Anne Boyer: «Estados Unidos está ante la caída de su imperio»
Hablamos con la ganadora del Pulitzer sobre ‘Desmorir’ (Sexto Piso), su experiencia con el cáncer y sus reflexiones sobre la enfermedad y el capitalismo
A Anne Boyer (Topeka, Kansas, 1973), que es poeta, le dijeron a los 41 que sufría cáncer, un cáncer de mama verdaderamente complicado y con mala pinta, uno particularmente agresivo con unos valores de la proteína Ki-67 por encima del 20%, uno de esos cánceres que parecen gritar a los doctores quimioterapia, sin demora, y Anne Boyer, que vivía feliz y ajena a su salud hasta un minuto antes, se dio de bruces contra la dureza del destino y del lenguaje: ¿cómo es posible estar enferma de manera irrefutable cuando te encuentras bien de manera irrefutable? Esa fue una pregunta de muchas y no todas las preguntas estaban claras, porque algunas tenían sentido y otras no; pero Anne Boyer quiso que la enfermedad de su cuerpo, la posibilidad nada metafórica de morir, sí tuviera un sentido. De modo que escribió este libro, Desmorir (Sexto Piso), que traduce al castellano Patricia Gonzalo de Jesús y refleja un camino de demolición y resistencia. Tiene una naturaleza cronológica, fragmentaria. Medita sobre el mundo que habitamos –el sistema que habitamos, en realidad– y fue merecedor del Premio Pulitzer de No Ficción 2020.
Hace un par de años que se publicó en Estados Unidos, así que se hace extraño –violento– volver con ella al asunto de su cáncer. Ella, desde el otro lado de Zoom, le quita importancia. «Este trauma, como cualquier otro, se puede poner en contexto: conozco a gente que tiene cáncer y lo lleva realmente bien». Y añade: «Para mí, lo más difícil de digerir es que, cada vez que un amigo tiene un diagnóstico de cáncer, el sentimiento va más allá de la empatía o de la pena: es como si lo tuvieras tú de nuevo. Es uno de los efectos que tiene, que sientes esa conexión. A veces pasa hasta con un desconocido. Te hace muy consciente de que no estás solo en esto».
¿Y cómo llevas esta pandemia?
Como mi salud no es la mejor, sigo encerrada.
¿Desde cuándo?
Desde marzo.
¡Un año!
No he ido a un restaurante, ni nada que se le parezca, en todo este tiempo.
Y no tienes ni idea de cuándo te toca la vacuna, claro.
No, qué va.
Leí que Biden quiere agilizar la distribución.
Biden quiere, pero nuestro sistema se basa en estados y gobiernos federales y está siendo un desastre para la gestión de la pandemia. Dependemos de gobiernos locales y, en mi caso, hay un negacionista al mando.
¿Cómo?
Sí, el alcalde de mi ciudad cree que el covid existe y se lo toma en serio, pero el gobernador del Estado no. Están enfurruñados en esta batalla que va más allá de los hechos. ¿Cómo puede funcionar algo cuando ni siquiera se comparte la misma realidad? Un presidente no puede solucionar eso. Es una crisis epistemológica. La realidad ha desaparecido. Es descorazonador.
Nuestros políticos tienen sus cosas, pero no esas.
Bueno, ¡es importante tener una realidad compartida! Cuando los imperios se empiezan a tambalear, la realidad se difumina y nadie es capaz de traerla de vuelta. Se producen estas situaciones de absoluta locura. Creo que todo el mundo se ha dado cuenta de que Estados Unidos está ante la caída de su imperio. Aquí todo el mundo se ha vuelto loco. No conozco a nadie que esté bien. Ya te digo, creo que estoy viviendo dentro de un imperio que está ante su fin.
¿No es ir demasiado lejos?
No, en absoluto. Creo que ya somos, simplemente, lunáticos con armas.
Estados Unidos mantiene su influencia cultural sobre las sociedades occidentales, y más allá. No parece nada muerto.
Porque no hay una ruptura abrupta. A fin de cuentas, tenemos esa capacidad económica y esa multitud de productos, a lo largo y ancho del mundo, que me temo que os toca sufrir. Y seguramente haremos las películas más vistas durante diez años más, con esas explosiones constantes. Y las bombas seguirán cayendo. Pero esa realidad irá difuminándose.
El mundo está perdiendo la cabeza.
