Manuel Jabois: «No idealizamos el pasado, sino el futuro, que es lo que no existió nunca»
El autor gallego presenta su segunda novela, ‘Miss Marte’, una historia de desapariciones, verdades ignoradas y veranos irrecuperables
Manuel Jabois se sienta en la silla alta y acomoda los brazos sobre las piernas, con una mano sobre la otra, a la altura de la muñeca, como si fuera a medirse las pulsaciones; viste un abrigo largo y zapatos negros y una camisa de franela con dos botones por abrochar, uno pensaría que a voluntad; pero Jabois, tímidamente, se apresura a desmentirlo: «Soy de esos que, cuando arranca la etiqueta, se lleva algún botón por delante». Jabois, el novelista, acaba de publicar Miss Marte (Alfaguara), la historia de una desaparición y la historia de la señorita Marte, conocida como Mai, de la que Santi se enamoró sin remedio («yo no me enamoré de ella al verla, sino que al verla pensé que estaba enamorado de antes») en un verano como no hubo otro. Su segunda novela le obliga a la ronda de promociones. Pero Jabois, el periodista que cuenta más de 20 años en el oficio de entrevistar, no termina de acostumbrarse a estar al otro lado de la grabadora.
R: Me han hecho muchas y no me acostumbro y me da rabia por ti, o por vosotros. Porque yo, al mismo tiempo, me hago la entrevista en paralelo. He hecho millones de entrevistas desde los 18 años y tendrán que pasar millones de años para acostumbrarme a esto.
P: Y acostumbrarte a hablar de tus libros.
R: Hay una cosa muy desagradable en hablar de algo que has escrito. Lo he escrito para no contarlo, para no hablar de ello. Lo he escrito porque se me da mejor que contar la historia a viva voz. Claro que tengo que hacerlo y la gente tiene el derecho a saber que se ha publicado un libro, pero me gustan las entrevistas donde en realidad se habla de otras cosas.
P: ¿No crees que suelen ser más interesantes las obras que sus autores?
R: Pero es verdad que, si te gusta el libro, buscas entrevistas al autor.
P: Pon que tienes que escoger entre la música de Dylan y hacerle una entrevista, ¿con qué te quedas?
R: ¡Conocer a Dylan! Soy periodista, aprovecharía para escribir un artículo sobre lo que sea. Aunque, si sólo fuera un fan, no me interesaría en absoluto. Los genios, en la intimidad, no deben ser nada interesantes.
P: Salvo Maradona.
R: Un genio nuestro. Estaba lleno de todos los vicios y pecados que poseemos todos y que desde nuestra posición pasan desapercibidos, pero que en su figura eran retransmitidos en directo. Vivíamos fascinados. Era el Dios del pueblo. Lo terrenal es lo que nos gusta, pero lo terrenal es muy caro. Y no hablo de dinero.
P: A mi generación le faltó un Maradona. Teníamos a Ronaldo, pero lo suyo eran simples juergas.
R: Claro, y las hacía en el búnker de su casa. Llenaba un autobús de gente y ya está.
P: En cambio, Maradona era un tipo brillantísimo.
R: Es que era temperamental, mentalmente muy rápido, muy inteligente para las entrevistas. Tenía una respuesta para cada momento. Está llorando en su despedida de Boca y se le ocurre: «La pelota no se mancha. Yo cometí pecados y lo pagué, pero la pelota no se mancha». Sale del Estadio Azteca y dice: «Fue la mano de Dios». Son lemas, marcas registradas, que dice después de un partido con el corazón en un puño.
P: Esa viveza.
R: Para esa viveza no hacen falta estudios porque es natural, es talento en bruto, sin refinar. Es bonito estar rodeado de gente con esa viveza. Tengo amigos así. Yo no soy especialmente ingenioso. Tengo un amigo que en esta conversación te soltaría cuatro o cinco frases que te dejarían descolocado. Es bonito estar rodeado de gente así.
P: Gente como Mai.
R: Sí, gente que quieres que venga a la reunión, que es más rápida, que todos quieren conocer. No recuerdo quién dijo que, cuando Federico García Lorca entraba en una habitación, no hacía ni frío ni calor, hacía Federico. El libro habla también de esa fascinación que despiertan algunas personas, con las que todos quieren estar y que no tienen por qué ser las más generosas. Puede ser una chica que te crea infinitos problemas.
