Se define como una persona intensa, porculera y que suele sacar de quicio. Pero tocar los cojones profesionalmente y crear contenido en internet son precisamente las dos cosas que han llevado a Malbert a escribir (y publicar) su primer libro, No insultes, gilipollas (Plan B).
Sus vídeos con ácidas críticas a todos y cada uno de los concursantes de OT 2020 tienen tropecientas visualizaciones, y su perfil en Instagram cuenta ya con más de 365 mil seguidores. Aun así, él es un tipo inconformista. «Una de las cosas que pretendía [al publicar el libro] era sacarme una foto con mi cara, junto a una estantería llena de libros. Eso, y que la gente conociese un poquito esa parte que uno no siempre muestra en las redes sociales. La gente solo conoce aquello que yo quiero que conozcan de mí», comenta el polémico influencer.
¿Cómo es eso de trabajar de lo que te gusta gracias a ser odiado?
Como cualquier tipo de trabajo, es algo que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. No existe el trabajo perfecto. Considero que el mío es un trabajo más, aunque sí que te permite una creatividad que no encuentras en otro tipo de trabajos. La verdad es que yo me lo paso muy bien, porque cada día tengo una historia nueva.
¿De pequeño ya se te daba bien eso de buscarles las cosquillas a la gente?
Cien por cien. Hay mucha gente que me pregunta si Malbert es un personaje, o si finjo ser una persona que no soy. Literalmente, desde pequeño adoraba sacar de quicio a mis compañeras de clase y a mis amigas. De hecho, en mi vida personal también tengo esa actitud de buscar las cosquillas a la gente y de provocar un poquillo. La verdad es que me encanta y me lo paso genial.
En el libro cuentas que recibes bastantes insultos y amenazas al cabo de la semana. ¿Cómo casa eso con tu estado de salud mental?
Actualmente, bien. Pero no siempre ha sido así. De hecho, en el libro ves, desde el capítulo uno hasta el último, la evolución de cómo he aprendido a gestionar eso. Sí que es cierto que no podría haber aprendido a gestionar ese odio, unas veces merecido y otras no, sin la ayuda de un psicólogo. Sin esa ayuda seguramente no hubiese sabido encajarlo de la mejor forma o, al menos, como lo hago ahora. O incluso darle la vuelta a la tortilla y de algo negativo, sacar algo positivo. Pero no estoy haciendo un papel victimista, porque lo cierto es que yo hablo sin filtros y eso lleva a que la gente hable de mí, más o menos acertadamente.
¿Alguna celebridad ha llegado a boicotearte por meterte con ella?
Sí, varios. Y, de hecho, uno de ellos aparece con nombre y apellidos en el libro. Me hizo desaparecer de un trabajo por el que me habían contratado junto a otros cantantes y personas mediáticas. Esto es algo a lo que me expongo al crear guerras mediáticas. Cuando una persona tiene más poder que tú, te va a intentar tumbar. Pero bueno, cada día es una historia diferente y eso es algo que me gusta, porque me mantiene vivo. No es como en otros trabajos monótonos, que yo, por mi personalidad, sería incapaz de llevar a cabo. Aunque si no tuviera trabajo, no se me caerían los anillos por trabajar [en lo que sea]. Llevo desde los dieciocho años trabajando sin parar.
¿No está sobrevalorado lo de dar tu opinión sobre cualquier tema en las redes?
A mí es que me parece una fantasía. Aunque no entiendas de lo que estás hablando, en cada opinión hay un componente de humor y de aprovechar eso para hacer un poquito de espectáculo. Pero es cierto que hay personas que dan su opinión sin tener ni puta idea, y creyendo que tienen idea o razón de algo. Las redes sociales están para eso, para la diversidad y para ver a gilipollas y a no gilipollas.
¿Resulta agotador el mostrar a través de Instagram tu vida diaria «idealizada y maquillada»?
No sabría contestarse, porque no es mi estilo. Deberíamos preguntárselo quizás a María Pombo o a Paula Gonu. Imagino que sí, porque fingir 24/7 debe ser agotador. Es cierto que, en mis inicios, yo pequé de eso, de intentar ser siempre la persona perfecta, con el filtro perfecto y mostrando la mejor cara, cuando era totalmente mentira. Debe ser duro, sí, pero también te digo que todas las máscaras se terminan cayendo.
¿Cómo reconoces habitualmente a eso que llamas un influmierder?
Hay un story [en Instagram] que nunca falla: el típico con una taza de café encima de la cama, sobre una bandejita, unas tostadas integrales y una musiquita de fondo de Ed Sheeran. Esa es la clave para decir ‘vale, tú no te levantas así, ni te preparas eso por la mañana, así que no seas mentirosa, patrañera y vendehumos’.
¿Quién sería, en tu opinión, el máximo exponente de esa corriente en España?
¡Ufff! Hay varios nombres. Te podría nombrar a la novia de Kiko Matamoros [Marta López], que me parece una influmierder en toda regla pero, a la vez, es también maravillosa. Algunas influmierder dan tanta vergüenza ajena que resultan adictivas. No puedes dejar de ver de qué forma hacen el ridículo, y de qué forma te engañan. Marta Pombo también es maravillosa. Recuerdo cuando la pillaron criticando a una empresa de tortitas, cuando dos stories antes estaba diciendo que estaban buenísimas. Se le filtró el story que quería llevar a ‘mejores amigos’, y ahí estaba la tía, contando que no le gustaban las tortitas. Hay muchos nombres. La mayoría de los influencers de España lo son.
El estilo de tus vídeos resulta tan reivindicativo como incómodo. ¿Asustas a las marcas o aun así te llegan propuestas?
Asusta totalmente. Yo he dejado de trabajar con muchísimas marcas, y soy consciente de ello porque tengo muchos conocidos trabajando en agencias de publicidad, que cuando escuchan mi nombre o ven mi perfil se niegan a colaborar con alguien que no tiene el mejor vocabulario, o que se mete en polémicas. Imagino que cada empresa tendrá su propia política, pero cuando consigas tener a un influencer, o a una persona de redes sociales, con los números que yo tengo en stories, entonces hablamos. Estoy muy orgulloso de la comunidad que he creado y de los números que tengo. Pero sí, he perdido mucho dinero por tener una personalidad tan marcada, aunque mi personalidad no se vende ni por cuatro duros, ni por cincuenta mil. Prefiero ser fiel a mi esencia y perder dinero.
«El mundo del show business es una gran mierda cubierta de purpurina». ¿Se gana bien al menos?
Depende del mes. Ha habido meses donde he cobrado quinientos euros. Yo estuve dos años subiendo vídeos a Internet sin cobrar nada, y subía un vídeo a la semana, lo cual son muchísimas horas de trabajo, teniendo además un segundo trabajo como tenía entonces.
¿Cuál es tu plan B para el día que todo esto deje de darte de comer?
Tirarme por un precipio [risas]. No lo sé, la verdad. Soy una persona que se guía mucho por el momento. Quizás sería un poquito maduro e inteligente tener planes de futuro, pero bueno… Tampoco me veía escribiendo un libro, ni dedicándome a las redes sociales, ni yéndome a Bruselas a pinchar música. Yo vivo, aprovecho el momento y le saco el máximo partido, y luego ya miraremos. ¡Mañana nos podemos morir! Hay que vivir y aprovechar todas las oportunidades que tenemos en el momento.