Hernán Zin: «Si solo tenemos cifras, ¿con qué elementos hacemos el luto?»
El cineasta Hernán Zin aborda en ‘2020’, su nuevo documental, el horror del coronavirus en la Comunidad de Madrid. El director ha filmado, desde una mirada humana, la tensión en las UCI, el dolor de los familiares o el trabajo de los sepultureros
Desde que comenzó la pandemia, el coronavirus[contexto id=»460724″] ha segado la vida de más de 18.000 personas en la Comunidad de Madrid. Más de la mitad murieron durante los dos primeros meses, marzo y abril. Lo sabemos, ahí están las cifras y los informes, pero cada vez estamos más anestesiados ante este drama. Tristemente, las personas se han convertido en números. Contra eso lucha Hernán Zin. El cineasta ítalo-argentino es el director de un documental, titulado 2020, que es a la vez un bofetón y una caricia: cuenta, desde la intimidad de los protagonistas, que esto pasó y sigue pasando.
Zin se cuela en las Unidades de Cuidados Intensivos, en los cementerios y en las casas de los enfermeros para llamar la atención y restituir la dignidad. La de los que ya no están, la de los que han conseguido curarse y la de los enfermeros que los han salvado. Que nos han salvado. El director, que ya le puso una pátina de humanidad al horror en Nacido en Siria o Nacido en Gaza, muestra en 2020 las imágenes más duras que nos estuvieron veladas. Así, algunas escenas son dramáticas porque la realidad fue dramática: personas intubadas y giradas en las camillas, hospitales sin recursos suficientes o familiares devastados que no pudieron dar una última caricia a un mayor. Hernán Zin pone la luz donde sólo hubo oscuridad. Hablamos con él sobre la pandemia y la importancia de ver las imágenes para hacer una digestión emocional del dolor. Porque duele, pero existe la posibilidad de la catarsis.
¿No te pusieron trabas para grabar en IFEMA, o para acceder a las Unidades de Cuidados Intensivos?
En IFEMA concretamente grababa todo el mundo, era lo fácil. De hecho yo no fui a IFEMA, fue otra unidad del equipo. Pero el resto… fue muy difícil, ha sido el trabajo más difícil de mi vida. Había una orden muy clara de no dejar entrar a la prensa a ningún lado, y yo fui insistiendo. Me levantaba a la seis de la mañana e iba mandando a todos los políticos el artículo que conozco, el artículo 20 de la Constitución, que habla de la libertad de información y expresión. Se lo mandaba a amigos, a directores de hospitales, hasta que al final hubo algunos que me abrieron la puerta. Pero al principio todo era ‘no’, y de hecho somos los únicos que tenemos ese material.
¿Qué fue lo más duro que encontraste, aquello que sentiste que te superaba y con lo que no podías?
Muchos momentos. La primera vez que entré a una UCI sentí que no podía respirar. Me imaginaba como un paciente intubado, hinchado por el prono… Fue angustiante. Quise salir, pero me quedé porque era mi trabajo. También fue terrible la morgue de Madrid, me pareció como una suerte de cadena de montaje de la muerte. Esos son los momentos que más me ha costado rodar.
En los medios de comunicación hubo un debate bastante acalorado sobre la conveniencia de mostrar fotografías de una dureza muy explícita de la pandemia, especialmente gente intubada o fallecidos. En la película queda claro que para ti es importante que la gente vea esas imágenes, ¿por qué?
Es imprescindible. Si solo tenemos cifras y olvidamos la parte emocional… Una cosa es poner una foto y otra cosa contar una historia con un contexto, con un nombre o un apellido, como hago yo en 2020. Creo que esa es la diferencia. Si le pones emoción y rostro a esas cifras, a esos 6.000 ancianos que han muerto en Madrid, si les pones una historia y un contexto a los que salvaron, a los médicos, como sociedad madura que somos (no necesitamos ningún paternalismo que nos diga qué podemos ver y qué no) nos ayuda mucho a hacer el luto, a hacer la digestión emocional de lo que nos ha pasado.
Ha sido un año terrible, pero si solo tenemos cifras, ¿con qué elementos hacemos el luto? Es algo que también aparece en Morir para contar, lo dice uno de los periodistas: ¿qué pasa si quitamos de la Historia de la humanidad ciertas imágenes, como la de la niña quemada de napalm, que cambió la guerra de Vietnam, o las torturas en Abu Ghraib? Claro que son imágenes duras, pero son imágenes que hacen avanzar la conciencia de la humanidad. En el caso del coronavirus había que ver las UCI, había que ver cómo estaban luchando los médicos desde dentro para digerirlo, para que la gente se lo tomase en serio.
