Año 2008. En la ciudad de Barcelona se produjo uno de los crímenes más perversos de la reciente crónica negra española. La fría meticulosidad y la ecpatía (la falta de sentimientos hacia los demás) que demostró la asesina de la joven Ana María Páez, dejaron a los ciudadanos con un nudo en el estómago. La investigación del caso la recrea la periodista de sucesos Mayka Navarro en Desmontando el crimen perfecto (AlRevés, 2019).
Una escena del crimen rara rara
El miércoles 19 de febrero de 2008, en el número 36 de la calle Camprodón del barrio de Gràcia, en un bajo que se alquilaba como apartamento turístico de dos plantas, la encargada de la limpieza descubre, a media mañana, sobre el sofá el cadáver de una joven desnuda, con una bolsa blanca de plástico perfectamente adherida al cuello con cinta aislante de unos cuatro centímetros de ancho. El escenario deja a los investigadores perplejos: en el piso no están los efectos personales de la joven ni ninguna documentación. Tan solo unas botas negras altas de piel colocadas en perfecta línea recta, a los pies del sofá. Y una peluca de cabello negro, con flequillo. Todas las luces están encendidas, la televisión en marcha en Antena 3. La escena, escribe Mayka Navarro, “desprendía una perturbadora serenidad”. No había signos de violencia. ¿Qué podría haber sucedido?
Al principio, los investigadores, debido a que por aquella época se habían producido varios casos famosos de asfixia en la ciudad, nos cuenta Navarro, no descartaron lo que parece describir la escena: un juego sexual que ha terminado en tragedia. Tampoco eliminan la posibilidad de suicidio; es raro, pero podría ser factible. Sin embargo, muy pronto, al confirmar la rotundidad con la que el novio de la víctima desestimó la posibilidad de que ésta, Ana María Páez, de 35 años de edad, tuviese una doble vida o acaso hubiese pensado suicidarse (ambos tenían planes para reformar la vivienda en la que residían y estaban felices; además, Ana María quería ser madre), se comienzan a valorar nuevas hipótesis. Aquí es entonces cuando aparece la amiga y ex jefa de la víctima, María Ángeles Molina, más conocida como Angie, con quien la víctima había quedado para cenar el día anterior.
La chica que se creía más lista que nadie
Se dice de ciertas personalidades psicopáticas, para las que un crimen no es más que un escollo añadido para conseguir su objetivo, que son tremendamente inteligentes. Pero no es verdad. Lo demuestra el caso de Angie, una persona fría, experta manipuladora y seductora quien, sin embargo, falló en lo más importante: la empatía. Y es que, como cuenta Mayka Navarro a The Objective: “Angie fue incapaz de pensar que cuando los investigadores hablarían con Carlos (el novio de Páez) éste fuera tan vehemente, descartando por imposible el retrato de su novia que se hacía según la escena del crimen”.
Así, los investigadores comienzan sus pesquisas. Lo primero es interrogar a la persona responsable del alquiler del apartamento turístico. Son dos. Ambos dicen, al ver la foto de Ana Páez, que ésta no es la persona a la que ellos le alquilaron el apartamento. Lo segundo es comprobar los movimientos bancarios: encuentran un retiro de 600 euros en efectivo en un cajero de Mataró (donde trabajaba Páez), a primera hora de la mañana del martes 18 de febrero. Pronto consiguen las imágenes. Aparece una mujer que no es Páez, con una peluca negra con flequillo y un caro bolso de Louis Vuitton. La mujer realizaba un gesto muy característico con el brazo. Gesto que reconocerán después algunos de los testigos.
A partir de este momento no había más que ir tirando del hilo. En los datos de contacto que se habían dado para la contratación del apartamento turístico hay un teléfono y una dirección de la calle Balmes. Al personarse la policía en el inmueble, descubren que está llegando durante los últimos meses un montón de correspondencia a nombre de Ana Páez, quien, por supuesto, no vive allí. En el piso al que llegan las cartas vive una pareja de ancianos que nada tiene que ver con el caso. El paso siguiente es investigar el registro de llamadas y pedir autorización al juez para abrir las cartas. Entonces todo se vuelve claro como el agua: Angie ha estado usurpando la identidad de la víctima (al haber sido su ex jefa de recursos humanos tienen sus nóminas -que falsifica-, su DNI y su firma -que también falsifica-) durante los dos últimos años contratando créditos (de no más de 15.000 euros, un límite que no levanta sospechas ni obliga a que el director de las sucursales tenga que dar el visto bueno), y también pólizas de seguros. En total: casi un millón de euros.
