¿Se han apoderado las narradoras del realismo gótico latinoamericano?
Desde hace varios años las escritoras latinoamericanas han seguido una misma tradición para narrar los horrores y la violencia propia de Latinoamérica
Si este año nos sobró realismo y dolor a medida que el virus se iba cebando con nosotros, este grupo de narradoras latinoamericanas crearon historias que podrían hacerle frente a la pandemia por lo realistas que son al reflexionar y hurgar en las heridas del cuerpo, la sangre y la violencia social dentro de una atmósfera tan enrarecida, fantástica y hasta distópica como la que hemos vivido fuera de las páginas de los libros.
A finales de 2019 la narradora argentina Mariana Enríquez ganaba el Premio Herralde de Novela por Nuestra parte de noche y en 2020 hemos vivido la resaca productiva de ese título. Este libro de la escritora argentina bebe de sus anteriores novelas y se impone dentro de la narrativa latinoamericana al seguir haciendo crecer un género híbrido que bebe desde el gótico romántico hasta el realismo fantástico contemporáneo.
“Cada ejercicio de voluntad para lograr lo deseado tenía un precio”, afirma uno de los personajes de Nuestra parte de noche y ese precio es que el Premio Herralde ha puesto en evidencia la larga trayectoria que tienen las escritoras latinoamericanas alimentando esa difusa línea de lo que puede decirse que es el género de lo fantástico, que a su vez es tan real por llevar en él una gran carga de violencia y corporalidad en sus historias.
No solo Enríquez; desde Samanta Schweblin hasta Fernanda Melchor, pasando por grandes renombradas como Cristina Rivera Garza, quien este año ha republicado en España La cresta de Ilión, hasta escritoras más jóvenes como la ecuatoriana Mónica Ojeda o la estadounidense de origen latino Carmen María Machado. También han irrumpido en el panorama autoras que no habían sido publicadas en España y que están escribiendo sus primeras novelas después de crear obras de teatro, ensayo o narrativa breve como es el caso de la venezolana Michelle Roche con Malasangre o la ecuatoriana Gabriela Ponce con Sanguínea.
Son muchas más narradoras y la lista sigue creciendo entre las apuestas editoriales no solo de Hispanoamérica sino que han cruzado hacia los Estados Unidos siendo publicadas por editoriales independientes como Feminist Press o sellos establecidos como Hogarth Books de Penguin Random House. ¿Estamos ante una nueva generación de realismo gótico latinoamericano representada por mujeres?
Una lista como un territorio
Más que hablar de cuotas por ser mujeres, sí podemos afirmar que hay un género híbrido vivo entre las narradoras latinoamericanas. Sus narrativas proceden de los mismos referentes culturales y generacionales, lo cual converge en una visión de lo fantástico que trata de superar el cliché de Macondo y asume una pelea narrativa que no quiere caer en el exotismo o el folclor tan recreado por los escritores del boom. Por eso dejamos que ellas hablen, las que publicaron este año a partir de una lista que desterritorializa el exotismo y asume lo fantástico, lo corporal, lo erótico y lo violento dentro de sus narraciones.
Mariana Enríquez – Nuestra parte de noche
La escritora argentina Mariana Enríquez ya dio muestras de su talento narrativo en Los peligros de fumar en la cama y en Las cosas que perdimos en el fuego, libros que claramente son padres fundacionales de Nuestra parte de la noche (Anagrama) ya que en su escritura se desbordan los mismos ritmos con sus personajes, esos que huyen siempre de la violencia, del horror o de una muerte certera.
Setecientas páginas que mantienen el pulso narrativo sin caer en juegos huecos y en aburrimientos para el ego del autor, Enríquez se entrega a contar una trama, un viaje de padre e hijo en una Argentina arrasada por la maldad: los desaparecidos de la dictadura militar; ahí su gracia moral y su talento para contar la memoria del dolor de un país en una ficción que va entre la atmósfera real e imaginaria.
Nuestra parte de la noche es un viaje no solo de los protagonistas, sino también un viaje para entender la vida y la muerte como reflejos en el espejo del que Enríquez se nutre para crear fronteras que se desdibujan entre lo real y lo fantástico. Dos formas que se miran, se conectan, aunque no digan nada y solo sirvan “para dibujar el signo de la medianoche… el silencio”.
Giovanna Rivero – Para comerte mejor
A principio de 2020, la narradora boliviana Giovanna Rivero publicaba Para comerte mejor (Aristas Martínez), una compilación de cuentos que relatan lo fantástico y que su título no solo evoca la frase del famoso cuento de Charles Perrault sino también nos recuerda la naturaleza, lo animal y lo ambiguo.
Rivero viaja desde Nueva York a Bolivia pasando por Haití, narrando espacios apocalípticos, dramas urbanos y cuentos de aparecidos. También las enfermedades porque desde el acné hasta el cáncer son hilos conductores, así como el erotismo en encuentros cotidianos.
