'Alta mar', la nueva serie de Netflix España, zarpa con destino a 190 países
‘Alta mar’ es la nueva producción española de Netflix, un policial ambientado en la década del cuarenta en un crucero transatlántico.
A 30 kilómetros de Plaza España, a 600 metros sobre el nivel del mar, en la villa El Álamo, se erige un imponente crucero transatlántico que afronta tempestades. Dentro de una construcción que pasa inadvertida, con escaso diseño arquitectónico, se erige un sofisticado salón art decó, distribuido en dos plantas, con alfombras delicadas y mesas con copas de cristal. Allí se erigió el plató –o mejor dicho uno de los dos sets– de Alta mar, la nueva ficción española de Netflix que zarpa el viernes 24 de mayo con destino a 190 países.
En la primera escena, con su ronca voz en off, el capitán, interpretado por el actor argentino Eduardo Blanco, narra en su bitácora, con letra nerviosa, aún lejos de llegar al destino, la desesperación que vive. Pocos días después de haber zarpado en Vigo, se han producido tres muertes en el crucero Bárbara de Braganza. Luego de esta introducción, el espectador se zambulle en esta historia de aguas revueltas, con los encuentros y enfrentamientos de un microcosmos de 651 tripulantes. Algunos de estos pasajeros son interpretados por el prestigioso José Sacristán, el popular Jon Kortajarena, Ivana Baquero (El laberinto del fauno), Alejandra Onieva (El secreto de Puente Viejo), Eloy Azorín (Gran Hotel), Eduardo Blanco (El hijo de la novia) y Antonio Morris (Fariña).
La productora Bambú (Gran Hotel, Velvet, Fariña y Las chicas del cable, entre otras), creada en 2008 por Ramón Campos y Teresa Fernández Valdés, regresa a la plataforma global para contar esta historia de misterio, pasiones y máscaras. Incluso antes del estreno de su primera temporada de ocho episodios los productores lograron redoblar la apuesta y avanzan en la realización de ocho capítulos más.
José Sacristán tiene lista su maleta en el camarín. Poco después de la presentación a los medios de Alta mar, partirá rumbo a Valencia para presentar su monólogo basado en la novela de Miguel Delibes, Señora de rojo con fondo gris. Avezado en universo del teatro, conoce el oficio del cómico de la lengua, de andar y desandar los caminos, pero esta exposición y los millones de espectadores que tienen acceso a esta historia, a causa de las bondades de la tecnología y de las exigencias del mercado, es algo nuevo para este artista también tan requerido en el cine y en el TV. “Esta magnitud excede por completo a la condición de trabajador que es la de contar historias. No se puede asimilar. Uno trabaja para un medio, y ‘el medio es el mensaje¡, dijo Marshall McLuhan. ¿Cómo manejarlo? No lo sé. Seguramente más gente de la que ha visto jamás a Vittorio Gassman te verá en un solo día”, explica Sacristán.
Baquero escucha con atención a Sacristán. La actriz deslumbró a Guillermo del Toro cuando era una niña y al mundo, con su interpretación de la pequeña que escapa a través de un universo de fantasía a los horrores que transcurren a su alrededor. “Intimida el concepto, pero por supervivencia humana, no se puede absorber”, admite que prefiere estar en aquella cápsula, como denomina al plató, con sus compañeros, y no pensar en la exposición.
Casi 150 millones de personas podrán ver a partir de hoy Alta mar, una serie que además empapela la Gran Vía y otras avenidas del mundo. Azorín confiesa que horas antes del estreno, cuando bajaba hacia la arteria central madrileña, se topó con el anuncio de la serie. Con cierto pudor, pero también con asombro y alegría, se tomó algunas fotos con aquel cartel quizá tan amplio como el Bárbara de Braganza.
Una boda y tres funerales
En una nave del plató se ubica la primera clase del crucero; en la otra, la tercera, el piso inferior del crucero. Alrededor de estas construcciones unas pantallas LED de dimensiones descomunales recrean al mar, sereno o revoltoso, según lo requiera el guión. “Si lo miras fijamente, te mareas”, asegura Kortajarena.
El crucero de Alta mar se dispone a cruzar el océano para arribar a Río de Janeiro. En alguna coordenada del Atlántico se celebrará la boda de Carolina, en la piel de Onieva, un calco de la mítica Veronica Lake, con Fernando, a cargo de Azorín, un joven de alta sociedad, un ser desesperado, sumido en un conflicto interior. “¿Qué le está pasando por la cabeza? ¿Qué esta rumiando. A medida que avanza la serie vas entendiendo. Creo que es un tipo profundamente estresado. Leí que a la gente le descubres el carácter cuando pierde la maleta en el aeropuerto o en un día de Navidad. Él está allí, en una situación donde su verdadero temperamento comienza a aparecer”, dice Azorín sobre su criatura. Aquel jovencito que Pedro Almodóvar eligió para Todo sobre mi madre ha forjado una carrera versátil que el año pasado lo ubicó como protagonista de la obra Siete años, dirigida por Daniel Veronese. Allí interpretaba a un brillante informático cautivo en una situación asfixiante, donde el estrés marcaba el pulso. Azorín admite que quizá algo de aquel personaje tomó para componer a Fernando en Alta mar, dado que comenzó el rodaje cuando la obra seguía en cartel.
