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Ben Clark: "La soledad tiene muy mala prensa"

Ben Clark se presenta un sábado lluvioso en el antiguo Café Barbieri de Lavapiés. Este local fue inaugurado en 1902, cien años después de que en Alemania seis astrónomos se reunieran en un observatorio para encontrar un planeta perdido.

Ben Clark: «La soledad tiene muy mala prensa»

Ben Clark se presenta un sábado lluvioso en el antiguo Café Barbieri de Lavapiés. Este local fue inaugurado en 1902, cien años después de que en Alemania seis astrónomos se reunieran en un observatorio para encontrar un planeta perdido. Ese grupo de científicos inspiró a este autor ibicenco a escribir su último poemario La poesía celeste, merecedor del Premio Loewe 2017, el más prestigioso de poesía en lengua castellana.

“En 1800 seis astrónomos se reunieron en un observatorio privado al norte de Alemania con el objetivo de encontrar un ‘planeta perdido’ que, según la ley de Titius-Bode, debía existir entre las órbitas de Marte y de Júpiter. Así se fundó la primera sociedad astronómica del mundo. Se hicieron llamar ‘la policía celeste’”, reza el prefacio del libro.

Clark, además de haber sido becario de creación literaria en la Fundación Antonio Gala (promoción 2004-2005), ganó en 2006 el Premio Hiperión por su libro Los hijos de los hijos de la ira. Pero habla poco de esto si no se le pregunta, prefiere dar detalles de sus talleres de poesía y no escatima en decir  lo caro que es vivir en Ibiza, razón por la que hoy vive en Málaga.

Cuéntame, ¿encontraste en tu libro el planeta perdido?

(Se ríe) no sé si lo he encontrado pero se refuerza la idea de que lo importante es esa búsqueda. Aquella frase, tan manida, de que lo importante es el viaje. Este libro se concentra en una búsqueda del amor en muchos aspectos. Tanto con la pareja, como el amor con las generaciones pasadas y se concreta en la figura del padre. Allí, más que la búsqueda del amor, es la búsqueda de una conversación.

La búsqueda en La policía celeste va cambiando en el libro, al igual que sucede a lo largo de la vida. El nexo común es una búsqueda constante del amor, que en el fondo, a lo largo de los años y en la poesía, es lo que más me interesa: indagar en lo que nos hace bondadosos, en el sentido más amplio, y en aquello que nos hace tener empatía hacia los demás.

Pero el amor también es egoísta, ¿no?

Desde luego que sí, porque al final es la búsqueda de una satisfacción personal. Por lo menos de sentir que estás en paz con todo. Que, de alguna forma, has cumplido. Pero creo que en esa búsqueda del amor también está la posibilidad de hacer cosas para que los demás estén bien. Me gustaría pensar que la idea de la búsqueda del amor sobrevuela el texto.

¿Fue consciente escribir buscando eso?

No. Lo que pasa es que hay un momento muy interesante en el momento de la escritura de un libro de poemas, que es cuando el libro más o menos está por la mitad, aunque no sepas que es la mitad. Es cuando tienes un grupo de poemas ya hechos. Y aunque los poemas por definición son creaciones individuales que no tienen por qué estar relacionados los unos con los otros, a veces un grupo de estos te empieza a exigir una dirección. Si tu sabes escuchar esa dirección, que es lo más difícil, puedes empezar a hacerle caso y perseguir esa dirección. ‘Entiende hacia dónde quiere ir el libro’, es lo que suelo decir en mis talleres. En esta caso, el libro empezó con la idea de la búsqueda del amor y se fue concretando en poemas con la figura del padre, que no era tan importante en el libro y que fue cobrando fuerza.


«Cada uno siente su vida como una primicia»


¿De qué manera la figura del padre marca en la psique la búsqueda del amor de cada uno?

Hay algo propio dentro de esa figura que es la búsqueda de un identidad propia. Sobre todo, es una búsqueda de entender lo trascendente. Situarte dentro de un plano de tiempo y comprender cuál va a ser tu presencia en el mundo a través de observar el final de la vida de otra persona que, más o menos, eres tú.

Y, además, porque cada uno siente su vida como una primicia. No solo somos protagonistas de nuestra vida, sino que además sentimos como si la vida estaba hecha para nosotros. Cuando uno tiene un hijo, se tiene la sensación de ser la primera persona en tener un hijo; y cuando se te mueren los padres, se tiene la sensación de que eres el único caso en el mundo al que le ha pasado eso. Es un mecanismo para definirnos y para existir. Este tema no lo controlo pero me atrevo a decir que la gente que está clínicamente deprimida, supongo y me aventuro, han dejado de sentirse protagonistas de sus propias vidas. Sienten que la vida no está hecha para ellos en el sentido literal como en El show de Truman, donde todo lo que ocurre es para ti.