En Estados Unidos, el covid le está quitando el sueño a la gente, y también una forma de vida, eso de la casa y el perro y la abundancia, que muchos ciudadanos podían disfrutar. Eso se ha roto. Los niños no pueden ir a la escuela, los empleos están desapareciendo, las hipotecas no se pueden pagar, los negocios están de cierre, los gobiernos no pueden crear suficientes medidas de apoyo económico. Ni siquiera al nivel de Reino Unido, donde te ayudan a pagar la casa. No hay nada parecido aquí. Aquí vemos que los que más tienen van teniendo más y más. Y los que menos, menos y menos.
No sé si desde la izquierda tenéis depositada alguna esperanza en Biden. No parece el líder de la revolución.
[Ríe] Esto demuestra el poder del deseo y la imaginación. Lo máximo a lo que puede aspirar un americano es a un hombre que le gustaba a Richard Nixon. He acabado por desconectar de las noticias porque no quería acabar tan tarada como el resto del mundo.
¿Ni de vez en cuando?
Bueno, una vez a la semana. No puedo entender que la gente se lanzara a bailar en las calles para celebrar la victoria de Biden. ¡Bailaban en las calles! ¡Por Joe Biden! Sí, claro, entiendo la desesperación. Pero ¿era eso lo que querían?
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En Desmorir, escribe: «Cada célula es un reino de sustancia y espíritu por igual. Y todo reino puede ser derrocado». Anne Boyer observa este capitalismo como un cáncer que no consume solamente un cuerpo, sino todos; comprendió el suyo como «un presentimiento» de algo peor y colectivo, que tiene que ver con el agotamiento de un modelo y el descontrol del cambio climático y la dinámica de un sistema que «se devora a sí mismo». Con cierta amargura, me dice: «Estamos fatal». Y no es que traiga de vuelta a Marx y Engels, no es que piense que «hay que poner los medios de producción en manos de los trabajadores»; más bien considera que no podemos seguir así, sin más; sostiene que las respuestas a la emergencia no deben ser exclusivamente económicas, igual que su cáncer requirió de medidas que no fueron exclusivamente químicas. «Todas estas cosas como el arte y la poesía y la belleza y la imaginación y la amistad, todo eso también me ayudó a superarlo. La situación es más compleja y tenemos que afrontarla con un plan más complejo, y creo que la humanidad tiene la capacidad de sobreponerse a toda clase de adversidades».
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En Europa decimos que sale muy caro ponerse enfermo en América.
Viví en Cambridge, Reino Unido, y no me podía creer que podía ir al médico. Me sentía como una reina. Me parecía un privilegio no tener que preocuparme por cuánto me iba a costar, incluso dependiendo de un seguro. Esas preocupaciones desaparecían. Podía estar enferma cuando estaba enferma. Y era extraordinario. Piensa que he pasado la mayor parte de mi vida adulta sin seguro médico. Afortunadamente, cuando me detectaron el cáncer estaba en un punto de estabilidad económica que me permitía tenerlo. Pero en aquellos años en que era, básicamente, una poeta sin blanca y sin seguro médico, no podía ir a una consulta a menos que estuviera a punto de morir. Ni siquiera fui al médico con piedras en el riñón. Ni siquiera fui al médico con una hemorragia, hasta que perdí demasiada sangre. Y era una americana completamente normal haciendo esto.
A eso me refería.
Tengo amigos artistas que se han llamado entre ellos para coserse puntos porque no podían permitírselo. Y no es necesario ser un artista para tener poca estabilidad financiera. Basta con ser joven o una madre soltera, como era mi caso. Estos seguros médicos fueron inalcanzables durante mucho tiempo.
En tu libro exploras la relación entre salud y política en tu país.
Creo que hay una relación ideológica, que para mí no tiene sentido, entre la visión de la responsabilidad personal y la visión de la salud personal en los Estados Unidos. Como que eres responsable de tu salud todo el tiempo. Si te comes un perrito caliente. Si tienes pensamientos negativos. Todo eso atrae la enfermedad hacia ti, incluso un cáncer; solamente tú eres responsable de la vida y la muerte. Como si no entraran en juego los genes. Como si únicamente existiera esta suerte de mapa del destino. Eso sí, venenos cotidianos como el estrés se ignoran. Esa parte de la historia desaparece en esta manera americana de entender qué es un cáncer. Antes de enfermar, lo sospechaba; cuando comencé a tratarme, lo vi clarísimo. Y lo comprendí como una oportunidad para aprender, en el sentido más fundamental y físico, qué implicaciones tiene este acuerdo social.
Te diagnosticaron cáncer cuando mejor te iba.
