Oficios de la muerte: “Morir bien es absolutamente feminista”
¿Está la muerte muy corporativizada y burocratizada? ¿Por qué tanta prisa si la muerte es, después de todo para siempre? Conversamos con Caitlin Doughty, fundadora de la Orden The Good Death.
Me llamo Caitlin Doughty, nací en Hawai hace 34 años y hace siete fundé en Estados Unidos The Order of The Good Death, un colectivo que intenta devolver la muerte al lugar que le pertenece, como una parte natural de nuestras vidas. También soy directora de una funeraria alternativa en Los Ángeles, Undertaking LA, e impulsora del movimiento de la muerte positiva. Tras años de trabajar en funerarias y como investigadora he llegado a la convicción de que hay un tremendo poder en la convivencia cercana con los difuntos, poderlos llorar y vestir en casa como se hacía antes y tomarse un minuto para pensar cómo quieres despedirte de ellos. ¿Por qué te asusta tanto cogerle la mano a tu madre, o ponerle tú misma su pintalabios o su pañuelo favorito? ¿No sería este un acto de amor muy curativo? En Occidente esquivamos cualquier conversación sobre nuestro fin inevitable, ponemos un cristal entre nosotros y aquellos que se van y miramos un cadáver con horror (o no lo hacemos) como si fuera algo peligroso y ajeno. Intentamos por todos los medios evitar el hecho de que tarde o temprano moriremos, o mecernos en la ilusión de que viviremos para siempre, dañando paradójicamente, el planeta.
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Cuando tenía 8 años vi cómo un niño se caía desde un balcón en una zona comercial próxima a mi casa y el terror a la muerte me acompañó conforme fui creciendo; por eso creo que acabé dándole la vuelta y dedicándome a hacer que las personas dejen de vivir asustadas. Y para ello he tenido que investigar mucho… En los últimos años, he viajado por todo el mundo para estudiar los ritos funerarios de cada lugar: Indonesia, México, Bolivia, Japón… E incluso en algunos lugares de Estados Unidos, como en Crestone, Colorado, hay personas cuya relación con la muerte es totalmente diferente. El pequeño pueblo Crestone, por ejemplo, es el único lugar del país -y, de hecho, de todo Occidente- en el que los vecinos pueden incinerar a sus difuntos al aire libre, igual que hace decenas de miles de años. Los dolientes alzan piras donde encienden el cuerpo de un fallecido envuelto en un sudario y hay columnas de un humo blanco, inciensos y llamas que crepitan bajo el cielo azul, y así se despiden en lugar de llevar a sus familiares a un crematorio polvoriento y ruidoso en una nave industrial a las afueras de la ciudad.
Aunque quizás el caso más llamativo de interacción entre personas vivas y muertas -tanto que los occidentales no podríamos apenas concebirlo- ocurre en una remota región de Indonesia, Tana Toraja, a la que viajé en compañía de mi buen amigo el doctor Paul Koudounaris. En esta zona montañosa, el lapso entre la muerte y el funeral de una persona puede prolongarse durante años y el cuerpo se queda en casa todo ese tiempo al cuidado de la familia, que momifica el cadáver, lo alimenta, lo cambia de ropa e incluso habla con él. Sé que suena bastante impresionante, pero dentro de su sistema de creencias es una forma de construir un vínculo con el espíritu del fallecido. Le dicen cosas como: “Te he traído cigarros, lamento no tener más dinero” o “te voy a quitar el abrigo”, como si estuvieran vivos.
Por supuesto, todos estamos de acuerdo en que en países como España o Estados Unidos a nadie se le pasa por la cabeza mantener el cuerpo momificado de una madre en casa durante cuatro años, pero este tipo de culturas nos enseñan que la muerte no es una emergencia. No tenemos que llamar a una funeraria inmediatamente para que se lleven el cadáver porque…, en fin, mamá está muerta. Hace dos horas que lo está y va a estarlo eternamente, así que a qué viene tanta prisa. De hecho, el dolor no va a desaparecer por mucho que lo ignores; de hecho el duelo es un proceso que debemos transitar y no hay otra forma de hacerlo más fácil. Y al perder el ritual, perdemos también la conexión física y emocional con quienes hemos amado tanto. Cuando visité España los directores de las funerarias me decían que eran las mismas familias quienes querían que todo el proceso fuese rápido. Hay un problema de comunicación obvio; todo el mundo debería tener el tiempo necesario para tomar decisiones respecto a sus familiares o sobre ellos mismos. Incluso mejor, si sabes que un familiar está enfermo deberíais tener una conversación para planificar junto a esa persona qué quiere que ocurra cuando muera.
Antiguamente, la muerte no era en absoluto un tabú. Las personas morían en sus casas y la familia se ocupaba de todo, y no fue hasta principios del siglo XX cuando empezaron a morir en hospitales y sus cadáveres eran enviados a las funerarias cimentando el multimillonario negocio que hoy tenemos y que se ha corporativizado y burocratizado más que ningún otro en el mundo. De la misma forma que antes sacrificábamos animales en el hogar para alimentarnos de ellos y ahora todo sucede en mataderos, lo mismo hemos hecho con nuestros difuntos apartando la muerte de nuestras vidas. Y lo peor es que nos han hecho creer que los cadáver son ‘tóxicos’… Un foco de enfermedades; pero lo cierto es que el cuerpo de tu abuelita es bastante seguro y solo podría ser peligroso en caso de que hubiese muerto de ébola.
En la popular serie de Youtube ‘Ask a Mortician’ de Caitlin Doughty dedica algunos vídeos a la relación entre la muerte y el feminismo.
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Nuestros cementerios son buena prueba de esta distancia que hemos interpuesto no solo con la muerte sino con la naturaleza; están diseñados para sepultarnos bajo cemento, en ataúdes que evitan que estemos en contacto con la tierra cuando hemos celebrado entierros naturales desde hace miles de años. Los hornos crematorios, esos mamotretos de acero, ladrillo y hormigón de más de diez toneladas de peso, que tragan miles y miles de euros al mes en gas natural, vierten a la atmósfera dióxido de azufre y mercurio muy tóxico (procedente de los empastes dentales). La ‘buena muerte’ también tiene que ver con esto… De hecho, es algo absolutamente feminista y no solo por la cantidad de mujeres que están entrando en el sector, recuperando el papel que tenían tradicionalmente como cuidadora de los cuerpos 150 años después. Necesitamos un cambio de paradigma completo que difícilmente ocurrirá a menos que estemos abiertos y tengamos un plan realmente fuerte; la alternativa a enfrentarnos con tranquilidad a este hecho es más de lo mismo, el status quo del hospital y la funeraria.
Caitlin Doughty acaba de publicar ‘De aquí a la eternidad. Una vuelta al mundo en busca de la buena muerte’ (Ed. Capitán Swing, 2018).