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La imaginación catastrófica de Camila Fabbri

‘Los accidentes’ es una excelente recopilación de relatos con el que la escritora argentina Camila Fabbri se presenta en nuestro país, de la mano de Paripé Books

La imaginación catastrófica de Camila Fabbri

Marcos Huisman

La editorial Paripé Books abre su nueva colección de narrativa Camalote con una recopilación de cuentos extravagantes, que recorren las anomalías de lo humano y transitan los siempre presentes territorios de la catástrofe.

De su autora, Camila Fabbri, ha dejado dicho Leila Guerriero que «aúna en su escritura desfachatez y lirismo, y construye un paisaje emocional exquisitamente enrarecido con frases de un exitoso sentido común».

 

La posibilidad del accidente

Quince son los cuentos que incluye Los accidentes (Paripé Books, 2020), la ópera prima de la escritora, directora y actriz argentina Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989). El primero que se escribió fue René de Tacuarembó, cuando contaba con 19 años, en su primer taller literario, con la escritora Romina Paula. El resto de los cuentos, nos dice la autora, «fueron producto de mi paso por la escuela metropolitana de arte dramático, donde llevé a cabo un curso en dramaturgia. Allí escribí monólogos que también podía leer como cuentos, entonces los reuní también para la publicación. Estos cuentos abarcan un marco temporal que va desde el 2009 hasta el 2015». 

Los relatos de Los accidentes beben de una poética de imágenes severas que funcionan al modo de los símbolos poéticos. Más o menos vienen a respetar esta secuencia: se produce un accidente y luego se establecen las hipótesis para cada una de las (posibles, futuribles) tragedias, que quedan en suspenso, congeladas en toda su potencialidad. Todo ello tiene que ver con los miedos de la propia autora, que se reflejan en su escritura. Así se podría decir que esa transferencia de los temores íntimos hacia las historias de su obra le permite a Fabbri aprender a pensar y, en consecuencia, a escribir. No obstante, reconoce la escritora que no es algo que funcione a la perfección, ya que «a día de hoy no conozco formas exitosas para controlar o anular determinados miedos o incapacidades de ese tipo. Entiendo que la escritura es una manera de reconocerlos y transformarlos en otra cosa, algo más vívido, con cierta lucidez». La voz narradora de Mi primer Hiroshima lo explica así: «Ese impacto era una posibilidad […] la tragedia era posible […] la hacía sentirse menos peor con sus cosas». Y es justo ahí donde quizá esté la clave de todo este libro, en ese «sentirse menos peor».

Esa viveza a la que se refiere la escritora tiene que ver, en gran parte, con la fuerza de las imágenes con las que trabajaba la escritura, quien rescata la idea de las «imágenes generadoras», de su profesor de dramaturgia, Mauricio Kartún, como motor para su trabajo. Fabbri se refiere a estar receptiva a todo lo que nos rodea de una forma constante: «Absorber eso que vemos en la vía pública o en lugares afines y tomar nota. Una mujer habla sola, un perro lame el suelo, una niña dice sus primeras palabras. Creo que en esos desechos de la vida cotidiana pueden estar sembradas las ideas».

El dinamismo que poseen estos textos tiene que ver también con la formación teatral de Fabbri. «Me gusta pensar que la escritura teatral y la narrativa se retroalimentan -nos dice la autora argentina-. Que, en sí, no hay grandes diferencias. En la dramaturgia tenemos que contemplar que eso que escribimos será visto, entonces hay cierta fidelidad con el realismo en términos de cuerpos, con la tercera dimensión. Esos personajes realmente están ahí. Creo que esa conciencia de lo escénico ayuda mucho a la hora de componer personajes para la narrativa. Pareciera que estamos oyendo eso que nos dicen, esa primera persona realmente está ahí».

La imaginación catastrófica de Camila Fabbri
Imagen vía Paripé Books.

