Coco Dávez y la magia de equivocarse
«Las equivocaciones son las que más pistas te dan de todo. Hay que perder el miedo a equivocarse, a jugar, a experimentar, a pasárselo bien»
Valeria Palmeiro es la persona detrás de la marca Coco Dávez, un pseudónimo que nació de un sueño adolescente que ya apuntaba a la faceta creativa, aún sin tener su idea definida. Desde que era niña ha estado pegada al lápiz y al papel, dibujando en un rincón de su habitación «donde ni me cabían los trastos». Esta madrileña de 29 años se define a sí misma como una artista que divide su arte en varios campos: la fotografía, la pintura y la dirección de arte.
Pero son pocas palabras para lo que en realidad representa: un nuevo icono pop, una mujer reconocible desde la distancia –gracias a su fuerte identidad– que ha sabido crear un mundo y un lenguaje propio, con colores y formas que se asocian a su nombre. Precisamente eso es lo que admira de otros artistas.
La mayor recompensa le llegó con su colección Faceless, un tributo a todos los ídolos que la han inspirado en su vida y carrera. Reconoce que los retratos de sus ídolos siempre han formado parte de sus dibujos. Esta colorista colección surgió de un error. «No era muy feliz con lo que estaba haciendo en la pintura, y una tarde, pasándolo muy bien –pintando a Patti Smith–, el resultado fue espantoso«. Entonces rellenó el cuadro, dejando un retrato sin rostro, y para cuando estaba cubierto, Patti Smith era igualmente reconocible. Y se hizo la magia. «En ese momento empezó la diversión».
Y entre todos sus ídolos, ¿por qué no incluirse a sí misma?: «Me hago un retrato cada año desde que surgió Faceless. Es muy divertido pintarse a uno mismo, y también es un reto. Yo veo los retratos y sé perfectamente el momento que estaba viviendo, sé si era un buen año o no, y eso es una cosa que me llevo yo y que es bonita«. El centro de gravedad del universo de Coco Dávez está marcado por el color, especialmente el rojo y el amarillo, presentes en todas sus obras: «Es mi forma de lenguaje particular«.
Coco Dávez dejó la pintura a los 13 años, y vivió en una relación de «amor-odio» con ella hasta los 21. «Ahora llevamos una etapa bastante buena». Y no es para menos. Esta artista autodidacta ha colaborado con numerosas marcas o entidades, como Netflix, Kenzo, Prada, Swatch, Estrella Damm, Mini, New Balance, Desigual, Compañía Fantástica… Y a pesar de que cada proyecto es diferente, la joven asegura que intenta conectar con cada uno de ellos. «Ahora tengo la suerte de poder seleccionar proyectos muy concretos, en los que yo puedo aportar algo al cliente y viceversa».
En noviembre de 2018 publicó un recopilatorio de todos sus Faceless con la editorial Lunwerg. Y poco después, en febrero de este año, Forbes la incluyó –junto con Rosalía, entre otros– en su lista de «30 jóvenes más influyentes menores de 30 años en Europa». Valeria Palmeiro asegura que su vida no ha cambiado desde este «regalo«, pero que la «halaga muchísimo. Me sirve para reafirmarme en que lo estoy haciendo bien, y también es positivo para mi carrera». Además, Valeria Palmeiro forma parte desde el pasado mayo de la Maddox Gallery, una galería londinense que expone sus Faceless.
Hace escasos días concluyó la presentación de su última colección, 29 piezas –en homenaje a sus 29 años– que se expusieron en Cocol, una de las tiendas de artesanía más populares de la capital. Caos y otras luces es el nombre de esta colección de botijos, que pasa a ser su «proyecto más íntimo y favorito». Es «una oda a las crisis personales y existenciales«, y a través de estos objetos expresa cada etapa de su vida: una primera dedicada a la infancia, la segunda centrada en la adolescencia, unos años que para la artista fueron complicados, y así lo refleja con brochazos negros repartidos de manera caótica sobre el barro; y una tercera, que representa su etapa más ligada con la actualidad y con la tranquilidad de estar en el camino correcto.