Al igual que otras narradoras latinoamericanas como Claudia Salazar Jiménez con La sangre de la aurora o Alia Trabucco Zerán con Las Homicidas, Rivero denuncia desde la ficción en el cuento “Ke Fenwa” la lucha de una periodista contra una riada de esclavos haitianos –restaveks– infectados como zombies, donde la protagonista no sabe si fue, como ellos, esclava o amo. Posiblemente el cuento más curioso es “Pasó como un espíritu”, que transcurre en un ritual esotérico con un Evo Morales pútrido.
Michelle Roche Rodríguez – Malasangre
Al igual que Rivero, la venezolana Michelle Roche inundaba este 2020 -antes de convertirse en virulento- con sangre. No es de extrañar que su primera novela Malasagre, publicada por Anagrama, relate la Venezuela de los años 20, con el primer pozo petrolero y con una adolescente que sufre una rara enfermedad: hematofagia.
Roche Rodríguez ha creado una vampira adolescente, nada infantil, que relata en retrospectiva sus aventuras con rasgos eróticos y punzantes muy propios de la novela de Stoker, pero dentro de un caluroso caribe costumbrista: “Quizás el deseo animal se originaba en mis órganos femeninos, pero estaba segura de que no era solo sexual…¡Cuántas veces me perdí en el deseo de saborearlo!”.
Al igual que las demás narradoras de esta selección latinoamericana, Roche Rodríguez usa el vampirismo no solo para reflexionar acerca del descubrimiento de la sexualidad del personaje principal versus las pugnas con los enclaves misóginos propios de la época, el relato hematofágico de su personaje también le sirve como metáfora para relatar la descomposición moral de la sociedad y del territorio narrado a partir de la extracción petrolera. El petróleo como sangre dentro de una dictadura militarista y machista bajo un modelo económico que comenzaba a ser rentista: succionar oro negro para conseguir poder y dinero cada día.
Gabriela Ponce – Sanguínea
Aunque el título podría recordarnos la hematofagia narrada por Michelle Roche, Sanguínea (Candaya) de Gabriela Ponce va más allá del gótico latinoamericano. La narradora ecuatoriana se lanza en esta primera novela corta hacia parajes extraños y explora el cuerpo en su totalidad con un hombre en una cueva y los encuentros de nuestra protagonista con él, la sexualidad, el roce y la sangre son puntos clave dentro de la primera parte de la novela.
“El agua ingresando por mis huecos junto a esos dedos para suavizar mis órganos”, relata el personaje creado por Ponce, donde la naturaleza es el cuerpo y de él brotan sangre, leche y fluidos que se encuentran con otros cuerpos. Ponce resuena con el erotismo puro latinoamericano y también con lo que muchas veces viene con él: la violencia hacia el cuerpo.
La narración en primera persona, un monólogo lleno de conexiones e inconexiones atmosféricas y narrativas, hace que la lectura sea vertiginosa y ponga al lector a juzgar rápidamente si quiere vivir o no esa historia con el personaje, porque ante todo es la exploración de la feminidad, del cuerpo de la mujer como metáfora de la naturaleza viva y salvaje, la menstruación, la locura, el deseo, el sexo o ese útero hueco que cercena maternidades.
Mónica Ojeda – Las voladoras
La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda ratifica su búsqueda en el tema de la violencia y el cuerpo de la mujer en su primera compilación de cuentos.
Luego de sus exitosas novelas Nefando y Mandíbula, Ojeda se pasa al relato corto para sobrevolar el altiplano ritualista y místico, a la vez que poético, narrando historias donde brota la sangre, el erotismo y el horror, los pensamientos y las atmósferas turbios en las familias latinoamericanas. “¿A qué suena el sexo? (…) A la selva, a sudor y a sed”, se preguntan y responden las gemelas Bárbara y Paula en el cuento “Slasher”, la historia de dos hermanas, una de ellas sordomudas, que fundan un grupo de experimental noise en donde el horror y el ritualismo guían el relato.
Los relatos de Las voladoras ratifican a Ojeda como la narradora del gótico andino, donde no hay blanqueador que matice la violencia porque ella lo expresa todo para llegar al origen de la misma, especialmente en el cuerpo de las mujeres donde el horror se ceba a través de las diferentes tradiciones y rituales tan acentuados en Latinoamérica.
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Este nuevo boom no es nuevo, ni esto es una cuota, sin embargo, las narradoras latinoamericanas están confluyendo en infinidad de temas, se unen imaginarios, no solo dentro del realismo, también en la autoficción y, posiblemente, al igual que 60 años atrás lo hicieron los escritores, sea hora de que ellas se apropien del mercado con las diferentes historias de violencia hacia el cuerpo femenino que no habían visto luz con tanta expectativa como hasta ahora.