Miguel Fernández: “Waldo de los Ríos fue víctima del circo mediático que hubo con su muerte”
Han pasado 43 años desde que la prensa se llenara de titulares sensacionalistas acerca de la muerte del músico Waldo de los Ríos. De repente, uno de los arreglistas más conocidos del mundo, el compositor capaz de vender más 6 millones de discos, el autor de la versión del Himno de la alegría popularizada por Miguel Ríos se convertía en carne de cañón para el amarillismo. Han pasado más de cuatro décadas desde entonces, seguimos tarareando sus canciones, la cabecera de una serie tan mítica como Curro Jiménez sigue sonando extremadamente familiar, pero ¿qué fue de Waldo de los Ríos? ¿Nos hemos olvidado de él? En Desafiando el olvido (ed. Roca), el periodista Miguel Fernández reconstruye la vida de este niño prodigio nacido en Argentina y cuya fama trascendería fronteras. Fernández reivindica su figura y desafía precisamente ese olvido en el que ha caído su biografiado.
La escena en la que visitas el cementerio bonaerense en el que está enterrado Waldo de los Ríos y la funcionaria te dice que nunca nadie la va a visitar es muy ilustrativa de ese olvido que envuelve su figura.
Sin duda. El cementerio de la Chacarita es como una gran ciudad: hay decenas de miles de personas allí enterradas, algunas de ellas de gran fama. De hecho, Waldo está en una zona del cementerio llamada “Los inmortales”, donde también están enterrados Alfonsina Storni, Ariel Luna, Gardel o, incluso, Perón. Y, efectivamente, resulta curioso lo que me comenta la funcionaria: viene mucha gente preguntando por la tumba de Gardel, de Perón o de Miguel de Molina, pero nunca nadie ha preguntado por la de Waldo de los Ríos.
Este olvido por parte su país natal se suma a esa relación amor-odio que él siempre mantuvo con Argentina.
Hay una grabación de 1972 de una entrevista de Waldo en una emisora argentina, en la que él habla de su relación extraña y difícil con su país. Él echa de menos Argentina, pero cuando vuelve para visitar a su madre hay cosas que no terminan de gustarle y quiere volver a España. Pero, una vez que ha regresado, vuelve a sentir nostalgia. Cuando volvió por última vez a Argentina en 1974, pensó en la posibilidad de quedarse definitivamente ahí; de hecho, llegó a pensar en comprar una casa. Sin embargo, aquel proyecto quedó en nada y en Madrid, a su regresó, se compró una fastuosa casa. Por tanto, Argentina y Waldo tenía esa querencia mutua y, a la vez, una larga lista de reproches.
En una entrevista para La Nación, Jorge H. Andrés escribía: “Ningún otro músico local tuvo la libertad ni los presupuestos de Waldo de los Ríos para expresarse con la grandiosidad instrumental con que le gustaba hacerlo”.
Es que fue así. En la etapa argentina, él trabajaba para la discográfica Columbia, era la mano derecha del director general y tenía, por tanto, acceso a estudio, orquesta, grandes presupuestos… Tenía una posición dentro de la industria de gran relieve de tal manera que, con menos de treinta años, puedo grabar la Suite Norteamericana o Concierto para las catorce provincias. Él no era el compositor que tenía que ir con su partitura tratando de que alguna orquesta la incluyera en su repertorio y tratando de convencer a alguna discográfica para que apostara por él. La industria creía en Waldo a tal punto que, como te decía, sacaba la Suite Norteamericana, la hacía sonar en las emisoras más conocidas como Radio Splendid o Radio Mundo y llevaban a Waldo a la televisión, donde era muy conocido. En este sentido, el artículo de Andrés es muy claro: tenía una libertad y un poder que casi ningún músico argentino tenía por entonces. Ni siquiera Piazzolla, que dependía de la buena voluntad de la industria, pues no formaba parte de ella.
