80 años del nacimiento de Bruce Lee, el pandillero que rompió el techo de cristal amarillo de Hollywood
‘Bruce Lee. Una vida’, de Matthew Polly es una amena, elegante y rigurosa biografía fruto de varios años de investigación y más de cien entrevistas.
Las teorías conspirativas sobre la muerte de Bruce Lee han sido una constante desde el mismo día de 1973 que el icono de las artes marciales falleció en Hong Kong. Que si había muerto con una erección. Que si un grupo de gangsters le había asesinado. Que si fue víctima de una especie de maldición familiar. “Debido a que Bruce había difuminado la línea divisoria entre su ser real y su personaje cinematográfico, muchos de sus seguidores quisieron transformar su muerte en una de sus películas”, asegura Matthew Polly, autor de Bruce Lee. Una vida (Dojo Ediciones), una amena, elegante y rigurosa biografía fruto de varios años de investigación y más de cien entrevistas del escritor con el entorno del artista marcial.
Rumorología a un lado, y según las investigaciones llevadas a cabo por Polly, Bruce Lee habría muerto realmente de un golpe de calor —que, por cierto, es la tercera mayor causa de muerte súbita durante la práctica de actividades deportivas—. No en vano, diez semanas antes de fallecer, el actor sufrió un desmayo después de trabajar en una sala —en el piso de su amiga y amante Betty Ting Pei, donde interpretó todas las escenas de lucha de Juego con la muerte, la película que estaba a punto de protagonizar— con un calor sofocante. “Bruce tenía un largo historial de vulnerabilidad al calor, aumentado ahora por la falta de sueño, la pérdida de peso extrema y la reciente extirpación de las glándulas sudoríparas de sus axilas”, apunta el periodista estadounidense.
La tarde del 20 de julio de 1973, y siempre según la versión oficial de los hechos aportada por quienes presenciaron lo ocurrido, Bruce se sintió débil y con dolor de cabeza —dos señales tempranas de los golpes de calor—. Por eso, entró en la habitación de Betty, cayó sobre la cama y ya no volvió a levantarse. Cuando esta fue a intentar despertarle, vio que su amigo no respiraba y llamó a un médico. Finalmente, y tras examinarlo, el doctor pidió una ambulancia y les indicó a los sanitarios que lo trasladasen rápidamente al hospital, donde declararon oficialmente su muerte a las 23:30.
La autopsia que se le realizó poco después reveló que el actor había muerto debido a un agudo edema cerebral (inflamación del cerebro), pero la causa de ese edema seguía siendo un misterio. El forense que hizo la autopsia comentó que el edema pudo haber sido resultado de cierta intoxicación por drogas, ya que encontró en el estómago de Lee restos de una pastilla de Equagesic (que contienen 325 miligramos de aspirina y 200 de meprobamato) y pequeñas trazas de hachís —aunque se desconocen casos de edemas cerebrales causados por el cannabis o el meprobamato.
Aunque después, a petición del Gobierno, se llevaron a cabo una investigación forense y un proceso judicial —con el objetivo de dar una explicación relativamente aceptable que tranquilizara a las masas—. “Hong Kong era una colonia, no una democracia, y a las autoridades británicas no les importaba la razón por la que había muerto un actor chino; les importaba aplacar la agitación y mantener el control de la población”, explica Polly. Y, aunque a día de hoy sigue sin haber un consenso sobre la causa de la muerte de Bruce Lee, la versión aceptada establece que una reacción alérgica a un medicamento fue la causante de su fatídica desaparición.
Desde niño, el rebelde y carismático Bruce Lee —apodado Nunca Para Quieto por algunos allegados—mamó el amor por la interpretación. Su padre, de hecho, apareció en varias películas cantonesas. Criado en Hong Kong, de pequeño odiaba el colegio y sus principales aficiones consistían en leer cómics de kung-fu —después se pasó a las novelas de artes marciales— y en armar follón en las calles de la antigua colonia británica. Pero a los dieciocho años sus padres lo enviaron (a vivir con su hermana mayor) a Estados Unidos —el país que le vio nacer hace ocho décadas— para que dejara de meterse en problemas y empezara a centrarse, de una vez por todas, en sus estudios.
En Seattle, Lee decidió centrarse un poco y acabó obteniendo el graduado escolar en 1960. Poco después, abrió su primera escuela de artes marciales, trabajando mientras estudiaba Filosofía en la Universidad de Washington. El actor conoció en esa época a Linda Cadwell, que se convertiría en su esposa en el verano de 1964 —y con quien tuvo dos hijos, Brandon y Shannon)—. Y en la ciudad más grande del estado de Washington están enterrados tanto él como Brandon —que murió accidentalmente, en marzo de 1993, durante el rodaje de la película El Cuervo—. La fuerza física, gracia y agilidad de Lee se convirtieron en su sello de identidad, y también en el trampolín hacia el estrellato mundial.
De hecho, las películas de Lee hacen que el fundador del jeet kune do —sistema de artes marciales basado en conceptos— sea considerado hoy día uno de los mayores iconos de la cultura pop de todo el mundo. “En unos Estados Unidos donde los actores chinos eran mayoritariamente relegados a papeles de criados sumisos como el Hop Sing de Bonanza, Bruce Lee superó todos los obstáculos que se interpusieron en su camino para romper el techo de cristal amarillo de Hollywood”, señala en el libro su autor. Es más, Lee se convirtió en el primer protagonista masculino sinoestadounidense de la meca del cine.
Por unos días, el actor se quedó sin ver el estreno en Estados Unidos de Operación Dragón, una de las primeras películas de artes marciales producida por un estudio de Hollywood (Warner Bros) y la cinta más aclamada de Lee —quien ayudó a escribir el guión y coreografió las escenas de lucha—. Aunque tuvieron que pasar varios años antes de que el actor se hiciera famoso internacionalmente, su actuación en este filme transformó rápidamente la percepción que se tenía en Occidente de los asiáticos.
“Desde el momento de su primera aparición en el cine con dos meses de edad, Bruce Lee empleó su tiempo en la tierra en entretener y educar a los demás”, afirma sin titubeos el autor del libro. “Con una intensidad rara vez vista antes o después, Nunca Para Quieto embutió su vida entera de logros en apenas treinta y dos años. Su muerte no fue una tragedia, porque su vida fue un triunfo”.