Javier Argüello: “Si se jode todo, nos joderemos todos, el rico, el pobre, el blanco, el negro…”
En ‘Ser rojo’, Javier Argüello cuenta la historia de sus padres, una vida marcada por la sensación de fracaso al ver que el proyecto político en el que creían “se jodía” por “los oportunismos y las prepotencias y la falta de respeto por la vida”
El título, más aún en estos días, no deja indiferente. Ser rojo (Literatura Random House) es la nueva novela del argentino Javier Argüello y, lejos de lo que algunos pensar, no se trata de un texto de carácter panfletario, aunque el autor reconoce que “con este título juego un poco al engaño”.
Ser rojo es ante todo la historia de sus padres, que desde muy jóvenes creyeron y se comprometieron con el socialismo. Su lucha los llevó a viajar por Europa del Este, a escapar de Argentina y a esconderse en Chile. Sus viajes estuvieron marcados por la desilusión, por esa sensación de fracaso al comprobar que el proyecto político en el que creían “se jodía” por culpa de “las deformaciones, los oportunismos, las prepotencias y la falta de respeto por la vida”. Al reconstruir la vida de sus padres, Argüello se pregunta qué queda de aquellas ideas, qué se puede salvar de toda esa desilusión, qué se puede hacer para que aquellos fracasos no nos lleven a pensar que ya no hay alternativa.
“Soy rojo y no por ideología (…) soy rojo porque creo que la comunión de los hombres sigue siendo el objetivo”, escribes, subrayando que el “ser rojo” nada tiene que ver con revoluciones, partidos políticos o ideologías.
Esto que comentas es la conclusión a la que llegué después del viaje que realicé a través de la escritura de la novela. Hasta ahora, nunca me había embarcado en un libro tan personal, en el que abordo temas que hasta ahora no habían desperado mi interés. De hecho, si me hubieras preguntado hace tres años sobre la dictadura argentina te hubiera dicho que era un tema que no iba conmigo. Sin embargo, en este tiempo me he dado cuenta de que, en realidad, sí que tenía que ver conmigo, aunque no quería verlo. Comencé Ser rojo pensando en escribir la historia de mis padres, pero escribiendo sobre su historia fui apareciendo yo. Si todos los libros tienen algo de descubrimiento, este tiene mucho. Volviendo a tu pregunta, descubrí que había algo detrás de la cuestión ideológica de ser de izquierdas. A esta altura de la historia, es más que evidente que el ser humano es bastante egoísta, mezquino…bastante peor de lo que nos gustaría. Lo que pasa es que algunos creen que no hay nada que hacer, mientras que otros tenemos esperanza en que algún día podremos ser mejores. ¿Qué significa ser de izquierda o de derecha? A los que todavía confiamos que, quizás, se pueden hacer las cosas de forma distinta y ser de otra manera, a lo mejor, se nos puede definir como personas de izquierda. Mi padre creía que podíamos ser mejores, luchó junto a muchos otros por ello, pero su lucha se basaba en la confianza de que, si se cambiaban las estructuras externas, cambiaría el ser humano.
Sin embargo…
Sin embargo, la dura realidad es que, por mucho que se cambien las estructuras externas, el ser humano sigue siendo el mismo.
De hecho, podría decirse que Ser rojo es un libro sobre la desilusión ante el fracaso de un proyecto político.
Sí, es la desilusión por un proyecto, por ver que ese camino que mis padres tomaron no llevó a nada. Pero, ese camino no es el único, hay otros. El hecho de que su lucha fracasara no significa que no haya hoy otras alternativas. Por tanto, ¿qué es ser rojo hoy en día? Es pensar que, una vez asumido que no basta con cambiar las estructuras ni los medios de producción, tenemos que mirar hacia dentro y tomar conciencia de que somos nosotros los que tenemos que cambiar. Si no cambiamos, esto no va a funcionar, ni bajo el sistema capitalista ni tampoco bajo el socialismo.
Tras la desilusión que le provocó el viaje a la Europa del este, tu padre recuerda que el Chile de Allende fue un proyecto estimulante e ilusionante, aunque despertó el recelo de todo el resto del arco político.
Exacto. Lo que sucede es que la historia de la humanidad es muy larga y nuestra vida muy corta. Si fracasa un proyecto, pensamos de inmediato que no vale la pena reintentarlo, que su fracaso es la prueba indiscutible que no funciona. Sin embargo, no es así. Es como si fracasas con tu primera novela y piensas que ya no puedes escribir. ¡No! Hay que seguir probando. El problema es que nuestras vidas son tan cortas con respecto a los procesos históricos que nos parece que el fracaso de un proyecto político es un fracaso general. Y no, es solo el fracaso de un intento.
Esta es la reflexión que realizas cuando recuerdas la felicidad de tus padres al ser testigo de la caída del Muro de Berlín.
Cuando hablamos del fracaso del modelo socialista no debemos pensar que la otra opción, la del capitalismo occidental, triunfara. Cuando narro la caída del muro, efectivamente, me pregunto si verdaderamente estábamos celebrando un triunfo. ¿Acaso el fracaso no estaba en ambos lados? Por tanto, volviendo al principio, los que estamos fracasando somos nosotros, no los sistemas. Tenemos que preguntarnos qué nos está pasando, por qué no podemos ser más solidarios y armar un mundo un poco más justo y respetuoso.