¿Qué relación mantuvo con Piazzolla, el otro gran nombre de la música de aquellos años?
Para Waldo, Piazzolla era una referencia como lo era él para Piazzolla. En muchas ocasiones, diría que, incluso, fueron aliados. De hecho, en 1975, Piazzolla viaja a Barcelona para dar un concierto y le pide a Waldo que toque el órgano y el piano. En ese momento, Waldo es alguien que ha vendido millones de discos y es una celebridad mundial, accede y, como un músico más, acompaña a su amigo durante el concierto. Esa fue la única vez que Waldo de los Ríos ofreció una actuación completa en un concierto.
¿Sus recorridos fueron paralelos?
Sí, lo fueron, aunque Piazzolla empezó un poco antes, pues, si no recuerdo mal, tenía unos 10-12 años más que Waldo. Cuando Piazzolla vuelve de París, se afianza y es en ese momento cuando aparece Waldo. Y cada uno, conscientemente o no, asume una tarea: Piazzolla moderniza el tango y le da el estatus de obra sinfónica y Waldo hace lo mismo, pero con el folklore. Por lo que se refiere a la vigencia, hay que tener en cuenta que Piazzolla vivió unos quince años más que Waldo, un tiempo más que suficiente para dar varias giras de conciertos y producir mucha más obra. Como te decía antes, Waldo tuvo la libertad de hacer y deshacer, pero esa libertad la tuvo que pagar. ¿Cómo? Cumpliendo encargos, haciendo arreglos musicales, componiendo cabeceras para televisión… Piazzolla, sin embargo, vivió dedicado a su arte. Ganó menos dinero, pero tuvo mucho más tiempo para hacer una obra más grande.
Todos hemos tarareado alguna canción de Waldo de los Ríos, aunque su nombre, al menos para los de mi generación, no resulta tan conocido como sus trabajos.
Y esta es una injusticia colectiva. El arreglista fue y sigue siendo el gran desconocido de la música popular. El artista se impone a la figura del arreglista que, sin embargo, es aquel que hace relucir y brillar la belleza de la música. Waldo fue junto a Augusto Algueró uno de los primeros que en España se dedicaron expresamente al arreglo musical y exigieron que sus nombres aparecieran en los créditos, algo que comenzó a hacerse a finales de los sesenta o primeros de los setenta. Hasta entonces, lo único que se destacaba era el nombre del cantante y el del autor de las letras. En este sentido, Waldo fue un precursor, puesto que, desde los años cincuenta, exige que su nombre aparezca en los créditos y, en algunas ocasiones, llegará incluso a exigir de que su nombre esté en portada. Este es el caso, por ejemplo, del Himno de la alegría y del disco dedicado a Yupanqui que hace con Alberto Cortés.
Defines a Waldo de los Ríos como un pionero. ¿Fue también un niño prodigio?
Sin duda. Con nueve años, ya había compuesto una sinfonía. A los trece, tocaba el piano con su madre en giras por Chile, Uruguay, Perú, Brasil… Él era el pianista de su madre, una cantante conocida como La calandria de América y que fue una de las primeras en cantar la famosa canción La flor de la canela. Como tú comprenderás, una mujer con este prestigio no iba a llevar, por muy hijo suyo que fuera, a un pianista que no diera la talla.
Por tanto, ¿era consciente del talento de su hijo?
Ella era mujer que se había hecho a sí misma y estaba convencida de que, en la vida, se podía conseguir todo a través del esfuerzo. Y esto es lo que le inculcó a Waldo: si se esforzaba y se aplicaba, podría llegar donde él quisiera. Era de esas mujeres que creían firmemente de que la letra con sangre entra. Este carácter algo autoritario de la madre era en gran medida la respuesta a ese antiejemplo representado por el padre de Waldo: un grandísimo guitarrista, que fue capaz de decir que no a Gardel, quien quería llevárselo de gira, y que tuvo una vida totalmente bohemia. Cuando conoció a la madre de Waldo, él estaba casado. Lo reconoció como hijo, pero nunca vivió con ellos, pues la mayor parte del tiempo lo pasaba con su mujer legal. Ante esto, la madre de Waldo hizo lo posible para que su hijo no se pareciera a su padre, no tenía que parecerse para nada a él.
