Kendrick Lamar, poeta americano
Wallace murió cuando el fenómeno Kendrick Lamar todavía no había estallado. Ante todo, Lamar es un poeta y la clase de héroe que nutre el sueño americano. Nos ha contado toda su vida a través de sus canciones. Sabemos, por ejemplo, que a los 9 años su familia no tenía donde quedarse, que deambulaba continuamente de un motel a otro, y que su padre pasaba y consumía coca, que su madre se llama Paula y que desde siempre fue bueno en la escuela. El rap solo fue una extensión de sus dos aficiones: la lectura y la escritura. El rap vino después, de hecho, y le libró milagrosamente de su tartamudez.
Por qué esto es importante: Kendrick Lamar es uno de los artistas más grandes de la música contemporánea, uno de los artífices del salto del rap a la categoría de arte, y el principal protagonista en la gala de los Grammy 2019 por sus ocho nominaciones.
Cuando defendió David Foster Wallace en una mesa redonda llena de intelectuales que el rap era lo más interesante que le había ocurrido a la poesía americana en mucho tiempo, aquellos tipos se llevaron las manos a la cabeza: para ellos el rap no era más que una cadena de palabras sin mérito, un género esencialmente violento, misógino y antiblanco. No entendieron nada. Años después, Wallace le dedicó con la ayuda de su amigo Mark Costello un libro completo al rap desde la humildad del hombre blanco de clase media, tomando como referencia las críticas musicales del loco y refrescante Lester Bangs. El resultado se tradujo en Ilustres raperos. El rap explicado a los blancos, que editó Malpaso para el mundo en castellano.
Wallace murió cuando el fenómeno Kendrick Lamar todavía no había estallado. Ante todo, Lamar es un poeta y la clase de héroe que nutre el sueño americano. Nos ha contado toda su vida a través de sus canciones. Sabemos, por ejemplo, que a los 9 años su familia no tenía donde quedarse, que deambulaba continuamente de un motel a otro, y que su padre pasaba y consumía coca, que su madre se llama Paula y que desde siempre fue bueno en la escuela. El rap solo fue una extensión de sus dos aficiones: la lectura y la escritura. El rap vino después, de hecho, y le libró milagrosamente de su tartamudez.
Cuando Kendrick Lamar habla de violencia, miedo, asesinatos, atracos, padres muertos y encarcelados, lo hace desde el recuerdo. Cuando nos habla de Compton –su barrio– lo hace con el espíritu que empleó García Márquez para Macondo y Faulkner para Yoknapatawpha. Lamar nos habla de sí mismo como lo hacía Homero de Ulises y escribe con una mezcla muy genuina de sabiduría literaria y sabiduría callejera, que comprende como concepto de callejero algo más suburbial o barriobajero –el lugar donde los niños pasean con bicicletas de madrugada con una Magnum bajo la camiseta de mangas hasta los codos–. Aparece permanentemente en sus canciones.
“I got power, poison, pain and joy inside my DNA/ I got hustle though, ambition, flow, inside my DNA”
(Tengo poder, veneno, dolor y alegría dentro de mi ADN/ Tengo ansiedad, ambición, flow dentro de mi ADN)
DNA (D.A.M.N., 2017)
Tiene 32 años y lleva media vida en la industria. Podemos verle imberbe y con gorra, casi un adolescente, en un videoclip donde su ‘hermano mayor’ Jay Rock canta con Lil Wayne: All my life (Ghetto). Era 2009. Su primer álbum llegó en 2011, Section.80, y ya es un álbum de culto. Kendrick Lamar supo hacer de internet una plataforma para expandir su música; sin apoyo de radios y televisiones, vendió más de 5.000 copias en una semana. Ahora mismo es disco de oro, con cientos de miles de ventas. Los paisajes que dibuja en canciones como HiiiPOWER son sugestivos. En este tema, por ejemplo, cuenta su vida desde los ojos de un niño de seis años. “Un pequeño en busca de respuestas”, anticipa en el vídeo promocional de la canción, una larga súplica llena de imágenes y frases polisémicas como esta:
“Sorry momma I can’t turn the other cheek/
They wanna knock me off the edge like a fucking widows peak, ugh”
(Perdóname, mamá, no puedo poner la otra mejilla/
ellos quieren quitarme de en medio como un p*** pico de viuda)
En 2012 da un salto cualitativo con un disco fundamental, good kid, M.A.A.D. city, que contiene una de las canciones sobre alcoholismo –aquí viene una licencia personal– más poderosas y fascinantes de la década: Swimming Pools. En ella cuenta que creció “rodeado de gente que vivía su vida en botellas”, cada uno con sus razones tan personales: unos por placer, otros por tristeza. Esa dipsómana terminó por acercarle a él, que no es inmune, a “la habitación oscura”.
“Nigga, why you babysittin’ only 2 or 3 shots?
I’mma show you how to turn it up a notch
First you get a swimming pool full of liquor, then you dive in it”
(Hermano, ¿por qué bebes solo dos o tres tragos?
Voy a enseñarte a beber de verdad
Primero llenas de alcohol la piscina, luego te zambulles en ella)
El barrio de Compton está en el corazón de Kendrick y en todas sus letras. Qué simbólica fue la portada del siguiente trabajo, To pimp a butterfly, algo así como chulear (como proxeneta) a la mariposa; “una colisión de lo hermoso y lo mercenario destinado a poner en venta el yo más profundo”, escribió Anwen Crawford en The New Yorker. El simbolismo de posar con sus colegas y familiares en lo que parece una fiesta a las puertas de la Casa Blanca, todos ellos nacidos con lo justo, hizo de la portada un icono. Curiosamente, poco tiempo después de esta fotografía Barack Obama le invitó al Despacho Oval, donde Lamar le habló de las miserias de Compton, de la violencia en las calles, y el presidente le reconoció en un acto de intimidad que entre sus canciones favoritas se encuentra How much a dollar cost (Cuánto cuesta un dólar).
Kendrick Lamar es el rapero más grande en vida. Todo lo que ha hecho por el rap se valorará con el tiempo. No solo es un poeta y uno de los artistas más escuchados en el mundo –el decimotercero en Spotify–, sino que tiene la capacidad de convencer a los legos en el género de que su música es más que música: alcanza la categoría de arte. Ya lo reconocieron los jueces del Pulitzer en 2018, cuando le honraron por su álbum D.A.M.N., que contiene maravillas como Humble o XXX. Lamar es el primer artista de un género distinto al clásico o el jazz en ganar el Pulitzer. Por supuesto, los Grammys tampoco le son ajenos: tiene doce. En la gala de 2019 aspira a otros ocho. Entre ellos, al de mejor canción con All the stars, una colaboración con SZA donde se sumerge en una escena más pop.