Cuando, por primera vez en mi vida, las cosas comenzaban a ir de maravilla. Me veía bien y con el dinero suficiente. Tenía seguro médico y mi hija lo estaba haciendo fenomenal. Y de pronto, esto. Recuerdo que pensé: «Creías saber qué significa que las cosas te vayan mal, ¿eh? Pues ahora te toca indagar un poco más en qué consiste el infierno». Una cosa dantesca.
Y cuando peor te sentías, te desafiaste a escribir un buen libro.
Eso quería hacer. Un libro que escapara de los tópicos, aun tratando de un cáncer tan femenino como el cáncer de mama. No quería ponerme sentimental, ni que me señalaran y dijeran: «¡Una madre soltera con cáncer de mama!». Te voy a contar algo: lo primero que pensé, y estoy bastante segura de que fue lo primero, es que era una pena que me hubiera tocado una enfermedad tan cliché. [Ríe] ¿Por qué no podía tener una enfermedad más interesante? ¡Era un cliché con patas! Así que estaba el desafío de escribir por encima del cliché, sin caer en sentimentalismos, y el desafío de escribir sobre la enfermedad, cuando hay alta literatura al respecto. John Donne, Susan Sontag, Audre Lorde. Esta gente me ayudaba y, al mismo tiempo, me atormentaba. Como si me dijera: «¿Y tú te haces llamar escritora?».
¡Claro!
Tenía la oportunidad de contar la experiencia de tener un cáncer en un mundo de pantallas, capitalista, completamente distinto al mundo de Sontag o Donne. Por eso me di cuenta de que esta visión del mundo debía aparecer en el libro. Dicho esto, me pregunté: «¿Tengo el talento necesario?». Y el desafío fue horrible porque el cáncer te fríe el cerebro. Mi gran memoria, mi habilidad para escoger palabras, mi energía. Todo eso que creía que era único en mí… se desvaneció. Sentía que, simplemente, no era lo suficientemente inteligente para hacer el libro que quería hacer. No encontraba las palabras. No recordaba los libros que había leído. Y, aun así, quería escribir algo bueno.
¿Por qué crees que le ponías tanto empeño?
Porque no quería tener esta maldita enfermedad y dejar marchar la oportunidad de convertirla en algo valioso. Me llevó cinco años escribirlo. Cinco años de escribir y escribir y escribir, y borrar y borrar y borrar. El libro, en realidad, no es muy gordo. Pero la cantidad de palabras que escribí para poder editarlo y dejarlo en algo así, algo tan condensado… me parecía imposible. ¡No sabes la alegría que sentí al terminarlo! Sí, sé que no soy Susan Sontag, ni Audre Lorde, ni John Donne. Pero escribí algo que puede estar en un estante. Y eso es fabuloso.
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Sontag, que escribió La enfermedad y sus metáforas tras el tratamiento de su cáncer de mama –diagnosticado, igualmente, a los 41–, publicó en las primeras páginas: «La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos pasar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar». Anne Boyer escribe: «Nada de lo que he escrito aquí es para los sanos e intactos y, si lo hubiera sido, no lo habría escrito jamás. Cualquiera que no esté enfermo en este momento ha estado enfermo alguna vez o lo estará pronto».
El hijo de Sontag habló de sí mismo como un superviviente del cáncer de su madre. ¿Cómo lo vivió tu hija?
Ella era adolescente y tuve suerte de que mis amigos me cuidaron, de modo que no tuvo que hacerlo ella. Así podía preocuparse de las cosas que deben preocupar a una adolescente. Me ha dicho que no quiere leer el libro hasta que me muera. No la culpo. Creo que debe ser así. Recuerdo que, después de haber pasado por toda esta experiencia juntas, y aun cuando ella no había leído el libro, me dijo que comprendía mi manera de vivir el cáncer. Es una grandísima estudiante, muy práctica, y nunca entendió por qué demonios me quise dedicar a la poesía, por qué tengo estos amigos tan raros, por qué nunca me planteé ser una de esas personas que, vaya por Dios, quiere ganar dinero. Hasta que pasé el cáncer; entonces, lo comprendió. Me dijo: «La poesía es tu plan de jubilación. Es tu plan de futuro, porque te trajo todas tus amistades y todo el significado, y sobre esto has construido los cimientos de tu vida. Y ahí están cuando vives tu crisis».
Vaya…
Es algo muy profundo para una chica de 15 años. Ya te digo, no ha seguido mis pasos, en absoluto: ¡es estudiante de Económicas! Pero, después de lo que vivimos, pudo comprenderme. Ahora sabe por qué valoro lo que valoro.