cercanía, McClane le abrió las puertas al héroe moderno. Y el cine nunca miró atrás.