Los museos madrileños se reecuentran con el público en la intimidad
Nos asomamos al Prado y el Thyssen un día antes de su apertura. Ambos esperan expectantes y entre medidas de seguridad las visitas, después de casi tres meses cerrados
Distintos y a la vez familiares desde que se pone un pie –desinfectado previamente en un felpudo antibacteriano– en la sala. Íntimos y con nuevas historias que contar, un poco como cuando ves a un amigo después de mucho tiempo. Así reabrirán este sábado el Museo del Prado y el Museo Thyssen-Bornemisza sus puertas, después de permanecer casi tres meses cerrados, algo que no sucedía desde la Guerra Civil.
Como nosotros en el primer paseo tras el confinamiento, el Prado se ha preparado, expectante, y ha vestido sus paredes con sus mejores galas para el Reencuentro, una exposición que concentra las 250 obras más importantes de su pinacoteca. El Thyssen, cuyo sello de calidad son las exposiciones temporales, ha prolongado la de Rembrandt y el retrato en Amsterdam, 1590-1670 hasta el 30 de agosto y la dedicada a Joan Jonas, hasta el 13 septiembre
Entramos y las salas estaban prácticamente vacías, un escenario de película. En el Prado, sanitarios, miembros del cuerpo de la Policía Nacional, la Guardia Civil y la UME estaban también allí, pues tuvieron el privilegio de disfrutar de la exposición un día antes de su apertura. El museo quería homenajearles, darles las gracias por su lucha en primera línea contra el virus.
En la sala central del Museo del Prado, bajo el techo abovedado, Tiziano da la bienvenida y Rubens le coge el testigo. Se inicia así un recorrido que permite conocer buena parte de las obras maestras del fondo del museo. “Pensamos que no podíamos simplemente abrir las puertas, que por simbología, por historia, por categoría y por vinculación con los españoles, el Prado tenía que hacer algo más para volver a la normalidad con un esfuerzo que fuese ejemplar e inspirador”, cuenta Carlos Chaguaceda, director de comunicación del museo, a The Objective. La visita está pensada para durar una hora y media, pero no hay tiempo límite. El único requisito es que se acceda por la puerta de Goya y se salga por la de Murilllo.
Ambos museos han adoptado las medidas de seguridad esperadas. La mascarilla, por descontado, es obligatoria y nadie accede sin pasar antes por una toma de temperatura en la puerta para comprobar que no supere los 37.5º. Las taquillas, la consigna, las audioguías y los folletos han pasado, de momento, a mejor vida: se han digitalizado.
En el Thyssen, ahora las puertas son automáticas. En el Prado, las entradas tienen que comprarse a través de la web y para una fecha y hora determinadas. Han mejorado la calidad del aire –ahora es como la de un hospital– y por el suelo de las salas de ambos museos se reparten pegatinas que indican a los visitantes la distancia de seguridad.
La nueva normalidad en los museos es extraña, pero íntima. Solo permiten acceder a un tercio (1.800 visitantes en el Prado y 1.200 en el Thyssen) de las personas que entrarían habitualmente. Poder observar con detenimiento los Fusilamientos de Goya o los dos Saturno devorando a su hijo de Goya y Rubens –que comparten exposición por primera vez desde 1929– Las Meninas o La rendición de Breda de Velázquez. Disfrutar de Rembrandt en petit comité, sabiendo que nadie invadirá tu espacio personal, es un privilegio de esos que las masificaciones nos habían quitado. «El que entre va a ver el museo en unas condiciones preferentes», afirma Evelio Acevedo, director del Thyssen, a The Objective.
Cuando los museos cerraron el pasado 11 de marzo, el calendario de exposiciones se quedó congelado. Nos explica Chaguaceda que, como todos los museos del mundo han estado parados, el intercambio de obras entre ellos también. “No hay posibilidad de trasladar obras de un sitio a otro, los seguros subirán y habrá que diseñar nuevos protocolos”. Acevedo nos cuenta que en el Thyssen ha pasado lo mismo. «Las temporales se complicarán un poco más, habrá que reducirlas», explica.
La situación financiera también influye notablemente, pues la principal fuente de ingresos del museo es la venta de entradas. Para el Prado, “el año pasado que fue un año récord por el bicentenario vinieron al museo unos 3.2 millones de personas y los ingresos fueron de 22 millones euros, teniendo en cuenta que el 50% de los visitantes no paga entrada porque son menores, mayores o estudiantes”, según nos cuenta Chaguaceda. El cierre ha sido un batacazo: el Prado calcula pérdidas de 8 millones de euros; el Thyseen, de 7 millones.
El esfuerzo que han puesto en la reapertura es lo que permitirá, en palabras de Chaguaceda, volver al punto de partida. “Esperamos que para el 13 de septiembre –cuando finaliza la exposición– la normalidad total haya vuelto y podamos volver a conocer el museo tal y como lo hemos conocido siempre”. En el caso del Thyssen, según explica Acevedo, cuentan con la ventaja de que el 41% de sus visitantes son de Madrid. «Creo que volveremos en algún momento, a la normalidad de siempre”, afirma.
Cerraron sus puertas físicas y abrieron las virtuales. De vuelta al emblemático edificio del Prado –diseñado por el arquitecto Juan de Villanueva en 1785, durante el reinado de Carlos III– Chaguaceda nos transmite que ahora lo importante no es tanto lo económico, que lo es, como la parte simbólica y cultural. “Necesitamos alegrías como esta”, concluye Chaguaceda. «Las visitas presenciales, por supuesto tienen que continuar. Son insustituibles», añade Acevedo.
Tanto en el Prado como en el Thyssen, la entrada será gratuíta este fin de semana.