Tu padre confiesa las contradicciones inherentes a su lucha política, reconoce que él quería huir de la pobreza y que, quizás, su lucha se debía más a no querer ser otra vez pobre antes que a un compromiso con la sociedad en general.
Él no quería, efectivamente, volver a ser pobre, así que se cuestiona a sí mismo y se pregunta si se había comprometido políticamente por egoísmo o por conciencia hacia los demás. Todas nuestras acciones tienen algo de egoísmo y, al mismo tiempo, de generosidad. Tener un hijo, ¿es egoísta o es un acto de generosidad? Cada una de nuestras acciones puede someterse a esta pregunta. Yo puedo ser un tipo muy generoso y dedicar gran parte de mi día al voluntariado, a ayudar a quienes menos tienen, pero ¿no lo hago también por mí, por mi satisfacción, por mi tranquilidad? Es muy difícil definir el límite que separa el egoísmo de la generosidad. Volviendo a mi padre, normalmente la gente que viene de un lugar como del que él procede no suele estar lo suficientemente formada para poderme explicar su lucha y compromiso en los términos teóricos, que, por el contrario, si manejan personas como mi madre, que estaba muy impregnada por la teoría, pero no tenía la experiencia, no conocía la realidad sobre la que teorizaba.
De hecho, tu madre formaba parte de esa burguesía ilustrada que abraza el comunismo, estando muy lejos, materialmente hablando, de ese pueblo con el que se identifica.
Sí, en cierta manera sí, aunque es muy válida la lucha de quien nunca se ha visto en un lugar muy complicado desde el punto de vista material, pero que arriesga y organiza su vida en torno a unas ideas que defiende. Pero, es cierto que, con respecto a mi padre, el punto de vista de mi madre es más teórico y no tiene tanto que ver con la experiencia personal. Con esto no quiero decir que un punto de vista es más legítimo que otro. Lo interesante para mí es haber conocido dos versiones, la de mi madre y la de mi padre, cuyo relato está más vinculado a la experiencia personal, a su lugar de origen.
¿La desilusión de tus padres da inicio con ese viaje a Europa y con la Primavera de Praga, que, para muchos, marcó un antes y un después en la creencia en el socialismo como sistema político?
Yo les pregunté a mis padres si se acordaban de cuándo comenzaron a sospechar que aquel socialismo en el que creían no estaba funcionando. Mi padre lo sospechó desde el principio, desde los años universitarios. Yo creo que hay acontecimientos históricos, como fue la Primavera de Praga, que fueron determinantes, pero, al mismo tiempo, creo que al final lo verdaderamente determinante es nuestra experiencia personal, es lo que acontece en nuestra vida. Un hecho puede ser muy importante, pero no afectarnos tanto como puede hacerlo otro, quizás de dimensiones menores. Es sorprendente observar cómo nos contamos lo que queremos; por tanto, ¿cuándo hace alguien un clic y ve que las cosas que no eran como creía? Cada uno lo hace en un momento distinto, dependiendo de su propia historia. Y luego hay quien nunca hace clic.
En este sentido, tu padre es alguien que siempre intentó comprender al otro y sus ideas, aunque fueran antitéticas a las suyas.
Mi padre me dijo precisamente que él entendía que cada cual defendiera sus intereses, que, incluso, entendía que los chilenos de clase alta quisieran echar a Allende del poder. Es importante entender las razones de unos y de otros para poder darte cuenta así que, en el fondo, es un error pensar que lo importante es lo de cada uno, lo individual, lo propio. No podés estar bien solo y, por tanto, lo tuyo nunca será lo únicamente importante. Este es el clic que nos falta dar a todos; nos falta darnos cuenta de que, como nos está enseñando la situación de pandemia que vivimos, no nos vamos a salvar solos. Si se jode todo, nos joderemos todos, el rico, el pobre, el blanco, el negro…
Por tanto, volviendo a inicio, ser rojo es estar comprometido con la comunidad, con los otros.
Efectivamente. El año pasado, cuando ya tenía el libro terminado, cogí el transiberiano, porque quería ir a Siberia, a Mongolia y a China para ver qué había quedado de todo ese socialismo con el que muchos habían soñado. Fue muy interesante el viaje. De hecho, diría que la idea de comunismo es oriental y, por esto, resulta tan complicado ponerla en práctica en Occidente. Nosotros nos pensamos como sujetos individuales. El comunismo es el sistema del no individuo, así que ¿cómo aplicarlo en el mundo del individuo? Es casi imposible. Prueba de ello son todos los experimentos fallidos en Occidente.
Como recuerda tu padre y como vemos todavía hoy, el comunismo se tacha de peligroso.
Sí, el comunismo despertaba miedo, muchos creían que significaba que les iban a quitar sus cosas.
El libro se pregunta hasta dónde se puede llegar a la hora de defender un proyecto. Cuándo el fin termina por justificar los medios, ¿se “jode” todo proyecto político?
