«El concepto de obra se amplía a partir de los presupuestos duchampianos: no llegan para derribar un concepto previo, sino para ofrecer una amplitud de miras mayor a la hora de valorar la creación del tiempo que nos toca vivir», señala el novelista y ensayista Javier Montes, que acaba de publicar en El misterioso caso del asesinato del arte moderno (Ed. Wunderkammer). Como Holmes, Montes sigue la pista de este irónico asesinato a partir de uno de sus principales perpetradores, Marcel Duchamp, para observar de qué manera el autor de La fuente amplía el concepto de arte cuestionando el concepto de «lo real» así como su relación con el entorno, haciendo tambalear instancias como la de autor, la de originalidad o la de unicidad para abrir las puertas al llamado arte contemporáneo.
En los ochenta, Arthur Danto declaraba la muerte del arte. Esta declaración se sustentaba en la idea de que con Warhol y sus Cajas de brillos se llegaba al máximo de mimetismo. Tú pareces corregir este postulado retrotrayéndote hasta Duchamp y planteando, por el contrario, la muerte del arte retiniano.
Lo de la «muerte del Arte», como La Muerte de la Novela o La Muerte del Autor y hasta La Muerte de Dios es una especie de anuncio recurrente que en realidad no significa gran cosa, visto que proliferan y pululan artistas, novelas, autores y hasta dioses de recambio todos los días. En realidad, yo juego en el ensayo con esa idea desde el mismo título. Otro posible, parafraseando a Hitchcock y siguiendo el juego con las convenciones del género policíaco y de suspense, podría haber sido «Pero ¿quién mató al Arte Moderno?». Duchamp, en su momento, planteó alternativas a un tipo de arte más centrado en lo formal y lo mimético, lo «retiniano», retomando las premisas y orientándolas hacia un tipo de creación más basada en el juego de ideas, asociaciones libres y planteamientos conceptuales. Lo uno no quita lo otro, y en esas seguimos. En nuestra época, de tantas prisas, querríamos ver un cambio de paradigma cada cinco años, pero me temo que esos movimientos de placas tectónicas son muy lentos y tardan mucho en asimilarse… el anterior había sido más o menos allá por el Quattrocento… mejor disfrutar por el camino que apresurarse a decretar penas de muerte y certificar decesos.
Tanto tú como Danto hacéis hincapié en el concepto de ready-made y sobre cómo éste pone en cuestión tanto el concepto de arte como el de artista, pues, como tú mismo te preguntas en un momento del ensayo, ¿quién hace el arte? “¿quién lo invoca y a la vez desenmascara su seductora impostura?”
Sí, creo que es más interesante y más estimulante liberarse de prejuicios o ideas preconcebidas acerca de lo que «debe» ser el arte y apoyarse en las ideas duchampianas para ampliar el plano y considerar sin miedo otras formas posibles de crear nuevos valores y nuevas ideas puestas en circulación por nuevos creadores. Como quien asiste a un espectáculo de magia, disfrutaremos más y aprenderemos más si aceptamos a título provisional entrar en el juego que se nos propone y ejercemos sin miedo nuestro propio criterio, discernimiento y facultad de gusto.
¿Cuestionando la lógica realista es hacer tambalear el concepto de «belleza», fundamental dentro de la historia del arte?
Creo que la aportación de Duchamp es muy valiosa: la idea de que la belleza, el sentido, las nuevas verdades o las nuevas formas de enunciar las verdades de siempre pueden encontrarse en lugares insospechados: no sólo en la superficie coloreada de un cuadro sino en una operación mental o en una nueva asociación de ideas (por algo era un ajedrecista consumado, un juego o deporte mental en el que la belleza es inmaterial pero innegable en determinadas jugadas). Humildemente, mi ensayo propone algo parecido: con humor, con un sentido lúdico, jugando con las convenciones de los géneros y recordando al lector/espectador las reglas del juego que se juega, se pueden hacer también descubrimientos “serios” y descubrir belleza y sentido en lugares insospechados.
Dice Man Ray: «Los pintores de nuestra generación estaban tratando de pintar más libremente, pero mis esfuerzos en el último par de años se habían dirigido a liberarme totalmente de la pintura y sus implicaciones estéticas». ¿Se comenzó a ver la estética y sus implicaciones como algo que limitaba la libertad de los artistas?
Sí, en ese momento seminal de las vanguardias de entreguerras la Estética tradicional se presentaba como una limitación para nuevas exploraciones. Pero no olvidemos que han pasado cien años y que el movimiento de ampliación de objetivos y posibilidades de la creación es constante, igual que la fosilización y la academización de las innovaciones. Hoy día, el arte conceptual también puede ser un marco académico, conservador y restrictivo. Creo que es la actitud inconformista de los creadores, al margen de corrientes de uno u otro signo (más formales, más conceptuales, etc.), la que determina el valor y la importancia de su trabajo.
Me gustaría preguntarte sobre tu reflexión en torno a la fotografía: en lugar de poner el acento en su capacidad de reflejar instantáneamente la realidad frente al objetivo, haces hincapié en su capacidad de captar lo invisible.
Duchamp le dijo al fotógrafo Alfred Stieglitz: «Me gustaría que la fotografía hiciese que la gente empiece a despreciar la pintura, hasta que algo nuevo les haga despreciar la fotografía». Al margen de la boutade provocadora y combativa que tiñe el tono de la frase, me interesa esa actitud de descontento con lo establecido y de búsqueda constante de nuevas formas de expresar viejos conceptos. Es una huida hacia adelante, que por otro lado es la única dirección posible y la actitud más productiva y noble que puede tomar un artista. ¡En esas seguimos!
