Nélida Piñon: "El tiempo nos hace anónimos a todos"
Hablamos con la autora brasileña más internacional sobre el reconocimiento, la fe religiosa y el Nobel a Peter Handke por su visita a España con su libro ‘Una furtiva lágrima’
Nélida Piñon nació en Río hace 82 años, hija de emigrantes españoles, y es –probablemente– la autora más internacional de Brasil. Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2005. Primera mujer en entrar y presidir la Academia Brasileña de las Letras. Profesora en Harvard, Columbia y Georgetown. Dice que la literatura le salvó de la monotonía y le regaló un mundo, que a la literatura le debe todo y que la literatura no le debe nada. Presentó en España su última obra, Una furtiva lágrima (Alfaguara), que dedica a su perrito muerto –“amigo inolvidable”– y que tiene por pilastras sus pensamientos y recuerdos más profundos: el amor, el idioma, la fe, la escritura, la pérdida, ser mujer y –cómo no– Brasil. Los últimos años le han arrebatado la vista, leer por sí misma ya no puede y necesita de esfuerzos homéricos para seguir escribiendo –acaba de contratar a un joven para que le ayude–, pero no la lucidez de toda una vida de lecturas.
Usted es brasileña, pero en España comenzó todo.
Sí, todo: mi génesis. Me doy cuenta siempre. Conozco muy bien mis partes españolas, gallegas. Esto para mí ha sido un milagro en mi vida. Hasta hoy agradezco mucho pertenecer a dos culturas que incorporan otras culturas también. Con 10 años viví en España, aprendí gallego y un poco en castellano. Leí todo, incluso del gallego del siglo XII al XIV. Los poemas, las cantigas. Eso estimuló mucho mi imaginación. Me ayudó saberme de aquí y saberme del mundo. Soy aldeana, soy cosmopolita, soy todo lo que uno busca ser. Tengo una sensibilidad muy profunda.
¿Cómo vive Brasil?
Amo mucho a mi país. No podría entender el mundo sin Brasil. Me quedé allí para siempre… y eso que viví en otros países. Fui catedrática en los Estados Unidos, viví en Nueva York, vi muchos sitios. Pero siempre conectada con Brasil. Sentía que el viaje primero de Brasil al mundo me dio el mundo. Y que estando en el mundo podía ver mejor Brasil, como si yo pudiera hacer la exégesis de mi país.
¿Cómo lo ve ahora?
Es un país en crisis, la verdad. Pero creo que tiene solución, no hay nada sin solución. Como soy una gran lectora de la historia sé que es pendular. Podemos verlo en Europa, ¿dónde está estabilidad de la UE? Las crisis ocurren, no son fáciles, muchas veces cortan cabezas, la gente pierde la esperanza. Por otra parte, la cronología de la historia es extensa, pero nuestra humanidad no tanto: 50 ó 60 años. Esto acentúa nuestra angustia. Hay pocos años para mejorar la vida y el entorno civilizatorio. Así que hay que resistir.
¡Qué entusiasta!
Siento mucho dolor por todos nosotros. Es un momento difícil porque el país está muy radicalizado. Dos grandes grupos que no se entienden, no hay pactos. Es una lástima porque el epicentro es Brasil, lo demás es periférico. Un país es un país porque congrega una humanidad dentro de él. Yo me preocupo mucho. Es un problema de sensatez, de estadistas. Nos faltan estadistas. No tenemos un Churchill.
¿Falta temple?
Falta amor al país. Sobra amor a sus intereses, su ambición. Y no estoy en contra de la ambición personal, pero debe estar condicionada a un proyecto universal. El país es lo primero: el pueblo, la gente. Pero yo sigo escribiendo. Cada cual debe resistir haciendo lo que siempre propuso para el bienestar propio y de la comunidad. Todo lo que uno hace repercute.
Usted sigue escribiendo… y lo hace desde hace muchísimos años. Algo habrá cambiado.
¡Muchísimo! Tanto mis novelas como mi manera de ser. Mi cuerpo… ¿hay algo más dramático que el cuerpo humano?
Tal vez perder la memoria.
Si no tienes memoria, no tienes apellido. No sabes dónde naciste, ni quién es tu madre o tu padre, ni qué experiencias has tenido. No sabes quién eres. La memoria es el fundamento de la ficción. Yo no me puedo imaginar la escritura sin memoria. La memoria está al servicio de la invención. Hay un acuerdo entre memoria e invención: la invención se nutre de la memoria.
Esa es su relación con la memoria, ¿qué relación tiene con Dios?
Muy buena, muy buena. Yo tengo fe, aunque no dialogamos. Una vez tuvimos esa relación y ya está. La conciencia es mía, no suya. Pero para mí es un pilar que está en algún sitio, ordena el caos nuestro. Para mí no es malo.
El pilar de la fe está en este libro.
No sé si tanto como un pilar. Yo creo que está presente, igual que lo está en la humanidad, en el mundo de los sentimientos. La euforia y la nostalgia de los sentimientos. De todas maneras, esa materia de fe es una riqueza. Nunca me empobreció.
Usted, con la cantidad de premios que ha ganado, se habrá planteado de qué sirven.
Los premios ayudan mucho. Más como creadora que como profesional. Los premios son generosos y ayudan, no sólo en el sentido financiero. Te hacen creer que estás haciendo las cosas bien; uno necesita aliento. El aliento tiene un valor intelectual y espiritual muy grande.
Me venía a la cabeza el Nobel a Handke, que lo abrazó aun cuando creía que aquello era “una falsa canonización del autor que no ayuda al lector”.
¡Le encantó ganarlo!
¡Faltaría más!
¿Sabes qué pienso de eso? Fraude. Yo no soy fraudulenta. Como mujer tengo la responsabilidad de lo que digo delante de mí misma, primero, y después ante la comunidad, a la que respeto mucho. Yo soy muy seria. ¿Qué es lo que dijo él?
Que era “una falsa canonización del autor”.
No creo que sea una canonización, sino un gran reconocimiento. Y si él está preocupado, debe saber que el tiempo nos hace anónimos a todos. Dentro de pocos años nadie recordará que lo ganó.
¿Le pareció un Nobel merecido?
Me pareció bien. Pero hay mucha gente deslumbrante y mejor que no lo ganó.
Muchos criticaron el premio a Handke por su postura en la guerra de Yugoslavia.
Yo creo que eso debe ser independiente. No admiro su postura, pero no creo que haya que crucificar a un autor por tener fallas fuera de la literatura. Ezra Pound, Céline… ¿cuántos? No es agradable. Uno quisiera que un autor pudiera ser fiel no sólo a su obra, sino hacia su comunidad.
Claro, que fuera ejemplar.
Exacto, ejemplar. Ejemplar ante las crueldades, ante el genocidio. Pero qué tendría hacer el Nobel: ¿hacer un examen previo? No tengo esa respuesta.