Resulta paradójico cómo se repiten las cosas: su padre dijo que no a Gardel y él, Waldo, dijo que no a Kubrick.
Bueno, a diferencia del padre, Waldo, que tenía mucho criterio, podía permitirse el lujo de decirle que no a Kubrick. Ten en cuenta que, por aquel entonces, estaba vendiendo alrededor de seis millones de discos en todo el mundo, había sido invitado a tocar delante de la Reina de Inglaterra, tenía un programa en Francia, sus discos se vendían en 65 países… Por tanto, si no le atraía el proyecto, podía rechazarlo perfectamente. Más todavía si creía que trabajar con Kubrick iba a acrecentar las críticas que ya estaba recibiendo por parte de algunos sectores que consideraban que se había vendido a los americanos. ¿Para qué se iba a exponer todavía más? Como él mismo decía, tenía dinero para vivir dos vidas. No necesitaba más.
En el libro señalas que a Waldo de los Ríos le gustaba el dinero e, incluso, le agradaba ostentarlo.
Por esa confrontación, consciente o no, con la vida bohemia del padre, Waldo estaba obsesionado con tener una seguridad económica. No quería verse en una situación difícil y, además, sabía que tenía que ayudar a su madre, pues, con el pasar de los años, había perdido protagonismo y ya no tenía los proyectos de antes. Aparte de todo esto, evidentemente, era un hombre al que le gustaba vivir, comer y vestir bien, quería que su casa no careciera de ninguna comodidad, tener un buen reloj y un buen coche. En este sentido, la figura del padre vuelve a aparecer: él no quiere parecerse a su padre, rehúye de la vida bohemia: se dedica al trabajo y vive por el trabajo. Por esto, cuando comienza a salir de noche, a beber y a consumir pastillas, tratando de calmar una ansiedad que lo carcome, y sobre todo cuando comienza a vivir esa pulsión amorosa que él o no sabe o no quiere explicar, el fantasma del padre reaparece y su vida estructurada se viene lentamente abajo.
Aquí habría que hablar de su doble vida, de aquella junto a su mujer, Isabel Pisano, y de aquella que vivía a escondidas, marcada por un gran amor homosexual.
Yo diría que, hasta sus últimos dos años de vida, Waldo era feliz junto a Isabel. Obviamente, es imposible conocer los entresijos de su vida íntima, pero la imagen que daban era de una pareja feliz con una buena vida. De hecho, comienzan su vida en un magnífico piso delante del Palacio Real para, posteriormente, trasladarse a las afueras, en un lugar privilegiado, uno de los pocos lugares desde los cuales es posible ver Madrid en su totalidad. Es entonces, en ese último periodo, cuando Isabel se va a Roma. Hasta entonces, su vida es aparentemente perfecta; se les ve juntos en estrenos, fiestas… Él se dedica a componer.
Hasta que todo cambia…
Con el ser humano conviven sus circunstancias y su naturaleza. Lo que desestabiliza todo es que, en su último año de vida, Isabel está en Roma y Waldo se enamora. Y, como todos sabemos, el amor puede tener un efecto devastador en nuestras vidas, lo cambia todo. Y todo esto sucede en la España de Franco, con la ley de peligrosidad vigente, con pena de cárcel para los homosexuales y con un orden moral que castigaba el amor que él sentía. A todo esto, se une otro factor: la persona destinataria de todo ese caudal amoroso no está convencida. La historia de Waldo es la historia de muchos, de Romeo y Julieta hasta hoy. No deja de ser un drama romántico en la España del franquismo agonizante, un drama que termina con la muerte por amor. Podríamos decir que toda esta tragedia comienza cuando Waldo se asoma a lo prohibido y descubre un mundo entero de posibilidades. Y, al adentrarse en este nuevo mundo, desaparecen los miedos, los prejuicios y se lanza a la piscina. Desgraciadamente, se ahoga.