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Su talento innato fue evidente desde su niñez, y por eso no fueron pocas las ocasiones en las que la instaron a estudiar Bellas Artes. «Pero yo huía de la universidad, me parecía horrible la idea de tener que estudiar esa carrera. Pensaba en los pintores que se habían hecho famosos, todos al morir. Veía un futuro muy dramático y no quería eso». A pesar de todo, siempre tuvo clara su vocación artística.
«Las equivocaciones son las que más pistas te dan de todo. Hay que perder el miedo a equivocarse, a jugar, a experimentar, a pasárselo bien. Esto a mí se me olvidó durante un tiempo. Yo no tengo estudios, y durante los primeros años hacía ilustraciones muy realistas y detalladas para demostrar a todos que sabía pintar, para que no cupiera duda de que podía hacerlo. Pero tenía una presión tremenda y no me lo pasaba bien. El realismo me gustó mucho en su momento, pero no me aportaba nada emocional«. Una de las lecciones vitales que ha marcado a la artista es aprender a «abrazar las crisis personales y disfrutar de ellas aunque, a priori, el propio término da mucho miedo, pero acaba siendo como una fuente que te nutre».
Valeria Palmeiro está «viviendo un sueño, y lo valoro cada día». Pero quiere cruzar otras metas, entre ellas, la moda. El territorio textil es el siguiente que le gustaría explorar. «Me encanta diseñar estampados, hacer patronaje, pero no sé coser». Tiempo al tiempo: «Ahora no voy con esa ansiedad de llegar, como años atrás. Ya llegará si tiene que llegar». Palmeiro lo tiene claro: la única fórmula milagrosa que te acerca al éxito es el trabajo. Tal y como dijo Pablo Picasso, uno de sus grandes ídolos: «Que la inspiración te pille trabajando».
Pero no son solo pinceles y acrílicos lo que rodea a la artista, que también es muy activa políticamente en Instagram, «la red social amable», como ella califica. «Cuando publico algún texto o cartel, es evidente con qué posición me identifico políticamente. No lo hago con ánimo de convencer a nadie». Con motivo del procès, la joven escribió en su perfil de Instagram: «Siempre hay dos partes en toda historia, y yo voto por la escucha, por el diálogo». Reconoce que por ese comentario tuvo su «primera criba de seguidores».
Palmeiro se siente «decepcionada» con la política actual. «El sentido común no se debe perder nunca. Hay que mirar más por la población en vez de llevar a cabo una lucha de egos. Yo me siento muy frustrada a veces, porque siento que nos insultan«. A pesar de todo, la joven no usa su obra como plataforma para lanzar mensajes políticos, aunque sí utiliza la cartelería «para aportar algo cuando hay algún hecho social».
«Estamos viviendo un momento de revolución, y es interesante que los que tenemos cierta visibilidad –además, a través de la cultura– tengamos cierto peso y podamos dar voz a determinadas cosas». Valeria Palmeiro se considera una persona afortunada, «porque puedo dedicarme a lo que me gusta, sobre todo siendo mujer y joven«.
Precisamente por ser mujer y joven, Palmeiro recuerda alguna situación del pasado, que inicialmente describe como «anécdota», aunque rápidamente se corrige a sí misma y emplea el término correcto: «machismo». «A veces me he sentido ninguneada. Los primeros años volvía a casa muy fastidiada, aunque eso te va dando tablas y te va cabreando poco a poco, pero al final aprendes a ser más directa». Cuenta cuando, en una ocasión, para una exposición colectiva, expresamente a ella se le pidió que fuese vestida de negro, «porque sino no se me iba a ver como a una artista. Y al tío de al lado no le han dicho que venga vestido de ninguna manera». Reconoce que al final fue de negro: «Cuando no tienes trabajo suficiente es muy difícil decir que no a ciertas cosas«. También se le viene a la mente cuando le exigieron ir con tacones a un evento, aunque esa vez se negó. «No hace falta ir con tacones para ir elegante. Hay un deje machista que te remonta a años atrás».
El pasado es la experiencia que el presente aprovecha, dicen. Y ahora la madrileña se centra en su perspectiva de futuro: «Me gustaría ir creciendo más como estudio, que no solo se me asocie a Coco Dávez, sino que el concepto abarque más campos, no solamente la pintura y la fotografía». Y parece estar empeñada en llevar la contraria a Calderón de la Barca cuando dijo que «los sueños, –solo– sueños son».