Mary Norris: "No hay que ser un intelectual para ser escritor"
La correctora de la revista The New Yorker vuelve con un nuevo libro sobre su amor por el idioma y la cultura griega
Hace más de 10 años, una amiga griega me prestó un viejo ordenador que tenía sin usar y me dijo que podía ayudarme a trabajar mientras yo reparaba el mío. Fue ahí que empecé a introducirme en el griego y, a la vez, entender que los idiomas pueden ser muy desalmados cuando intentas descifrar la respuesta a un comando informático que necesita de un simple sí o no.
Esta anécdota se la comenté a Mary Norris mientras la entrevistaba por su libro Mi gran odisea griega (Larousse, 2019). Norris me confirma que sentía la misma impotencia al no diferenciar entre el sí y el no en idioma helénico. “En griego, ‘sí’ se dice ‘nai’ (ναι), que suena como ‘no’, una negación, mientras ‘no’ se dice ‘όχι’, que se suena como en inglés ‘OK’, es decir, una afirmación. ¿Por qué tiene que ser la vida tan cruel? Algunas veces, en mis viajes, no me sale la palabra para decir ‘sí’ en el país donde esté y tengo que ponerme a rezar toda la letanía: ‘Ja, oui, ναι, yes’. Una vez que te acostumbras, ‘όχι’ es divertido de decir”.
Mary Norris no solo es conocida como The Comma Queen, por ser la correctora del The New Yorker, sino por su gran conocimiento del idioma griego. Mi gran odisea griega es el producto del amor por el idioma y por una gran investigación que se inició cuando comenzó a estudiar griego en los años ochenta cuando tenía 30 años. “La investigación de este libro empezó porque tenía dos grandes cajas: que decían ‘griego moderno’ y ‘gramática griega’. Ahí metía todo lo que anotaba, que en cierta forma era demasiado y, a la vez, no era suficiente”.
Fue por eso que empezó a viajar con más frecuencia a Grecia. Desde allí escribió para The New Yorker algunos artículos sobre cómo viajar entre las islas griegas o sobre Chipre. Sin embargo, su libro de anécdotas sobre la redacción del periódico con el que ganó fama mundial vino primero. “Mi gran odisea griega creció a partir de mi primer libro, porque el inglés tiene mucho de griego en él. Cuando hice un viaje promocional a Grecia me pregunté por qué no había escrito un libro sobre el griego, así que empecé a escribir sobre el alfabeto griego. Hay mucho del griego en el inglés. Por ejemplo, alfa es para anthropos; beta es para barberian. Y fue cuando mi editor me dijo: ¿Te gustaría escribir un libro sobre el griego?”, a lo que Norris aceptó encantada.
El título en inglés, Greek to me, es un dicho que podríamos traducir al español como “me suena a chino”, un guiño que a la vez enmarca su necesidad de poner límites a la investigación de lo que es el griego para ella; por eso eligió ese título, para no sentir que repetía visiones de todo lo que se ha dicho de la cultura griega en 2000 años de historia.
El libro va sobre mitología y dioses, porque yo no creía, no tenía fe
Norris comenta que fue su editor quien la ayudó a escoger fácilmente los capítulos de su libro. “La evocación vino fácilmente. Tengo la sección donde cuento que The New Yorker me pagó para que estudiara griego antiguo y a la gente le encanta esa historia. Pero también el libro va sobre mitología y dioses, porque yo no creía, no tenía fe. Me crié como católica y me di cuenta de que el Papa no me representaba, así como tampoco creo que el emperador de Japón es descendiente del sol. No tenía fe, pero al mismo tiempo que empecé a estudiar mitología, esos maravillosos modelos –los dioses– me dieron la voz que debía llenar la Iglesia católica. Especialmente amo a Atenea por la forma en que guió a Odiseo y esperaba que ella me guiara a mí como lo guió a él”.
Un idioma para desafiar la autoridad y aprovecharse de ella.
Una de las grandes anécdotas del libro es que el padre de Norris nunca quiso que ella estudiara latín. Era muy cerrado a la idea de que las mujeres podían ser bien educadas y no le gustaba tener una hija intelectual. “Yo me sentía muy libre con respecto a eso, nunca me he sentido una intelectual. No hay que ser un intelectual para ser escritor”. Sin embargo, The Comma Queen, terminó desafiando a su padre, no con el latín pero sí al estudiar griego años después.
Su padre no fue al único que desafió. Todas las negativas masculinas que le decían que no podía aprender griego las tomó como un reto: “como que no puedo; oh, mírame”. Cuando pidió a sus jefes en The New Yorker que le pagaran sus estudios muchos le dijeron que no, que no era necesario saber griego para estar al frente de la corrección de la revista. “Era cierto, pero los rechacé y empecé a escoger artículos y hacer notas de las raíces del griego que yo sabía cómo decirlas y deletrearlas por mis clases, pero que muchos no sabían ni qué significaban. Así que usé esas notas como pruebas de que el griego era útil para la redacción y que me pagaran los cursos”. De hecho, tomó tanta ventaja de ese procedimiento en la elección de notas como pruebas, que en los años siguientes también le pagaron las clases de italiano. Norris comenta que este idílico sueño del aprendizaje pagado por The New Yorker duró hasta la crisis del 2007, cuando lo primero que cortaron en el conglomerado de medios Conde Nast fueron los beneficios educativos para sus trabajadores.