Y se llega a decir que su muerte no es por suicidio, sino que se trata de un asesinato.
Su muerte es un suceso tan convulso como la época en la que sucedió: el paso de cuarenta años de dictadura a una democracia, que todavía nadie saber cómo será. En realidad, nadie sabe exactamente qué rumbo va a tomar el país. La gente sabía de dónde venía, pero no sabía a dónde iba. En esta nebulosa terrible, Waldo vive sus días también más complicados. Sale por la noche, acude a determinados locales, olvidándose de que él es alguien conocido, alguien muy famoso al que todos reconocen. Sale continuamente en televisión, mejor dicho, en el único canal de televisión que por entonces existe y que todos ven. Por tanto, es inevitable que, llevando la vida que llevaba, recibiera algún tipo de extorsión. Si alguien célebre y popular que vende una determinada ejemplaridad en la pequeña pantalla es visto en situaciones comprometidas, fácilmente puede ser víctima de personas que traten de obtener rentabilidad a su costa. Por eso, no es descabellado pensar que sufrió acoso, intentos de extorsión… El círculo más próximo, quizás también como forma de negar el suicidio, buscó en el asesinato la respuesta a su muerte. Además, la hipótesis del asesinato tuvo mucha fuerza por lo mal que se informó de todo cuanto rodeaba la muerte de Waldo. Se llegó a hablar de que en su cuerpo había signos de dos disparos, pero ¿cómo se va a disparar una segunda vez alguien que se ha matado? Si bien en el acta judicial está muy claro todo lo sucedido, entre la gente se seguía hablando de los dos disparos, pues era lo que se decía en todos los artículos que se publicaron en aquellos días. No sabes la cantidad de mentiras y medias verdades que apareció en la prensa de aquella época, una prensa que, además, era muy sensacionalista.
¿El amarillismo se apropió de toda la información en torno a su muerte?
Sí, en cuanto la muerte de Waldo era una noticia que permitía a los medios poner a prueba los límites de la censura. Estamos en marzo de 1977 y la prensa quiere ver si, efectivamente, ya se puede hablar de todo. Y esto es lo que hace la prensa a través de la muerte de Waldo, comienza a hablar de la noche o de “lugares pintorescos con jóvenes amanerados”, tal y como se leía en una de las principales cabeceras de la época. Asimismo, buscan testimonios escabrosos, como el del celador que cuenta del supuesto hilo de sangre que le caía de la cabeza, y entrevistan a su círculo más íntimo, haciendo preguntas que hoy serían impensables. El director de una famosa revista del corazón le llega a preguntar Isabel, ya viuda de Waldo, por la frecuencia de sus relaciones sexuales. Fue un gran circo mediático que quemó la figura de Waldo de los Ríos. Esto hoy lo vemos constantemente: un personaje que se somete al rodillo del amarillismo tiene muy pocas posibilidades de salir indemne. Y esto fue lo que le pasó a Waldo.
Para terminar, hablemos de su legado, de cómo y dónde se conserva.
Quedan por encontrar objetos personales, obras y piezas que él haya podido dejar y que todavía se desconocen y también queda por inventariar todos los documentos que tiene en su poder la SGAE, que es la depositaria de su legado. Por lo que se refiere al legado sonoro, por lo que respecta a España, está en buenísimas manos. Lo tiene Warner, que no solo lo ha preservado, sino que el arsenal de grabaciones que él dejó sin publicar las va a publicar. En Argentina, la situación es distinta: todas las grabaciones que realizó en su país antes de viajar a España son hoy imposibles de encontrar, pues desde los años sesenta no se ha vuelto a reeditar nada.