Rodin y Giacometti: hitos de la escultura moderna
La Fundación Mapfre reúne la obra de Rodin y Giacometti para explorar sus paralelismos. Hugo Daniel, comisario de la muestra, nos da algunas claves.
Rodin y Giacometti, dos de los escultores más sobresalientes que ha dado la historia, nunca se llegaron a conocer. Cuando un joven Giacometti de 21 años llegó a París en 1922, Rodin llevaba muerto cinco años. Pero el artista suizo, que nació en una familia de artistas y conocía la obra de Rodin a través de los libros, entró en la Académie de la Grande Chaumière, liderada entonces por Antoine Bourdelle, un alumno aventajado del maestro Rodin, gracias a los contactos de su padre. Allí se benefició de su enseñanza pero no le interesaba la estética de su escultura así que “abrazó las investigaciones de las vanguardias como el cubismo o el surrealismo, cuyo vocabulario se estaba alejando de la estética de Rodin”, explica Hugo Daniel, responsable de la Ecole Des Modernités del Instituto Giacometti y uno de los comisarios de la exposición que reúne la obra de ambos maestros en la Fundación Mapfre de Madrid hasta el próximo 10 de mayo.
Las 200 piezas que componen esta muestra establecen unos diálogos que rastrean las similitudes entre estos dos artistas separados por una generación. El más claro de todos es su capacidad para transmitir sentimientos a través de sus trabajos. Rodin es considerado el padre de la escultura moderna porque supo plasmar conceptos como la angustia, el dolor, la inquietud, el miedo o la ira. Y Giacometti, en sus cuerpos alargados, abordó con originalidad estos mismos asuntos cuando tras la Segunda Guerra Mundial volvió a la figura humana. Son los dos nombres que sirven como “hitos para la escultura a finales de los siglos XIX y XX. Muchas exposiciones y libros han definido la escultura moderna bajo la frase ‘de Rodin a Giacometti’”, asegura Daniel.
Y aunque el interés que Rodin suscitaba en Giacometti -los dibujos tomados de sus obras así lo demuestran- es claro, durante una temporada renegó de él. Coqueteó con el surrealismo durante unos años pero siempre miró de soslayo al gran maestro escultor. Incluso cuando su obra nos resulta completamente ajena y dispar a la de Rodin. Por eso, aunque la relación que establece esta muestra ahora nos resulta obvia, nunca se había escrito ni se había trasladado a una exposición. “Creemos que era importante estudiarlo a la vez que nos beneficiamos de las colecciones de los dos artistas y de sus archivos personales”, asegura el comisario. Todo ese material ha propiciado, además, que hayan podido hilvanar con precisión la relación entre la obra de los dos genios.
Además de que ambos crearon una monumental obra de gente caminando, existen otras convergencias como las preguntas que se hicieron a sí mismos en torno a la disciplina en la que sobresalieron: cómo esculpir a un grupo de personas y que sea significativo, cómo pensar de manera diferente y novedosa la relación entre la obra y el pedestal o cómo encontrar figuras universales para abordar la naturaleza humana en la escultura. Hugo Daniel hace hincapié en que aunque a priori puedan parecer estilísticamente dispares (“la de Rodin es más musculada y expresiva”), comparten un proceso de trabajo similar: “mantienen un profundo interés en el modelado, trabajan en serie y buscan la innovación a través del arte antiguo”.
Todo esto se observa en las nueve secciones en las que se divide este viaje al que nos invita la Fundación Mapfre. De hecho, para Giacometti trabajar con modelos y reavivar ese contacto cercano con lo real fue crucial. Es más, fue una de las maneras de regresar a la figuración y tomar distancia con el movimiento surrealista en el que estuvo inmerso entre 1930 y 1935. Tanto para él como para su admirado Rodin “esculpir y dibujar a partir del modelo, volver en repetidas ocasiones a las mismas personas y enfrentar el desafío de lo real fue una experiencia fundamental que define su trabajo”, considera Hugo Daniel.
Tampoco hay que olvidar la importancia del accidente entendido como la presencia de personajes fragmentados. Para Rodin fue una manera de impulsar una nueva definición de la escultura: “en lugar de verlo como si fueran fallos incorporó fragmentos de manera deliberada en su proceso creativo”, mientras que en el caso de Giacometti “su interés en figuras incompletas indica su afinidad con la idea de la escultura como un proceso de revelación”.
Y otra de las cosas que hizo primero Rodin y Giacometti después fue incluir el pedestal en sus obras, “un elemento clave para definir la modernidad de la escultura”. El primero consideró este tema para variar la distancia entre el espectador y su obra además que demuestra el interés que tuvo en el ensamblaje. El segundo, jugó con la forma de la columna variando su tamaño para “definir la figura y el espacio a su alrededor para jugar con la percepción del visitante”, matiza Daniel.
En definitiva, a pesar de las diferencias estilísticas en sus trayectorias, Rodin y Giacometti compartieron algo fundamental: la representación de los sentimientos y pasiones humanas.