Lester Bangs: el crítico politoxicómano y genial tan grande como los Beatles
Cuando David Foster Wallace se lanzó a escribir sobre el rap junto a su colega Mark Costello, hizo contorneos inevitables hacia la obra de demencial y certero Lester Bangs, que no solo fue el mejor crítico musical de su época, sino de probablemente todas. Y si no fue el mejor, al menos, fue el más genuino: adrenalínico pero paciente, perturbado pero cuerdo. Agazapado sobre la máquina de escribir, Lester Bangs era como un cóctel molotov con la llama prendida en busca de un coche patrulla. Murió a los 33 años, aunque por sus fotos le intuiríamos una década más a cuestas: sería su aspecto abandonado y su bigote de narcotraficante colombiano o la forma de sus párpados o su frente sin fin.
Cuando David Foster Wallace se lanzó a escribir sobre el rap junto a su colega Mark Costello hizo contorneos inevitables hacia la obra del demencial y certero Lester Bangs, que no solo fue el mejor crítico musical de su época, sino de probablemente todas. Y si no fue el mejor, al menos, fue el más genuino: adrenalínico pero paciente, perturbado pero cuerdo.
Encogido frente a la máquina de escribir, Lester Bangs era como un cóctel molotov en busca de un coche patrulla. Y aunque por sus fotos le intuiríamos una década más a cuestas –sería por su pelo desaliñado y su bigote de narcotraficante colombiano y sus párpados inflamados–, murió con apenas 33 años.
Si en España no lo conocemos tanto, cuando en Estados Unidos tiene la categoría de héroe de la contracultura –como Kerouac o Hendrix–, se debe fundamentalmente a dos razones:
- Porque Casi famosos (Cameron Crow, 2000) es una película de culto que nuestro tímido gremio rockero ha elevado a categoría de santuario, pero que el público general apenas conoce de oídas. En ella aparecen una cita que hará sonreír a todo melómano–“Escucha el Tommy de los Who con una vela prendida y verás tu futuro”– y el personaje de Lester Bangs, interpretado por Philip Seymour Hoffman –uno de los mejores actores de su generación–, dando rienda suelta a la pasión feroz que lo caracterizaba y a un conocimiento exhaustivo de lo que se cocía en las discográficas.
- Porque sus prosas reunidas por Greil Marcus en Reacciones psicóticas y mierda de carburador, que llevan 30 años publicadas en inglés –¡30 años!–, no han llegado en castellano hasta noviembre de este año, que la prometedora y debutante editorial Libros del Kultrum, a cargo de Julián Viñuales, ha apostado por ellas.
La primera conclusión tras la lectura del libro es la siguiente: Lester Bangs bebió del abrevadero del periodismo gonzo que Hunter S. Thompson abrió al mundo. Bangs asumió la actitud, estética y vocación necesaria para escribir desde la actualidad y para la historia, y lo hizo para la revista Rolling Stone –hasta que lo despidieron por sus críticas despiadadas a algunas vacas sagradas de la industria– y el semanario Creem –medio del que fue editor hasta su muerte–. Bangs se afianzó como el cronista de la época más brillante y vertiginosa del rock and roll, con todos esos melenudos poniendo patas arriba la cultura popular del siglo, precisamente porque era uno de ellos.
La cumbre de Bangs fue comprender que su espíritu rebelde debía trasladarse a sus textos. Lo consiguió escribiendo sin filtro, asumiendo que su deber consistía en ilustrar sin someter a los lectores al aburrimiento; escribió cientos de páginas con un estilo descarnado y en primera persona porque no le gustaban los rodeos, sino ir directo y al grano. Esta esencia de Bangs se encuentra, por ejemplo, en un artículo que escribió sobre la banda Black Oak Arkansas en 1972:
“Cuando se publicó el primer álbum de Black Oak Arkansas cometí el error de escucharlo una vez y redactar una reseña exageradamente imaginativa, bajo la influencia de las anfetaminas, en la que lo puse por las nubes. Poco más tarde un buen amigo mío me llamó por teléfono y me dijo: ‘Vaya, Lester, acabo de comprarme el álbum de Black Oak Arkansas basándome en la reseña que escribiste y quería decirte que ¡son una mierda!’”.
Curiosamente Lester Bangs, que comenzaba las mañanas con ingestas generosas de ácido como quien toma vitaminas, se marchó de este mundo en el 82 siendo joven y en la cresta de la ola después de un proceso gripal que le alcanzó con las defensas muy frágiles. Algunos meses antes tuvo que redactar su propia biografía; lo hizo con comicidad y sin modestia en un tono que anticipaba una muerte temprana:
“Yo era obviamente brillante, un artista de talento, un varón sensible que no temía mostrar su vulnerabilidad, una de las contadas personas que de hecho comprendían qué fallaba en nuestra cultura y por qué esta no tenía ningún futuro (un asunto sobre el que hablaba y no paraba de dar lecciones espontáneas y gratuitas, especialmente cuando estaba borracho, algo que sucedía a menudo, si no todas las noches), un cabronazo atractivo, bueno en la cama aunque, claro está, al haber sido bendecido con tal sabiduría de mis años y mi sexo, sabía que eso no importaba lo más mínimo; era un tío divertido, tenía un sentido del humor salvaje, era un individuo verdaderamente único e impredecible, un intérprete de rock and roll con banda propia, tal vez un candidato, si no ahora quizá en el futuro, al título de mejor escritor de Estados Unidos (¿quién era mejor? ¿Bukowski? ¿Burroughs? ¿Hunter Thompson?) Dame un respiro. Yo era el mejor”.
Lester Bangs asumió que la vida, como el arte, no es algo a tomarse en serio. Cuando asesinaron a John Lennon escribió un artículo para Los Ángeles Times donde no se puede percibir un atisbo de sentimentalismo, donde describe a los Beatles como una banda de músicos talentosos, tal vez “los más talentosos de su generación”. Pero llama la atención el gran cumplido que les dedica algo más adelante: los Beatles fueron “un momento”. Y como en el caso de los Beatles, el momento que fue Lester Bangs se sigue extendiendo por las generaciones como una ráfaga de inspiración que es siempre nueva. Lester Bangs es el rock and roll hecho palabra.