Andrea Camilleri: fumador, comunista, escritor inmortal
El padre del comisario Montalbano murió a los 93 años de un ataque al corazón y tras una semana en cuidados intensivos
Contó Andrea Camilleri que su sueño era morir en la plaza del pueblo contando historias, igual que los antiguos. En cambio ha muerto en un hospital de Roma, después de una semana entre una orilla y la otra y a los 93 años. A veces los deseos son eso: deseos. Los medios italianos recuerdan que decenas de lectores llamaban a diario para interesarse por su estado de salud. Tan querido… Camilleri.
Hay una anécdota divertida sobre este autor siciliano que escribió cientos de libros a ritmo de locomotora –llegó a publicar cuatro por año–. Camilleri le entregó el manuscrito de su primera novela, La forma del agua (1994), al maestro Leonardo Sciacia, con la valiente determinación de obtener una valoración sincera. “¿A cuántas personas piensas llegar con esto?”, fue la respuesta. No le importaba demasiado a Camilleri, que se conformaba con unas 500 copias vendidas. Desconocía Sciacia que aquel hombre acababa de crear a un personaje mítico de la novela negra europea, el comisario Montalbano –guiño y codazo a Manuel Vázquez Montalbán–, que ha vendido más de 20 millones de una serie compuesta por 26 obras traducidas a 35 idiomas. En nuestro país siempre lo leímos con devoción.
Dicen quienes lo conocieron que fumaba sin descanso, que amaba la comida y el buen vino –igual que Montalbano–, que nunca renunció a sus convicciones comunistas y que era tremendamente encantador con sus invitados. No creía en un Dios, no comulgaba con religiones ni instituciones eclesiásticas, ni mucho menos con la idiotez en la política o la charlatanería barata de tipos como Salvini. «No creo en Dios, pero ver con el rosario a Salvini me da una sensación de vómito», dijo en una de sus últimas entrevistas.
Camilleri aferró su vida al trabajo, no dejó de trabajar un solo día. Me recuerda a Woody Allen o Antonio Escohotado, ambos alrededor de los 80 y con la inamovible convicción de seguir trabajando. Camilleri no dejó de escribir tras el primer infarto, que le postró en la cama; tampoco durante su última década, cuando era prácticamente ciego y requería de la ayuda de Valentina Alferj para dejar sus historias impresas en negro sobre blanco.
«Me gusta escribir porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central»
Muchos nos lo preguntamos, ¿por qué esa imperiosa necesidad de escribir? La naturaleza de los impulsos no está sujeta a reglas. Camilleri supo que el talento sin esfuerzo es un puente sin río; es ridículo, innecesario y una verdadera lástima.
Es maravillosa la descripción del oficio que dio el siciliano en una entrevista que ha publicado el diario ABC: “Soy como un empleado del oficio de escribir. Me levanto muy temprano, me afeito y me visto bien, como para ir al trabajo. A las siete de la mañana ya estoy escribiendo. Soy un hombre ordenado y cuidadoso, por respeto al lector y a mí mismo, y porque temo que el desaseo pueda repercutir en la escritura. Luego, cada página que escribo la releo en voz alta para sentir el ritmo del discurso y así corregir lo que no funciona. Me gusta escribir porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central. Mientras pueda escribir, hay vida”.
En realidad, la vida de Camilleri no acaba aquí. Tampoco la de Montalbano, que tendrá una nueva novela. Aquella que su editor prometió lanzar póstumamente y Camilleri escribió comenzando por el final, con el temor de que la mala memoria le alcanzara con los dedos sobre el teclado. La llamó Riccardino.