Se presenta al mundo como el amigo de Batman, Robin, la Mujer Maravilla y los Cuatro Fantásticos. Es autor de composiciones con estribillos pegadizos que suman cientos de miles de visualizaciones en Youtube.
Saxoman volando sobre selvas, montañas y desiertos sin traje de superhéroe: con las dos manos estiradas hacia el infinito y los pies en paralelo. Saxoman corriendo en un videoclip sobre el Rally Dakar donde aparecen coches, dinosaurios y dragones y donde un hongo nuclear ilumina la línea del horizonte. Saxoman haciendo como que esnifa cocaína en otro vídeo para lanzar un mensaje contra los vicios: “no, no-no-no, no-no-no, no a las drogas, no al alcohol”, reza, en este caso, el estribillo. Saxoman empapado bajo una ducha donde unos cables alimentan una resistencia eléctrica. Saxoman con un par de peluches felicitándole a un amigo por su cumpleaños con una composición propia que a veces personaliza. Saxoman entre rascacielos: lanzándole un rayo rojo escarlata a un monstruo de piedra. Saxoman como personaje de un documental del poeta y cantaor disidente Niño de Elche donde, mientras recuerda a su abuela muerta, dice: “siempre te voy a llevar a mi lado porque sigo siendo un niño”. Saxoman estrenando un vídeo, que ya va camino de las 500.000 visitas en Youtube, en el que invoca a Dios y al poder del Espíritu Santo para luchar en contra del coronavirus, con ataques que son parecidos al kamehameha de Goku en Dragon Ball Z. Saxoman presentándose ante el mundo como el amigo de Batman, Robin, la Mujer Maravilla, Iron Man y los Cuatro Fantásticos.
Antes de convertirse en un youtuber que protagoniza videoclips en los que se enfrenta a brujas, mafiosos y virus, Américo Estévez, Saxoman, un músico boliviano de 48 años que tiene los labios carnosos y varios lunares sueltos que salpican una parte de sus pómulos y otra de la frente y de la mandíbula como si fueran los puntos poblados de un mapa, ya era dueño de una biografía suigéneris. El compositor recuerda que aprendió a tocar batería con la ayuda de unos botes de pintura Monopol y unas latitas de cera que le regalaron cuando era pequeño. Consiguió domar otros instrumentos, como el teclado, gracias a unos manuales que le costaron poco más de un euro. En su día, era conocido como “el despertador” porque comenzaba a tocar a las seis de la mañana para intentar mejorar poco a poco. Y vio a Jean-Claude Van Damme en León peleador una infinidad de veces porque su su abuela, Elena Salazar, pensaba que así aprendería a defenderse.
Su casa queda en la avenida Tejada Sorzano de la ciudad de La Paz, al final de unas escaleras que culminan en una puerta metálica. Es una construcción con varios ambientes que se aglutinan alrededor de un patio. Un espacio semiabierto donde vivía con su abuela Elena y que ahora comparte con Nelly Ojopi Pinto, su pareja, y con sus dos hijos, David y Gabriel, los Casanovas. Allí, en una sala de paredes verdes, se filman los vídeos con croma que han llevado a Américo y a los Casanovas a la secciones más faranduleras de los periódicos y a escalar las cimas más altas del ciberespacio. En 2015, rumiaron el éxito con un videoclip en homenaje al papa Francisco que ya ha superado el millón de visualizaciones en Youtube —todo un logro en un país con poco más de once millones de habitantes—. Y su nuevo vídeo, donde las trompetas celestiales anteceden a un ejército inmaculado de hombres con túnica que tratan de expulsar al coronavirus de nuestro planeta, va camino de convertirse en uno de los temas clásicos de la cuarentena.
Los primeros vídeos de Saxoman y sus hijos se rodaron con un móvil pasado de moda: un Sony Ericsson con tanto rodaje que ya no servía para hacer llamadas. El set de grabación en el que se instalaron todavía cuenta con una chapa traslúcida que hacía de tragaluz y que, cuando empezaron, solo les permitía grabar hasta las once de la mañana, mientras el sol se filtraba. Con el tiempo, mejoraron la iluminación con varios focos de luz blanquecina y David —el mayor de los Casanovas— montó un dispositivo artesanal de micrófonos condensadores para captar el sonido con la mayor fidelidad posible, y además, se hizo cargo de la posproducción de los videoclips familiares. El resultado: valses, cuecas, baladas, cumbias y otros ritmos donde vemos naves espaciales, cazas militares, bosques que se incendian y efectos especiales que nos retrotraen a los años 80, y a Saxoman agitando los brazos para volar como si fuera un pájaro. “Cuando era más chico, me hacía comprar telas en los mercados para hacerme alas, y ahora ya ves: vuelo, vuelo, vuelo y vuelo”, me decía el músico callejero la última vez que me acerqué a visitarlo. Por aquel entonces, Américo llevaba un peine de plástico en un bolsillo del pantalón para acomodar el cabello de vez en cuando. Vestía trajes blancos y oscuros y chalecos brillosos. Y solía salir de casa con el pie derecho tras persignarse tres veces.
