Kazán: la transformación de la capital de los tártaros
Kazán, una ciudad de identidades compartidas, situada a más de 800 kilómetros al este de Moscú, en la que se respira un aire de optimismo.
En el extremo oriental de Europa la capital de la República de Tartaristán reúne mezquitas, iglesias ortodoxas y estadios de fútbol del siglo XXI. Una ciudad de identidades compartidas y una historia fascinante a orillas del Volga, que simboliza como pocas los cambios de la Rusia moderna.
Una mujer mayor con una pashmina que le cubre la cabeza y los hombros mira con cara de malas pulgas al fotógrafo. El objetivo de la cámara trataba de encuadrarlas a ella y a su amiga, que luce un pañuelo a modo de diadema que le tapa la frente y parte del cabello. La indiscreción del turista ha interrumpido la conversación entre amigas frente al Ekiyat, el reluciente y kitsch teatro de marionetas tártaras que Kazán estrenó en 2012. Uno de los varios edificios de relumbrón que la capital de esta república de la Federación Rusa ha inaugurado en la última década.
Como la mayoría de locales, la pareja de amigas habla en tártaro. Cerca del 50% de los habitantes de la región pertenece a esta comunidad, porcentaje superior al de rusos. Tras la regañina inicial, la mujer cambia rápidamente el gesto, sonríe al visitante y se dirige a él en tártaro. La comunicación fluye a duras penas, pero la hospitalidad queda clara con los gestos, en una escena que representa bien lo que es hoy Kazán: una ciudad deseosa de recibir al forastero –el turismo se ha disparado en el último lustro- y de descubrirle su arraigada identidad y su rica cultura e historia, clave para entender el antiguo imperio ruso de los zares, pero también los cambios en los que está inmersa, más allá de estereotipos, la Rusia del siglo XXI.
Convivencia entre religiones
En 1552, tras siglos de autonomía y después de una cruenta batalla, el zar Iván IV (el Terrible) tomó Kazán, centro político y comercial de una región habitada por diversos pueblos venidos de Asia Central. La primera gran arremetida contra el carácter musulmán de la ciudad tuvo consecuencias (el nuevo zar ordenó derribar las mezquitas), pero no logró sepultar la identidad del orgulloso pueblo tártaro. Una segunda embestida tendría lugar siglos después, cuando los mandamases del Partido Comunista en Moscú trataron de echar tierra sobre cualquier expresión religiosa o de diversidad (lingüística, pero no solo) en el basto territorio de la Unión Soviética.
Hoy Kazán reivindica su historia al mismo tiempo que muta en una ciudad moderna. Quizás el lugar más simbólico y vistoso de esta transformación es la mezquita Kul Sharif –sus minaretes blancos y azul turquesa saltan a la vista nada más llegar-, levantada en 2005 sobre el sitio de un antiguo templo musulmán destruido por Iván el Terrible, dentro del histórico Kremlin de la ciudad.
Compartiendo horizonte en las alturas y espacio en esta fortaleza patrimonio mundial de la Unesco está la catedral ortodoxa de la Anunciación. La iglesia despunta en el cielo de Kazán con sus cúpulas azules pintadas de estrellas y cruces doradas, que por algo recuerdan a la famosa catedral de San Basilio de Moscú: ambas fueron construidas por el mismo arquitecto.
Segundo símbolo religioso-cultural: Kul Sharif y la Anunciación, referencia para musulmanes y cristianos ortodoxos respectivamente, están separadas por apenas 500 metros. Imagen de la convivencia pacífica entre ambas religiones y comunidades que esta ciudad representa desde hace siglos. “Creemos en la amistad entre ambos pueblos”, explica orgullosa Diana Kolesnikova, una joven de 27 años nacida en Kazán pero que pasó parte de su infancia en la no tan lejana Siberia.
Siuyumbiké y los orígenes de Lenin
La capital de los tártaros también es lugar de leyendas. Sin salir del Kremlin y tocando puerta con puerta con el elegante palacio del Presidente de Tartaristán nos encontramos con la Torre Siuyumbiké, otro de los emblemas de Kazán. Esta edificación inclinada –tiene una desviación de alrededor de dos metros respecto a la vertical- esconde diversos misterios, entre ellos el año de su construcción.
Algunos historiadores la datan entre los siglos XVII y XVIII, aunque otros afirman que es anterior a 1552. Fue entonces cuando, según la leyenda más popular, la princesa Siuyumbiké accedió a casarse con Iván el Terrible, que amenazaba con destruir la ciudad, sólo si éste era capaz de levantar una torre más alta que cualquiera de las mezquitas del lugar en menos de una semana. Para su sorpresa, los artesanos del zar lograron terminar el edifico a tiempo, lo que llevó a Siuyumbiké a subir a la torre y lanzarse desde su punto más alto.
La entrada y salida principal del Kremlin está coronada por otra preciosa torre (Spásskaya), enfrente de la cual se sitúa el Museo Nacional de la República de Tartaristán. Este esbelto edificio alberga una exhibición permanente que resume la turbulenta historia de esta región y su capital, una de las ciudades más antiguas de Rusia (en 2005 Kazán conmemoró los 1000 años de su nacimiento). En las salas del museo, casi al final, se muestran numerosos objetos de cómo esta metrópoli vivió y resultó clave en la Revolución Soviética, evento cuyo líder principal guarda un estrecho vínculo con la ciudad.
