¿Qué aprender del invierno en tiempos de confinamiento?
Dos libros nos acercan a las diferentes formas de entender la grandiosidad del invierno
Todos los días, el escritor estadounidense Henry David Thoreau paseaba al aire libre alrededor de su casa en Massachusetts. Durante sus observaciones del invierno, Thoreau describió la estación como un «gabinete de curiosidades, lleno de especímenes secos en su orden natural y la posición”.
En sus paseos y largas caminatas a despecho del viento, el escritor Robert Walser describía el paisaje nevado como un estado que te sonríe “con una hermosa y amistosa boca”.
Pocas personas pueden emocionarse tanto en esta época del año como lo hicieron Thoreau o Walser. Sin embargo, en la actualidad algunos investigadores, poetas y narradores también experimentan con la estación desde el ensayo y la no ficción, trayendo nuevos datos sobre el paisaje más melancólico y, al mismo tiempo, el más amenazado por el cambio climático.
Sumergirse en el invierno
Algunas personas experimentan melancolía cuando existe «un tiempo de ausencia de luz, calor, hojas y pájaros» dice el ensayista antropológico, Bernd Brunner. Sin embargo, el autor no cree que el invierno merece este prejuicio frente a otras estaciones. En invierno parece que todo se detiene, es mucho más tranquilo, se permite la observación y la reflexión. «Dicen que duermes más profundo cuando hay nieve y existe una red compleja de significados alrededor del invierno”.
En su libro Cuando los inviernos eran inviernos (Acantilado, 2020) Brunner crea un ensayo cultural de esta temporada, recopilando reflexiones, hilos entre ciudades nórdicas o antárticas y, por supuesto, datos curiosos. Por ejemplo, la definición de lo que es invierno se muestra de manera diferente en cada zona climática. Durante esta estación no se pueden determinar temperaturas uniformes. En Groenlandia se está a menos 50 grados en febrero mientras los brasileños que viven en Río de Janeiro ya sienten frío a 24 grados. Entonces, ¿qué es el invierno? ¿la nieve?
Brunner afirma que la nieve contiene hasta 95% de aire y un metro cúbico pesa solo 46 kg. Por su parte, los copos de nieve son cristales de hielo que se agrupan. Un copo de nieve puede tener hasta 10.000 cristales. La nieve solo se ve blanca ante el ojo humano, porque en realidad esta absorbe y libera todos los colores de la luz solar. De hecho, los cristales de nieve son transparentes. La nieve fresca parece más blanca porque la superficie reflectante con muchos cristales pequeños es particularmente grande.
Otra característica es que el Seasonal Affective Disorder o eso mejor conocido como el bajón metabólico provocado por el invierno aumenta con la altitud, sin embargo, los islandeses padecen menos de este trastorno debido a cualidades genéticas y de adaptación que le hacen llevar mejor ese winter blues provocado por la falta de luz.
Sin embargo, los canadienses y en especial quienes habitan Montreal, azotados cada año por el frío y la nieve se resisten, se emancipan aunque también se contradicen en su deseo: “Existe allí una ciudad bajo tierra con un sistema de túneles” en el que pueden vivir “hasta medio millón de personas sin entrar en contacto con el exterior” pero muchos de ellos necesitan comprobar la existencia en la tierra por lo que animan el exterior en invierno con la “ayuda de proyección de imágenes dibujos animados y juegos interactivos en las paredes de unos edificios” que normalmente permanecen a oscuras durante la estación. Montreal iluminada o La nuit blanche son eventos que convocan a los canadienses a las plazas para demostrar su resistencia al frío, sus ganas de conexión.
También hay leyendas en los países nórdicos, miles. El frío nos trajo desde Santa Claus a la mitología nórdica –Thor por ejemplo- hasta las hadas, sin embargo, la leyenda que quizás muchos no sepan es que los perros San Bernardo, animales de búsqueda y rescate, no llevan en el cuello un barril con “agua de vida” –aguardiente- o chocolate caliente como nos contaron en Heidi, lo que llevan son bolsitas con víveres.
