‘Video nasties’, o el homenaje a las 72 películas que el Gobierno de Margaret Thatcher no quiso que viera el pueblo
La prohibición de los filmes llamados ‘video nasties’ despertó enormemente el interés de todos los amantes del cine más subversivo.
Los años ochenta presenciaron el boom de los videoclubes y el mejor momento de la industria videográfica. Pero aquella popularidad llevó también a las autoridades censoras del Reino Unido a establecer una lista con una serie de películas —conocidas popularmente como video nasties— prohibidas o censuradas. El objetivo era llevar todas esas cintas poco convencionales al ostracismo, pues el Gobierno de la época consideraba que podían atentar contra la moralidad del público británico.
Daniel Rodríguez Sánchez a.k.a Reverendo Wilson, que lleva años analizando aquel curioso fenómeno, acaba de publicar Vídeo-nasties: Memorias de un cine prohibido (Volumen I), de la mano de Applehead Team Creaciones. “La triste existencia de los video nasties solo confirma una tendencia, a veces soterrada, otras mucho más evidente, a la condena del cine que intenta mostrar sin tapujos elementos que algunos, desde pautas educativas y morales medievales, consideran dañinos para el mantenimiento de las costumbres consideradas como legítimas”, señala en el prólogo el guionista y crítico cinematográfico Ángel Sala.
Pero aquel despiadado boicot del Gobierno británico derivó a su vez en un interesante fenómeno contracultural. No en vano, la prohibición de aquellas cintas despertó enormemente la curiosidad y el interés de todos los amantes del cine más subversivo, que llevaron a filmes como Holocausto caníbal (1980) o No vayas cerca del parque (1979) al Olimpo del cine de culto. El manual, libro oficial de la VIII edición del festival de cine CutreCon, supone el primer volumen de un completísimo repaso por todas aquellas películas que entraron en esa fatídica lista de filmes que el poder no quería que viera el pueblo. The Objective ha charlado con el escritor gijonés.
Vídeo-nasties: Memorias de un cine prohibido es un completísimo homenaje a todas aquellas películas perseguidas por parte del gobierno británico a principios de los ochenta. ¿Qué motivó realmente aquella caza de brujas?
El fenómeno de las video nasties nace prácticamente al mismo tiempo de la eclosión de los videoclubes, con la llegada de la década de los ochenta, algo que supuso un cambio drástico en la manera de consumir cine en todo el planeta. La British Board of Film Classification (BBFC), organismo que controlaba hasta ese momento los estrenos de cine que se producían en las salas comerciales, se percata de que las películas editadas en vídeo no estaban consideradas (bajo el marco de las leyes) ‘películas de cine’ sino ‘productos audiovisuales’, por lo que (en términos legales) se veían imposibilitados para asumir una organización de las películas que se comercializaban en el mercado de vídeo. Esto crea un vacío legal que permitía algo tan temible para ellos como que a los hogares británicos llegasen todo tipo de películas sin saber hasta qué punto sus posibles contenidos extremos o amorales (según su criterio) podían estar llegando a la población. Ahí nace la locura por poner freno a esa distribución doméstica en plena emulsión, que podía poner en peligro la sensibilidad de los espectadores en un marco tan independiente e incontrolable como sus propios domicilios.
Hasta la implantación de esa cacería, ¿a qué tipo de censura se enfrentaban las películas estrenadas en el Reino Unido? ¿Cómo eran los procesos de distribución de cine en el país hasta ese momento?
Más que censura, podríamos definirlo como control, ya que la ausencia del mismo fue algo que se convertiría en la mecha que encendió el problema de las video nasties. Antes de la entrada del vídeo doméstico, la legislación británica en referencia al cine se regía en base a los estrenos en salas comerciales, siempre bajo el marco del principal órgano de clasificación de la nación (la mencionada BBFC). Este organismo establecía el qué y el cómo de los estrenos cinematográficos, controlando tanto la calificación por edades, si una película que considerasen inapropiada fuese catalogada con la temida ‘x’ (cuya otorgamiento suponía un suicidio comercial para la obra) o, si se terciase, directamente abordar su prohibición de distribución. La BBFC era la principal arma reguladora sobre el contenido de las obras cinematográficas a estrenar y para ello se basaban en una añeja ley llamada Cinematograph Act 1909, que además daba cierto poder a las autoridades locales para controlar los estrenos de las películas. La distribución ‘pre-video nasties’ en el Reino Unido, por tanto, no era muy diferente a la del resto de países. Aunque desde las primeras décadas del siglo XX se tenía desde las autoridades especial preocupación por la posible controversia que pudieran suscitar en la población las libertades creativas en cualquier material audiovisual, detonante que explotaría con el ‘fenómeno nasty’.
¿Qué criterios seguía realmente la BBFC para catalogar a una película de ‘extrema’ o ‘inadecuada’?