La lente de esta serie coral se ubica quizá con más detenimiento en dos hermanas, Eva y Carolina Villanueva, dos personalidades muy diferentes: una mujer independiente, novelista y justiciera, una adelantada a su época, y otra dama más ingenua, un exponente de su clase social que se mueve dentro de los corsets de la sociedad. En la historia su padre acaba de fallecer y ambas quedan bajo la tutela de su tío Pedro. Cuenta Onieva, la actriz que la da vida a la rutilante Carolina, que cuando recibió los primeros guiones estudiaba y escribía el perfil de su personaje, pero con el devenir de la historia, aquellos rasgos se fueron desvaneciendo y emergieron otros nuevos. Aquel cuaderno con anotaciones ha quedado vetusto con algunos descubrimientos de su criatura.
Las diferentes clases sociales y los encuentros entre los dos mundos es una clave de esta serie que no elude el flagelo del hambre que atravesaba España durante la posguerra y la ilusión de una vida mejor en América. Además de las criadas y sirvientas, aparece el personaje de un pícaro, Nicolás, interpretado por Kortajarena, un joven que el capitán rescata de la delincuencia y le ofrece una oportunidad. Este crucero es mucho más que un medio de transporte, sino también un ámbito para los negocios, un hecho que genera un clima sombrío ante una ola de crímenes. El genial Antonio Morris, el actor que interpretó al jerarca del clan de los Charlines en Fariña, es el encargado (no demasiado eficiente) de velar por la seguridad.
Un encuentro amoroso
–Disculpe, no es por mí, comenzó el camarero. Es por mi mujer. ¿Te mueres?
Sacristán tomaba un café en Plaza Santa, mientras ensayaba una obra de teatro, y quedó atónito ante la pregunta del desconocido. La gente en la calle a menudo no lo saluda por su nombre, sino por el de sus personajes, y las generaciones más jóvenes le piden una selfie. “En la tele tú ya no eres tú. Eres el personaje. Eres Curro Jiménez o Chanquete o Don Emilio. La esencia del trabajo del actor aporta un arma escurridiza que es la puñetera popularidad”, admite.
Si el tío Pedro tiene una oscuridad, el capitán, cierta turbulencia emocional tras la muerte de su esposa. Blanco, uno de los actores fetiche del ganador del Oscar, Juan José Campanella (El secreto sus ojos) conoce bien el universo de la inmigración –es hijo de gallegos– de aquellas personas que cruzaban el mar en busca de una vida mejor.
Blanco y Kortajarena se reunieron con un ex capitán de crucero para aprender algunos rudimentos de este oficio milenario, el modo de operar ciertas herramientas. “De todos modos, esta serie no es sobre barcos, sino que habla de emociones y sentimientos”, aclara el actor de origen vasco. Esta opinión comparte Azorín, quien, si bien comprende que la ambientación es un imán de esta historia, y que el contexto histórico repercute en las acciones de los personajes, su interés está depositado en los vínculos y relaciones en aquel microcosmos.
Otro imán indudable es la presencia de Kortajarena, aún rodeado del epíteto, “el hombre más sexy de España”, abocado netamente a la actuación: “Cómo me ve la gente es algo que no puedo controlar y tampoco me detengo mucho a valorar. Dentro de mí ha habido un crecimiento de ser un niño a un hombre. La vida me puso de modelo, he viajado y he disfrutado mucho, pero mi espinita era la ser actor. Sentí que necesitaba formarme y me regalé ese tiempo y esa experiencia de aprender a equivocarme y cuando sentí que estaba listo, empecé a trabajar. Siento que el balance es muy positivo, que está tomando una dirección muy buena y tampoco tengo ansiedad”.
Los prejuicios habitan en los espectadores, pero también en los intérpretes a la hora de cincelar sus criaturas. “Es un salto al vacío. Cada encuentro con un personaje es un encuentro amoroso. Hay que ir despojado de todo prejuicio. A veces lo profesional y la experiencia no son más que corazas que no sirven para nada. Inmovilizan”, explica Sacristán.
Zarpa el crucero, zarpa una historia y zarpan muchas incógnitas hacia millones de pantallas y dispositivos con Netflix en su proa. “Pienso terminar mi carrera en Groenlandia. Sé que allí tenemos fans”, bromea Sacristán.