Siguiendo las señales en tártaro y ruso –acompañadas cada vez más de indicaciones en inglés para el turista extranjero- a través de la avenida Kremlyovskaya, uno llega fácilmente hasta la Universidad Estatal de Kazán, también conocida como Universidad Lenin, en honor a uno de sus alumnos más emblemáticos. Vladímir Ilich Uliánov pasó aquí buena parte de su vida estudiantil, antes de exiliarse y luego regresar como estilete de la revolución de 1917. Una estatua de un joven Lenin sujetando un libro deja constancia de ello.
En esta parte de la ciudad los edificios y las fachadas tienen un aire clásico. El color blanco, las ventanas amplias y las columnas predominan en los edificios gubernamentales, pero también en las antiguas casas de la aristocracia local, hoy rehabilitadas. Las anchas calles del centro de Kazán aparecen salpicadas por mezquitas y templos ortodoxos de diferentes tamaños. Entre los segundos destaca la Catedral de los Santos de Pedro y Pablo, encajonada entre edificios más modernos pero igualmente espectacular.
Grandes eventos deportivos a orillas del Volga
Volviendo nuestros pasos hacia atrás y levantando la vista desde el Kremlin se observa la desembocadura del río Kazanka en el enorme Volga. El río más largo de Europa, que flanquea a Kazán por su lado occidental, ha convertido históricamente a esta ciudad en un enclave comercial y económico de primer nivel. También es la entrada natural a Europa central desde el Cáucaso y Asia central.
De ello se ha aprovechado también en los últimos años la floreciente economía de la región, aupada por las abundantes reservas de petróleo de esta zona y por el nuevo impulso a industrias ya existentes, como las ingenierías mecánica y química. A esto hay que sumar inversiones clave en este siglo en sectores como las tecnologías de la información, que han convertido a Kazán en uno de los principales polos innovadores de Rusia.
A este cóctel económico hay que añadir un ingrediente más. Desde el cumpleaños por su primer milenio, esta urbe de 1,2 millones de habitantes se ha embarcado en una serie de grandes eventos deportivos que han apuntalado su transformación. “En torno a 2008 comenzaron los grandes cambios, antes de los Juegos Universitarios (Universiada) que Kazán acogió en 2013”, apunta Diana Kolesnikova, analista de una empresa organizadora de eventos deportivos de la ciudad. Después vino el Mundial de Natación de 2015, la Copa Confederaciones de 2017 y, finalmente este año, su participación como ciudad sede en el reciente Mundial de fútbol.
Desde la ribera sur del río Kazanka se observa en la otra orilla la parte más nueva de la ciudad, donde se ubica el espectacular Kazán Arena, construido para la Universiada de 2013 y que ha acogido hasta seis partidos del máximo torneo internacional de fútbol. En este lado del río numerosas familias y turistas pasean por el novísimo paseo levantado sobre unos terrenos antes abandonados. Los restaurantes, pubs y pequeñas tiendas le dan a la zona un aire occidental que quizás sorprenda a algún visitante.
Las cortas noches del verano tártaro tiñen el cielo de rojo e iluminan a nuestras espaldas el Palacio de la Agricultura, otro de los edificios emblemáticos de este nuevo Kazán, también fácilmente reconocible desde las alturas del Kremlin. Este alargado palacio de estilo ecléctico (mezcla de diferentes tradiciones y estilos arquitectónicos) se construyó en 2010 y hoy acoge el Ministerio de Agricultura del gobierno de Tartaristán. Una enorme escultura en forma de árbol saluda desde la entrada del edificio y proyecta su sombra en el hall del palacio.
Modernidad y tradición
La fuerte inversión pública no sólo ha dejado una lista de edificios vistosos. En 2005 se estrenó el metro de Kazán y en estos años se han renovado las carreteras de acceso a la ciudad y sus infraestructuras. Los cambios también han afectado a Bauman St, la calle peatonal que conecta el Kremlin con la plaza Tukaya y epicentro del creciente turismo internacional y nacional que visita la ciudad.
En este complejo equilibrio entre modernidad y tradiciones Tartaristán se mueve hoy con cierta soltura gracias al margen de autogobierno logrado tras la caída de la URSS. Con todo, Moscú nunca ha dejado de mirar con desconfianza a esta región rica en recursos y a medio camino entre Asia y Europa. El gobierno de Vladimir Putin, tras años distraído en otros asuntos, apretó las tuercas al Ejecutivo regional en 2017 con un decreto que en la práctica relega la enseñanza de la lengua tártara en las escuelas de esta república.
El movimiento generó mucho malestar entre algunos sectores de esta comunidad, la primera minoría del país (además de en Tartaristán, en torno a siete millones de tártaros se reparten por diferentes regiones de Rusia). Aun así, quizás por la bonanza económica de la región, la polémica parece haberse enfriado.
En esta ciudad de identidades compartidas, situada a más de 800 kilómetros al este de Moscú, se respira un aire de optimismo. Las generaciones más jóvenes han adoptado el inglés como una herramienta cada vez más útil para comunicarse con el extranjero. Un idioma que a los mayores les resulta ajeno. La mujer de la pashmina frente al teatro Ekiyat se dirige al forastero y le señala un número con sus dedos. Ante su cara de circunstancias, la señora mira a su alrededor y encuentra a un grupo de jóvenes turistas rusos, que traducen su mensaje al inglés: “tengo cinco nietos”. “Bienvenido a Kazán”, añade a continuación sonriendo.