'La importancia del primer cero' o cómo hacerse mayor, según Oti Rodríguez Marchante
Este libro fue muy buscado, como ocurre con algunos niños. La editorial A buen paso es tan pequeña que apenas saca un libro o dos cada año, cuando el año es bueno, y se decidió por esta aventura infantil de Oti Rodríguez Marchante, a quien conocerás por sus críticas de cine en ABC, como una apuesta asegurada para preadolescentes en busca de identidad. Y aunque su autor todavía se debate en si se trata de un libro con niños, para niños o sobre niños, conoce con seguridad que nació de la observación prolongada de sus dos hijos, de 14 y 10 años, que de manera natural le condujeron hasta el título definitivo: La importancia del primer cero.
Este libro fue muy buscado, como ocurre con algunos niños. La editorial A buen paso se ha decidido por esta aventura infantil de Oti Rodríguez Marchante, a quien conocerás por sus críticas de cine fundamentales en el diario ABC, como una apuesta segura para preadolescentes en busca de identidad. Su autor todavía se debate en si se trata de un libro con niños, para niños o sobre niños. Pero tiene claro que nació de la observación prolongada de sus dos hijos, de 14 y 10 años, que de manera natural le condujeron hasta el título definitivo –La importancia del primer cero–, finalmente acompañado de las ilustraciones de Carmen Segovia.
El nombre es sugerente, nos enfrenta de súbito a una realidad con la que algunos nos hemos topado: que junto a la llegada del décimo cumpleaños –ahí va un cero– cayera el primer suspenso –ahí va otro–.
–A estos niños les ocurren unas peripecias que les transportan hacia ese otro mundo: el abandono de la infancia –cuenta Rodríguez Marchante–. El libro empieza con un personaje, Andrés, que cumple 10 años. En ese momento su tía le dice que ya es una persona casi mayor, que comienza a gobernar su propia nave. Le hace recapacitar sobre lo que está pasando, sobre lo que ya no puede hacer. Su relación con las niñas cambia. Aparte de Andrés, salen sus amigos de colegio Freddy y Paula.
Se abría la tarde para la presentación de su libro. No tardó en abarrotarse la librería madrileña La buena vida, a un par de calles del Palacio Real, para recibir a amigos y compañeros, allí estuvieron Jaime Rosales y Carlos Boyero y Hermann Tertsch y Fernando Colomo, que se ocupó de la presentación del autor. El suelo de ajedrez se llenó a toda velocidad y tuvimos tiempo para una entrevista breve con Rodríguez Marchante, interrumpido a cada paso con un abrazo o con un qué tal o con una enhorabuena. Allí solo faltaron los niños.
–Era un sueño de infancia hacer un tebeo alguna vez. Claro que yo dibujo fatal. Dibujo igual que cuando era un niño. Estuve en Sevilla con el libro, invitado por la Casa del Libro, y con algunos críticos. Tuve la oportunidad de hablar con ellos. ¡Me enteré de tantas cosas del libro por lo que me dijeron ellos! Empiezo a pensar que había una mano diabólica detrás de su escritura.
La paradoja del crítico de cine frente a los cineastas se extendió durante casi una hora. El autor no se sobrepuso a la timidez o la humildad para hablar de sí mismo. Para eso quedan los libros, que nos delatan, y los amigos como Colomo, que le concedió uno de los principales elogios: «Vamos viendo la historia vista desde distintos ángulos, como hizo Orson Welles con Ciudadano Kane. Esto es lo que más me ha gustado. A pesar de que la historia es aparentemente una anécdota pequeña, consigue darle emoción e interés y belleza».
El testigo de Colomo lo recogió el actor argentino Miguel Ángel Solá, del que se esperaba una interpretación del texto y no una dramatización del mismo, como ocurrió para alegría compartida. Solá fue Marlon Brando en Julio César, si el Julio César de Mankiewicz fuera un cuento con niños o para niños o sobre niños. Rodríguez Marchante, poseedor de información privilegiada, nos puso sobre aviso: «Él es el mejor actor del mundo porque no hay ningún actor en el mundo que sea mejor que él».
Y al concluir no hubo más palabras que las de Solá. Rodríguez Marchante las perdió en el camino: «Los actores consiguen estas cosas». No hubo preguntas ni interpelaciones y sí un aplauso de despedida. Corrió el vino. De pronto se hizo la fiesta y, a juzgar por sus miradas, todos sintieron el regreso a los 10 años. Sin temblor ni nostalgia. Como si quisieran vivir para la caída del segundo cero o para siempre, con la noche de Madrid por delante.