Historias (reales) de señoras y señoritas que se empotraron hace mucho
En ‘Señoras que se empotraron hace mucho’, Cristina Domenech relata las historias de mujeres que amaron a otras y desafiaron a las convenciones de su época.
Mademoiselle de Maupin cantaba como los ángeles y, según dicen, también fue una empotradora de campeonato. Nacida Julie d’Aubigny y criada en el París del siglo XVII, donde las apariencias importaban muchísimo, la hermosa chica —de carácter ingobernable— traía por la calle de la amargura a su padre, el entonces secretario del Caballerizo Mayor del Palacio de Versalles.
Un buen día, le hicieron entrar en vereda y Julie —que en realidad era bisexual — se convirtió en madame de Maupin, después de que su amante —que, por cierto, era jefe de su padre— le arreglase un matrimonio con un tal señor Maupin. Poco después de aquello, la muchacha consiguió trabajo en la ópera de Marsella e inició una pasional relación con la hija de un influyente comerciante. El padre de esa chica, que no estaba demasiado contento con el percal, mandó a su hija a un convento en Aviñón y Julie, testaruda como ella sola, acabó abandonando su trabajo e ingresando en el convento como novicia, con la intención de rescatar a su novia.
“El plan era el siguiente: coger el cadáver de una monja que había muerto hacía unos días, meterlo en la cama de la muchacha y escapar del convento”, señala la escritora Cristina Domenech. Como aquello podía acabar descubriéndose rápidamente, Julie cortó por lo sano y le prendió fuego al convento antes de escaparse de allí. Ahora bien, liarla parda conlleva consecuencias: Julie acabó acusada de profanación de tumbas, secuestro y varios delitos más, y tuvo que irse de Marsella. De hecho, la chica se metió durante aquellos años en tantos líos que el rey de Francia tuvo que perdonarle la vida hasta en dos ocasiones.
Su historia es solo una de las muchas que integran Señoras que se empotraron hace mucho (Plan B), donde Domenech tira de humor y rigor histórico para explorar la historia pública y privada de casi una veintena de icónicas mujeres que entre los siglos XVII y XX se rebelaron contra el matrimonio, se atrevieron a expresar su sexualidad y desafiaron las convenciones sociales de la época que les tocó vivir.
El libro cuenta con todo tipo de historias reales tan absurdas como divertidas. Una de las más curiosas es la protagonizada por Jane Pirie y Marianne Woods, dos amigas de clase alta que se conocieron en Edimburgo a principios del siglo XIX, cuando ambas se formaban como maestras.
El caso es que el dúo decidió un buen día abrir su propia academia para señoritas de bien. Aunque en poco tiempo recibieron un buen número de alumnas adolescentes —muchas de las cuales vivían y compartían cama en la academia—, el negocio se fue pronto a pique, después de que la señora Helen Cumming, abuela de una de esas estudiantes, escribiera al resto de las familias para “aconsejarles que retiraran a sus hijas y pupilas de la academia”. Al parecer, la mujer acabó expresando que su nieta le había contado cosas de su estancia en la residencia “que le hacían pensar que las señoritas Pirie y Woods cometían ‘actos indecentes’ por las noches”.
Jane y Marianne, que sí que se daban el lote por las noches, decidieron denunciar a la maliciosa abuelita por calumnia y la cosa acabó en juicio. Dada la mentalidad de la época, eso sí, el pleito podía haberse resuelto a favor de cualquiera de ambas partes. “Era fácil para la sociedad aprobar el amor ferviente entre dos mujeres de buena posición social porque se presuponía que jamás llegaría al terreno sexual; hacer algo así era rebajarse a la infamia y a lo antinatural”, relata en su libro Domenech, profesora en la Universidad de Málaga y estudiosa de la historia y cultura de las mujeres en la comunidad LGTB.
En aquel surrealista juicio, la señora Cumming trató de probar que el lesbianismo existía, mientras que los abogados de Jane y Marianne intentaron demostrar “el carácter puro y virtuoso de sus clientas y nada hay más puro y virtuoso en el siglo XIX que una amistad romántica bien fuerte”. Ojito al dato: para probar que aunque durmieran juntas no habían tenido sexo, las dos mujeres llegaron a aportar cartas de amor que se habían escrito la una a la otra, y ¡hasta una biblia que Jane le había regalado a Marianne en su cumpleaños!.
Más laico, pero no menos llamativo, resulta el caso de Rosa Bonheur, una de las pintoras más famosas del siglo XIX. La mujer, que nunca ocultó su orientación sexual, se formó de manera casi autodidacta y dedicó buena parte de su carrera a pintar animales. Hasta ahí, nada fuera de la norma.
Lo fuerte del asunto es que Bonheur tuvo que pedir a las autoridades un permiso especial —y renovarlo cada seis meses— para poder ir con pantalones al campo cuando trabajaba bocetando animales. ¿El motivo? Que en esa época, y por increíble que parezca, los pantalones eran una prenda totalmente prohibida para las mujeres —llevarlos se consideraba travestismo, y el travestismo era un crimen—. “Eso sí, el permiso concretaba que [Rosa] solo podía ponerse pantalones por razones de salud o de trabajo, no en fiestas, bailes o reuniones sociales”, explica en el libro su autora.
El siglo XX también brindó historias de mujeres rebeldes, como la de la bailarina, cantante y actriz Josephine Baker. La artista afroamericana no lo tuvo fácil, ya que tuvo que hacer frente al racismo estadounidense y eso la llevó a decidir mudarse a París, donde rápidamente se convertiría en un ídolo de masas.
Baker fue una tipa bastante extravagante y valiente. Gran amante de los animales —durante una temporada compartió cama con uno de sus maridos y un guepardo—y una de las mujeres mejor pagadas de Europa, acabó convirtiéndose en espía antinazis. De hecho, y aunque muchos lo desconocen, ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial con su ropa interior. “Se pasó la guerra usando su fama y su carisma para conseguir información para la resistencia en fiestas, embajadas y reuniones sociales […]. Después, Josephine regresaba a París con lo que había averiguado: escribía los datos en sus partituras para pasarlos por la frontera o se enganchaba documentos a la ropa interior”, apunta Domenech.
En definitiva, historias reales (y silenciadas) de mujeres que amaron a otras y que, sin buscarlo ni pretenderlo, trascendieron al paso del tiempo. Lesbianas y bisexuales antiguas (pero modernas), hartas de lidiar con la realidad de la sociedad heteronormativa en la que les tocó vivir. A fin de cuentas, y como bien decía Paulo Coelho, el amor no necesita ser entendido, simplemente necesita ser demostrado.