Todo proyecto se jode cuando se encuentra con los seres humanos. Sobre el papel, el proyecto puede ser muy bonito, pero, si quienes lo van a implementar no están a la altura, el fracaso está asegurado. Los grandes ideales de la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad son incompatibles entre sí en términos absolutos. Para que seamos iguales, hay que limitar la libertad de algunos. Por tanto, desde el primer momento hay algo que no funciona.
La pregunta sería: ¿Existe la libertad absoluta o mi libertad empieza donde termina la tuya?
En base a lo que estamos viviendo, no solo acá sino también en muchos otros países, creo que habría que meter a más de uno en una habitación y volverles a explicar qué es la democracia y qué es la libertad, conceptos que se gritan y se defienden sin saber de qué se está hablando. ¿La libertad es absoluta o tiene algunos límites? Si tiene límites, ¿deja de ser libertad? Algunos dirían que sí, pero, en realidad, no. Yo hablaría de una libertad más madura, de una libertad con límites que considera lógico el hecho de que yo no pueda hacer ni decir lo que quiera.
Y, sin embargo, hoy escuchamos a algunos decir que vivimos en dictadura porque “no nos dejan salir de casa”.
Quienes dicen que esto es una dictadura, no saben lo que es una dictadura. Uno puede estar en contra de determinadas medidas, puede estar en contra de determinadas decisiones o estructuras, pero no se puede decir que esto es una dictadura. Si empezamos a llamar dictadura a cualquier cosa, cuando venga una dictadura de verdad no tendremos palabras para nombrarla.
Leyendo la novela, surge la pregunta sobre los referentes. Es difícil pensar que los que tenían tus padres sigan siendo válidos, pero ¿cuáles son los nuestros? ¿Carece la izquierda actual de referentes?
Es complicado. Me da la sensación de que se puede seguir siendo fiel a unas mismas ideas y a un mismo proyecto, sin tener que recurrir a los mismos referentes. Ir a gritar a la plaza con la camiseta del Che, ¿no es falta de imaginación? Es como querer ser vanguardista hoy. Las vanguardias tuvieron lugar a inicios del siglo XX y fue en aquellas primeras décadas cuando tuvieron sentido: nacieron para desestructurar el arte, la creación, el pensamiento… pero ¿qué sentido tiene ser vanguardista hoy cuando todo está desestructurado? En todo caso, ser vanguardista hoy sería buscar estructura. Se trata, a fin de cuentas, de entender el momento en que se vive. Si queremos seguir con la lucha de mis padres, no podemos transitar por los mismos lugares que ellos transitaron y tampoco con sus mismos referentes. Ya no se trata de cuestionar el sistema, sino de preguntarnos cómo somos quienes lo estamos implementando. Por esto decía antes que ser rojo hoy pasa por mirar hacia adentro y no hacia afuera.
De lo que no hay duda, es que Ser rojo cuestiona la idea postmoderna de que la historia ha terminado.
Es un absurdo pensar que la historia ha terminado. Afirmarlo tiene algo de egocéntrico. Si lo pensás bien, la historia no se construye siguiendo un tiempo lineal, sino circular. Los problemas son siempre los mismos. No avanzamos y no dejamos atrás nada; nos volvemos a encontrar siempre con las mismas cuestiones. Confucio, por ejemplo, hablaba de la mancomunidad y planteaba cuestiones muy similares a las planteadas por Marx, aunque no lo hacía en términos políticos. Confucio decía que nos teníamos que amar los unos a los otros, algo que también dijo Jesucristo.
De hecho, más de una vez se ha dicho que Jesucristo fue el primer socialista.
Sí, en parte lo fue. Y Confucio hablaba de la mancomunidad… Al final, las ideas siempre son las mismas, llevamos siglos pensando en lo mismo.
Como escritor argentino que vivió la dictadura siendo un niño, ¿crees que, antes o después, como han hecho muchos otros de tu misma generación, debías enfrentarte literariamente a aquel momento histórico?
En realidad, creo que la dictadura es un tema que sigue sin interesarme del todo desde el punto de vista literario. Cuando estábamos pensando en la portada del libro, me plantearon una imagen que remetía al golpe de estado, pero yo no la quise. No me interesaba el hecho histórico de por sí, sino la historia personal de dos personas en un determinado contexto histórico. Quiero decir, no sé si me interesa la dictadura como hecho histórico y, de hecho, nunca pensé que iba a escribir sobre ella. Me interesa en todo caso como historia humana y es precisamente como historia humana que he decidido escribir sobre ella en Ser rojo.
Es decir, no te interesa los hechos históricos, sino la experiencia de quienes los vivieron.
Hay una máxima que dice que, si quieres contar la historia de correos, cuenta la historia de una carta. La historia de correos es la que va a contar el periodismo o los manuales; la literatura, por el contrario, debe contar la historia de la carta. Cuando leo manuales de historia, me interesa la Segunda Guerra Mundial, pero no me interesa cuando leo literatura. En la literatura, busco la historia del soldado, busco conocer la experiencia personal de un individuo, no el hecho histórico en su totalidad.