¿’La policía celeste’ existió realmente?

Sí, sí. Es una historia real que me encontré en Internet. Esa historia me pareció fascinante porque me pareció una especie de club detectivesco…

Con un buen nombre…

En realidad, el nombre se llegó a traducir como ‘la policía del cielo’ pero el concepto lo saqué de un artículo de una divulgadora científica que le puso ‘la policía celeste’. Lo más bonito es que la búsqueda de la polícia celeste parte de unos principios matemáticos, pero también de principios que están más cerca de la superstición o de la fe.

¿Ellos encontraron algo?

Lo interesante es cómo llegan a la conclusión. Ellos notan que, más o menos, a cada cierta distancia específica del Sol, hay un planeta. Entonces, notan que entre Marte y Júpiter hay el doble de distancia. Entonces dicen: ‘Aquí tiene que existir un planeta’. Es un razonamiento que por un lado es matemático y por el otro se basa en algo de fe. Son personas que vienen de la Ciencia y, sin embargo, esta búsqueda es completamente fuera de la lógica. Lo que sucedió al final es que, aproximadamente un año después (1801) de haberse constituido la policía celeste, un sacerdote llamado el padre (Giuseppe) Piazzi localizó lo que hoy es el asteroide Ceres. Aunque no es lo bastante grande para ser considerado planeta, se llegó a la conclusión de que ese era el objeto. Es bonita la idea porque en verdad no tenía por qué existir ningún objeto, y se encontró algo que más o menos se adapta a la idea. Si lo piensas es como una gran metáfora de nuestra búsqueda. A veces, lo que encuentras no es exactamente lo que buscas pero también es un suerte haber encontrado algo.

En tus comienzos como poeta fuiste becario de la Fundación Antonio Gala. Leí una carta que le escribiste a Gala en la que le dices que él hacía mucha referencia a su soledad y que intentaba que sus estudiantes más cercanos fuesen conscientes de lo dura que era esa soledad. “Creo que ha sido un tema que te ha preocupado siempre y creo también que creaste la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores para que muchos de nosotros no tuviéramos que enfrentarnos —por lo menos no tanto— a esa sensación”, dice tu carta. ¿No es necesaria esa sensación para ser poeta? ¿Las advertencias de Gala quizá te han permitido elegir caminos menos solitarios?

Creo que la soledad tiene muy mala prensa en estos días y es verdad que hay que reforzar la idea de que no es malo estar solo. Para las personas que escriben o que hacen alguna actividad artística la soledad es necesaria pero también es verdad que son pocas las circunstancias en las que uno se da cuenta de que los demás están viviendo la misma experiencia… Lo que comentaba en la carta es que es importante que el poeta, por llevarlo a mi caso, se dé cuenta de que hay otros poetas allí y que, en cierta forma, está viviendo lo mismo.

Un ejemplo clásico de la necesidad de esa búsqueda las tenemos en el famoso Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke, en el que (el joven poeta) Franz Kappus, le escribe a Rilke diciéndole que necesita trascender de su soledad de creador, y Rilke le contesta reforzando precisamente esa búsqueda interior, pero a la vez le está diciendo que no está solo. Es una especie de soledad compartida en la que el creador busca las cosas que solo él o ella puede conocer pero necesita saber, para no volverse loco, que hay otras personas en lo mismo. La Fundación Antonio Gala, en ese sentido, junta a gente en una edad joven que quizá puedan romper esa especie de melancolía y convertirla en una herramienta de trabajo. Es importante saber estar solo sabiendo que uno no lo está. Yo creo mucho en el feedback en el trabajo porque, incluso, puede modificar sustancialmente una obra.


«Entre todos todos, se crea lo mediocre, pero creo que tres personas pueden llegar a una mejor conclusión que una sola»


¿Te ha pasado con alguna en concreto?

En La policía celeste. Le mostré el manuscrito a un amigo que tampoco es tan cercano y cuya poesía no tiene nada que ver con la mía, pero esa lejanía y el trabajo que él se tomó para leerme, me permitió hacer unos ajustes en el libro que no habría hecho yo solo. Entre todos todos, se crea lo mediocre, pero creo que tres personas pueden llegar a una mejor conclusión que una sola.

Cuando estás trabajando, ¿qué viene primero: la imagen o la palabra?