P: Y tiras hacia delante.
R: Sí, en esta novela hay un mundo dual, como un invierno muy crudo con naufragios y grandes oleajes en el que los protagonistas miran atrás porque tienen 44 años, y hay un verano soleado lleno de felicidad en el que llega alguien nuevo y te enamoras de él, en cuanto a amistad y en cuanto a Santi, y ese alguien te obnubila y te ciega y no te haces preguntas. Imagínate que en agosto se pone a nevar. Nadie se pregunta nada porque es la leche y al final te dicen que es el Apocalipsis.
P: Y no nos viene bien.
R: Claro. Ves que en el peor día de diciembre hacen 35 grados en un pueblo de costa y está todo el mundo abrazándose y encantado. No preguntas, sales a disfrutar. Mai es la nieve en agosto y la playa en Navidad. No en Cuba, claro. En Galicia.
P: El pobre Santi era feliz un minuto antes de conocer a Mai.
R: Santi dice que la conoció tapándole el sol, que cómo no se iba a enamorar. Eso nos pasaba en la playa. Que nos taparan el sol, digo. Pero era porque un gilipollas se nos ponía encima. Lo de Mai es otra cosa. Esa persona tiene la capacidad de tapar el sol, algo que nadie ha pensado nunca. Cómo de importante tiene que ser.
P: Tan importante que es un amor incurable, precisamente porque es breve.
R: Porque es lo que pudo ser.
P: Y deja esa nostalgia hacia delante.
R: Porque no idealizamos el pasado, sino el futuro, que es lo que no existió nunca.
Jabois tiene 42 años y lleva menos de diez en Madrid, el lugar al que dedicó su primer libro (Irse a Madrid) y la ciudad donde vive porque la vida da razones poderosas para hacerlo. No es que Jabois se cansara de su ciudad de siempre, no es que se aburriera, no es que se quedara pequeña, no es nada de eso. Vivía bien en Pontevedra, cerca de las playas, cerca de sus amigos. Pero la vida, como Madrid, tiene sus propias reglas.
R: Me pudo el rock and roll, la oportunidad y, sobre todo, el miedo. Habíamos entrado en crisis, nos habían bajado el sueldo, trabajaba en un periódico local y cobraba lo que cobraba. Me asusté porque, si me quedaba sin trabajo, me tenía que dedicar a otra cosa. Y ¿adónde iba a ir con un «Hola, soy de El Diario de Pontevedra y me he quedado sin trabajo»? Estaban echando a gente, ¿qué podía hacer?
P: Pero apareció El Mundo.
R: Sabía que habiendo publicado en El Mundo, si me echaban, tendría un trabajo valioso que enseñar. Y David Gistau hizo mucho por mí, por que me leyeran, por que apostaran. Si no fuera por eso, me habrían despedido o me habrían bajado tanto el sueldo que no me hubiera dado. Y yo no valgo para otra cosa.
P: Diste un salto.
R: En El Mundo pensaba en exhibirme, en escribir lo mejor que sabía, para que la gente me leyera. Sobre todo para que, en caso de tener que buscar otro trabajo, me hicieran más caso. Y terminé en El País y con otra vida.
P: Diste otro.
R: Afortunadamente, me vine a Madrid con más de 30 años y con un hijo. No es lo mismo que llegar deslumbrado para ser un periodista de 25 años con una firma en un periódico nacional y volverte gilipollas. Yo vine gilipollas de casa. Y pude ser consciente de algo muy importante: lo que has conseguido no se debe únicamente a tu esfuerzo y tu talento. Hay gente que se ha esforzado más y tiene más talento, pero no ha tenido la suerte de conocer a las personas adecuadas, a nadie que le haya apoyado. Todo lo que hago es devolver una deuda contraída con otros, aunque con David ya no puedo.
P: ¿Te prepararon para la nueva vida?