El lenguaje de la nieve
Bernd Brunner también nos comenta sobre la diversidad de las lenguas nórdicas y explica cómo los inuit tienen muchas palabras para nieve. Los inuit saben del humo (siqoq), azotado por el viento (upsik), de grano grueso (natatqonaq) hasta de nieve acumulada en los árboles (qali). Hay más de cien palabras en noruego que están ampliamente relacionadas con la nieve. También hay muchos nombres de nieve en islandés.
Para la escritora y poeta escocesa, Nancy Campbell, su necesidad por estudiar el lenguaje la llevó a una residencia en el museo más septentrional del mundo, el Museo de Upernavik. Allí escribió el libro La biblioteca de hielo (Ático de los libros, 2020), un memoir donde detalla su amor por la nieve y el frío pero sobre todo por el lenguaje. La misión de Campbell, relatada en su libro, era aprender qué palabras podía enseñarle el hielo.
Al igual que Brunner, Campbell afirma durante su visita al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona que no se tiene una visión clara durante el invierno en el Ártico, se ve muy poco y, posiblemente, lo mejor que le ha brindado la economía del lenguaje al ser poeta, fue entender y vislumbrar por qué existen pocas palabras en groenlandés que comunican lo máximo posible. Campbell incluso hizo un libro de artista con palabras propias del groenlandés para así “compartir las palabras y esparcir el idioma”.
En La biblioteca de hielo la poeta narra su visita por Groenlandia, Islandia, Canadá y Escocia, dibujando un hilo conductor en el hielo que enorgullecería a cualquier cazador inuit. Las huellas en el hielo, nos dice, se consideran la mejor manera de contar las historias de caza, más que cualquier palabra. «Incluso su desaparición es parte de la historia, una indicación del paso del tiempo, a medida que el cazador y los cazados avanzan”.
El hielo y el paso del tiempo también es un tema recurrente en su obra. Campbell pasa largos períodos en comunidades para quienes el hielo siempre ha sido un taller y una forma de vida, pero que ahora es una presencia en retroceso, tanto física como psicológica. «Cuando el último hielo se haya derretido, los registros del pasado serán la menor de nuestras preocupaciones», escribe.
Además de aprender que los pueblos indígenas del Ártico tienen una palabra para cada una de las variedades de hielo, también constató que los tipos de hielo se describen en un gran glosario de palabras: el diccionario de la Organización Meteorológica Mundial.
La autora también se adentra en la vida de otros escritores y sus anécdotas, por ejemplo, cuando Henry David Thoreau estuvo sumergido en la naturaleza, en el lugar que fue su inspiración, Walden Pond, el escritor ayudó a crear al primer millonario del mundo de la nieve, un hombre que hizo su fortuna enviando su hielo a la India y más allá.
Si bien el interés de Campbell por el lenguaje fue lo que la llevó al Ártico, vivir allí también le proporcionó poderosas lecciones sobre el medio ambiente. La autora simpatiza con los científicos que imaginaban icebergs que ya no existen y demuestra que el aumento del nivel del mar quizás es irrisorio si pensamos en qué pasará cuando el hielo se funda y las placas tectónicas se levanten.
La biblioteca de hielo nunca deja que el horror del calentamiento global[contexto id=»381816″] abrume las historias que está contando, por lo que la narración es fría y descansada, desde el confinamiento, así como el lugar físico de donde evoca su escritura.
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Tanto para Brunner como Campbell reflexionan sobre la invitación que hacen los inviernos a desacelerar, a “repasar las cosas más de una vez” como diría el autor alemán. A concentrarse solo en lo esencial. El invierno nos muestra nuestras limitaciones y lo vulnerables que somos ante la naturaleza, a no vivir siempre en el confort de la abundancia del verano.