Yo tenía claro que para mí no era un derecho, sino una obligación, mostrar eso y que la gente lo tuviera a su disposición y que no fuera algo vetado. Aparte, creo que hay un doble rasero: ¿cuando es en África se pueden mostrar y cuando es Europa no? Somos todos iguales y hay que mostrar, con delicadeza, con elegancia y con permiso de la gente y su consentimiento, por supuesto, pero hay que mostrar. Yo volvía del silencio de los hospitales al ruido político y pensaba: «No puede ser que los políticos no estén guardando un minuto de silencio por las 1.000 personas que mueren cada día». Se nos privó de una parte humana.
Uno de los enfermeros que aparece en tu documental explica que la situación en el hospital era «como un 11-M». ¿Te parece una metáfora acertada?
Me parece que se queda corto, el 11-M fueron 190 muertos y aquí eran 1.000 al día. Ellos lo cuentan porque el 11-M lo vivieron como algo muy traumático, como la colza, que también recuerdan los enfermeros que llevan más tiempo, esa llegada masiva de gente herida. El símil alude a que tenían una riada de pacientes, y creo que es acertado y lo explican muy bien: es algo que te supera. Y esto no fue un día, como el 11-M, fue todos los días.
¿Cómo es caminar por un Madrid vacío, del que todos hemos visto fotos impresionantes y que tú retrataste?
Era una sensación muy extraña estar todos los días en la calle solo. Yo ya había vivido lo de caminar por una ciudad vacía en Gaza o en Afganistán. Tenía algo de fantasmagórico y de guerra, de no haber nadie. Se quedaba muy mal cuerpo al ver Madrid sin vida. Me generaba mucha angustia, en general fue un documental que he vivido con mucha rabia porque al principio no me dejaban contar la historia, y después con mucha angustia por lo que estaba viendo.
Es evidente que el motor de tu historia es la parte emocional. Aparecen sanitarios, también militares, que ayudaron en las residencias, sepultureros e incluso un sacerdote, pero no hay ningún representante político. ¿No te interesaba incluir una mirada política en tu relato?
No, para nada. Me parecía que eso lo estaban haciendo muy bien los medios de comunicación. En los documentales que he hecho nunca entro en política, porque creo que hay periodistas que lo saben hacer muy bien, que tienen fuentes, que tienen acceso a los informes para ver qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal… No puedo competir con eso. Yo pretendo poner a esa cifra que aparece en el periódico, 400 niños muertos en Gaza, una familia y un contexto para humanizar, para crear empatía, para que la gente se dé cuenta de lo terrible que es… Lo mío es trabajar con las emociones, no puedo competir. Eso lo aprendí en el año 94, cuando fui a mi primera guerra, en Camboya. De pronto me encontré con un equipo de AP de doce personas que hablaba con los ministros y yo estaba solo con una cámara. ¿Qué puedo hacer? Pues la parte humana: la entrevista a un hombre al que le ha mutilado una mina. Yo me dedico, muy humildemente, a hacer películas de historias, de personas normales a las que les pasan cosas terribles.
Da la sensación de que intentas cerrar la película con un mensaje esperanzador, con un enfermero junto un paciente que al final consigue curarse, y también con la gente bailando en los balcones. ¿Buscaste a propósito un final optimista, como un rayo de esperanza, a pesar de que no hemos vencido al virus?
Creo que cuando la vida te da un golpe tienes dos opciones: o lo miras de frente y aprendes algo (2020 es un año muy duro para todos, muy traumático, pero nos deja lecciones muy importantes) o miras para otro lado. Solemos apartar la mirada del dolor, pero si lo miras de frente puedes aprender muchas cosas. Hemos descubierto, con el confinamiento, que quizá no necesitamos consumir tantas cosas, que lo importante es la gente que queremos y poder abrazarla, estar con ella, que hay que cuidar el planeta, que está devastado. Si seguimos devastando selvas o bosques y consumiendo plástico van a seguir apareciendo virus o animales con virus.
2020 nos da una oportunidad de madurar como sociedad. En ese sentido, quería dar un mensaje final positivo porque es un año doloroso, pero el saldo que saco es positivo porque como persona creo que he crecido y ojalá a la gente que vea la película le pase, de algún modo, lo mismo. Ojalá aprendamos. El otro día un periodista me dijo: «Vi tu documental y fui corriendo a ver a mi abuela». Bueno, pues qué alegría.
¿Crees que nos podría ayudar reflexionar sobre la muerte, como sucede en otras culturas, para que el dolor cicatrice?
Si algo que todos compartimos es que vamos a morir, y con la muerte existe un cierto tabú que puede complicar la vida. Nos angustiamos por muchas cosas, pero tener presente la muerte y tomarla con naturalidad te puede llevar a lo esencial, a la gente que quieres, a vivir el momento, a no hacer problemas de cosas que no tienen importancia… A nadie le gusta, pero la muerte nos recuerda que estamos aquí de paso, signifique lo que signifique la vida. Y la vida sería más fácil si tuviéramos incorporado que se acaba.