Ariadna Castellarnau: «Las escritoras de cuento o de género no somos un fenómeno reciente»
‘La oscuridad es un lugar’ indaga en las relaciones personales, los miedos, las frustraciones y las culpas, sentimientos todos ellos creadores de monstruos
En 2016, ganaba el VI Premio de Las Américas de Narrativa con Quema, una novela distópica escrita en Argentina, país donde la catalana Ariadna Castellarnau residió durante un tiempo y con cuya literatura mantiene una estrecha relación. En los relatos de La oscuridad es un lugar (ed. Destino), la escritora transita entre lo real y lo fantástico a través de una indagación en las relaciones personales, sobre todo de carácter intrafamiliar, y en los miedos, en las frustraciones y en las culpas, sentimientos todos ellos creadores de monstruos.
«Lo oscuro es un camino y la luz un lugar», dice el poema de Dylan Thomas y leyendo tus relatos da la impresión de que es en lo oscuro donde estamos condenados a estar, de que la luz es un lugar al que difícilmente se llega.
Creo que la mente humana es un lugar bastante oscuro. La mayor parte de las personas, entre las que me incluyo, pasamos mucho tiempo envueltos en nuestras propias fobias, manías, pesadillas o miedos. Cuando no estamos ocupados con estos pensamientos, estamos tratando de escapar de ellos. Pero la oscuridad es también un gran tema para la literatura. Esto no significa que tengamos que ser almas atormentadas para poder escribir. Pero sí que lo oscuro es un terreno interesante para internarse. Encuentro una gran belleza en lo desconcertante, lo raro, lo monstruoso, lo retorcido.
Se cuenta que, en su lecho de muerte, las últimas palabras de Goethe fueron: «Luz, más luz». Al final, ¿este es nuestro gran anhelo?
Me da la sensación de que ahora mismo, tal y como está el mundo, y ya que antes has mencionado a Dylan Thomas, más que el anhelo de luz, deberíamos estar rabiosos por la muerte de la luz. Es una idea bellísima y muy poderosa que aparece en uno de sus poemas más conocidos y que creo que define bastante bien el momento que estamos atravesando a nivel global.
Los relatos se inscriben en el género fantástico, aunque también escapan de él y es que ese elemento fantástico parece formar parte de lo real. Como dicta la cita de Angela Carter que introduce el libro, pareces interesada en explorar lo invisible que forma parte de lo real.
En realidad, lo fantástico y lo real son indisociables. El género fantástico requiere de ambas cosas: de lo que nuestra sociedad asimila como “la realidad” y de lo insólito o sobrenatural. En los cuentos de La oscuridad esa base real suele ser la familia y los vínculos afectivos. Hay madres, hijos, matrimonios, hay celos, crisis de pareja y padres abusivos, cosas que podemos reconocer fácilmente y que forman parte del entorno doméstico. Lo que sucede es que, a diferencia del cuento fantástico donde lo anormal irrumpe en un mundo supuestamente normal, en mis cuentos la realidad ya está alterada de entrada y los personajes no dudan de lo que ven o lo que sienten. La pareja de La isla en el cielo, que encuentra en la puerta de su cabaña un bebé abandonado, acepta ese ser inquietante como un hecho normal, lo incorporan en su cotidianidad sin hacerse demasiadas preguntas y esta reacción es la que resulta aterradora.
Todos los relatos están arraigados en la cotidianidad y, sobre todo, en las relaciones intrafamiliares. ¿Los monstruos de verdad están ahí?
La familia puede dar lugar a relatos aterradores. Los peores abusos, la violencia más desmedida suele darse en los entornos familiares. Shirley Jackson decía algo así como que los verdaderos monstruos viven entre nosotros y sonríen; pueden ser nuestros padres, nuestras parejas, nuestros hijos… A mí me interesa explorar los temores cotidianos, el horror tras la vida doméstica y los vínculos familiares.
Tus personajes viven asfixiados por el miedo o la culpa, ¿dos sentimientos que nos llevan a crear esos monstruos irreales solo en cuanto son creaciones nuestras?
La angustia, el miedo y la culpa son grandes creadores de monstruos. En el libro hay un cuento sobre la culpa de una madre después de ver morir a su hija. El desarrollo de la historia entra en el terreno de lo fantástico, pero el corazón del relato es esa culpa, que es la que termina desatando el caos y el horror. Pero los demonios interiores son siempre bien reales para aquel que carga con ellos.
Me gustaría volver a Angela Carter y esas mujeres que protagonizan sus cuentos hadas, que nada tienen que ver con los tradicionales. Esa vuelta de tuerca que le da al género, ¿acaso no está relacionado con lo que tú haces con respecto al realismo?
