A Morente, en su noche en blanco
Diez años después de su muerte, Morente sigue siendo una inspiración para buena parte del panorama musical español, de Rosalía a Silvia Pérez Cruz, pasando por el duende de Arcángel, Poveda o Ruibal
Montreal queda muy lejos de Granada, pero el día que Leonard Cohen escuchó por primera vez el sonido de una guitarra española se inició la cuenta atrás para una de las grandes transformaciones del flamenco. Por entonces, el joven Cohen ya se había enamorado de la obra de Lorca, pocos años después se convertiría en embajador mundial de los versos del granadino con su éxito Take This Waltz, basado en el Pequeño vals vienés de Federico.
Mientras, en su Granada, la de Lorca, Enrique Morente aprendía de los maestros, viendo y cantando en los tabancos, llegando a dominar los palos de eso que llaman el cante jondo. Pero Enrique, que pronto destacó entre los cantaores, no se conformaba con dominar las formas tradicionales flamencas, sino que se empeñó en atravesar todas las fronteras.
Pepe el de la Matrona lo acogió siendo un adolescente, y pronto empezó a recorrer peñas y tablaos. Luego llegaron los teatros y las giras por el mundo. Juan Varea, Bernardo “el de los lobitos” o Manolo Caracol fueron otros de sus maestros. Sus primeros discos, en los años sesenta, mostraban esa curiosidad eterna de Enrique, que rescataba cantes antiguos que no encajaban en el flamenco del momento. Genial cantaor, investigador práctico del cante.
Recorrió los escenarios con Manolo Sanlúcar, disfrutó de varios “mano a mano” con Camarón, llevó el flamenco a teatros líricos con la compañía de orquestas sinfónicas, algo que entonces era poco habitual, homenajeó a don Quijote, a Lorca y creó una misa flamenca con textos de poetas como San Juan de la Cruz, Fray Luis de León o Lope de Vega, a la vez que se atrevió a musicalizar a Miguel Hernández, a Alberti o a los hermanos Machado.
Siempre avanzando un paso más, hizo teatro, cine y televisión, mientras indagaba en los orígenes andalusíes del flamenco con el marroquí Chekara y su orquesta de Tetuán, con la que todavía trabaja su hija Estrella, y cantaba gregoriano con El Misterio de las Voces búlgaras. En 1994 se convirtió en el primer flamenco en obtener el Premio Nacional de Música.
Omega
En 1991 Alberto Manzano, traductor de Leonard Cohen, le propuso a Enrique hacer un disco con versiones flamencas de canciones del canadiense. Dos años después, en la gira del disco The future, Cohen y Morente se encontraron en Madrid, en el bar del Palace.
Morente tenía amistad con jóvenes músicos granadinos, como Antonio Arias y su hermano Jesús, de Lagartija Nick, que estaba empeñado en grabar poemas de Lorca mezclando punk y flamenco. Se lió. Como en un cante de ida y vuelta, aquellos como la colombiana o la guajira, que llegaban a América y volvían a España transformados, Cohen y Lorca, flamenco y rock, se agitaron en la garganta de Enrique. A Lagartija se unieron Vicente Amigo, Tomatito o Cañizares, que ayudaron a adaptar los poemas lorquianos y los temas de Cohen.
Poco antes de la publicación de Omega, en el que tuvo que poner dinero un empresario inmobiliario porque no había compañía discográfica dispuesta a financiar aquel experimento, Morente cantó en el teatro Albéniz. Cante ortodoxo, del que era un maestro. Cuando terminó, se cayó el telón de fondo y Lagartija Nick apareció con sus guitarras y amplificadores: “¡Esto es ruido!” o “¡Canta flamenco!”, gritaron algunos. Los críticos puristas tildaron a Omega de provocación y descenso a los infiernos.
El álbum salió a la venta en diciembre de 1996 y tuvo una tímida respuesta, pero el paso del tiempo puso las cosas en su sitio: hoy muchos expertos lo sitúan junto a La leyenda del tiempo de Camarón al analizar su efecto renovador y experimental sobre el flamenco. Morente y Lagartija siguieron juntándose cada cierto tiempo para interpretar en directo el disco. En el FIB de Benicassim, quince años después del primer encuentro, Cohen y Enrique se volvieron a ver, esta vez ante 35.000 espectadores. El cantautor diría que aquello era “lo más grande que nadie ha hecho por mí en toda mi vida”, como si Ray Charles lo hubiese versionado.
Pero Morente no se conformó con aquello. Siguió transitando otros caminos: el andalusí, esta vez soñando la Alhambra con Khaled o, en sus últimos años de vida, obsesionado con la figura de Pablo Picasso, que inspiró Pablo de Málaga (2008) y El barbero de Picasso, proyecto que interrumpió su muerte en el 2010.
Fue en ese oscuro momento cuando sus amigos de Lagartija se fusionaron con Los Planetas y, con su hija Soleá, se convirtieron en Los Evangelistas para llevar la voz de este mesías del flamenco al rock, y a lo que fuese menester.
Hoy se editan documentales, se publican libros sobre su figura y constituye una inspiración constante para buena parte del panorama musical español, de Rosalía a Silvia Pérez Cruz, pasando por el duende de Arcángel, Poveda o Ruibal que, con el permiso de Estrella, Soleá y Kiki, hijos del maestro, mantienen viva la llama del flamenco más valiente.