No está muy claro. Se trabaja en mi caso, desde la palabra primero. Casi con mucha materialidad de la palabra. A veces, si esto se lleva al extremo, se puede convertir en algo muy difícil de entender incluso para los propios poetas… eso de la idea de la palabra en sí misma. Pero sí creo que es importante esa serie de palabras, o una serie de palabras que van juntas y sugieren algo… y creo que allí tiene que haber un elemento de misterio para el propio creador que persigue desentrañar esa cosa que hay detrás de las palabras.

Por ejemplo, en La policía celeste hay un poema que me gusta que se llama ‘Ceres’. Habla de la idea de los amigos que tienen hijos. También habla de la idea de no tener hijos. El poema parte del primer verso: ‘Admiro a los amigos que hacen pan’. Es un verso que en mi caso partía de la sonoridad y de las palabras en sí. Cuando lo escribí ni siquiera se me vino a la cabeza la idea física del pan. En este caso, la experiencia poética es que yo escribí ese verso y no fue sino hasta mucho tiempo después, cuando empiezo a ver el lado del pan. Para mí es como que hay un misterio en ese verso y una sonoridad… Muchas veces parece que las imágenes están escritas por la imagen pero a veces están escritas para desentrañar lo que hay detrás. Es difícil de explicar pero para mí allí está la esencia de la poesía.

Cada vez más se desmitifica la idea de que para ser poeta hay que ser “maldito” o “depresivo” ¿Te consideras un poeta maldito?

(Se ríe) no… La realidad tanto para hombres y mujeres es que son personas bastante normales que muchas veces llevan una vida muy normal pero que buscan desentrañar una compresión de la realidad.

¿Cómo responde la poesía, que debe estremecer, para adaptarse al mundo 2.0 y llegar a los jóvenes?

Se ha hecho una simplificación del constructo poético. Se ha vuelto a los juego de palabras, a una cosa más cercana a un divertimento. El problema que veo es que, aunque por un lado está bien que la idea de la poesía se transmite y mucha gente considere que está leyendo poesía a través de la pantalla del móvil, se pierde la experiencia de soledad con la lectura. Creo que cuando se lee un poema en Instagram, aunque lo estés leyendo en soledad, estás participando de un colectivo y te puede condicionar quién cuelga el poema, quién lo comenta, cuántos likes tiene. La experiencia de lectura es muy íntima y cuando te transforma por dentro es cuando descubres tus propias lecturas. Nos encontramos ante el peligro de la inercia, de que no se profundice mucho porque el formato no lo desea. Está quitando la oportunidad a mucha gente de descubrir la poesía de una forma más íntima. Es como la idea de que los niños no se tienen que aburrir pero el que se aburre es el que inventa juegos y construye un mundo.


«Para todo el mundo, la representación política de su idea, sea cual sea, siempre es un pequeño fracaso»


Entiendo que algunos poemas de tu libro Los hijos de los hijos de la ira, con el que ganaste el XXI Premio Hiperión, circularon de mano en mano durante las manifestaciones del 15-M que, además, fue el caldo de cultivo para la creación del partido Podemos. ¿Aún te sientes orgulloso de que eso pasara? ¿Qué opinas del camino que han tomado esos ‘hijos de los hijos de la ira’?

(Se ríe). Estoy orgulloso de que la palabra poética, en su sentido más amplio, pueda participar activamente en la política. Es algo que muchas veces pensé que era imposible. Sirve, si bien no como un instrumento absoluto de cambio, sí como una pequeña fuerza que empuja hacia cosas.

Sobre el camino concreto de Podemos, sinceramente creo que cualquier idea política –tanto de izquierda o derecha–, cualquier idea que pasa por la  Turmix de la política termina perdiendo fuerza y honestidad por la manera en que hemos construido el sistema político. Las ideas terminan siendo algo parecido pero no las que eran al principio. Para todo el mundo, la representación política de su idea, sea cual sea, siempre es un pequeño fracaso. Pablo Iglesias siempre hablaba del tema de la casta y, yo lo he entendido siempre, como que las personas entran en una realidad ajena al propio pueblo, que incluso puedo entender el por qué. Creo que Podemos tiene muchas más conexiones con la realidad social, pero como todos los partidos, al pasar por la puerta del Congreso, debido a las alianzas que se crean, se ha alejado.

Un poco jugando con el título de tu libro, ¿es peligroso gobernar desde la ira o desde el resentimiento?

Es peligrosísimo. Yo creo que Podemos llegó a España en un momento muy bueno, pero su discurso no está calando entre la gente que debería convencer que es la gente más retrógrada… no es un triunfo. Como partido no han llegado a los objetivos que se han planteado, pero ahí hay personas que, personalmente, pienso que son más válidas que las de otros partidos que son auténticos parásitos.

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