Creo que lo que hace Angela Carter tiene que ver más con una visión de género sobre los cuentos de hadas. Lo que vemos es cómo las protagonistas tradicionalmente pasivas de estas historias toman un rol activo y se vuelven dueñas de su destino, muchas veces de una forma bastante heterodoxa y con mucho sentido del humor. En mi caso, la vuelta de tuerca con la realidad tiene que ver con asumir su naturaleza poco fiable, su anormalidad intrínseca.
Hablando de cuentos de hadas, me gustaría preguntarte sobre la figura de los niños, recurrentes en tus relatos. ¿No hay nada más inocente y, a la vez, más terrorífico que un niño?
La mezcla de inocencia infantil y depravación es muy jugosa para el terror. No solo porque resulta perturbador ver el mal encarnado en un niño, sino porque es complicado defenderse. ¿Cómo vas a matar a un niño por muy malo que sea? Siempre habrá ese instante de duda, de vacilación, en que te preguntas si no estarás alucinando. Le pasa a Gregory Peck al final de La Profecía, cuando ha conseguido llevar a Damien a la iglesia y está a punto de clavarle la daga. Hay un momento en que lo miras y te das cuenta de que no será capaz de acabar lo que ha empezado. En mis cuentos los niños también son inquietantes, pero sobre todo están desamparados. Esto se lo debo al cuento de hadas. Si te fijas, los cuentos de hadas son una colección de familias disfuncionales: padres irresponsables, hermanos que se odian hasta el punto de llegar al asesinato, padres que desean incestuosamente a sus hijas…Los niños de La oscuridad tienen mucho que ver con los niños de los cuentos de hadas.
Pensando en tu anterior novela, Quema, una distopía, aquí ya no estamos en un tiempo futuro, sino en un aquí y ahora más o menos reconocible.
He cambiado de género, pero sigo trabajando con la imaginación, que es lo que a mí me gusta y me interesa. No me encuentro cómoda documentando lo real; me gusta trabajar con la imaginación que es un concepto muy mal entendido porque se sigue pensando que el realismo es el único género conductor de la verdad. Pero la imaginación tiene un potencial político enorme. Nos permite construir realidades alternativas, que cuestionen las limitaciones de nuestro mundo, que lo trasciendan o lo conceptualicen más allá de nuestra realidad histórica concreta.
La crítica siempre te ha relacionado con autoras latinoamericanas como Samanta Schweblin o Mariana Enríquez. Habiendo vivido muchos años en Buenos Aires, ¿te sientes más próxima a la tradición latinoamericana y, en concreto, a la argentina que a la española?
Me siento muy próxima a la literatura argentina. El género fantástico tiene una tradición enorme allá, con autores que forman parte del cano universal, como Borges o Cortázar. Me gusta mucho Artl, Horacio Quiroga, Silvina Ocampo, aunque, a excepción de Silvina, no son autores con los que me siento especialmente emparentada. Samanta y Mariana son autoras a las que admiro muchísimo. Creo que ambas, cada una en su campo, han abierto camino para que otras escritoras podamos trabajar los géneros sin complejos.
Más allá de la literatura latinoamericana, creo que es esencial, a la hora de hablar del género fantástico, citar a una autora como Cristina Fernández Cubas, que ha renovado el género del cuento y de lo fantástico en la literatura española.
Cristina Fernández Cubas es una escritora que también admiro muchísimo. Es muy sutil, muy elegante a la hora de presentar ese elemento fantástico que muchas veces no es algo concreto, un ente sobrenatural, sino la propia mirada sobre el mundo. Esa mirada extrañada, esa forma “fantástica” de contar las cosas también está en La oscuridad, y me gusta pensar que me acerca un poco a su forma de narrar.
¿Cómo ves el supuesto auge del cuento y su reconocimiento y, asimismo, si consideras que parte de este auge se debe a que sois muchas las escritoras las que lo estáis practicando?
Yo creo que el auge y el boom son conceptos editoriales. Siempre ha habido mujeres escribiendo cuentos, novelas, haciendo género. Lo que ahora existe es un interés del mercado por este tipo de literatura. Hay una alineación de astros propicia, es verdad, pero esto no significa que nosotras, las escritoras de cuento o de género, seamos un fenómeno reciente.
Pensando en el presente, ¿los mejores relatos los escriben hoy mujeres?
De nuevo, no creo que sea un fenómeno actual. Ha habido siempre grandes cuentistas. Ahí tienes a Flannery O’Connor, Carson McCullers, Clarice Lispector, Lucia Berlin, Joyce Carol Oates, Joy Williams, Grace Paley, Lorrie Moore, Dorothy Parker, Elena Garro, …la lista es infinita.