Los mitos y su aprendizaje en la vida actual
“Cuando yo crecí solo tenía dos modelos de mujer que podía seguir: mi madre o las monjas. Esas eran mis opciones y las opciones que le gustaban a mi padre. Por eso me gustaba la escuela, porque huía de casa, huí de lo terrible que había pasado en casa”. Mary Norris no me lo dice en la entrevista porque acepta que le cuesta verbalizarlo, pero lo cuenta en su libro: uno de sus hermanos mayores murió asfixiado mientras su madre le daba de comer a ella.
“Hasta que no llegué a mis clases de mitología y entendí el mito de Perséfone y Deméter, el mito de la madre y la hija que combina muchos arquetipos en un solo mito, caí en cuenta de que estuve protegiendo mi infancia, estuve protegiendo a la niña para no convertirme en una mujer, porque el miedo que tenía de convertirme en una mujer era ser mi madre, es decir, casarme, tener hijos y tener un hombre controlador a mi lado”, explica Norris.
La escritora quiso evitar hacerse mujer pero se encontró en las clases de mitología con los arquetipos de las diosas que una mujer podía ser, desde Atenea con su sabiduría, cazadora y atleta como Artemisa o con Deméter como la que cuida de la naturaleza, de la casa. “También pude ver a través de estos mitos por todo lo que había pasado mi madre, incluyendo la tragedia por la que pasó mi familia”. Norris afirma que entender la tragedia griega e ir a terapia la ayudó a tener más conocimiento de ella misma y a entender el porqué de lo que había pasado su familia.
Cuando yo crecí solo tenía dos modelos de mujer que podía seguir: mi madre o las monjas
En uno de los capítulos del libro, Norris explica que las mujeres somos una continuidad de quien la creó, de la madre. “Los hombres generan a los hijos, pero es en la mujer donde crecen, es el huevo y la gallina, es la mujer, la madre es la que une todas las cosas. Yo podía culpar a mi madre todo el tiempo, pero ella me dio luz y me dio el carácter que tengo. Mi padre, en cierta forma, se hizo cargo de mí en una forma negativa, mientras que mi madre hizo lo contrario”.
La autora no solo se identifica y cree en los arquetipos de las diosas mujeres. Le encanta Hermes, el dios de los viajeros, y a veces lo invoca para cumplir exitosamente un viaje. Ama a Poseidón porque ama el mar. Sin embargo, no le gusta tanto Hera porque tiene mal genio y es celosa, “pero uno no puede decir mucho eso porque algo malo puede pasar”, ríe Norris.
En Mi gran odisea griega, la correctora no solo expone su amor a los dioses sino también los mitos que la envuelven, las tragedias. “Antígona es un gran ejemplo para mí porque ella hizo algo que pensaba que era lo correcto y se metió en grandes problemas por ello. Por eso cuando cometo errores, siempre pienso en eso, es mi consuelo; es la única cosa que podía hacer, me meto en problemas pero me perdono”.
Un libro por amor al lenguaje, a los idiomas, al viaje
Aunque la correctora y escritora piensa que no iba a ser buena aprendiendo ningún idioma, en Mi gran odisea griega no solo relata cómo llegó aprender y amar el griego, sino que intentó estudiar latín y que antes del griego llegó al alemán porque quería conocer nuevas ciudades alemanas, aunque admite que solo ha ido a Frankfurt. “Estudiar idiomas puede transformarte, puedes rehacer tu vida, puedes seguir una pasión y te puede permitir viajar. Yo nací en Cleveland y quería salir de Cleveland”.
Estudiar idiomas puede transformarte, puedes rehacer tu vida
En su juventud, la gente de Nueva York iba Europa, ella “iba de Cleveland a New Jersey”. Escogía la geografía adonde iba a llegar porque le gustaba, la movía el deseo. Con Grecia le pasó lo mismo, pasó años deseando ir, se preparó y fue. “He ido ocho veces a Grecia y hablo griego moderno y leo griego antiguo, me entierro en libros griegos por meses”.
Aunque a Norris no le gusta el recurso de transliteración exacerbado con los idiomas, especialmente con el griego, sabe que es necesario. “La transliteración es esencial, tú necesitas tener algo en común con el lector, yo trato de dejarlo en el mínimo, pero hay veces en que quiero dejarlo todo y nadie va a pasar de esas letras griegas en una frase. Pero puedo mostrar muchas palabras que amo en griego sin tener que cambiarlas, sino que penetren con más facilidad en la lectura”.
El griego le ha enseñado a Norris, como nativa del inglés, a sentirse parte de la continuidad de la gran tradición. “La épica homérica es como la Biblia para los griegos y todo eso que está ahí son situaciones éticas que me cuestionan. ¿Qué hago? ¿Qué hago cuando alguien me roba un reloj? La épica es sexo y muerte, son las cosas con las que tenemos que lidiar como humanos, tenemos que decidir y eso es la religión para mí: cómo vamos a lidiar y a organizar con las cosas. Amo sentir que los humanos hoy en día seguimos modelados por lo que hicimos antiguamente.»
Este libro de la famosa correctora de The New Yorker es un memoir de su viaje en el aprendizaje del griego y de Grecia, la gran lección épica que designa, como dice su autora, “que con cualquier cosa que te tengas que enfrentar la respuesta está ahí, así que tendrás que buscarlo para aceptar y lidiar con ello”.