Una vez estuve con él en una fiesta privada donde le pagaron con un plato de paella y 200 bolivianos —menos de 30 euros—. Lo acompañé otro día a comedores populares llenos de gente y a avenidas repletas de oficinistas con corbata donde muchos se paraban a observarlo, mientras tocaba con un saxo el My way de Frank Sinatra o la inconfundible melodía de la pantera rosa para reunir un puñado de monedas con el que apuntalaba una economía de supervivencia. Y también fui con él hasta un cementerio donde tocó en honor a los muertos de otros un soleado Día de Difuntos.
Cuando estaba emocionado, me hablaba a trompicones, como si tuviera prisa. Contaba que a veces le seguía un vendedor ambulante chino para ofrecer sus cedés pirata de Kenny G. y Gato Barbieri a los curiosos que se acercaban. Me dijo, además, que superó una mala racha inventando canciones para vender empanadas en un mercado donde luchaba todas las mañanas por salir adelante. Y me recordaba un poco a Muhammad Shahid Nazir, el pescadero de origen paquistaní que se convirtió en tendencia inesperadamente gracias a One Pound Fish, la canción con la que ofrecía su género, y con la que pasó a engrosar las listas perecederas de compositores de un único éxito. Américo Estévez, sin embargo, no se ha resignado a exprimir solamente los quince minutos de fama que cosechó tras filmar el vídeo sobre el papa Francisco, y se ha transformado en uno de los cultores de un género inclasificable, que trata de ponerle música a hechos curiosos y coyunturales.
Al igual que Míster Cumbia, un mexicano radicado en Estados Unidos que le ha dedicado una canción a la escasez de papel higiénico y que, en estos días distópicos de confinamiento, ha publicado un vídeo donde invita a lavarse las manos adecuadamente, Saxoman ha llenado Youtube de composiciones pegadizas con letras a veces un tanto esquizoides y estribillos que acaban atornillándose en tu cabeza como si formaran parte de tus pensamientos. Y al igual que el ecuatoriano Delfín Quishpe, a quien no le tembló el pulso a la hora de ponerle a una canción como título Torres Gemelas, también tiene una corte de enemigos íntimos que trata de desacreditar todas sus interpretaciones. En Youtube, hay algunos que le critican porque piensan que su voz no está a la altura de las circunstancias. Y otros, por las letras de sus composiciones o sus coreografías bizarras.
Américo, que va a lo suyo, ha hecho estudiar a sus dos hijos en el conservatorio con lo que gana actuando en locales de comida rápida, clubes, aceras, condominios y plazoletas —donde interpreta temas clásicos y temas de su repertorio—. Ha compuesto letras sobre los carnavales y sobre el Mundíal de Fútbol de 2014. Sobre los animalitos que escapaban del fuego cuando se quemó la Amazonia y sobre la Madre Tierra. Sobre enamorados y sobre fracasados —“perdedores, somos perdedores, de la vida pero con honores”, dice en un merengue hip-hop en el que agita todo su cuerpo como si se tratara de una coctelera—.
“Perdedores, somos perdedores, de la vida pero con honores”.
Le ha cantado a un perro llamado Petardo —que en 2015 encabezó varias manifestaciones en contra de Evo Morales—, a sus perros Natasha y Panchito y al cómico mexicano Roberto Gómez Bolaños, que dio vida al mítico Chavo del Ocho. Además, le felicitó a Messi el día de su cumpleaños con un vídeo donde aparece con un balón de fútbol y publicó otro rapeando en el que se dirigía a Eminem. También ha sido la imagen de una empresa de telefonía y ha publicitado a una marca de papel de váter. Participó en el concurso Bailando por un sueño. Y ha convertido su canal de Youtube y su Facebook en una especie de show de Truman. En una realidad paralela con escenas que a menudo son desopilantes y que nos recuerdan a los realities de Estados Unidos.
En sus vídeos, lo vemos dándole golpes a una pared con unos guantes de boxeo, sin perder el ritmo. Y tirándole agua a una araña para que resucite. Y tocando la guitarra con los dientes. Y lanzando las baquetas de la batería al aire. Y hablando en el velorio de su abuela. Y en un centro de recuperación capilar donde se sometió a un tratamiento. Y promocionando los productos de los que salen todos los días a vender en la calle. Y también, haciendo algo de ejercicio y haciendo como que hace telequinesia. Y llorando mientras entierra a su mascota Tomy. Y haciendo un espagat a medias. Y bailando junto a un grupo de policías o improvisando un solo de piano. Y haciendo como que conversa por teléfono con los Pitufos. Y con un gallo, mientras prepara empanadas. Y repitiendo las estrofas pegajosas de su Coronavirus para tratar de exorcizar el miedo. Cuando el increíble Saxoman está cerca, la lucha contra el peligroso hombre normal es un hecho.
Nota del autor: Saxoman contra el peligroso hombre normal fue el título preliminar de un documental sobre Américo Estévez que no llegó a concretarse. En el libro Los mercaderes del Che, de la editorial independiente española Libros del K.O., hay un texto que recopila algunas de las andanzas del músico.