El principal problema es que, debido a las esquizoides ansias por las autoridades británicas de controlar y paralizar ese contenido supuestamente inapropiado y ante el endeble marco legal, la BBFC no estableció a priori unos criterios lógicos y predeterminados para dar caza a según qué películas. Tan solo se basaban en algo tan subjetivo como “aquello que pudiera dañar la sensibilidad del espectador”, entrando ahí todo tipo contenido violento y/o sexual principalmente, siendo la combinación de estos elementos o la violencia física o sexual hacia la mujer dos coyunturas que, con el paso de los años y no en ese momento, nos hemos dado cuenta de que ponían en jaque a los censores. Esta arbitrariedad fue la que desencadenó la falta de cordura y rigor en las redadas que se dieron en los videoclubes y tiendas de vídeo de todo el país.
Llama la atención que existan ciertas películas, como La matanza de Texas (1974), que fueron prohibidas por el BBFC pero que nunca fueron clasificadas como video nasties…
La matanza de Texas fue una de la serie de películas que, sin haber entrado en la lista de las video nasties, fueron perseguidas, y en algunos casos también prohibidas, aún sin haber formado parte del listado. A la obra maestra de Tobe Hooper se le denegó su estreno en cine en el Reino Unido en dos ocasiones, y por lo tanto no pudo ser distribuida en vídeo, de ahí su no inclusión. Es lo que a mí me gusta denominar como ‘video nasties espirituales’, donde están otros clásicos como el Maniac de William Lustig, El destripador de Nueva York de Lucio Fulci o La noche de las gaviotas de nuestro Amando de Ossorio.
En total fueron 72 las películas consideradas como video nasties por el gobierno británico. ¿No es así?
Setenta y dos es el número oficial de video nasties. Pero, dentro de la lista, hoy se pueden distinguir dos apartados. Por un lado están las ‘procesadas’, que son las 39 obras que fueron objeto de juicio, saliendo este a favor del Estado (y que, por tanto, vieron sus montajes reestructurados o directamente prohibidos, con duras penas para aquellos que se quisieran lucrar comercialmente con esos metrajes oficialmente prohibidos en el país). Por otro, hemos de distinguir las ‘no procesadas’ o películas que fueron incluidas por las autoridades en el listado pero que finalmente no fueron sometidas a ningún juicio (o bien el proceso falló a favor de la obra) y que posteriormente desaparecieron de la lista. Hay que tener en cuenta que la lista se empezó a confeccionar ante la petición de un criterio lógico por parte de los propietarios de videoclubes, para saber aquello que deberían tener o no en sus estanterías. Por tanto, según se iban realizando las redadas, se hizo oficial una lista que iba creciendo a lo largo de las semanas, hasta llegar a las 72 películas que hoy conocemos oficialmente. La película que finalmente el Estado no podía llevar a juicio, o en cuyo proceso se fallaba a favor de la obra cinematográfica, desaparecía al momento del listado.
¿Cómo pudieron llegar a disfrutar de todas estas obras cinematográficas los cinéfilos británicos?
Según el resultado de los juicios, a las películas podían ocurrirle varias cosas. Podían ser lanzadas nuevamente en vídeo con el metraje ‘autorizado’ (en su totalidad o no) si alguna distribuidora estaba interesada en la obra (lógicamente, la etiqueta nasty ya suponía un reclamo comercial). O, si eran directamente prohibidas, había que esperar a que fuesen revisadas nuevamente por la BBFC cuando alguna empresa se la quería jugar probando la suerte en una bajada de la rigurosidad del criterio censor. Y, en efecto, eso fue lo que ocurrió, ya que desde finales de los ochenta los censores se fueron mostrando más permisivos y poco a poco iban rebajando la tijera a la hora de cortar metrajes de algunas video nasties. Esto se notó especialmente a finales de los noventa, con los cambios de los principales dirigentes de la BBFC y la eclosión de los formatos digitales como el dvd (campo para que muchas video nasties consiguiesen por fin ser vistas en el Reino Unido en su metraje íntegro gracias a un puñado de distribuidoras especialmente interesadas en el Cinema Bis).
¿Qué papel jugaron las filias y fobias personales de la dirigente Margaret Thatcher en la persecución de estas obras cinematográficas?
No hay duda de que este fenómeno fue uno de los episodios más característicos del gobierno de Thatcher, muy propio de sus políticas conservadoras. Aunque la Dama de hierro siempre se mantuvo un poco de lado de la locura del mercado de vídeo, preocupada por otros problemas importantes de la nación, sí que hizo referencias públicas a ello, debido principalmente a las presiones de la figura más representativa de la caza de brujas: una activista llamada Mary Whitehouse, quien fundó y presidió la National Viewers’ and Listeners’ Association a mediados de los sesenta con el objetivo de controlar todo el contenido amoral que pudiera darse en medios como la televisión. Whitehouse se tomó la lucha contra las películas inapropiadas como una batalla personal, y fue quien inició una enorme campaña mediática para proteger, según su criterio, a la población británica de ese mal llamado “repugnancia en formato de vídeo”. Pidió personalmente apoyo a Thatcher y su gabinete, advirtiendo de que las leyes en ese momento eran insuficientes para establecer este férreo control que se pretendía, con lo que posteriormente llegaría el Video Recordings Act 1984, haciendo que la caza de brujas tuviese un importante soporte legal.