De ahí ese deseo del artista de cuestiona lo real, tratando de captar aquello que no se percibe, aquello que va más allá de las expectativas de la mirada. Esto me recuerda el relato de Cortázar Las babas del diablo, que fue el punto de partida de Blow up. ¿Hasta qué punto hay aquí una redefinición del papel de la fotografía, de su potencial no solo artístico?
Sí, son buenos ejemplos: tanto Cortázar como Antonioni como tantos otros usan la fotografía como emblema, como símbolo de las armas e instrumentos que los creadores pueden emplear a la hora de empujar un poco más allá los límites de lo que se puede decir y representar: de ese modo, se amplía la esfera de lo que se puede pensar y, en realidad, la esfera de lo “real”.
El ready-made duchampiano puede leerse como una respuesta a la cultura burguesa en toda su expresión, pero hasta qué punto ese arte antiburgués terminó siendo absorbido por el mercado.
Sí, por supuesto, la carrera entre el arte y lo establecido es como la de Aquiles y la tortuga: están siempre pisándose los talones. Creo que la idea de fondo es precisamente que esta es una carrera de fondo entre lo imaginario y lo real: lo fundamental es que no se detenga el movimiento.
Dicho de otra manera, ¿no hay manera de salirse de la carrera?
El arte es una producción humana, imbricada en los mecanismos de producción, distribución y valoración humanos. Nunca ha sido distinto, y las pretensiones románticas al respecto son en realidad contraproducentes al negar esa realidad y hacer más difícil su crítica y su revisión. Volvemos a la fábula de Aquiles y la tortuga: Duchamp no hace otra cosa que «revelar» las relaciones entre el arte y lo real (llámese a día de hoy capitalismo, si se quiere). Esa clarificación es el primer paso para saber qué margen de acción tiene el arte, o los artistas, que en mi opinión es a la vez ínfimo y gigantesco, como en la paradoja de la eterna carrera de márgenes infinitamente decrecientes de Zenón de Elea: la prerrogativa artística de poner constantemente en circulación nuevos valores y sentidos que lo real asimilará casi de inmediato. Casi: en ese casi está su margen de libertad y su valor indispensable para el género humano (al menos tal como entendemos hoy eso de ser humanos).
¿Cómo ves que, anualmente, más de uno cuestione determinadas obras que se exponen en una feria como ARCO?
Por un lado, una feria de arte no es una exposición colectiva, ni una bienal, ni un «Salón» como los del XIX parisinos. Y el caso de ARCO en España es tremendo porque llegó a un país y una cultura que llevaba medio siglo de atraso y reticencia oficial frente a lo contemporáneo (de puertas adentro, de puertas afuera sí se vendía la imagen de una España de artistas «modernos» que ganaban premios en bienales y certámenes oficiales por el mundo entero). Eso ha llevado a un malentendido perpetuado por medios y público frívolos que ya sería hora de quitarse de encima: ARCO no es el sitio para «pasar la ITV» de arte actual y quedarse tranquilo para el resto del año. No pasa nada por no interesarse por el arte actual, pero si nos interesa, no podemos pretender que ARCO sea nuestra fuente de información, de formación, de descubrimiento de propuestas y de disfrute, que al fin y al cabo de eso se trata. ARCO es una feria y hace muy bien, como feria que es, en buscar una rentabilidad y una sostenibilidad económica. Y luego cada cual hablará de la feria, como es costumbre, según le haya ido en ella.
Más allá de ARCO, imagino que habrás oído más de una vez a más de uno señalar que hay un tipo de arte contemporáneo que es una toma dura de pelo. ¿Es una cuestión de ignorancia o algo hay de esto?
Por otro lado, creo que si uno decide que le interesa lo que andan haciendo los artistas y otros creadores actuales, empieza con muy mal pie si va temiendo que le tomen el pelo. No lo hacemos cuando leemos autores actuales, o cuando vamos a ver películas actuales. (Bueno, o espero que no). Es una postura defensiva, estéril, y una pérdida de tiempo y fuente de dispepsia. Yo, por ejemplo, no leo novelas de Rosamunde Pilcher o de John Grisham (un artesano honrado que además siempre que puede recuerda que lo que él hace no es estrictamente literatura) por ejemplo, que no encajan con mis gustos ni con lo que me estimula como lector. Pero que sus novelas se publiquen, se lean y se vendan no me hace gritar que la literatura contemporánea toma el pelo a la gente, que qué escándalo, dónde vamos a parar, etc. Lo que no se vale, como decíamos de niños, es no tomarse el tiempo ni hacer el esfuerzo de informarse, de pasear, de visitar, de leer, y luego una vez al año rasgarse las vestiduras cuando leemos que una obra de Damien Hirst se ha vendido por un porrón de millones. ¡Oiga, ni que los pusiéramos de nuestro bolsillo! Creo que en el campo del arte sobran Don Cicutas, y creo que en el arte actual hay tanta seriedad, tantas posibilidades de formación y crítica y disfrute, como en cualquier otro campo de creación actual. Ni más, ni menos. Que cada cual decida si le apetece o le merece la pena hacer el esfuerzo de acercarse y sacarle provecho (yo, por ejemplo, decidí hace tiempo que no me da la vida y ese esfuerzo no me merece la pena con el fútbol profesional o la micología, pero no les quito su mérito y su intríngulis que los iniciados sin duda disfrutan).