Restituir la dignidad de la víctima
Las complejidades de una investigación por homicidio las cuenta y recrea Mayka Navarro en Desmontando el crimen perfecto, un libro muy interesante porque es una mezcla de investigación periodística novelada, autobiografía de la autora y diario de las vicisitudes de una cronista de sucesos. No obstante, como puntualiza la propia Navarro, “yo salgo en lo que tengo que salir”. Y es fundamental su aparición en la parte final, cuando la jueza que instruye el caso no solo le prohíbe informar sobre el mismo en su periódico (entonces El Periódico, dándose la paradoja de que sí que podía informar en la televisión, TV3) sino que trata de intimidarla amenazándola con meterla en la cárcel si no le revela sus fuentes (cosa que, por supuesto, Navarro no hace, mostrando una “lealtad sin fisuras a las fuentes”). Así nos encontramos con un texto muy equilibrado, emotivo y fidedigno que, en última instancia (y como la autora le promete al hermano de la joven asesinada) sirve para dignificar a Ana Páez y, por sobre todo, para contar la verdad.
Este libro surge de una primera crónica publicada por Navarro el domingo 27 de abril del 2008 en El Periódico titulada “El crimen perfecto”. En ella se juega con el título de la clásica película de 1954 de Alfred Hitchcock, basada en la obra teatral de Frederick Knott (fue idea de Carles Cols, entonces jefe de Navarro). La autora reconoce que se equivocó con esa crónica, publicada un día antes de que se levantase el secreto de sumario, porque “nunca pensé el daño que podría causar a los padres”. De ahí también la necesidad de este libro: un intento de dar por fin carpetazo a todos los rumores que había despertado el caso y que destrozaron al entorno de la familia de la víctima. Porque esto se nos olvida a veces y es que todo crimen trae siempre asociados daños colaterales.
La verdad siempre se impone
Dice Mayka Navarro que “la realidad nos ha demostrado que no hay nada increíble, que cualquier cosa es posible.” Pero, sin embargo, “la verdad siempre se impone”. En el caso del asesinato de Ana Páez todas las pesquisas dirigían desde el principio su atención hacia la culpabilidad de Angie, una persona de orígenes humildes, ambiciosa, cegada por el dinero (tuvo el primer Hummer de Barcelona), a quien nada le importa más que conseguir sus objetivos. Que en este caso son exclusivamente de naturaleza económica. Angie llevaba un tren de vida muy por encima del de la media. Vivía en la zona alta de la ciudad, tenía un Porsche, su hija iba al colegio más caro de Barcelona, no se perdía las vacaciones en Baqueira… y ella supuestamente solo recibe el dinero de su nómina como jefa de recursos humanos (unos ingresos en torno a los tres mil euros).
Es cierto que Angie recibió una suculenta herencia de su exmarido (fallecido en 1996 en extrañas circunstancias; la familia de éste sigue pensando que Angie tuvo algo que ver, aunque recientemente se volvió a abrir el caso y no pudieron encontrar indicios de culpabilidad que apuntasen a Angie; de momento el caso se sigue considerando un suicidio), pero, como se demostrará en el registro de su domicilio, las deudas la acechaban y la situación era ya insostenible. No podía mantener ese estilo de vida. Y, de ahí, de esa desesperación y necesidad es de donde surge la urgencia de acabar con Ana Páez, para poder cobrar los seguros de vida, cuyo beneficiario era una tercera persona.
A vueltas con el crimen perfecto
Dice el filósofo francés Jean Baudrillard que un crimen perfecto es un crimen inexplicable, un crimen que carece de motivación y de autor. Y que ahí es donde reside su auténtica perfección. De cualquier forma, puntualiza, el crimen perfecto no existe, pero la perfección es siempre criminal. El secreto (si lo hubiere) sería que asesino y víctima se confundiesen. Y eso es algo que casi podría haber sucedido en este caso.
Al respecto del crimen perfecto, sin embargo, Mayka Navarro opina que “puede que haya escenarios inhóspitos e inaccesibles, investigaciones imperfectas, la suerte o la coincidencia de múltiples factores que empujan en favor del criminal, pero el crimen perfecto no existe”. Cosa que, a cabalidad, demuestra su libro.