'¿El último concierto?': un grito desesperado que no debe apagarse
Estos espacios llevan soportando el abandono y desprecio institucional desde hace años. Remando entre dificultades. No olvidemos el zigzag del IVA cultural y de ocio o los recortes
Cancelaciones, aplazamientos y reprogramaciones en cascada durante ocho meses. La música, enmudecida. Acallada. En stand by. Y ese silencio incomoda. Desagrada a los artistas, al público y a las salas de conciertos, quienes están sufriendo, de forma directa, cómo la herida no supura. El siguiente acorde aún suena lejano. Distante. Pero una nota discordante ruge en este escenario pandémico.
«Queremos evidenciar la situación de vulnerabilidad en la que nos encontramos las salas. Si la administración no toma medidas urgentes, van a desaparecer muchas. Son imprescindibles para desarrollar la carrera de los artistas y de la vida cultural de un territorio», comentan a The Objective desde La Mirona.
Nacida en 2001 en Salt (Girona), este local de conciertos forma parte de la iniciativa ¿El último concierto?, un proyecto liderado por varias asociaciones y salas de conciertos españolas donde denuncian los estragos de esta crisis sanitaria para el sector de la música en vivo. Donde a lo largo de estos meses se han cancelado unos 25.000 conciertos y donde las pérdidas económicas —de aquí a final de este año— alcanzarán los 120 millones de euros.
En medio del caos, de un no futuro inmediato, es necesaria una ayuda que calme el desconcierto sobre el futuro del colectivo. Colectivo porque, aunque la cara visible de ¿El último concierto? sean las asociaciones y salas, detrás se concentra una amalgama de profesionales. Esta circunstancia afecta a más de 5.000 trabajadores entre los que se encuentra personal administrativo, técnicos de sonido o fotógrafos.
«En Barcelona, por ejemplo, varios grupos inversores están pendientes de los posibles cierres de las salas de mayor tamaño y bien situadas con la intención de construir hoteles, pisos turísticos o centros comerciales», lamenta La Mirona. Un paisaje desolador que ya ha hecho mella en algunos locales de la geografía española, al no poder cubrir los gastos fijos mensuales.
Con cada cierre, una licencia desaparecerá y la desertificación cultural, por desgracia, será irreversible. «Si una sala de conciertos cierra, es poco probable que vuelva a abrir. Por lo tanto o aseguramos la permanencia de las salas o este país tendrá una brecha cultural que durará más de 10 años», explica a este medio Fran Bordonado, de EnViu! (Asociación Valenciana de salas de Música en Directo).
El grito desesperado de ¿El último concierto? es una reivindicación del valor de la música en directo. De la identificación de estos recintos como espacios culturales. Así, este 18 de noviembre varias salas emitirán conciertos en streaming a las ocho de la tarde a través de la web creada para este proyecto.
«La gran mayoría de las salas no podrán sobrevivir en estas condiciones de endeudamiento progresivo más allá del 2020. A no ser que puedan recuperar la actividad en unas condiciones mínimas que no provoquen más pérdidas que las actuales o que la administración escuche las medidas de choque que se proponen para reducir los gastos mensuales y que asignen ayudas económicas para compensar las pérdidas adquiridas hasta el momento», reza el comunicado de ¿El último concierto?.
Estos espacios llevan soportando el abandono y desprecio institucional desde hace años. Remando entre dificultades. No olvidemos el zigzag del IVA cultural y de ocio o los recortes. «Las salas de conciertos nunca lo hemos tenido fácil, las administraciones nunca nos han tenido en cuenta ni se nos ha valorado como merecemos. Esta pandemia ha puesto de manifiesto las carencias en la forma de legislar», señala Bordonado.
El sector de la cultura ya alzó la voz el pasado mes de septiembre bajo Alerta Roja. Un movimiento surgido desde el sector de los eventos y espectáculos del que dependen «alrededor de 800.000 puestos de trabajo». Pese a organizarse múltiples manifestaciones para reclamar ayudas y que Alerta Roja fuese galardonado en los Premios Ondas 2020 la paliativa no ha sido efectiva.
El pasado 3 de noviembre, el Gobierno aprobó un real decreto con ayudas para técnicos del sector cultural. Una medida que, desde Alerta Roja, han tachado de «insuficiente» al no cubrir las necesidades básicas de la industria; en cuyo requerimiento se sitúan, entre otras, el desarrollo del Estatuto del Artista y la negociación de un convenio colectivo sectorial. De nuevo, incertidumbre. Un futuro no futuro para la cultura. Una caída al vacío.
Es momento de atajar el problema, de reconocer y de poner en valor estos espacios. Desde ¿El último concierto? manifiestan que es necesario que «la administración entienda que el trabajo de las salas, que ofrecen una programación artística y musical estable de proximidad durante todo el año, es un bien cultural del país. Poder disponer de espacios donde el baile y la música actúan como nexo que amalgama la capacidad de disfrutar, relacionarse y enriquecerse social y culturalmente no sólo es una necesidad que gran parte de la población tenemos en diferentes momentos de nuestra vida, sino que es un servicio que debemos ofrecer y un derecho esencial de la ciudadanía que debe ser garantizado».
«Son ya demasiados meses intentando que sanidad entienda que no somos ‘ocio nocturno’ al uso. Nuestra actividad cultural es 100% segura y equiparable a otras actividades que sí que están permitidas, como son los cines y teatros. O sin ir más lejos, si quieren obviar el tema cultural, el resto de licencias de hostelería está trabajando con la implementación de los protocolos pertinentes, como haríamos nosotros», reitera Bordonado.
Las salas de conciertos son focos culturales que dinamizan ciudades y barrios. Que dan vida, reviven y sanan. ¿El último concierto? y Alerta Roja batallan —desde la trinchera—afónicos, para mostrar la frágil inestabilidad económica del gremio. Pero es un último grito desesperado que no debe apagarse.