Jean Genet, el eterno 'enfant terrible' de la literatura francesa
Talentoso escritor, provocador moral y defensor activo de marginados, Jean Genet nació tal día como hoy en 1910
Hablar de Jean Genet supone referirse a uno de los más originales novelistas del siglo XX. Y lo cierto es que la historia de este eterno enfant terrible de la literatura francesa es digna de un culebrón de televisión. Aquel niño abandonado por su madre prostituta empezó a delinquir siendo aún un pipiolo, y pasó parte de su juventud entre prisiones de menores y reformatorios. Pero su espíritu inconformista le llevó a rebelarse desde jovencito contra los (retrógrados) valores imperantes en la sociedad que le tocó padecer, y su talento para las letras salió a flote pronto, durante los años en los que se alistó en el ejército. Una aventura, aquella, que terminó en el preciso instante en que se descubrió su homosexualidad y los dueños del cortijo le expulsaron inmediatamente del lugar cual leproso.
Sus días vagabundeando y robando por Europa le acabaron conduciendo a la cárcel, un sitio donde leyó a los clásicos franceses y escribió también algunas de sus mejores obras de teatro. Una de ellas, Las criadas —donde se describe el submundo de las sirvientas—, sufrió en su estreno en 1947 la repulsa de gran parte del público y la crítica, pero cautivó al mismo tiempo a unos cuantos autores franceses e intelectuales. Es más, Genet lograría salir de prisión gracias a la ayuda de algunos conocidos suyos como Sartre o Cocteau, quienes impidieron que acabase condenado a cadena perpetua.
El autor francés combinó siempre inteligentemente el existencialismo con lo absurdo. Disfrutaba de lo lindo mezclando realidad y ficción, convirtiendo al delincuente en héroe, e invirtiendo los valores sociales. Pero, además, una buena parte de sus primeras obras fueron censuradas y prohibidas en muchos países, al tratar de forma explícita temas tan incómodos entonces como el crimen o la homosexualidad.
En Diario del ladrón, sin ir más lejos, el francés relató sin titubeos sus andanzas como carterista y chapero en el barrio chino barcelonés —además de dar a conocer la maravillosa historia de Las Carolinas, un grupo de travestis que, en plena década de los años treinta, tuvieron el valor de ir a llevar flores a las ruinas de un urinario (con vocación de punto de cruising) situado en la parte baja de la Rambla—.
«Un hombre debe soñar mucho tiempo para actuar con grandeza, y el sueño se cuida en la oscuridad».
El paso de los años acentuó la vena ermitaña de Genet —el escritor apenas se dejaba ver en público y acabó convirtiendo la dirección de su casa editorial en su dirección oficial— pero, además, intensificó también su compromiso político. Sea como fuere, resulta incuestionable que este provocador moral se convirtió en su última etapa en defensor activo de marginados, escribiendo diversos artículos donde dejaba clara su postura radical ante cuestiones como los problemas del llamado tercer mundo o las penosas condiciones de vida de los inmigrantes en Francia. «El objeto principal de las revoluciones es la liberación del hombre, no la interpretación y aplicación de alguna ideología trascendental», comentaría en una ocasión.
Apenas dos años después de que la Academia Francesa decidiera concederle (para fastidio de muchos) el Premio Nacional de Literatura de Francia, sus seguidores se quedaron de pasta de boniato al conocer la noticia de su muerte —a los 76 años y a causa de un cáncer de garganta del que casi nadie tenía noticia—, en una habitación del hotel parisino que desde hacía varios años era su residencia habitual. Lo curioso es que todo el ruido que el francés había hecho en vida se quedó en ‘mute’ cuando le tocó pasar a mejor vida. No en vano, Genet pidió encarecidamente que sus restos mortales fuesen enterrados de forma discreta en el cementerio español de Larache, en una tumba orientada a la Meca.