Una teoría de la tragedia

A Camila Fabbri, en su vida cotidiana, los pensamientos se le amontonan en la mente, fatalidades y catástrofes no le son, en modo alguno, ajenas. No obstante, ella intenta verlo con cierta gracia, para así «poder reírme de mí misma reconociéndome como alguien que tiene un sentido muy afilado para la tragedia o para los pensamientos que culminan en catástrofe». Además, tiene una teoría sobre el asunto y es algo que trata de desarrollar en su segundo libro, la obra de no ficción El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2020 / inédito en España), donde cuenta una tragedia que sucedió en Argentina y que influyó en muchos y muchas de los adolescentes de su generación.

La así conocida como Tragedia de Cromañón tuvo lugar el 30 de diciembre de 2004 en República Cromañón, un establecimiento ubicado en el barrio de Once de la ciudad de Buenos Aires. Durante un recital de la banda de rock Callejeros se produjo un incendio que se saldó con 194 muertos y más de 1400 heridos. Así, según Fabbri la noción de catástrofe para su generación no sería algo innato sino adquirido. Nos dice: «Esa plena conciencia de que algo malo puede suceder y entonces hay que estar preparada. En guardia. Y esa guardia para mí es el pensamiento: en tanto contemple todas las posibilidades, tengo la capacidad de evitar errores. No sé. hay algo supersticioso en esto. No es muy real. No puede serlo. Creo que con todo esto intento escribir. Son mis asuntos irresueltos, mis obsesiones, eso que ya nadie quiere oír en una conversación cotidiana bebiendo un café».

Y es verdad que todo lo que sucede en esta compilación de cuentos parece y suena raro, pero, sin embargo, queda del todo convincente (en su íntima anormalidad). 

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«Me gusta pensar que la escritura teatral y la narrativa se retroalimentan». | Foto: Guyot. | Cedida por la editorial.

La incomunicación humana

Los relatos de Camila Fabbri se sirven de una reiteración obsesiva que viene marcada por el tema de cada uno de los textos (siempre manías raras o deseos diríamos desviados o poco usuales), al que la autora coge como un hueso que no suelta y exprime hasta al final. En ellos se puede rastrear la violencia de Horacio Quiroga, los juegos formales de Sara Gallardo, la sordidez de Raymond Carver, la insidia de Richard Ford o la distancia cómica de Lorrie Moore. Sin embargo, en igual de importancia que la tragedia, hay un eje central que cohesiona todos los cuentos: la incomunicación. Y no solo entre padres e hijos, sino entre adultos incapaces de conectar consigo mismos, con el paraíso de sus propias infancias (que aquí aparece como algo fuera del alcance de los personajes).

A este respecto, nos confiesa Camila Fabbri que es ésta también otra de sus obsesiones: la falta de comunicación en general. «La mayoría de las veces que oigo conversaciones en la vía publica o incluso en lugares de mi intimidad tengo la sensación de que son pocas las veces que existe un dialogo posible -nos dice-. Es como si las dos partes, siempre, estuvieran contándose sobre sí en un duelo de ideas superadoras o anécdotas trascendentes. Pero, realmente, ¿en qué momento se oyen? ¿Cuándo ocurre el destello, eso que los cambia por estar oyendo a un otro o a otra? Esa falta de comunicación muchas veces me ha dejado muda».

Por último, podríamos definir Los accidentes con dos ideas sobre la mirada. De un lado, con unos versos de Jenaro Talens, que dicen así: «Nunca fue el pensamiento / sino un fiel servidor de la mirada». Y del otro, con una idea del dramaturgo argentino Mauricio Kartun que es que para poder escribir debe tener uno la necesidad de mirar mucho, de no perderse nada. La misma Camila Fabbri nos confirma que sí, que algo hay de esa persistencia de ver en todos estos cuentos. Y que con este libro le ha sucedido que es «como si la confirmación de volverme escritora me hubiera amigado con el hecho de ser como soy, alguien que mira mucho, piensa mucho, está mucho dentro de sí. Mirando el mundo dentro de mí». Así las cosas, si quieren conocer mejor el mundo íntimo de Camila Fabbri, poblado de rarezas exquisitas, no se pierdan la lectura de este libro.

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