Juan Gómez Bárcena: “Con esta novela estoy explorando cómo la violencia no merma a través de los siglos, sino que cambia de rostro”
Conversamos con Juan Gómez Bárcena acerca de historia, utopías, capitalismo, futuro, y su novela ‘Ni siquiera los muertos’ (Ed. Sexto Piso).
Siglo XVI, México recién conquistado por los españoles. Juan de Toñanes, un soldado sin gloria, acepta la misión de capturar a otro Juan, apodado a lo largo de la novela el Padre, el Compadre, el Patrón y el Padrote. Una misión que llevará al protagonista al norte, siempre al norte. Pero no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. De esta forma, la nueva novela de Juan Gómez Bárcena, Ni siquiera los muertos (Sexto Piso), realiza un viaje desde la Nueva España del s. XVI hasta el Estados Unidos de Donald Trump.
Lo que en principio parece una novela histórica, es en realidad una obra sobre la historia. O más bien sobre la historia de los vencidos. En ella, Gómez Bárcena narra las diferentes utopías que posteriormente vimos que derivaron en distopías. Es decir, en cómo ese capitalismo que parecía que iba a traer la liberación al ser humano, no ha traído más que promesas incumplidas, haciendo que la historia se repita una y otra vez en un bucle, que parece, infinito. Quizá, como se vislumbra al final de la obra, haya llegado el momento de dejar de ir hacia el norte, hacia ese afán de progreso infinito, y apostar por otras vías más razonables.
Tomas el título de una tesis de Walter Benjamin. ¿Cómo se relaciona esta tesis con tu libro?
Sí, efectivamente lo tomo de las Tesis de la filosofía de la historia, donde Benjamin dice que el historiador tiene que estar convencido en su tarea de que “ni siquiera los muertos están a salvo si el enemigo vence”. En cierto modo, lo que estoy haciendo es equiparar la figura del historiador y del novelista. Entiendo que en esta novela de lo que se trata es hacer un repaso de la historia dando voz a los vencidos, a los que quedan fuera del sistema, a los desfavorecidos después de las múltiples utopías. Es decir, a los que no cuentan la historia.
Usas dos palabras que tomo para la siguiente pregunta: revisitación y utopía. Es una revisitación del pasado y, según uno va leyendo el libro, le surgen dudas. ¿Por qué esa obsesión de ir siempre hacia el norte del protagonista, hacia esa utopía que en realidad es una distopía?
El norte, servía como guía, había que darle un punto cardinal a la novela. Pero también juega el papel del poder y de la esperanza de lo que está por venir, el progreso material. El norte es donde reside la esperanza, la utopía. Poco a poco se me configuró la idea de que ese debía ser el camino físico que hace el camino: sale de Puebla, en México, y acaba pasada la frontera con Estados Unidos.
La idea de que la utopía se transforma en distopía viene contenido en toda la historia política. La utopía consiste en señalar unas inconsistencias del sistema, unos puntos ciegos que quedan fuera del poder. Por eso, en el momento en el que se materializan, se tienen que convertir en un nuevo sistema que a su vez dejará fuera a otros muchos desfavorecidos y se transformará en una nueva forma de dominación.
Esto, además, me parece que ha sido lo que ha pasado con el capitalismo. En la novela, que arranca en el s. XVI, estamos viendo ya en la persona del indio Juan una reencarnación de la semilla del capitalismo. En ese siglo, esa semilla que parecía que iba a traer la liberación al ser humano, hemos visto que se ha ido convirtiendo a lo largo de la historia en nuevas formas de opresión.
Según tu respuesta y el contenido de la novela, ¿estamos condenados a repetir la historia una y otra y otra vez?
Tengo una conciencia circular del tiempo. No creo que se repita de igual modo, pero sí existen ciertos patrones estructurales. Lo que cambia son las jerarquías de los conceptos, las intensidades con las que aparecen esos conceptos… creo que se tienden a repetir patrones y que tendemos a caer en los mismos errores. Y que, aunque puede haber novedades, tienen que ver más con la interrelación de los conceptos que una y otra vez vuelven.
Adquirí esta idea de la historia estudiando mitos. Me interesa mucho la historia antigua y la antropología y ahí se puede ver cómo en una misma cultura a lo largo de siglos permanecen ciertos mitos, en los que pueden cambiar muchas cosas pero que tienen una estructura subterránea similar. Creo que esa es la clave de la historia. Parece que nos dirigimos hacia el futuro, pero esas novedades son elementos del pasado que se resignifican.
Esta conciencia circular del tiempo la representas en el libro a través de la escritura. Así, ciertos fragmentos se repiten una y otra vez para dar esa sensación de bucle.
Sí. Es un recurso que me interesa mucho. De hecho, a lo largo de mi carrera literaria he ido cambiando varios recursos, pero este lo he mantenido. Me gusta encontrar pasajes que se repitan rítmicamente en los textos: por un lado para dar una sensación musical, pero sobre todo hay una razón conceptual.
Lo que me interesa es repetir un párrafo en otro contexto, lo que hace que no signifique lo mismo. Es un poco el juego de Pierre Menard, autor del Quijote, el cuento de Borges en el que se planeta que repetir palabra por palabra El Quijote en el s. XX ya no es El Quijote, sino otra cosa.