Algunos cuerpos policiales de Reino Unido incrementaron a principios de los ochenta sus redadas en videoclubes, incautando pelis que consideraban que podían tener un contenido obsceno. ¿De qué manera se enfrentaron a esta situación distribuidores de vídeo y dueños de videoclubes?
Una vez que las autoridades son conscientes de la llegada de películas a los videoclubes o tiendas de vídeo que ponían a disposición de todo el mundo cualquier tipo de películas, el Estado pone en marcha una serie de redadas policiales, basándose únicamente en una anticuada ley, el Obscence Publication Act 1959, que resumidamente rezaba que “algo podía ser catalogado ‘obsceno’ si se consideraba que su contenido podría corromper o depravar a la audiencia a la que está destinado”. Es decir, la subjetividad de los agentes de policía y sus superiores era la que dictaba las normas de persecución. De repente, videoclubes de todo el país vieron cómo, de una manera totalmente arbitraria, la policía requisaba todo tipo de películas, a su libre interpretación. Así nació la etiqueta nasty de algunas de las obras más populares de la lista.
¿Podrías compartir alguna anécdota sobre esas surrealistas redadas?
La casa más divertida de Texas, una comedia musical con Burt Reynolds y Dolly Parton, fue requisada porque su título original, The Best Whorehouse in Texas (‘El mejor burdel de Texas’), parecía aludir a que en su interior se podía encontrar contenido pornográfico. Y un absoluto clásico del cine como Apocalypse Now de Francis Ford Coppola fue también objetivo de esas redadas por sus similitudes en su título con Apocalypse Domani (en España conocida como Virus), una película de zombies dirigida por Antonio Margheriti que finalmente se consideraría una video nasty.
En el libro cito a un antiguo dependiente de videoclub llamado Harry Pearce, quien escribió un libro relatando su sufrimiento durante estos procesos. Harry era también profesor, y su posterior vuelta a la docencia se vio manchada por ser uno de esos ‘criminales’ perseguidos por tener un videoclub. Fue, además, uno de los hombres que lideró el reclamo de su gremio por un criterio lógico y fundado a unas redadas que se habían convertido en actos totalmente indiscriminados, fruto de la locura de los censores por tener controlado un asunto que se les fue totalmente de las manos.
¿Con qué historia relativa a todas estas video nasties te quedarías?
Hay una relativa a Snuff, obra estrenada en 1975, que tiene un trasfondo de producción muy extravagante. Comprando los derechos de distribución del metraje de una película que un director estrella de la explotación americana como Michael Findlay rodó en Argentina en 1971 con el título de The Slaughter, un distribuidor con ansias de ganar dinero rápido remontó la obra original añadiéndole una escena rodada a posteriori que, a modo de epílogo, mostraba una supuesta muerte real en pantalla. Para su estreno en diversos cines de Estados Unidos convocó a medios de prensa, la propia policía y a falsos manifestantes avisando de que se iba a proyectar de manera comercial la primera película snuff de la historia… Las autoridades tuvieron que investigar a fondo la obra hasta demostrar que todo era falso, pero el distribuidor consiguió su objetivo: hizo muchísimo dinero con esta artimaña. Y, por citarte alguna curiosidad ya más relacionada con el fenómeno de las video nasties, decirte que la que para mí es una de las mejores películas que se han hecho en España, La semana del asesino de Eloy de la Iglesia, fue una de las películas perseguidas simplemente porque su distribuidor en el Reino Unido decidió titularla Cannibal Man.
¿Cómo terminó por fin toda esta cacería?
Llegando el final de la década de los ochenta, y dentro ya de una normalización de los estándares dentro de la manera de consumir cine, los argumentos de los mediáticos cabecillas del fenómeno fueron perdiendo potencia, aunque intentaron utilizar un par de negros episodios de la historia del crimen británico para enfatizar, de una manera que se comprobó que era errada, la enorme influencia que podía tener el cine en las mentes más débiles de la sociedad. A finales de los ochenta, la persecución fue perdiendo fuerza, al mismo tiempo que la BBFC fue bajando su rigor censor, con paulatinas autorizaciones de comercialización de películas hasta entonces ‘prohibidas’ o con metraje extremo censurado.
La salida de James Ferman como director de la BBFC a finales de la década de los noventa (junto a Whitehouse, posiblemente la mayor cabeza pensante de este fenómeno) supuso un punto de inflexión y de normalización de este tipo de películas, algo que llega hasta el día de hoy como algo totalmente asumido y delimitado a un triste periodo que muchos quieren olvidar.