R: Juan Cruz, por ejemplo, me ayudó mucho al entrar en El País, me explicó que estaba en una institución, me recomendó que me desacomplejara, que me soltara. David, que vivió lo mismo siendo muy joven, me advirtió tanto de los palos como de la gente que se me iba a acercar. En este trabajo hay que estar acostumbrado al juicio público. Hay gente que lleva mal que le digan que lo suyo es malo. Aunque es verdad que venía un poco entrenado de Pontevedra: tenía algunos lectores y no a todos les gustaba lo que escribía. Llegué curado de espanto, que tenía un blog en 2006 y eso era la puta selva.
P: Y ahora sacas las horas de la madrugada para escribir ficción, me imagino.
R: Tengo mucha libertad en el periódico, no trabajo de ocho a dos. Tengo que escribir, tengo que proponer; pero, tienes razón, escribo mucho de madrugada. Sobre todo cuando la novela está entrando en un punto caliente. Al principio escribo tal como va. En esta me bloqueé en el sexto capítulo. Me llegó la urgencia de acabarla para que no se quedara ahí, como se me han quedado siete mil cosas cuando era más joven. El agobio de tener que escribir me llevó a un punto, como me ocurrió con Malaherba, donde no podía abandonarla. La quería acabar bien o mal, pero quería acabarla.
P: ¿Sentiste la misma angustia al terminarla que con Malaherba?
R: Menos. Piensa que Malaherba era mi primera novela y de ella dependía que yo siguiera escribiendo o no. Si me llegan a decir que se me daba bien el periodismo, pero no la novela, me hubiera desanimado. Me animó mucho el cariño de la gente. A mí hay que insistirme en que hago las cosas bien porque soy muy inseguro.
P: Te insistieron lo suficiente.
R: Así me di cuenta de que esa angustia era por mi propia inseguridad. Me dije que haciendo una segunda y quién sabe si una tercera novela podría mejorar. Creo que puedo hacer cosas diferentes, que tengo caminos a explorar, y eso es un estímulo. Ya no puedo ser médico, ingeniero o futbolista. Pero puedo ser guionista, si aprendo la profesión, o novelista. Nadie vale para muchas cosas; valemos para una o, como mucho, para dos.
P: Malaherba te salvó.
R: Sí, Miss Marte puede gustar o no, pero ya sé que valgo. Y creo, con todo el dolor del mundo, que esta novela es mejor. Normalmente, mis segundas cosas son mejores que las primeras. Funciono con mecánica. No soy un talento innato, sino un tío que aprende en la repetición. Y me he quitado el miedo, aunque algo de miedo siempre queda.
P: Incluso tras publicar una entrevista o una crónica.
R: Claro. Siempre estás pendiente de qué te pueden decir. La tranquilidad absoluta no existe; me imagino que llegará la quinta novela y estaré pendiente de qué me van a decir. Pero con Malaherba estaba para el suicidio, ¡para tirarme de un balcón! Estaba mirando hasta qué decía @Ramiro23456 en Twitter. Y como ese dijese que no le gustó, ya estaba pidiendo que la quemaran.
P: Recuerdo que Ray Loriga te preguntó, un año antes de Malaherba, si te atreverías con la novela. Le dijiste que te manejas mejor en las distancias cortas.
R: Sí, sí. ¡Y sigo pensándolo! Ya me gustaría escribir las novelas como escribo los reportajes, pero para eso tienen que pasar 20 años. Mi capacidad de adaptación es mucho mayor que cuando empecé en el periodismo. Necesité varios años para no avergonzarme de lo que escribía. Con la novela, cada vez se me hace más fácil.
P: Cuestión de mecánica.
R: Sí, aunque a lo mejor no vuelvo a escribir algo como Malaherba o Miss Marte, ni idea. Porque hay esfuerzo y trabajo y disciplina, pero también inspiración y sobre eso no mando. Estas novelas están escritas a golpe de inspiración.
P: ¡Tenemos titular!
R: No me titules por ahí, por favor. [Ríe] ¡Ni que fuera un genio maldito!
Hemos sometido a Manuel Jabois a nuestro 11Q. ¿Una pesadilla recurrente? ¿Un personaje histórico para salir de copas? ¿Un amor de cinco años o ser leído en cincuenta? Dale al play.