Aunque haces el juego de la repetición, en ese párrafo el lenguaje se va adaptando al momento histórico y a las circunstancias.
Eso fue lo más difícil del libro, de las primeras cosas que tuve que decidir si era capaz de hacer. La novela, con todos estos cambios de tiempo, era bastante exigente. El reto era cómo conseguir que el lenguaje cambie lo suficiente como para poder mostrar un cambio de mentalidad en la época, pero al mismo tiempo que no cambie demasiado para que no parezcan varios libros o varios personajes.
Finalmente tomé cierto lenguaje que evoluciona, pero sobre todo cambié mucho la mirada. Busqué ese suelo común que hiciera que desde el principio y hasta el final pareciera que era un mismo narrador el que está hablando. También me pareció complicado llevar a cabo los cambios sin que el propio personaje muchas veces fuera consciente siempre de que está pasando el tiempo. Él cree que está pasando el espacio.
En este sentido, comentabas antes que se trata de una historia de personas pequeñas. En la obra, esos personajes muchas veces no son conscientes del paso del tiempo porque la Historia los arrolla. Planteas que las personas comunes siempre llegan antes o después al sitio donde se está produciendo el cambio.
Me interesa esa historia minúscula, la que queda fuera de los grandes nombres, la que no se estudia en la universidad o en los colegios. Esa concepción de la historia es la que deja fuera a las personas de a pie. Pensamos en la revoluciones, en las batallas, en los grandes descubrimientos, que dejan fuera toda una realidad cotidiana.
Probablemente, si un campesino del s. XVI leyera lo que escribimos sobre su época no se sentiría representado. Lo que tenemos en mi novela es un personaje, siguiendo la tesis del Ángel de la historia de Benjamin, que hace un poco el papel del Ángel. Quiere detenerse a ver a los desfavorecidos, las ruinas que está dejando la historia, pero el mito del progreso le impide detenerse. Esa historia que nos lleva siempre a más, a no detenernos.
El tomar a los que se quedan fuera de la historia, los desfavorecidos, hace que en la novela haya mucha violencia.
La violencia es un aspecto que trabajo mucho en los libros. En todos ellos tienen un papel importante porque me interesa mucho la historia desde la perspectiva de la violencia, la opresión. El sistema como control de la vida y la muerte de los seres humanos y explorar las posibilidades de violencia. Con esta novela, estoy explorando los sucesivos rostros de la violencia a través de los siglos. Y cómo la violencia no merma, sino que cambia de rostro. No es inferior.
Si la violencia no cambia, sino que cambian los rostros, ¿no sería más apropiado nombrar de manera diferente, crear un nuevo lenguaje que abra otras posibilidades?
Siempre es un trabajo muy difícil, pero coincido contigo en que para captar nuevos conceptos necesitamos cambios en el lenguaje. Es complicado acuñar esos nuevos términos para referirnos a los rostros de la violencia en el tiempo presente. De vez en cuando se acuñan desde la filosofía, desde la sociología nuevos términos para referirnos a la dominación que antes no conocíamos.
Hace poco leía sobre el concepto de violencia burocrática, que resulta muy interesante, se trata de la violencia que ejerce la institución a través de sus laberintos casi kafkianos y que nos conduce a la inactividad por la complejidad del sistema. Se trata de una violencia que es nueva, precisamente porque la burocracia es un concepto reciente. Pero sí, estoy de acuerdo contigo en la necesidad de la búsqueda de nuevos términos.
¿Por qué comenzar la novela en el marco de la conquista de los españoles de América, si la historia se va repitiendo?
Empieza ahí porque la anécdota que dio pie a la novela fue el hallazgo de ciertas crónicas en las que se comentaba que hubo niños nobles aztecas que fueron obligados a internarse en colegios franciscanos. Se puede decir que fueron formateados culturalmente y que acabaron actuando como espías para ver quiénes de sus padres realizaban idolatría pagana. Fueron traidores a su propia cultura y cuando crecieron no fueron aceptados como religiosos, porque eran indios.
Este papel limítrofe, aquellos que nacen en una cultura y que la acaban traicionando para acogerse a una nueva, me recuerda mucho al papel de los inmigrantes actuales, por ejemplo los que cruzan a México, una vez que traspasan la frontera, tampoco son aceptados. Me parecía interesante empezar en el s. XVI y terminar en el s. XXI, esto daba una cierta sensación de cierre, ya que se dan los mismos elementos. El colonialismo español, con sus múltiples diferencias, utilizaba un lenguaje similar al que podría utilizar un estadounidense blanco como Trump a día de hoy justificando la construcción del muro. Al mismo tiempo, me parecía que podía ser interesante empezar en el s. XVI para contar la historia del capitalismo. Si hubiera empezado más atrás o adelante, me habría dejado cosas.
Al final, lo que necesitamos es pararnos y mirar por el retrovisor.
El final lo he dejado deliberadamente ambiguo. Para mí, la idea que señalas del retrovisor es importante: por un lado remite al Ángel de la historia, pero se trata de plantear la posibilidad que tenemos de avanzar sin cuestionar esa ruta hacia delante, y de explorar si no existen otras vías menos obvias que permitan un avance más sosegado y más razonado hacia el futuro.